Publicado: noviembre 8, 2025, 11:45 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/milagro-nina-omayra-surgio-lava-volcan-nevado-20251107190757-nt.html
¿Dónde está la ciudad colombiana de Armero? Esa es la pregunta que se hace cualquier persona que visita por primera vez el lugar y busca señales de su existencia mientras avanza por el precioso y ardiente valle que se extiende desde las faldas … de la Cordillera Central hacia el río Magdalena. Es una pregunta que te salta apenas ves el letrero que marca el inicio del municipio.
Pero, ¿dónde está la ciudad imaginada? Se insinúa por entre los inmensos árboles y la enmarañada vegetación que 40 años después se empeñan en darle vida a la tragedia. Armero se ubica, administrativamente hablando, en la vecina población de Guayabal, que en noviembre de 1985 era apenas una inspección de policía, pero por la tragedia del volcán Nevado del Ruiz quedó elevada a cabecera municipal del departamento de Tolima, ubicado en la zona central andina del país.
Emocionalmente, Armero está en muchas partes y colinda siempre con sentimientos fuertes y profundos que conmueven a los colombianos y que se expresan de muchas formas. Así ha sucedido con la reciente ‘performance’ de El colegio del cuerpo, que acompañado por fotos de Ruvén Afanador, se presentó en los fondos de la Trilladora Gualí, en Honda. Allí, cuarenta años después de la erupción del Nevado del Ruiz, que arrastró casi 25.000 vidas, se recrearon el color y el dolor de esta tragedia, incluido el adiós de una niña cubierta de espuma.
La tumba de Omayra
Uno de los puntos cardinales de este recorrido por Armero es precisamente la tumba de Omayra Sánchez. Con apenas 13 años, murió el 16 de noviembre de 1985, tres días después de la avalancha, atrapada entre escombros, lodo, gangrena e hipotermia, y ante la mirada de millones de personas en Colombia y el mundo que siguieron en vivo y en directo su agonía. Esa imagen la convirtió en el símbolo del dolor, la impotencia y rabia de los damnificados.
Hoy su tumba –una de las dos, porque en este país de desencuentros sobrevive una disputa por el punto exacto donde está enterrada Omayra– es un lugar de peregrinaje visitado por curiosos, turistas y devotos que piden el milagro de un hijo o agradecen un favor recibido. La tumba oficial, blanca y rodeada por una malla, está llena de flores sintéticas y luce cuidada.
Unos diez metros más allá, a mano izquierda, está la versión menos pretenciosa, sin rejas ni tanto esmero, una Omayra más de la tierra, con flores desgonzadas y vírgenes ahumadas por las velas, todo esto bajo un techo sencillo del que cuelgan escapularios, jugueticos para niños y cruces.
Sea como sea, cerca de las tumbas, la venta de imágenes de la niña, bisutería, agua y refrescos, rosarios y manillas es ya un milagro permanente en ese espacio donde, dicen, quedaba la casa de Omayra.
Los niños perdidos
A diferencia de Omayra, hay cientos de menores de edad que sobrevivieron al lahar (flujo de lodo y escombros volcánicos), pero quedaron atrapados en el desorden y la improvisación en la atención a las víctimas. «Ese tema no se tocó por mucho tiempo», asevera el periodista y director de la Fundación Armando Armero, Francisco González, quien perdió a su padre y a su hermano en la avalancha.
Un tiempo después, de regreso de estudiar Historia en España y con el fin de recuperar la memoria de la ciudad, puso en marcha unos talleres donde las personas podían señalar puntos simbólicos de Armero. Entonces empieza a recibir fotos de niños perdidos y peticiones para ayudar a encontrarlos. Y así lo que ya era un rumor tomó cuerpo: niños entregados para adopción en Europa o acogidos por familias colombianas que jamás lo informaron.
«Me enfoqué en corroborar varias de las historias que me contaban, tirando del hilo que, por ejemplo, me dio una muchacha que aseveraba haber visto viva a su hermanita, y el testimonio de un señor, con una finca en la zona donde se perdió el rastro de la menor y quien, al ver la foto, reconoció a la hija del médico Arteaga y aseveró que había salido sanita, que en su finca la bañaron y vistieron para entregarla a unos socorristas. La madre ya había enviado una carta al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (agencia gubernamental responsable de la defensa de los derechos de los menores) del cual nunca recibió respuesta».
«Al ver la foto, reconoció a la hija del médico Arteaga y aseveró que había salido sanita, que en su finca la bañaron y vistieron para entregarla a unos socorristas»
Francisco González
Director de la Fundación Armando Armero
Lo que siguió fue una cantidad de trabajo para diseñar formatos donde registrar a los menores perdidos, tratar de recomponer historias, guardar fotos, datos de familiares o vecinos, buscar apoyos y golpear inútilmente las puertas de un Estado que no movió un dedo. Así fueron pasando meses dedicados a visitar hospitales y albergues, a pegar carteles y remar contracorriente de lo que decían las autoridades.
Afortunadamente, el encuentro con el genetista Emilio Yunis y el generoso ofrecimiento de que su laboratorio asumiera las pruebas de ADN para archivarlas y cotejarlas eventualmente, fue un salto cuántico. Han pasado años y muchas tomas de ADN de madres y padres que buscan a sus hijos. De los 580 menores identificados en los últimos diez años, solo cinco han sido hallados. Un esfuerzo titánico, del tamaño del Ruíz.
400 barquitos surcarán las aguas del río Gualí con las fotografías de los niños perdidos en la tragedia de Armero
Y si bien Francisco se salvó de la avalancha, la mano larga del Nevado aún no lo suelta. Un día antes de cumplirse 40 años de la tragedia, el 12 de noviembre, en Honda en celebrarán diversos eventos de conmemoración. Uno de ellos consistirá en lanzar sobre las aguas del rio Gualí, también protagonista del desastre, más de 400 barquitos de madera que llevarán en sus velas la foto de un menor desaparecido. Con este acto se busca ponerle rostro y urgencia al posible reencuentro de quienes hoy, en algún lugar del mundo, pueden tener más de 40 años y aún buscan reencontrarse con sus orígenes.
Sobrevivir para contarlo
Mientras tanto, aquí, en Colombia, José Luis Albornoz, testigo en primera persona, comparte con ABC cómo vivió aquel 13 de noviembre de 1985. Estudiante de zootecnia por aquel entonces, Albornoz recuerda que visitaba la hacienda El Puente, una gran finca que se extendía hasta el río Magdalena, abrazada por un costado por el río Lagunilla, y en la cual la producción de maní, arroz, algodón y ganadería había sido el sustento de la familia de su entonces novia –hoy esposa– desde mediados del siglo XIX.
La cita con él es por la tarde. El calor y la humedad se disipan un poco al entrar a la casa de techos muy altos y piso de cemento que recuerda a un tablero de ajedrez con la mezcla de baldosas blancas y terracota que invitan a descalzarse para sentir su frío. Están manchadas, quizá por el paso de los años, pensamos, pero no. José Luis rápidamente explica que, a pesar de llevar más de 30 años limpiándolas, no logran quitar las manchas de azufre que dejó el lahar al atravesar la casa como una espada.
«Tres meses antes el río se cortó. Un derrumbe sobre el cauce del río lo represó con piedras enormes, del tamaño de esta casa. Fue el antecedente», relata hoy, mientras señala que poco más de cuatro mil personas sobrevivieron a la avalancha.
«En la tarde del 13 de noviembre anunciaron por radio que debíamos tapar los depósitos de agua pues caería ceniza. Quedamos todos tranquilos. Ya en la noche, empezamos a oír ruidos sobre el techo y pensamos que estaba lloviendo. Cuando salimos al patio vimos que no era agua, sino arena y no entendíamos qué pasaba», rememora. «Al momentico se fue la luz y comenzó a temblar durísimo; fui a coger mi billetera mientras Ana (su novia) y un amigo corrían al Renault 4, pensando en que si bien el rio Lagunilla quedaba a pocos metros de la casa, tendríamos tiempo para salir de la ciudad hacia Mariquita».
«La avalancha nos agarró, junto con un campero que muy pronto cayó a un hueco y dos adultos se mataron, dejando a dos niños en medio de la oscuridad y el terror»
José Luis Albornoz
Superviviente de la tragedia
José Luis recuerda que cuando fueron a pasar el puente «ya no estaba. Dimos la vuelta hacia el Líbano, pero la avalancha nos agarró, junto con un campero que muy pronto cayó a un hueco y dos adultos se mataron, dejando a dos niños en medio de la oscuridad y el terror. Logramos bajarnos y subirnos a un árbol».
Olas de lodo
El lodo llegaba por olas: la primera no fue tan dura. «Jaime, nuestro amigo, cogió a los dos niños y alcanzó a subirlos a otro árbol antes de la segunda oleada, que fue la más fuerte. Al otro día, al amanecer, no sabíamos a dónde ir. Ya de día, llegó un policía preguntando por las personas más heridas y se llevó a Jaime –señala–. Al poco tiempo apareció otro, que se llevó a los niños y a Ana». Solo ya, a José Luis le tocó caminar hasta un helicóptero –«había zonas con lodos muy calientes imposibles de pasar»– donde se reencontró con su novia. «Entonces nos subieron a un camioncito que nos llevó a Lérida, a 95 kilómetros de Armero, y en la escuelita nos lavaron con agua y un poquito de yodo». Entre las imágenes que emergen de ese día, está la de una montaña grande de ropa de la que cada uno cogía lo que necesitaba. «Como llevé la billetera, pudimos tomar un transporte hasta Ibagué y de allí a Bogotá». José Luis no supo más de los niños.
José Luis Albornoz fue testigo y sobrevivió a la tragedia
El relato, con sus detalles, es aterrador, aún más justo en el lugar donde los sorprendió el volcán, que está a 45 kilómetros de distancia en línea recta y al que le bastaron cinco horas para sepultar a Armero, junto con los establos con techos de más de seis metros. Los potreros (terrenos de pasto donde se alimenta al ganado) que antes eran planos hoy están inclinados debido a los más de tres metros de lodo que llegaron hasta allí, junto con piedras inmensas que lucen solitarias entre los árboles que han crecido.
La casa blanca y grande quedó milagrosamente en pie. Y es allí donde hoy queda Armero para cientos de víctimas que la visitan por estos días.
El ‘León dormido’
Y mientras algunas personas son acosadas por el pasado, otras se preguntan por el futuro de esta región y las zonas de influencia del famoso ‘León dormido’, como se le conoce coloquialmente al Nevado del Ruiz. ¿Es posible que vuelva a suceder la tragedia de Armero? ¿Dentro de cuánto tiempo? Da un poco de pudor, pero es inevitable plantearle estas preguntas, con sabor a consulta de Tarot, a Natalia Pardo Villaveces, doctora en vulcanología y directora del departamento de Geociencias de la Universidad de los Andes.
Pardo Villaveces ve la historia del Nevado del Ruiz y de otros volcanes activos con el telescopio de eras geológicas, dejando en perspectiva lo que sucede y ha sucedido en el planeta, y que igual puede pasar pues este tipo de volcanes «son muy grandes porque han hecho erupciones muchísimas veces y se han construido con las erupciones; la montaña se hace a sí misma. Y de vez en cuando incluso se destruyen y vuelven y se arman, cosa que puede pasar repetidamente hasta que se agotan», explica.
Así sucedió la tragedia
Erupción del 13 de noviembre
de 1985 (9:45 p.m)
Volcán Nevado del Ruiz
5.321 m de altura.
Cráter activo de 870 x 830 m de diámetro y profundidad de 247 m
Fallecidos
Situada a 48 kilómetros del cráter, en línea recta. Fue destruida en un 90% en el lapso de tan solo cinco horas
Riesgo ante una erupción
Amenaza de cenizas y lapili
Corrientes piroclásticas, lava, lahares, gases, proyectiles y escombros
Recorrido de las avalanchas de lahares
Viviendas
destruidas
35.000.000
Toneladas de material
expulsado (incluyendo magma)
Hectáreas quedaron cubiertas de lodo o impactadas por cenizas
Fuente: Servicio Geológico Colombiano,
OSM y elaboración propia / ABC / JdV, MJA y JTS
Así sucedió la tragedia
Erupción del 13 de noviembre de 1985 (9:45 p.m)
Volcán Nevado del Ruiz
5.321 m de altura. Cráter activo de 870 x 830 m de diámetro y profundidad de 247 m
Situada a 48 kilómetros del cráter, en línea recta. Fue destruida en un 90% en el lapso de tan solo cinco horas
Fallecidos
Riesgo ante
una erupción
Recorrido de las avalanchas de lahares
Viviendas
destruidas
Corrientes piroclásticas, lava, lahares, gases, proyectiles y escombros
35.000.000
Toneladas de material
expulsado (incluyendo magma)
Amenaza de
cenizas y lapili
Hectáreas quedaron cubiertas de lodo o impactadas por cenizas
Fuente: Servicio Geológico Colombiano, OSM y elaboración propia / ABC / JdV, MJA y JTS
Ahí hay un pedacito de respuesta, pero nadie puede poner sus manos sobre el volcán y aseverar nada. En todo caso, son preguntas sustanciales planteadas en retrospectiva si se busca un patrón de comportamiento del Ruiz. Es importante recordar que hubo dos explosiones previas de las que se tiene registro: una en 1595, la primera documentada y que causó 636 muertes; y la segunda, en 1845, que al paso del lahar dejó más de mil muertos. Pero ninguno, como la tragedia de 1985, hizo tan evidente la precariedad del sistema de alertas en un país donde los desastres son muy naturales y ha habido poco rigor en la planificación temprana, a lo que se le atribuye parte del horror de Armero.
Primeras alertas
Pero sí se dieron algunas alertas tempranas. «En noviembre de 1984, los montañistas que visitaban el Nevado del Ruiz empiezan a detectar un olor a podrido mayor a lo normal –azufre–; y en diciembre, en la Universidad Javeriana, se detecta un enjambre sísmico que localizan en la zona, lo que ayuda a subir un poquito las alertas. A estos mensajes se suman los de geólogos que realizaban exploración geotérmica en el Ruiz y reportan que hay algo anormal. Por eso llegan expertos internacionales a Colombia e inician una tarea de entender al volcán y cuál podría ser el camino, de darse una explosión», indica.
Pardo Villaveces recuerda que las universidades Nacional y Javeriana e Ingeominas «trataron de armar una triangulación con al menos tres o cuatro sismómetros para localizar mejor el origen y caracterizarlo. Eso fue en julio del 85».
Las primeras emisiones de ceniza se dieron en septiembre, actividad que provocó el deshielo local y flujos muy espesos que llegaron a la carretera a Murillo. «Ese mes los geólogos entregaron el mapa de riesgo, después de caminar como locos midiendo hasta las cuencas de los ríos para entender la personalidad del Ruiz. Lo interesante es que el mapa sí mostró por dónde se canalizarían los flujos hacia el valle del Magdalena y marcaron las zonas más peligrosas». Allí estaba Armero.
