La verdad sobre la Estrategia de Seguridad Nacional de Trump: no confundamos un documento con la doctrina - Colombia
Registro  /  Login

Portal de Negocios en Colombia


La verdad sobre la Estrategia de Seguridad Nacional de Trump: no confundamos un documento con la doctrina

La palabra escocesa ‘stramash’ se define en el Oxford English Dictionary como «un alboroto, un estado de ruido y confusión; una reyerta». Me vino a la cabeza al leer la cobertura mediática de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) del presidente Donald … Trump,un documento de 33 páginas publicado recientemente para exponer las prioridades de política exterior de su administración, «una hoja de ruta», según la propia introducción del presidente, «para garantizar que Estados Unidos siga siendo la nación más grande y más exitosa de la historia humana».

A diferencia, por ejemplo, de Europa. El elemento más llamativo del documento eran sus referencias muy críticas hacia los aliados europeos. Su gasto militar era «insuficiente». Sus economías sufrían «estancamiento» y «declive». Incluso se enfrentan a la perspectiva de una «aniquilación civilizatoria».
Hay señales de indignación mediática. ‘The New York Times’ titulaba: «Un nuevo documento de política de la Casa Blanca formaliza el desprecio de Trump hacia los líderes europeos». Jason Horowitz escribió que la «hostilidad [hacia Europa] es ahora política oficial en la Casa Blanca». El argumento de Horowitz contó con el respaldo de autoridades eruditas: «Es muy similar al lenguaje que se encuentra en el documento análogo de seguridad nacional», observó el historiador Timothy D. Snyder, exalumno de Yale, evocando imágenes del presidente usando disimuladamente el traductor de Google mientras navegaba por los sitios web del Kremlin.
‘The Wall Street Journal’ publicó un análisis casi intercambiable: «EE.UU. da la vuelta a la historia al presentar a Europa -no a Rusia- como el villano en su nueva política de seguridad». Aquí el historiador citado era Timothy Garton Ash, de Oxford. Pero ambos fueron superados por Nathalie Tocci, directora del Instituto de Asuntos Internacionales en Roma, citada también por el ‘Times’: «Creo que está bastante claro que la Administración ve a Europa como si estuviera en el menú colonial».
‘The Economist’, igualmente, criticó duramente «la sombría e incoherente estrategia de política exterior de Donald Trump», que provocaría «pánico» entre los aliados estadounidenses, pero «aplausos» de los déspotas. «Desprovisto de los valores ilustrados que han cimentado durante tanto tiempo la política exterior -declaró la gran revista liberal-, el documento es una descarada afirmación de poder que debe más al siglo XIX que al mundo que Estados Unidos construyó tras la Segunda Guerra Mundial».

«La Administración Trump formaliza su desprecio a Europa» y «ve a Europa como si estuviera en el menú colonial» fueron frases y titulares de la Prensa respecto a la nueva estrategia de EE.UU.

Algún día entenderé qué tiene una revista fundada en 1843 contra el siglo XIX. ¿Qué añoran los editores cuando recuerdan el llamado «orden internacional liberal» que siguió a la carnicería de la Segunda Guerra Mundial? ¿La Guerra de Corea? ¿La Crisis de los Misiles de Cuba? ¿Vietnam? Prefiero el sistema del Congreso y las Guerras de Unificación.
Pero el verdadero misterio es por qué los periodistas malgastan sus energías analizando documentos como la Estrategia de Seguridad Nacional. Para explicarlo, primero debo contar cómo se redacta un documento así y lo que realmente representa.

«Planificación interinstitucional»

En un artículo icónico pero poco conocido de 1968, ‘Bureaucracy and Policy Making’, Henry Kissinger escribió: «No existe tal cosa como una política exterior estadounidense’. Más bien, argumentó, solo existe «una serie de medidas que han producido un resultado determinado»; que «pueden no haber sido planeadas»; y a las que «las organizaciones de investigación e inteligencia, tanto extranjeras como nacionales, intentan dar una racionalidad y coherencia… que simplemente no tienen».
Kissinger había aprendido esto al observar cómo la administración del presidente Lyndon Johnson había «planeado» la escalada de la guerra de Vietnam. «Lo que se conoce como planificación interinstitucional -señaló Kissinger- es en realidad un mecanismo para coordinar esfuerzos esencialmente autónomos que pueden basarse en diferentes conceptos y supuestos».
Nada ilustra mejor el punto de Kissinger que la nueva Estrategia de Seguridad Nacional. Entiendo que el primer borrador fue escrito por Michael Anton, quien durante gran parte de este año fue director de planificación de políticas del Departamento de Estado. Esta versión se ajustaba en gran medida al estilo nacional-conservador del principal ensayo de Anton, ‘La elección del vuelo 93’. Pero me han dicho que el documento fue revisado tras la renuncia de Anton en septiembre y que durante un tiempo estuvo estancado en un comité de subsecretarios compuesto por los ‘números dos’ de organismos relevantes. Luego, Andy Baker, asesor adjunto de seguridad nacional, lo revisó. Después, los propios jefes de los organismos sacaron sus bolígrafos rojos. Después, permaneció en el escritorio de Susie Wiles durante unas semanas. Finalmente, a pesar de estar fechado en noviembre, se publicó el jueves 11 de diciembre por la noche.
El lector perspicaz podrá discernir las manos de muchos autores: el vicepresidente J.D. Vance; la eminencia gris de la Casa Blanca, Stephen Miller; y quizás también Elbridge Colby, subsecretario de defensa para política. Lo que no debería intentar reconocer es una sola voz que hable en nombre del gobierno estadounidense. Este documento no es un manual del cual se vaya a derivar una política exterior. Es el resultado de un ‘stramash’, un lío. Si el propio presidente lo ha leído, me quedaría atónito. Podrá ser ‘el presidente de la paz’. Nunca será el presidente del ensayo de 33 páginas.

«Este documento no es un manual del cual vaya a derivar una política exterior. Si el presidente lo ha leído, me quedaría atónico. Trump podrá ser el ‘presidente de la paz’. Nunca será el presidente del ensayo de 33 páginas»

La sección inicial del documento muestra por qué tanto el ‘Times’ como el ‘Wall Street Journal’ lo detestan, pues constituye un repudio conciso a la política exterior de los Clinton y los Bush, por no mencionar a los Kennedy. Rechaza la noción de una «nación indispensable»; con el deber de vigilar el mundo. Como señalan los autores, tales ambiciones grandiosas «sobreestimaron la capacidad de Estados Unidos para financiar, simultáneamente, un enorme estado de bienestar, regulación y administración junto con un complejo militar, diplomático, de inteligencia y de ayuda exterior masivo». En la era de la globalización posterior a la Guerra Fría, afirman los autores, las «élites de la política exterior»; apostaron por políticas que terminaron «vaciando a la clase media y la base industrial de la que depende la preeminencia económica y militar estadounidense».

Europa, al segundo lugar

La verdad duele. Pero hay otra razón por la cual la NSS ha irritado a los grandes diarios. Desde principios del siglo XX, el ‘establishment’ estadounidense ha considerado como una verdad evidente que no todas las regiones del mundo fueron creadas iguales y que Europa es la más importante de todas ellas. La NSS lo rechaza. Sitúa firmemente a Europa en un segundo lugar, por detrás del hemisferio occidental (que no es lo mismo que Occidente).
Nadie debería sorprenderse. Este año, el gobierno de Trump ha reunido una vasta armada en el Caribe, con la evidente intención de expulsar del poder al autoritario y corrupto presidente venezolano, Nicolás Maduro. Es parte de un esfuerzo por reafirmar la influencia estadounidense en Iberoamérica tras tres décadas de un abandono no muy benévolo, impulsado por una injustificada sensación de vergüenza por las pasadas intervenciones estadounidenses en países como Chile. Quizás la verdadera lección de la historia sea que, si Estados Unidos no actúa, terminas teniendo países como Cuba, Nicaragua y ahora Venezuela, cada uno con consecuencias más duraderamente desastrosas que el régimen de 17 años del general chileno Augusto Pinochet.
La línea más importante de la Estrategia Nacional de Seguridad (NSS) es: «Afirmaremos y haremos cumplir un ‘Corolario Trump’ de la ‘Doctrina Monroe’», una alusión al ‘Corolario Roosevelt’, llamado así por la afirmación del presidente Theodore Roosevelt en 1904 de que Estados Unidos tenía derecho a intervenir en países latinoamericanos en casos de «vicios crónicos». No hay un vicio más crónico hoy que Venezuela, un país otrora próspero convertido en un estado fallido por Maduro y su demagogo predecesor, Hugo Chávez. La NSS deja claro que Estados Unidos ya no se quedará de brazos cruzados mientras los criminales construyen imperios del narcotráfico cuyo principal objetivo son los jóvenes estadounidenses. En cambio, Estados Unidos buscará el apoyo de países alineados como Argentina y ampliará su influencia, contrarrestando la creciente presencia económica de la República Popular China en la región.

Europa y sus «desastrosas ideologías», según Vance

¿Quieren que les resuma mi opinión de todo esto en dos palabras? Ya era hora.
El documento retoma el discurso del vicepresidente Vance en Múnich sobre las patologías europeas, en particular las «restricciones antidemocráticas de las libertades fundamentales impulsadas por las elites» y las «desastrosas ideologías del ‘cambio climático’ y del ‘cero neto’». Como mencioné antes, hay un pasaje impactante que disgustó profundamente a la clase dirigente europea: «El declive económico se ve eclipsado por la perspectiva real y más cruda de la desaparición de la civilización. Entre los problemas más importantes a los que se enfrenta Europa se encuentran las actividades de la Unión Europea y otros organismos transnacionales que socavan la libertad política y la soberanía, las políticas migratorias que están transformando el continente y creando conflictos, la censura de la libertad de expresión y la represión de la oposición política, el desplome de las tasas de natalidad y la pérdida de las identidades nacionales y la confianza en sí mismas«.
En un artículo publicado en el ‘Financial Times’, Janan Ganesh sugirió con picardía que todo esto era un «autorreproche encubierto», ya que muchas de estas tendencias también son perceptibles en Estados Unidos. Sin embargo, existe una diferencia de grado. El nombre más popular para los bebés varones en Estados Unidos es Noé, no Mahoma, como en el Reino Unido. Se proyecta que la población musulmana del Reino Unido en 2050 podría alcanzar el 17%. Para Estados Unidos, el Pew Research Center proyecta una proporción de musulmanes del 2,1 %.

Hay una diferencia de grado entre Estados Unidos y Reino Unido: el nombre más popular para los bebés varones en EE.UU. es Noé, Mahoma en Reino Unido. En 2050, los musulmanes serán el 2,1% del primero, y el 17% en el segundo país

«Si las tendencias actuales continúan -escriben los autores de la NSS- el continente será irreconocible en 20 años o menos. Por lo tanto, no es nada obvio que ciertos países europeos tengan economías y ejércitos lo suficientemente fuertes como para seguir siendo aliados fiables«. Por desagradable que pueda resultar este análisis, será difícil encontrar pruebas de lo contrario. Mis amigos británicos y europeos, mejor informados, lo susurran en voz baja: »Quizás sea cierto«. Por lo tanto, no es descabellado que los responsables políticos estadounidenses escriban que «la gestión de las relaciones europeas con Rusia requerirá un importante compromiso diplomático por parte de Estados Unidos, tanto para restablecer las condiciones de estabilidad estratégica en toda la masa continental euroasiática como para mitigar el riesgo de conflicto entre Rusia y los estados europeos».

Ucrania

En cuanto a la guerra en Ucrania, no sé qué es lo objetable del análisis de los autores de la NSS: «Es un interés fundamental de los Estados Unidos negociar un rápido cese de las hostilidades en Ucrania, con el fin de estabilizar las economías europeas, evitar una escalada o expansión involuntaria de la guerra y restablecer la estabilidad estratégica con Rusia, así como permitir la reconstrucción de Ucrania tras las hostilidades para que pueda sobrevivir como un Estado viable».
También estoy de acuerdo con el punto de que «hay funcionarios europeos que tienen expectativas poco realistas sobre la guerra, instalados en gobiernos minoritarios inestables», aunque me parece un poco exagerado acusarlos de «pisotear los principios básicos de la democracia para reprimir a la oposición». En su mayoría son demasiado débiles para pisar nada más que sus propios pies.
Reflexionando, los europeos deberían celebrar que siguen ocupando el segundo lugar en este documento, por detrás del hemisferio occidental, pero por delante tanto de Oriente Medio como de Extremo Oriente. También deberían celebrar, al igual que los tradicionalistas de la política exterior en Nueva York y Washington, que la NSS ofrece resúmenes bastante convencionales de las prioridades de Estados Unidos en esas otras regiones.
¿Quién no quiere «impedir que una potencia adversaria domine Oriente Medio, sus suministros de petróleo y gas y los puntos estratégicos por los que pasan, evitando al mismo tiempo las ‘guerras eternas’ que nos han empantanado en esa región»?

Disuadir a China de atacar Taiwán

En cuanto a China, las páginas pertinentes se centran en la necesidad de disuadir a China de actuar contra Taiwán, «en parte debido al dominio de Taiwán en la producción de semiconductores, pero sobre todo porque Taiwán proporciona acceso directo a la segunda cadena de islas y divide el noreste y el sudeste asiático en dos teatros distintos». No es descabellado que los entusiastas del ‘America First’ sugieran que los aliados asiáticos de Estados Unidos -incluidos la India, Australia y Japón- contribuyan más a este esfuerzo disuasorio.
En consonancia con este análisis, se insiste en que Estados Unidos necesita reconstruir su atrofiada base industrial de defensa y «garantizar que la tecnología y los estándares estadounidenses -especialmente en inteligencia artificial, biotecnología y computación cuántica- impulsen el mundo». Una vez más, pregunto: ¿alguien se opone? No es como si pudiéramos delegar estas cuestiones a los europeos.
En resumen, en su prisa por ofenderse en nombre de los europeos, los comentaristas del rebaño han pasado por alto en gran medida lo variopinto que es el conjunto de ideas bastante convencionales que conforman la mayor parte de la nueva NSS. Está el realismo nixoniano, con su conocida insistencia en la primacía del interés nacional, el reparto de cargas y el equilibrio de poder. Está el «paz a través de la fuerza» reaganiano. Pero también está el «poder blando» del difunto Joe Nye -«a través del cual ejercemos una influencia positiva en todo el mundo»-, una idea de política exterior tan propia de Harvard como se pueda desear. Y África, como ha sido invariablemente el caso en todos los documentos de este tipo durante los últimos 50 años, aparece justo al final.
Si los periodistas no trataran a sus lectores como niños, explicarían cómo se elabora un documento como la NSS. La política exterior estadounidense no emana de textos doctrinales sagrados. Emana de la lucha entre agencias, que es una característica, no un defecto, del sistema. Se supone que el secretario de Estado está a cargo de la política exterior. Pero el presidente suele querer ser el protagonista en la escena mundial. Eso significa que el asesor de seguridad nacional tiende a tener ventaja debido a su proximidad al Despacho Oval (por eso Marco Rubio, al igual que Henry Kissinger, quería ambos puestos).Pero luego hay un estado dentro del estado llamado Departamento de Guerra (antes Defensa). Y no hay que olvidar la Agencia Central de Inteligencia, que tiene su propia agenda, ya que espía a los adversarios del país.
¿Olvidé mencionar que el Senado tiene el poder constitucional de aprobar tratados y que solo el Congreso tiene la autoridad constitucional para declarar la guerra?
Pregunta: ¿Qué rama del gobierno puede imponer aranceles a los productos de naciones extranjeras? ¿No está seguro? Consultemos a la Corte Suprema. Todo eso es solo la punta del iceberg, porque dentro de cada una de estas instituciones y agencias hay más batallas internas por el territorio y el estatus. Y luego están los intereses privados involucrados, entre los que destacan las empresas más grandes y poderosas de Estados Unidos.
Incluso si nunca has estado en una de las salas -o en los chats grupales de Signal- donde ocurre todo esto, lo encontrarás en ‘Hamilton’, la obra de Lin-Manuel Miranda:
Nadie sabe realmente cómo se juega el juego.
El arte del negocio.
Cómo se hacen las salchichas.
Simplemente asumimos que sucede.
Pero nadie más está en la habitación donde sucede.
Es cierto que hay aspectos de la receta de las salchichas de esta administración que son distintivos. Es inusual, pero no del todo sin precedentes, que el presidente otorgue un papel importante en las negociaciones exteriores a un familiar, como ha hecho Trump con su yerno, Jared Kushner (John Adams lo hizo, al igual que Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy y Jimmy Carter).

Es inusual, pero no del todo sin precedentes, que el presidente otorgue un papel importante en las negociaciones exteriores a un familiar, como ha hecho Trump con su yerno

Es inusual, pero no sin precedentes, que los colaboradores del presidente consideren las oportunidades de beneficio personal inherentes a ciertas decisiones de política exterior. De hecho, eso era parte integrante del funcionamiento de la política exterior del siglo XIX a ambos lados del Atlántico. Y, por repetirlo una vez más, ese enfoque funcionó bastante bien durante un siglo después de la derrota de Napoleón. ¿O acaso los Rothschild no deberían haber ayudado al primer ministro Benjamin Disraeli a adquirir el control británico del canal de Suez?
Lo que no es inusual es que una administración elabore un documento estratégico que todo el mundo analiza minuciosamente, en busca de su significado más profundo, mientras sus autores suspiran aliviados por haberlo conseguido finalmente, con la seguridad de que las personas que, en teoría, están en mejor posición para digerirlo- es decir, el presidente y su círculo más cercano- son precisamente las menos propensas a hacerlo.

Publicado: diciembre 20, 2025, 11:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/verdad-sobre-estrategia-seguridad-nacional-trump-confundamos-20251221034245-nt.html

La palabra escocesa ‘stramash’ se define en el Oxford English Dictionary como «un alboroto, un estado de ruido y confusión; una reyerta». Me vino a la cabeza al leer la cobertura mediática de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) del presidente Donald Trump,un documento de 33 páginas publicado recientemente para exponer las prioridades de política exterior de su administración, «una hoja de ruta», según la propia introducción del presidente, «para garantizar que Estados Unidos siga siendo la nación más grande y más exitosa de la historia humana».

A diferencia, por ejemplo, de Europa. El elemento más llamativo del documento eran sus referencias muy críticas hacia los aliados europeos. Su gasto militar era «insuficiente». Sus economías sufrían «estancamiento» y «declive». Incluso se enfrentan a la perspectiva de una «aniquilación civilizatoria».

Hay señales de indignación mediática. ‘The New York Times’ titulaba: «Un nuevo documento de política de la Casa Blanca formaliza el desprecio de Trump hacia los líderes europeos». Jason Horowitz escribió que la «hostilidad [hacia Europa] es ahora política oficial en la Casa Blanca». El argumento de Horowitz contó con el respaldo de autoridades eruditas: «Es muy similar al lenguaje que se encuentra en el documento análogo de seguridad nacional», observó el historiador Timothy D. Snyder, exalumno de Yale, evocando imágenes del presidente usando disimuladamente el traductor de Google mientras navegaba por los sitios web del Kremlin.

‘The Wall Street Journal’ publicó un análisis casi intercambiable: «EE.UU. da la vuelta a la historia al presentar a Europa -no a Rusia- como el villano en su nueva política de seguridad». Aquí el historiador citado era Timothy Garton Ash, de Oxford. Pero ambos fueron superados por Nathalie Tocci, directora del Instituto de Asuntos Internacionales en Roma, citada también por el ‘Times’: «Creo que está bastante claro que la Administración ve a Europa como si estuviera en el menú colonial».

‘The Economist’, igualmente, criticó duramente «la sombría e incoherente estrategia de política exterior de Donald Trump», que provocaría «pánico» entre los aliados estadounidenses, pero «aplausos» de los déspotas. «Desprovisto de los valores ilustrados que han cimentado durante tanto tiempo la política exterior -declaró la gran revista liberal-, el documento es una descarada afirmación de poder que debe más al siglo XIX que al mundo que Estados Unidos construyó tras la Segunda Guerra Mundial».

«La Administración Trump formaliza su desprecio a Europa» y «ve a Europa como si estuviera en el menú colonial» fueron frases y titulares de la Prensa respecto a la nueva estrategia de EE.UU.

Algún día entenderé qué tiene una revista fundada en 1843 contra el siglo XIX. ¿Qué añoran los editores cuando recuerdan el llamado «orden internacional liberal» que siguió a la carnicería de la Segunda Guerra Mundial? ¿La Guerra de Corea? ¿La Crisis de los Misiles de Cuba? ¿Vietnam? Prefiero el sistema del Congreso y las Guerras de Unificación.

Pero el verdadero misterio es por qué los periodistas malgastan sus energías analizando documentos como la Estrategia de Seguridad Nacional. Para explicarlo, primero debo contar cómo se redacta un documento así y lo que realmente representa.

«Planificación interinstitucional»

En un artículo icónico pero poco conocido de 1968, ‘Bureaucracy and Policy Making’, Henry Kissinger escribió: «No existe tal cosa como una política exterior estadounidense’. Más bien, argumentó, solo existe «una serie de medidas que han producido un resultado determinado»; que «pueden no haber sido planeadas»; y a las que «las organizaciones de investigación e inteligencia, tanto extranjeras como nacionales, intentan dar una racionalidad y coherencia… que simplemente no tienen».

Kissinger había aprendido esto al observar cómo la administración del presidente Lyndon Johnson había «planeado» la escalada de la guerra de Vietnam. «Lo que se conoce como planificación interinstitucional -señaló Kissinger- es en realidad un mecanismo para coordinar esfuerzos esencialmente autónomos que pueden basarse en diferentes conceptos y supuestos».

Nada ilustra mejor el punto de Kissinger que la nueva Estrategia de Seguridad Nacional. Entiendo que el primer borrador fue escrito por Michael Anton, quien durante gran parte de este año fue director de planificación de políticas del Departamento de Estado. Esta versión se ajustaba en gran medida al estilo nacional-conservador del principal ensayo de Anton, ‘La elección del vuelo 93’. Pero me han dicho que el documento fue revisado tras la renuncia de Anton en septiembre y que durante un tiempo estuvo estancado en un comité de subsecretarios compuesto por los ‘números dos’ de organismos relevantes. Luego, Andy Baker, asesor adjunto de seguridad nacional, lo revisó. Después, los propios jefes de los organismos sacaron sus bolígrafos rojos. Después, permaneció en el escritorio de Susie Wiles durante unas semanas. Finalmente, a pesar de estar fechado en noviembre, se publicó el jueves 11 de diciembre por la noche.

El lector perspicaz podrá discernir las manos de muchos autores: el vicepresidente J.D. Vance; la eminencia gris de la Casa Blanca, Stephen Miller; y quizás también Elbridge Colby, subsecretario de defensa para política. Lo que no debería intentar reconocer es una sola voz que hable en nombre del gobierno estadounidense. Este documento no es un manual del cual se vaya a derivar una política exterior. Es el resultado de un ‘stramash’, un lío. Si el propio presidente lo ha leído, me quedaría atónito. Podrá ser ‘el presidente de la paz’. Nunca será el presidente del ensayo de 33 páginas.

«Este documento no es un manual del cual vaya a derivar una política exterior. Si el presidente lo ha leído, me quedaría atónico. Trump podrá ser el ‘presidente de la paz’. Nunca será el presidente del ensayo de 33 páginas»

La sección inicial del documento muestra por qué tanto el ‘Times’ como el ‘Wall Street Journal’ lo detestan, pues constituye un repudio conciso a la política exterior de los Clinton y los Bush, por no mencionar a los Kennedy. Rechaza la noción de una «nación indispensable»; con el deber de vigilar el mundo. Como señalan los autores, tales ambiciones grandiosas «sobreestimaron la capacidad de Estados Unidos para financiar, simultáneamente, un enorme estado de bienestar, regulación y administración junto con un complejo militar, diplomático, de inteligencia y de ayuda exterior masivo». En la era de la globalización posterior a la Guerra Fría, afirman los autores, las «élites de la política exterior»; apostaron por políticas que terminaron «vaciando a la clase media y la base industrial de la que depende la preeminencia económica y militar estadounidense».

Europa, al segundo lugar

La verdad duele. Pero hay otra razón por la cual la NSS ha irritado a los grandes diarios. Desde principios del siglo XX, el ‘establishment’ estadounidense ha considerado como una verdad evidente que no todas las regiones del mundo fueron creadas iguales y que Europa es la más importante de todas ellas. La NSS lo rechaza. Sitúa firmemente a Europa en un segundo lugar, por detrás del hemisferio occidental (que no es lo mismo que Occidente).

Nadie debería sorprenderse. Este año, el gobierno de Trump ha reunido una vasta armada en el Caribe, con la evidente intención de expulsar del poder al autoritario y corrupto presidente venezolano, Nicolás Maduro. Es parte de un esfuerzo por reafirmar la influencia estadounidense en Iberoamérica tras tres décadas de un abandono no muy benévolo, impulsado por una injustificada sensación de vergüenza por las pasadas intervenciones estadounidenses en países como Chile. Quizás la verdadera lección de la historia sea que, si Estados Unidos no actúa, terminas teniendo países como Cuba, Nicaragua y ahora Venezuela, cada uno con consecuencias más duraderamente desastrosas que el régimen de 17 años del general chileno Augusto Pinochet.

La línea más importante de la Estrategia Nacional de Seguridad (NSS) es: «Afirmaremos y haremos cumplir un ‘Corolario Trump’ de la ‘Doctrina Monroe’», una alusión al ‘Corolario Roosevelt’, llamado así por la afirmación del presidente Theodore Roosevelt en 1904 de que Estados Unidos tenía derecho a intervenir en países latinoamericanos en casos de «vicios crónicos». No hay un vicio más crónico hoy que Venezuela, un país otrora próspero convertido en un estado fallido por Maduro y su demagogo predecesor, Hugo Chávez. La NSS deja claro que Estados Unidos ya no se quedará de brazos cruzados mientras los criminales construyen imperios del narcotráfico cuyo principal objetivo son los jóvenes estadounidenses. En cambio, Estados Unidos buscará el apoyo de países alineados como Argentina y ampliará su influencia, contrarrestando la creciente presencia económica de la República Popular China en la región.

Europa y sus «desastrosas ideologías», según Vance

¿Quieren que les resuma mi opinión de todo esto en dos palabras? Ya era hora.

El documento retoma el discurso del vicepresidente Vance en Múnich sobre las patologías europeas, en particular las «restricciones antidemocráticas de las libertades fundamentales impulsadas por las elites» y las «desastrosas ideologías del ‘cambio climático’ y del ‘cero neto’». Como mencioné antes, hay un pasaje impactante que disgustó profundamente a la clase dirigente europea: «El declive económico se ve eclipsado por la perspectiva real y más cruda de la desaparición de la civilización. Entre los problemas más importantes a los que se enfrenta Europa se encuentran las actividades de la Unión Europea y otros organismos transnacionales que socavan la libertad política y la soberanía, las políticas migratorias que están transformando el continente y creando conflictos, la censura de la libertad de expresión y la represión de la oposición política, el desplome de las tasas de natalidad y la pérdida de las identidades nacionales y la confianza en sí mismas«.

En un artículo publicado en el ‘Financial Times’, Janan Ganesh sugirió con picardía que todo esto era un «autorreproche encubierto», ya que muchas de estas tendencias también son perceptibles en Estados Unidos. Sin embargo, existe una diferencia de grado. El nombre más popular para los bebés varones en Estados Unidos es Noé, no Mahoma, como en el Reino Unido. Se proyecta que la población musulmana del Reino Unido en 2050 podría alcanzar el 17%. Para Estados Unidos, el Pew Research Center proyecta una proporción de musulmanes del 2,1 %.

Hay una diferencia de grado entre Estados Unidos y Reino Unido: el nombre más popular para los bebés varones en EE.UU. es Noé, Mahoma en Reino Unido. En 2050, los musulmanes serán el 2,1% del primero, y el 17% en el segundo país

«Si las tendencias actuales continúan -escriben los autores de la NSS- el continente será irreconocible en 20 años o menos. Por lo tanto, no es nada obvio que ciertos países europeos tengan economías y ejércitos lo suficientemente fuertes como para seguir siendo aliados fiables«. Por desagradable que pueda resultar este análisis, será difícil encontrar pruebas de lo contrario. Mis amigos británicos y europeos, mejor informados, lo susurran en voz baja: »Quizás sea cierto«. Por lo tanto, no es descabellado que los responsables políticos estadounidenses escriban que «la gestión de las relaciones europeas con Rusia requerirá un importante compromiso diplomático por parte de Estados Unidos, tanto para restablecer las condiciones de estabilidad estratégica en toda la masa continental euroasiática como para mitigar el riesgo de conflicto entre Rusia y los estados europeos».

Ucrania

En cuanto a la guerra en Ucrania, no sé qué es lo objetable del análisis de los autores de la NSS: «Es un interés fundamental de los Estados Unidos negociar un rápido cese de las hostilidades en Ucrania, con el fin de estabilizar las economías europeas, evitar una escalada o expansión involuntaria de la guerra y restablecer la estabilidad estratégica con Rusia, así como permitir la reconstrucción de Ucrania tras las hostilidades para que pueda sobrevivir como un Estado viable».

También estoy de acuerdo con el punto de que «hay funcionarios europeos que tienen expectativas poco realistas sobre la guerra, instalados en gobiernos minoritarios inestables», aunque me parece un poco exagerado acusarlos de «pisotear los principios básicos de la democracia para reprimir a la oposición». En su mayoría son demasiado débiles para pisar nada más que sus propios pies.

Reflexionando, los europeos deberían celebrar que siguen ocupando el segundo lugar en este documento, por detrás del hemisferio occidental, pero por delante tanto de Oriente Medio como de Extremo Oriente. También deberían celebrar, al igual que los tradicionalistas de la política exterior en Nueva York y Washington, que la NSS ofrece resúmenes bastante convencionales de las prioridades de Estados Unidos en esas otras regiones.

¿Quién no quiere «impedir que una potencia adversaria domine Oriente Medio, sus suministros de petróleo y gas y los puntos estratégicos por los que pasan, evitando al mismo tiempo las ‘guerras eternas’ que nos han empantanado en esa región»?

Disuadir a China de atacar Taiwán

En cuanto a China, las páginas pertinentes se centran en la necesidad de disuadir a China de actuar contra Taiwán, «en parte debido al dominio de Taiwán en la producción de semiconductores, pero sobre todo porque Taiwán proporciona acceso directo a la segunda cadena de islas y divide el noreste y el sudeste asiático en dos teatros distintos». No es descabellado que los entusiastas del ‘America First’ sugieran que los aliados asiáticos de Estados Unidos -incluidos la India, Australia y Japón- contribuyan más a este esfuerzo disuasorio.

En consonancia con este análisis, se insiste en que Estados Unidos necesita reconstruir su atrofiada base industrial de defensa y «garantizar que la tecnología y los estándares estadounidenses -especialmente en inteligencia artificial, biotecnología y computación cuántica- impulsen el mundo». Una vez más, pregunto: ¿alguien se opone? No es como si pudiéramos delegar estas cuestiones a los europeos.

En resumen, en su prisa por ofenderse en nombre de los europeos, los comentaristas del rebaño han pasado por alto en gran medida lo variopinto que es el conjunto de ideas bastante convencionales que conforman la mayor parte de la nueva NSS. Está el realismo nixoniano, con su conocida insistencia en la primacía del interés nacional, el reparto de cargas y el equilibrio de poder. Está el «paz a través de la fuerza» reaganiano. Pero también está el «poder blando» del difunto Joe Nye –«a través del cual ejercemos una influencia positiva en todo el mundo»-, una idea de política exterior tan propia de Harvard como se pueda desear. Y África, como ha sido invariablemente el caso en todos los documentos de este tipo durante los últimos 50 años, aparece justo al final.

Si los periodistas no trataran a sus lectores como niños, explicarían cómo se elabora un documento como la NSS. La política exterior estadounidense no emana de textos doctrinales sagrados. Emana de la lucha entre agencias, que es una característica, no un defecto, del sistema. Se supone que el secretario de Estado está a cargo de la política exterior. Pero el presidente suele querer ser el protagonista en la escena mundial. Eso significa que el asesor de seguridad nacional tiende a tener ventaja debido a su proximidad al Despacho Oval (por eso Marco Rubio, al igual que Henry Kissinger, quería ambos puestos).Pero luego hay un estado dentro del estado llamado Departamento de Guerra (antes Defensa). Y no hay que olvidar la Agencia Central de Inteligencia, que tiene su propia agenda, ya que espía a los adversarios del país.

¿Olvidé mencionar que el Senado tiene el poder constitucional de aprobar tratados y que solo el Congreso tiene la autoridad constitucional para declarar la guerra?

Pregunta: ¿Qué rama del gobierno puede imponer aranceles a los productos de naciones extranjeras? ¿No está seguro? Consultemos a la Corte Suprema. Todo eso es solo la punta del iceberg, porque dentro de cada una de estas instituciones y agencias hay más batallas internas por el territorio y el estatus. Y luego están los intereses privados involucrados, entre los que destacan las empresas más grandes y poderosas de Estados Unidos.

Incluso si nunca has estado en una de las salas -o en los chats grupales de Signal- donde ocurre todo esto, lo encontrarás en ‘Hamilton’, la obra de Lin-Manuel Miranda:

Nadie sabe realmente cómo se juega el juego.

El arte del negocio.

Cómo se hacen las salchichas.

Simplemente asumimos que sucede.

Pero nadie más está en la habitación donde sucede.

Es cierto que hay aspectos de la receta de las salchichas de esta administración que son distintivos. Es inusual, pero no del todo sin precedentes, que el presidente otorgue un papel importante en las negociaciones exteriores a un familiar, como ha hecho Trump con su yerno, Jared Kushner (John Adams lo hizo, al igual que Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy y Jimmy Carter).

Es inusual, pero no del todo sin precedentes, que el presidente otorgue un papel importante en las negociaciones exteriores a un familiar, como ha hecho Trump con su yerno

Es inusual, pero no sin precedentes, que los colaboradores del presidente consideren las oportunidades de beneficio personal inherentes a ciertas decisiones de política exterior. De hecho, eso era parte integrante del funcionamiento de la política exterior del siglo XIX a ambos lados del Atlántico. Y, por repetirlo una vez más, ese enfoque funcionó bastante bien durante un siglo después de la derrota de Napoleón. ¿O acaso los Rothschild no deberían haber ayudado al primer ministro Benjamin Disraeli a adquirir el control británico del canal de Suez?

Lo que no es inusual es que una administración elabore un documento estratégico que todo el mundo analiza minuciosamente, en busca de su significado más profundo, mientras sus autores suspiran aliviados por haberlo conseguido finalmente, con la seguridad de que las personas que, en teoría, están en mejor posición para digerirlo- es decir, el presidente y su círculo más cercano- son precisamente las menos propensas a hacerlo.

Artículos Relacionados