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La estrella política de Elon Musk se apaga

«Esta es una de esas cosas que no parecen que vayan a afectar el destino entero de la humanidad, pero yo creo que lo hará». Son palabras de Elon Musk hace unos días, en su habitual hipérbole y mesianismo. ¿Hablaba de la conquista … de Marte, a la que está decidido a ponerle su firma? ¿Quizá de una innovación revolucionaria en la creación de energía que abra un futuro de riqueza global? No, hablaba de la elección de un juez en Wisconsin. No está claro que esa elección, celebrada el pasado martes, vaya a cambiar el destino de la humanidad. Pero sí podría cambiar el de Musk.
Esa cita electoral en Wisconsin, además de otras dos elecciones a escaños vacantes por Florida de la Cámara de Representantes, se consideraron un mini-referéndum a la dupla Donald Trump-Elon Musk y sus dos meses y medio en la Casa Blanca. El resultado fue un varapalo para Musk -el candidato conservador en Wisconsin perdió con estrépito- y una advertencia para Trump; los candidatos republicanos en Florida ganaron sus distritos por un margen mucho menor del que sacó el presidente en noviembre, en medio de la impopularidad de algunas de sus políticas, en especial los recortes masivos comandados por Musk. Desde entonces se acumulan los elementos -informaciones sobre la salida inminente de Musk del Gobierno, encuestas negativas, protestas en las calles, división por el arancelazo- que apuntan a un cambio de la posición para el hombre más rico del mundo: de ser la estrella que más luce en el firmamento trumpista, ahora se le percibe como un lastre político.
Lo ocurrido en Wisconsin es lo más revelador. Era una elección a un juez del Tribunal Supremo estatal que determinaría si conservaba su mayoría liberal (4-3) o inauguraba una de corte conservador. Wisconsin tiene la importancia añadida de ser un estado bisagra, de esos que deciden elecciones. Allí ganó Trump en noviembre por la mínima, 30.000 votos. Y allí se implicó Musk de todas las maneras posibles: con la billetera, invirtió 23 millones de dólares, lo que contribuyó a hacer de esta elección la más cara de la historia para un juez estatal; le dedicó tiempo, con multitud de mensajes, entrevistas, intervenciones en redes sociales y participación en mítines; y hasta hizo el payaso, colocándose el famoso sombrero de queso, el símbolo de Wisconsin.

Todo eso fue un error no forzado, un fallo de principiante en política, una demostración de que se puede ser un genio en algunas cosas y un desastre en otras. Invirtió su capital político en esa elección y perdió. La victoria clara, por más de diez puntos, de la juez liberal, Susan Crawford, sirvió para materializar en las urnas la incomodidad de muchos en EE.UU. con Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental, embarcado en una carrera furiosa para la eliminación brusca de agencias federales y el despido masivo de empleados. Lo está haciendo, además, de forma caótica y excéntrica: con declaraciones desatadas -alardeó de pasar un fin de semana «echando a la agencia de desarrollo internacional a la picadora»-, con la oposición de los tribunales -varias de sus medidas han sido bloqueadas- o levantando entre gritos una motosierra en la conferencia conservadora CPAC.
La elección en Wisconsin fue, de forma más amplia, un palo en la rueda del tándem que ha marcado EE.UU. desde la pasada campaña electoral. En la transformación radical que Trump está imprimiendo a EE.UU., el protagonismo de Musk es central. La dupla del hombre más poderoso del mundo y el hombre más rico del mundo estirando los límites constitucionales del poder ejecutivo para dar la vuelta a EE.UU. como un calcetín fue puesta a prueba en aquel estado del Medio Oeste y la respuesta fue negativa. Y quien no quiere caerse de la bicicleta es Trump.
No era nada que no hubieran avisado ya las encuestas. Los últimos tres grandes sondeos apuntan a que el hombre más rico del mundo es impopular, con al menos 20 puntos de diferencia entre quienes tienen una opinión desfavorable y favorable sobre él. En la última, la de Marquette University, a Musk le suspenden el 60% de los estadounidenses y solo le aprueban el 38%. Los recortes al sector público, la eliminación de agencias ineficientes, no son especialmente impopulares en EE.UU. Pero sí lo es la forma en la que lo está haciendo Musk a través de DOGE: un 58% le suspende, frente al 41% que le aprueba.

Crisis de confianza

En las protestas organizadas este sábado en todo EE.UU. contra la presidencia de Trump, más grandes de lo previsto, Musk era uno de los objetivos principales de las pancartas. La movilización tenía el lema ‘Hands off’ (algo así como ‘Quita las manos’), en referencia a la ambición ejecutiva expansiva del segundo mandato: desde controlar las instituciones hasta eliminar agencias federales populares.
No es casualidad que, pocas horas después del descalabro en Wisconsin, ‘Politico’ publicara que Musk dejaría el Gobierno «en las próximas semanas». La Administración Trump trató de sacudirse la crisis de manera cambiante: desde calificarlo como ‘fake news’ -algo que también hizo Musk- hasta conceder, por boca del propio Trump, que Musk tendrá que dejar el Gobierno pronto. La justificación de esta postura es que Musk tiene un periodo máximo como ‘empleado gubernamental especial’ de 130 días, un plazo que concluye a finales de mayo. Pero es una explicación poco creíble para una Administración que anteriormente, cuando esta crisis de confianza hacia Musk no estaba en marcha, aseguraba que Musk seguiría en su puesto hasta cumplir con su objetivo: eliminar un billón de dólares en gasto público. También sería sorprendente que a una Administración que ha desoído órdenes judiciales le costara encontrar la manera, si está en su interés, de prorrogar la presencia de Musk en el Gobierno.
La última turbulencia con Musk tiene que ver con los aranceles. Frente a la posición de Trump, y en medio del impacto brutal que está teniendo en una de sus compañías, Tesla, el sudafricano ha defendido, por ejemplo, «una zona de libre comercio» entre EE.UU. y Europa, en las antípodas del presidente y sus aliados.
Cada vez es más evidente para los republicanos que Musk se ha convertido en un activo tóxico: DOGE es impopular, ha protagonizado trifulcas en el Gabinete -la más sonada, con el secretario de Estado, Marco Rubio- y pierde elecciones. Pero pocos, incluido Trump, querrán dar del todo la espalda al hombre más rico del mundo. Fue el mayor financiador de su campaña electoral, con casi 300 millones de dólares. Está regando con donaciones a los republicanos que se alinean con él, como en su batalla contra lo que él califica de «jueces activistas». Y las determinantes elecciones legislativas del año que viene están -la política nunca para en EE.UU.- a la vuelta de la esquina.

Publicado: abril 7, 2025, 12:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/estrella-politica-elon-musk-apaga-20250406211649-nt.html

«Esta es una de esas cosas que no parecen que vayan a afectar el destino entero de la humanidad, pero yo creo que lo hará». Son palabras de Elon Musk hace unos días, en su habitual hipérbole y mesianismo. ¿Hablaba de la conquista de Marte, a la que está decidido a ponerle su firma? ¿Quizá de una innovación revolucionaria en la creación de energía que abra un futuro de riqueza global? No, hablaba de la elección de un juez en Wisconsin. No está claro que esa elección, celebrada el pasado martes, vaya a cambiar el destino de la humanidad. Pero sí podría cambiar el de Musk.

Esa cita electoral en Wisconsin, además de otras dos elecciones a escaños vacantes por Florida de la Cámara de Representantes, se consideraron un mini-referéndum a la dupla Donald Trump-Elon Musk y sus dos meses y medio en la Casa Blanca. El resultado fue un varapalo para Musk -el candidato conservador en Wisconsin perdió con estrépito- y una advertencia para Trump; los candidatos republicanos en Florida ganaron sus distritos por un margen mucho menor del que sacó el presidente en noviembre, en medio de la impopularidad de algunas de sus políticas, en especial los recortes masivos comandados por Musk. Desde entonces se acumulan los elementos -informaciones sobre la salida inminente de Musk del Gobierno, encuestas negativas, protestas en las calles, división por el arancelazo- que apuntan a un cambio de la posición para el hombre más rico del mundo: de ser la estrella que más luce en el firmamento trumpista, ahora se le percibe como un lastre político.

Lo ocurrido en Wisconsin es lo más revelador. Era una elección a un juez del Tribunal Supremo estatal que determinaría si conservaba su mayoría liberal (4-3) o inauguraba una de corte conservador. Wisconsin tiene la importancia añadida de ser un estado bisagra, de esos que deciden elecciones. Allí ganó Trump en noviembre por la mínima, 30.000 votos. Y allí se implicó Musk de todas las maneras posibles: con la billetera, invirtió 23 millones de dólares, lo que contribuyó a hacer de esta elección la más cara de la historia para un juez estatal; le dedicó tiempo, con multitud de mensajes, entrevistas, intervenciones en redes sociales y participación en mítines; y hasta hizo el payaso, colocándose el famoso sombrero de queso, el símbolo de Wisconsin.

Todo eso fue un error no forzado, un fallo de principiante en política, una demostración de que se puede ser un genio en algunas cosas y un desastre en otras. Invirtió su capital político en esa elección y perdió. La victoria clara, por más de diez puntos, de la juez liberal, Susan Crawford, sirvió para materializar en las urnas la incomodidad de muchos en EE.UU. con Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental, embarcado en una carrera furiosa para la eliminación brusca de agencias federales y el despido masivo de empleados. Lo está haciendo, además, de forma caótica y excéntrica: con declaraciones desatadas -alardeó de pasar un fin de semana «echando a la agencia de desarrollo internacional a la picadora»-, con la oposición de los tribunales -varias de sus medidas han sido bloqueadas- o levantando entre gritos una motosierra en la conferencia conservadora CPAC.

La elección en Wisconsin fue, de forma más amplia, un palo en la rueda del tándem que ha marcado EE.UU. desde la pasada campaña electoral. En la transformación radical que Trump está imprimiendo a EE.UU., el protagonismo de Musk es central. La dupla del hombre más poderoso del mundo y el hombre más rico del mundo estirando los límites constitucionales del poder ejecutivo para dar la vuelta a EE.UU. como un calcetín fue puesta a prueba en aquel estado del Medio Oeste y la respuesta fue negativa. Y quien no quiere caerse de la bicicleta es Trump.

No era nada que no hubieran avisado ya las encuestas. Los últimos tres grandes sondeos apuntan a que el hombre más rico del mundo es impopular, con al menos 20 puntos de diferencia entre quienes tienen una opinión desfavorable y favorable sobre él. En la última, la de Marquette University, a Musk le suspenden el 60% de los estadounidenses y solo le aprueban el 38%. Los recortes al sector público, la eliminación de agencias ineficientes, no son especialmente impopulares en EE.UU. Pero sí lo es la forma en la que lo está haciendo Musk a través de DOGE: un 58% le suspende, frente al 41% que le aprueba.

Crisis de confianza

En las protestas organizadas este sábado en todo EE.UU. contra la presidencia de Trump, más grandes de lo previsto, Musk era uno de los objetivos principales de las pancartas. La movilización tenía el lema ‘Hands off’ (algo así como ‘Quita las manos’), en referencia a la ambición ejecutiva expansiva del segundo mandato: desde controlar las instituciones hasta eliminar agencias federales populares.

No es casualidad que, pocas horas después del descalabro en Wisconsin, ‘Politico’ publicara que Musk dejaría el Gobierno «en las próximas semanas». La Administración Trump trató de sacudirse la crisis de manera cambiante: desde calificarlo como ‘fake news’ -algo que también hizo Musk- hasta conceder, por boca del propio Trump, que Musk tendrá que dejar el Gobierno pronto. La justificación de esta postura es que Musk tiene un periodo máximo como ‘empleado gubernamental especial’ de 130 días, un plazo que concluye a finales de mayo. Pero es una explicación poco creíble para una Administración que anteriormente, cuando esta crisis de confianza hacia Musk no estaba en marcha, aseguraba que Musk seguiría en su puesto hasta cumplir con su objetivo: eliminar un billón de dólares en gasto público. También sería sorprendente que a una Administración que ha desoído órdenes judiciales le costara encontrar la manera, si está en su interés, de prorrogar la presencia de Musk en el Gobierno.

La última turbulencia con Musk tiene que ver con los aranceles. Frente a la posición de Trump, y en medio del impacto brutal que está teniendo en una de sus compañías, Tesla, el sudafricano ha defendido, por ejemplo, «una zona de libre comercio» entre EE.UU. y Europa, en las antípodas del presidente y sus aliados.

Cada vez es más evidente para los republicanos que Musk se ha convertido en un activo tóxico: DOGE es impopular, ha protagonizado trifulcas en el Gabinete -la más sonada, con el secretario de Estado, Marco Rubio- y pierde elecciones. Pero pocos, incluido Trump, querrán dar del todo la espalda al hombre más rico del mundo. Fue el mayor financiador de su campaña electoral, con casi 300 millones de dólares. Está regando con donaciones a los republicanos que se alinean con él, como en su batalla contra lo que él califica de «jueces activistas». Y las determinantes elecciones legislativas del año que viene están -la política nunca para en EE.UU.- a la vuelta de la esquina.

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