Greg Mills: «Occidente da a Ucrania lo suficiente para no perder, pero no para ganar» - Colombia
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Greg Mills: «Occidente da a Ucrania lo suficiente para no perder, pero no para ganar»

«¿Habría Putin invadido Ucrania seis meses después del colapso de Afganistán si Occidente no se hubiera retirado como lo hizo?», se pregunta el sudafricano Greg Mills, director de la Fundación Brenthurst y experto en conflictos. «Creo que él vio a Occidente como … débil, decadente, probablemente reacio a brindar asistencia a Ucrania», se responde. «En ese sentido, los conflictos están vinculados. Además, tienen demasiadas similitudes, como la guerra asimétrica o la dependencia del apoyo extranjero». Semejanzas que impulsaron a Mills a estudiar en profundidad las consecuencias de la invasión rusa, relegada estos días a un segundo plano tras la escalada en Oriente Próximo.
Mills, quien ha trabajado como asesor militar en Afganistán, colaborado con gobiernos africanos y analizado procesos de paz en Colombia, acaba de publicar ‘El arte de la guerra y la paz’ (Crítica) y también un nuevo informe sobre los posibles desenlaces de la guerra en Ucrania, en colaboración con el expresidente colombiano Andrés Pastrana y el exministro de Defensa Juan Carlos Pinzón. «Dado que el conflicto ocurre en el corazón de Europa, queríamos analizar qué implicaciones tendrá para la seguridad continental y global», explica.
Una de sus principales conclusiones es que «Ucrania ha evolucionado de formas que ni siquiera los propios ucranianos han comprendido del todo. No sólo en cuanto al armamento o la sofisticación relativa, sino también en su organización y capacidad para manejar problemas complejos». Según Mills, hace tres años eso no era tan evidente. «Si querían un dron, lo compraban en China. Si querían armas avanzadas, las obtenían de Occidente. Su cultura de servicios era muy pobre, inadecuada. Pero se han organizado increíblemente rápido».

Parte de este cambio, señala, se debe al impacto de la diáspora: cerca de cinco millones de ucranianos han migrado a Europa Occidental desde el inicio del conflicto. «Estas personas están absorbiendo conocimientos, estándares y redes que, al regresar o colaborar con su país, pueden tener un efecto transformador similar al que ha tenido la diáspora en otras regiones, como Asia o África. Esta migración será clave para la reconstrucción y modernización del país en la próxima década».
—¿Qué posibilidades reales existen de alcanzar la paz en Ucrania?
–Una victoria total para Ucrania o para Rusia parece poco probable. En medio de esos extremos, hay varios escenarios posibles, pero para que una paz sea sostenible, se deben cumplir tres condiciones esenciales. Primero, ambas partes deben convencerse de que terminar el conflicto ofrece más beneficios que continuarlo. Segundo, debe haber presión equitativa desde la comunidad internacional para que ambas partes negocien, algo que actualmente no sucede: Rusia cuenta con el apoyo de aliados como China o Irán, mientras que el respaldo occidental a Ucrania es a menudo condicionado. Tercero, se necesita liderazgo fuerte, empático y con visión de largo plazo, además de un proceso de negociación claro y bien estructurado, que hoy no existe.
—¿Cuáles son esos posibles escenarios?
—Existen tres posibles rutas: continuar la guerra en una dinámica de desgaste; establecer un armisticio al estilo coreano (o una división tipo Alemania); o adoptar un modelo como el israelí, con treguas intermitentes en un estado de guerra latente. Este último escenario requeriría que Ucrania fortalezca su defensa y modernice sus capacidades ofensivas. En cualquier caso, el desenlace dependerá de cómo se aproveche cualquier tregua futura.
—¿Qué lecciones ha dejado esta guerra?
—Ha demostrado la eficacia de la tecnología barata y ha evidenciado que Ucrania ya no es un beneficiario de la seguridad europea, sino que se está convirtiendo en un facilitador, gracias a su tecnología de drones. Pero Occidente, hasta ahora, no ha ayudado lo suficiente para ganar, solo lo suficiente para no perder. Y esto ha prolongado el conflicto, con un altísimo costo humano y estratégico.
—¿Qué papel juega China en el conflicto?
—Los rusos dependen en gran medida de China para su industria armamentista: 90% de los chips y 70% de las herramientas de maquinaria provienen de allí. También necesitan municiones, suministradas por Corea del Norte, Irán y otros países con capacidad industrial militar. Irán, por ejemplo, ha apoyado a Rusia con drones Shahed, una tecnología relativamente básica. Esto revela un eje autoritario, opuesto a los valores democráticos occidentales, y refleja visiones distintas sobre el orden mundial, especialmente en torno al papel de China y la presión estadounidense. China actúa con ambigüedad, como el dios Jano: apoya el sistema internacional que ha impulsado su crecimiento, pero también busca transformarlo. Esta contradicción es clave. No se trata de volverse anti-China, sino de encontrar nuevas formas de relacionarse.
—Afirma que Ucrania debe superar la narrativa de víctima.
—Adoptar una narrativa de victimismo es peligroso, como se ve en Israel, donde la memoria del Holocausto ha influido en una política exterior que ha derivado en que el oprimido se vuelva opresor, especialmente en Gaza. En Ucrania, al inicio de la guerra, apelaban a la empatía internacional con una narrativa de debilidad, pero eso pierde fuerza con el tiempo, ya que el interés global cambia rápidamente de foco. Desde el inicio advertí que pedir ayuda con mensajes como «Ayúdanos» no apela al interés estratégico, que es lo que realmente moviliza a los países. Rusia ha mantenido una narrativa coherente basada en la fuerza, el destino y el derecho, mientras Ucrania ha evolucionado desde una narrativa de necesidad hacia una de autosuficiencia y capacidad.
—¿Cómo se evidencia eso?
—Ucrania ha demostrado ingenio militar y ha desarrollado su economía de guerra, recibiendo más de 300.000 millones en ayuda externa, pero también generando más de 100.000 millones por sí misma. Esa imagen de fuerza es más persuasiva que la dependencia, como lo demuestra el fracaso afgano. A futuro, la ayuda a Ucrania se sostendrá más por motivos de seguridad europea que por razones humanitarias. Eso es más eficaz para convencer a los donantes. Como africano, reconozco un paralelismo: en África, la ayuda se convirtió en una industria basada en pedir, no en generar desarrollo interno, lo cual ha sido un error. El verdadero desarrollo depende de recursos internos, buena gobernanza y voluntad. Ucrania, pese a su historia de corrupción postsoviética, ha mejorado. Desde 1991 ha vivido transformaciones profundas: Revolución Naranja, Euromaidán, la invasión rusa. Ha ganado presencia internacional por méritos propios, no solo por apoyo externo.
—¿Cuál es la clave para ese desarrollo?
—La acción. Que no se puede delegar en Occidente. Las partes involucradas, ya sea en Ucrania o en Venezuela, deben apropiarse de su lucha. En África hablamos de tres liberaciones: del colonizador, de los primeros libertadores corruptos, y la actual, que implica empoderar a cada ciudadano. La democracia es esencial en ese proceso. En Ucrania, esa transformación ha sido acelerada por la guerra. El país ha cambiado radicalmente en tres años, lo he visto con mis propios ojos. Ni siquiera puedo reconocer al país que vi al comienzo del conflicto, comparado con el que veo hoy, a pesar de la guerra. O tal vez precisamente por la guerra.
—¿Qué implica para la guerra en Ucrania el nuevo conflicto en Oriente Próximo?
—Plantea cuestiones similares, pero diferentes. Una guerra aérea puede alcanzar logros limitados. Si Israel quiere librar a Irán de la posibilidad de fabricar armas nucleares, es cuestionable que pueda hacerlo sin enviar tropas sobre el terreno. Aunque esto supone un revés a corto plazo para Teherán y un respiro para Netanyahu, es poco probable que aquí termine todo. El profesor Sir Michael Howard sugirió hace una década que los israelíes habían tomado la decisión consciente o inconsciente de vivir en una situación de guerra permanente, en lugar de hacer las concesiones que podrían ser necesarias para la paz. También argumentó que es peligroso para cualquier nación basar toda su política en la suposición de una superioridad militar indefinida. Esta suposición es tan peligrosa para Israel como lo es para Rusia.

Publicado: junio 29, 2025, 2:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/greg-mills-occidente-ucrania-suficiente-perder-ganar-20250611202755-nt.html

«¿Habría Putin invadido Ucrania seis meses después del colapso de Afganistán si Occidente no se hubiera retirado como lo hizo?», se pregunta el sudafricano Greg Mills, director de la Fundación Brenthurst y experto en conflictos. «Creo que él vio a Occidente como débil, decadente, probablemente reacio a brindar asistencia a Ucrania», se responde. «En ese sentido, los conflictos están vinculados. Además, tienen demasiadas similitudes, como la guerra asimétrica o la dependencia del apoyo extranjero». Semejanzas que impulsaron a Mills a estudiar en profundidad las consecuencias de la invasión rusa, relegada estos días a un segundo plano tras la escalada en Oriente Próximo.

Mills, quien ha trabajado como asesor militar en Afganistán, colaborado con gobiernos africanos y analizado procesos de paz en Colombia, acaba de publicar ‘El arte de la guerra y la paz’ (Crítica) y también un nuevo informe sobre los posibles desenlaces de la guerra en Ucrania, en colaboración con el expresidente colombiano Andrés Pastrana y el exministro de Defensa Juan Carlos Pinzón. «Dado que el conflicto ocurre en el corazón de Europa, queríamos analizar qué implicaciones tendrá para la seguridad continental y global», explica.

Una de sus principales conclusiones es que «Ucrania ha evolucionado de formas que ni siquiera los propios ucranianos han comprendido del todo. No sólo en cuanto al armamento o la sofisticación relativa, sino también en su organización y capacidad para manejar problemas complejos». Según Mills, hace tres años eso no era tan evidente. «Si querían un dron, lo compraban en China. Si querían armas avanzadas, las obtenían de Occidente. Su cultura de servicios era muy pobre, inadecuada. Pero se han organizado increíblemente rápido».

Parte de este cambio, señala, se debe al impacto de la diáspora: cerca de cinco millones de ucranianos han migrado a Europa Occidental desde el inicio del conflicto. «Estas personas están absorbiendo conocimientos, estándares y redes que, al regresar o colaborar con su país, pueden tener un efecto transformador similar al que ha tenido la diáspora en otras regiones, como Asia o África. Esta migración será clave para la reconstrucción y modernización del país en la próxima década».

—¿Qué posibilidades reales existen de alcanzar la paz en Ucrania?

–Una victoria total para Ucrania o para Rusia parece poco probable. En medio de esos extremos, hay varios escenarios posibles, pero para que una paz sea sostenible, se deben cumplir tres condiciones esenciales. Primero, ambas partes deben convencerse de que terminar el conflicto ofrece más beneficios que continuarlo. Segundo, debe haber presión equitativa desde la comunidad internacional para que ambas partes negocien, algo que actualmente no sucede: Rusia cuenta con el apoyo de aliados como China o Irán, mientras que el respaldo occidental a Ucrania es a menudo condicionado. Tercero, se necesita liderazgo fuerte, empático y con visión de largo plazo, además de un proceso de negociación claro y bien estructurado, que hoy no existe.

—¿Cuáles son esos posibles escenarios?

—Existen tres posibles rutas: continuar la guerra en una dinámica de desgaste; establecer un armisticio al estilo coreano (o una división tipo Alemania); o adoptar un modelo como el israelí, con treguas intermitentes en un estado de guerra latente. Este último escenario requeriría que Ucrania fortalezca su defensa y modernice sus capacidades ofensivas. En cualquier caso, el desenlace dependerá de cómo se aproveche cualquier tregua futura.

—¿Qué lecciones ha dejado esta guerra?

—Ha demostrado la eficacia de la tecnología barata y ha evidenciado que Ucrania ya no es un beneficiario de la seguridad europea, sino que se está convirtiendo en un facilitador, gracias a su tecnología de drones. Pero Occidente, hasta ahora, no ha ayudado lo suficiente para ganar, solo lo suficiente para no perder. Y esto ha prolongado el conflicto, con un altísimo costo humano y estratégico.

—¿Qué papel juega China en el conflicto?

—Los rusos dependen en gran medida de China para su industria armamentista: 90% de los chips y 70% de las herramientas de maquinaria provienen de allí. También necesitan municiones, suministradas por Corea del Norte, Irán y otros países con capacidad industrial militar. Irán, por ejemplo, ha apoyado a Rusia con drones Shahed, una tecnología relativamente básica. Esto revela un eje autoritario, opuesto a los valores democráticos occidentales, y refleja visiones distintas sobre el orden mundial, especialmente en torno al papel de China y la presión estadounidense. China actúa con ambigüedad, como el dios Jano: apoya el sistema internacional que ha impulsado su crecimiento, pero también busca transformarlo. Esta contradicción es clave. No se trata de volverse anti-China, sino de encontrar nuevas formas de relacionarse.

—Afirma que Ucrania debe superar la narrativa de víctima.

—Adoptar una narrativa de victimismo es peligroso, como se ve en Israel, donde la memoria del Holocausto ha influido en una política exterior que ha derivado en que el oprimido se vuelva opresor, especialmente en Gaza. En Ucrania, al inicio de la guerra, apelaban a la empatía internacional con una narrativa de debilidad, pero eso pierde fuerza con el tiempo, ya que el interés global cambia rápidamente de foco. Desde el inicio advertí que pedir ayuda con mensajes como «Ayúdanos» no apela al interés estratégico, que es lo que realmente moviliza a los países. Rusia ha mantenido una narrativa coherente basada en la fuerza, el destino y el derecho, mientras Ucrania ha evolucionado desde una narrativa de necesidad hacia una de autosuficiencia y capacidad.

—¿Cómo se evidencia eso?

—Ucrania ha demostrado ingenio militar y ha desarrollado su economía de guerra, recibiendo más de 300.000 millones en ayuda externa, pero también generando más de 100.000 millones por sí misma. Esa imagen de fuerza es más persuasiva que la dependencia, como lo demuestra el fracaso afgano. A futuro, la ayuda a Ucrania se sostendrá más por motivos de seguridad europea que por razones humanitarias. Eso es más eficaz para convencer a los donantes. Como africano, reconozco un paralelismo: en África, la ayuda se convirtió en una industria basada en pedir, no en generar desarrollo interno, lo cual ha sido un error. El verdadero desarrollo depende de recursos internos, buena gobernanza y voluntad. Ucrania, pese a su historia de corrupción postsoviética, ha mejorado. Desde 1991 ha vivido transformaciones profundas: Revolución Naranja, Euromaidán, la invasión rusa. Ha ganado presencia internacional por méritos propios, no solo por apoyo externo.

—¿Cuál es la clave para ese desarrollo?

—La acción. Que no se puede delegar en Occidente. Las partes involucradas, ya sea en Ucrania o en Venezuela, deben apropiarse de su lucha. En África hablamos de tres liberaciones: del colonizador, de los primeros libertadores corruptos, y la actual, que implica empoderar a cada ciudadano. La democracia es esencial en ese proceso. En Ucrania, esa transformación ha sido acelerada por la guerra. El país ha cambiado radicalmente en tres años, lo he visto con mis propios ojos. Ni siquiera puedo reconocer al país que vi al comienzo del conflicto, comparado con el que veo hoy, a pesar de la guerra. O tal vez precisamente por la guerra.

—¿Qué implica para la guerra en Ucrania el nuevo conflicto en Oriente Próximo?

—Plantea cuestiones similares, pero diferentes. Una guerra aérea puede alcanzar logros limitados. Si Israel quiere librar a Irán de la posibilidad de fabricar armas nucleares, es cuestionable que pueda hacerlo sin enviar tropas sobre el terreno. Aunque esto supone un revés a corto plazo para Teherán y un respiro para Netanyahu, es poco probable que aquí termine todo. El profesor Sir Michael Howard sugirió hace una década que los israelíes habían tomado la decisión consciente o inconsciente de vivir en una situación de guerra permanente, en lugar de hacer las concesiones que podrían ser necesarias para la paz. También argumentó que es peligroso para cualquier nación basar toda su política en la suposición de una superioridad militar indefinida. Esta suposición es tan peligrosa para Israel como lo es para Rusia.

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