Publicado: abril 6, 2025, 10:45 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/cara-guerrera-gaza-historia-franja-mikel-ayestaran-20250406043343-nt.html
Es 7 de octubre de 2023, sábado, y en Estambul son las 6.35 de la mañana. Entre la resaca de una larga sobremesa de coñac moldavo y mi pérdida progresiva de visión, me cuesta leer los mensajes. Solo distingo «BREAKING» y más «BREAKING».
Alejo … el aparato lo que puedo y lo acerco despacio hasta lograr ese punto en el que se aclara la bruma que envuelve el texto de la pantalla. Justo cuando logro enfocar la vista suena el teléfono.
—¡Mikel, despierta, hoy empieza la liberación de Palestina! —grita, exultante, Moaz, un periodista palestino compañero de mil historias.
—¿Qué dices? —respondo adormilado.
—¡Mira las noticias y hablamos más tarde! Te voy enviando cosas por WhatsApp.
Todavía estoy medio dormido. ¿Estoy soñando? Miro a mi alrededor y Alo sigue dormida. Corro la cortina para cerciorarme de que Santa Sofía sigue presidiendo el Cuerno de Oro y que los barcos surcan el Bósforo con normalidad matutina. Allí están las dos cosas. Todo correcto, no estoy soñando. Es 7 de octubre y veo en directo a través del móvil algo que nunca había podido imaginar: Hamás —el grupo islamista que gobierna la Franja de Gaza— ataca a Israel. Una vez más me acuerdo de expertos, especialistas y analistas… Nadie lo ha visto venir, nadie. Muy típico de Oriente Medio.
Conecto el directo de la cadena Al Jazeera y marco inmediatamente el número de Kayed Hamad, mi hermano y el de otros muchos periodistas que trabajamos en Gaza desde hace décadas. Kayed, un gazatí con familia en Málaga y dilatada experiencia en el mundo de la cooperación y el periodismo, no tarda ni un segundo en responder.
Portada del libro

—Parece que les han dado duro —me cuenta—. Nos hemos despertado con el estruendo de la salida de cohetes y más cohetes. Esta vez golpean primero las Brigadas de Ezedin alKasem. Han roto la verja de separación por muchos puntos y combaten en Israel, dentro de Israel. Increíble. Ven lo antes posible, no tardes, que viene una muy gorda. Envíame ya los papeles para pedir el permiso de entrada de Hamás.
Esto último es porque Kayed es muy previsor y quiere solicitar hoy mi permiso de periodista a los responsables del grupo islamista. Viendo las imágenes que me llegan al teléfono no creo que los funcionarios de Hamás estén hoy en sus puestos de trabajo, pero, por si acaso, preparo la documentación.
Llamo a un colega periodista israelí en Jerusalén para saber cómo está viviendo lo ocurrido y si tiene algo más de información. No contesta. Le dejo un mensaje.
Me visto, preparo un café, meto el ordenador en la maleta de viaje, que siempre tengo medio preparada, les doy un beso a Alo, Ane y Telmo, y salgo a buscar un taxi que me lleve al aeropuerto. Contacto con los medios con los que colaboro para decirles que esa misma tarde podría estar operativo en Israel, pero me piden que aguante unas horas en Estambul, donde mi familia y yo vivimos desde hace poco más de dos años —después de pasar siete en Jerusalén— para no perder las conexiones de directo de televisión, donde será el tema principal. Me obligo a esperar.
Una vez más, este es un viaje sin billete de vuelta.
Regreso a casa a preparar los directos. Comienzo a ser consciente de que Gaza vuelve a explotar y que lo hace de una manera nunca antes vista. Hamás ha sorprendido a Israel con una operación a gran escala por tierra y aire que de momento deja «decenas de muertos», según los medios israelíes. Han lanzado más de 2.000 cohetes, al mismo tiempo que numerosos milicianos atravesaban el muro de separación de ocho metros de altura para llegar a las decenas de comunidades y bases militares más próximas a la Franja. Solo en ocasiones contadas algún comando, de forma puntual, había burlado las medidas de seguridad israelíes y cruzado al otro lado por medio de túneles. Esta vez el ataque es mucho más importante; masivo, de hecho. El responsable militar de Hamás, Mohamed Deif, bautiza la operación como «Inundación de Al-Aqsa» y adelanta que se trata de un movimiento nacido en Gaza que «se extenderá a Cisjordania y al extranjero, a todo lugar donde nuestra gente y nuestra nación esté presente». Hamás vincula su golpe a la defensa de la mezquita de Al-Aqsa, el tercer lugar más sagrado para los musulmanes, por detrás de La Meca y Medina. Con ello busca la complicidad de todos los árabes, porque Al-Aqsa les une a todos, por encima de las divisiones políticas y físicas.
El enésimo conflicto en la Franja comienza un día después de que se cumplan cincuenta años del inicio de la guerra de octubre de 1973. Entonces, una coalición dirigida por Damasco y El Cairo lanzó por sorpresa un ataque simultáneo contra las fuerzas israelíes que ocupaban los altos del Golán, en Siria, y el Sinaí, en Egipto, y lo hicieron aprovechando la más importante fiesta del calendario judío, Yom Kipur. Medio siglo después, Hamás aprovecha la festividad del Simjat Torá, en la que se completa el ciclo anual de lectura de la Torá, para golpear con toda su fuerza a Israel.
«La maniobra táctica de Hamás ha sorprendido a las fuerzas israelíes, acostumbradas a llevar la iniciativa en las ofensivas lanzadas en 2008, 2012 y 2014»
La maniobra táctica de Hamás ha sorprendido a las fuerzas israelíes, acostumbradas a llevar la iniciativa en las ofensivas lanzadas en 2008, 2012 y 2014, en las que era Israel quien daba el primer golpe. Las redes sociales se llenan de vídeos con ataques de drones palestinos contra tanques y vehículos militares, excavadoras destrozando la verja de seguridad, milicianos cruzando la frontera en parapente, furgonetas y motos regresando a la Franja con soldados y civiles israelíes capturados… Los que no veo yo me los envía Moaz, que acompaña cada vídeo con mensajes de voz con un tono cada vez más sobreexcitado y sorprendido: «Esto es descomunal, enorme. Es enorme, Mikel. Los israelíes están en una posición muy complicada porque no pueden usar la aviación, tienen que ir casa por casa en los kibutz porque hay civiles y milicianos por todas partes. Es enorme».
Es un escenario inconcebible para un país que llevaba más de una década levantando un sistema de seguridad multimillonario que en el momento de la verdad ha hecho aguas. Cámaras, sensores de última generación, torretas armadas, drones de vigilancia, fuerzas de élite… Nada ha servido para prevenir el mayor desastre de la seguridad israelí desde ese Yom Kipur de 1973, bautizado desde el primer momento como «el 11-S israelí» por periodistas y políticos del país.
Cumplido el trámite de los directos para abrir los informativos, vuelo a Israel. El trayecto es de menos de dos horas.
Aterrizo en una Tel Aviv conmocionada. Llamo a Fahe, mi conductor habitual, pero se disculpa y me dice que no es seguro para un árabe ir al aeropuerto en estos momentos. Nunca en ocho años de trabajo me había dicho algo así. Poco a poco se va conociendo la magnitud de lo ocurrido: además de los kibutz y las bases militares, Hamás ha atacado un festival de música que se celebraba a menos de cuatro kilómetros de la verja de separación, donde miles de jóvenes disfrutaban de una larga velada de música electrónica. (¿A quién se le ocurre montar un festival de este tipo a las puertas de Gaza? A los israelíes, convencidos de sus medidas de seguridad.) Las autoridades israelíes han anunciado la puesta en marcha de la operación Espadas de Hierro y la aviación de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés) ha comenzado a bombardear la Franja con dureza. Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí y líder del Gobierno más derechista en la historia del país, comparece ante las cámaras para declarar el estado de guerra. «Hamás ha abierto las puertas del infierno», dice el general Ghassan Alian, enlace militar con los palestinos en los territorios ocupados, «ha tomado su decisión y ahora pagará el precio». Llegan noticias sobre milicianos atrincherados en algún kibutz en Sderot, y de varias furgonetas con la bandera verde de Hamás que han llegado incluso hasta el pueblo de Ofakim, a 26 kilómetros de la Franja.
En lugar de irme a un hotel, me dirijo en taxi a la casa de Sara Gómez, delegada de EFE, la agencia de noticias española, y de su marido, Alejandro Ernesto Pérez, fino fotógrafo cubano y amante de los Lada soviéticos, como yo, que me ceden la habitación de invitados. En su salón montamos una mesa de crisis en toda regla. En la cuarta planta del mismo edificio del barrio de Musrara, Laura Alonso, corresponsal de Radio Nacional de España, me ofrece su balcón como punto de directos con vistas a la Cúpula de la Roca. No pensaba que la vuelta a mi viejo barrio durante casi ocho años fuera a ser bajo estas circunstancias. Todavía no he podido cerrar la herida personal que supuso dejar la Ciudad Santa, y que es imposible explicar con palabras.
Más que por la energía o la santidad que se le atribuye al lugar, por la enorme experiencia profesional y familiar que supuso.
Mis dos hijos son más jerosolimitanos que vascos, y yo, con la boca pequeña, le voy suplicando a Alo que regresemos pasados unos años, cuando Ane y Telmo hayan volado del nido. Al mismo barrio, a la misma calle, bajo esa luz que solo ilumina Jerusalén, incluso en los momentos más turbios.
Todo se mueve rápido. Israel ha puesto en marcha toda su maquinaria bélica. Netanyahu invoca al pasaje bíblico de Amalec, el nombre de la tribu que atacó a los israelitas tras su éxodo de Egipto, un nombre que personifica el mal que amenaza a los judíos y al resto de la humanidad. El líder israelí anuncia una guerra larga que «cambiará Oriente Medio» y asegura que «igual que Estado Islámico fue aplastado, Hamás debe ser aplastado». El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, ordena imponer un bloqueo total a Gaza, lo que incluye cortar el suministro de agua, medicinas y comida, y les dice a sus tropas que «combaten contra animales y deben actuar de acuerdo con ello». El general Herzi Halevi, jefe del ejército israelí, adelanta que «Gaza nunca más volverá a parecerse a lo que era», fija como objetivos «atacar y desmantelar a Hamás», y afirma que «Yahia Sinwar y el resto de la jefatura de Hamás son hombres muertos». El responsable israelí de seguridad nacional, Itamar Ben-Gvir, declara que, en Gaza, «todos son terroristas y hay que destruirlos».
Me voy a dormir después de un largo día de crónicas escritas, conexiones de radio y televisión, intensa actividad en redes sociales e incertidumbre. El primer balance de la jornada es de más de cuatrocientos muertos a ambos lados de la verja de separación, miles de heridos y decenas de cautivos en manos de grupos palestinos. Con el paso de las horas estas cifras subirán de forma dramática hasta situarse en las 1.200 víctimas mortales. Gaza muestra una vez más su cara guerrera ante una fuerza de ocupación después de siglos de resistencia. El 7 de octubre no es el inicio de la historia, es un punto y seguido en una tierra que siempre se ha rebelado contra sus amos, desde los faraones egipcios hasta el estado de Israel. Gaza no se rinde.