Publicado: junio 18, 2025, 8:45 am
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/guerra-iranisrael-amenaza-seguridad-20250617044055-nt.html

En el arte de la guerra, la sorpresa es el principio complementario más codiciado de cualquier iniciativa. Pero, en la operación ‘Rising Lion’ (León rampante) de ataque de Israel contra Irán, desencadenada el 13 de junio, la sorpresa táctica solamente se logró por el … momento de lanzarla. Y la sorpresa estratégica, simplemente, no existió porque tal operación y el subsiguiente estado de guerra con Irán son la continuación lógica de una permanente estrategia israelí orientada a descoyuntar los regímenes musulmanes más afines a la llamada causa palestina. Tales como Irak, Líbano, Libia, Siria, Somalia, Sudán, Yemen (hutíes) y, obviamente, Irán, inspirador y guía de los demás.
La finalidad suprema de la operación es impedir que Teherán se dote del arma nuclear. Y, suplementariamente, derribar al régimen teocrático iraní. Para tales fines y ganar la superioridad aérea, los objetivos atacados fueron, inicialmente, los sistemas antiaéreos (radares y lanzadores de misiles), los de guerra electrónica y los puestos de mando. Seguidos, inmediatamente, por las instalaciones nucleares, las fábricas de misiles y la cúpula militar iraní.
En los dos primeros rangos, fueron prioritarias dos centrales de enriquecimiento de uranio localizadas respectivamente en Natanz (240 km al sur de Teherán) y Fordow (25 km al sur de Qom). Instalaciones, en muchos casos, enterradas bajo decenas de metros de hormigón, que obligan a la aviación israelí a sucesivos ataques con bombas anti-bunker para, metro a metro, ir erosionando los refugios. Del tercer rango, lograron abatir a altos jefes militares (incluido el Jefe de la Guardia Revolucionaria, general Hussein Salami, hombre clave del programa nuclear), y varios científicos nucleares.
Cuatro aspectos del escenario son muy relevantes. Uno es el envidiablemente eficaz planeamiento conjunto entre fuerzas militares y servicios de inteligencia israelíes. Otro es la inevitable complicidad norteamericana -y de otros-, en la operación. Porque los más de 1.500 km de distancia entre las bases aéreas israelíes y los objetivos batidos en Irán requieren un masivo reabastecimiento en vuelo, que solamente los aviones cisterna norteamericanos podrían garantizar. Lo mismo se aplicaría a otros apoyos de inteligencia y satelitales.
El tercero es el cierre de ojos de países de la región (como Siria, Jordania e Irak) que están siendo repetidamente sobrevolados por los cazabombarderos israelíes. Y el cuarto es la asimetría de los factores en presencia. Los selectivos ataques israelíes son respondidos por lanzamientos al bulto de misiles y drones persas desde emplazamientos móviles logrando, en algunos casos, perforar el sobresaliente sistema multicapas israelí de defensa antiaérea: Iron Dome (Cúpula de Hierro); David’s Sling (Honda de David); y Arrow (Flecha) entre otras.
Asimismo, la obvia asimetría entre ambos países en población y extensión territorial se compensa contraponiendo al envite persa por la cantidad y la profundidad territorial, la apuesta israelí por la calidad tecnológica y la rapidez de reacción. En todo caso, no parece muy probable que la acción aérea israelí, por sí sola, pudiera propiciar un cambio de régimen en Teherán. Tal demandaría botas sobre suelo iraní, como sucedió en Irak en 2003.
Dolor de cabeza en la Casa Blanca
La «Rising Lion» ha enterrado, de momento, las negociaciones norteamericano-iraníes, en Omán, para frenar el programa nuclear iraní. Con ellas, Teherán ganaba tiempo mientras aceleraba el enriquecimiento de uranio para dotarse del arma nuclear. De ahí que Tel Aviv haya contado con el plácet y el apoyo norteamericano para desencadenar una guerra donde se dirimen la supervivencia de Israel, la hegemonía regional y la probabilidad de un futuro conflicto nuclear.
El dolor de cabeza en la Casa Blanca debe ser insoportable con cuatro frentes activos. En el exterior: el ucraniano; el creciente de Indopacífico-Taiwan; y el irano-israelí. En casa: la insurrección migratoria. Además, se añade la proximidad de la Cumbre Atlántica de La Haya (24-26 de junio), con algunos aliados arremangándose para la batalla del gasto en defensa. Tal cúmulo de problemas solapados, junto al notorio acercamiento de capacidades militares norteamericanas a Oriente Próximo, agrandan el riesgo de que el histriónico presidente estadounidense caiga en ese error, que Jürgen Habermas identifica con la recurrencia al arsenal de las soluciones sin un profundo análisis de los fenómenos complejos. O que, en La Haya, Trump, como acaba de hacer en el G-7, despache a sus aliados atlánticos un sonoro: «Ahí os quedáis. Y, entonces qué…».