Publicado: septiembre 28, 2025, 12:45 am
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/unica-gaza-puede-entrar-20250928105745-nt.html
Amal Abdelfati no puede ocultar su pena. El pasado domingo, 21 de septiembre, hizo dos años desde que no ve a sus hijos y a sus nietos por culpa de la guerra en Gaza. Esta mujer, de 62 años, nació y ha vivido toda … su vida en el campamento de refugiados de Al Maghazi, al sur de la franja de Gaza. Ahí es donde dejó a su familia aquel 21 de septiembre de 2023 para hacer una visita en Jordania y luego peregrinar hasta La Meca. Ese era el plan. «Estar entre uno y dos meses fuera», explica mientras enseña el sello en su pasaporte que acredita que entró en Jordania ese día 21. Sin embargo, el ataque de Hamás a los kibutz israelíes del 7 de octubre y el posterior inicio de la guerra en Gaza, desbarató esa idea.
«Con la guerra ya no podía volver a mi casa, no me dejaron entrar. Allí he dejado a tres de mis cinco hijos, a mis nietos y a todos mis hermanos». En los ojos de Amal se puede distinguir una tristeza enorme y en sus palabras, algo de culpa por haberse ido. «¡Qué sabíamos nosotros de todo lo que iba a pasar!», trata de consolarla su cuñada, Asmira, quien la acoge en su casa del campamento de refugiados de Jerash, en Jordania. Aunque su vivienda y toda su ciudad ahora no son más que ruinas por los bombardeos israelíes, Amal da las gracias a su dios por que sus hijos y nietos están vivos. «Intento hablar con ellos todos los días, pero es muy difícil. No hay conexión y ellos están constantemente moviéndose de un lugar a otro para intentar estar a salvo». La última vez que contactó con ellos estaban en la ciudad de Deir Al Balah, a 14 kilómetros al sur de Ciudad de Gaza.
Lejos de sus familias
Un caso similar es el de Nasser Al Fatha, de 55 años. Apenas puede moverse de la habitación donde vive en el campo de Jerash. Como Amal, Nasser viajó a Jordania para visitar a su hermana y su cuñado y la guerra entre Hamás e Israel le impidió volver a su casa en Jabalia, al norte de la Franja. Ahí dejó a sus cinco hijos y a su mujer. No puede contener las lágrimas y mirar al cielo pidiendo al Dios Alá que proteja a los suyos. Una de sus hijas perdió una pierna por culpa de los bombardeos y otro de sus hijos está herido. «No tienen dinero, no tienen comida, solo la ayuda humanitaria que llega a cuentagotas, pero no es suficiente». Desde hace una semana no sabe nada de ellos. «No sé si están vivos, si están muertos… eso me está matando por dentro».
A Nasser le cuesta respirar, no tiene casi movilidad y vive rodeado de cajas de medicamentos que consigue con la ayuda de su cuñado. Las condiciones son precarias: viven en un cuartucho a ras de suelo con lo poco que consigue su cuñado, Namir, en un puesto callejero donde vende de todo: desde vajillas polvorientas, escobas o juguetes viejos. «Hoy solo he conseguido cinco dinares (seis euros). ¿Cómo voy a mantener a mi familia con eso?», se pregunta.
El estrés, la ansiedad y sobre todo la pena y la impotencia son el estado permanente de estas personas que ven cómo parte de sus familias y de su vida están desapareciendo por una guerra a la que no se le ve el fin.
La vida en este lugar es difícil. Estamos en la única ‘Gaza’ en la que se puede entrar: en el campo de refugiados de Jerash, entre las colinas del norte de Jordania a pocos kilómetros de las ruinas romanas de la ciudad de Jersah y conocido como ‘Campo de Gaza’, porque aquí viven más de 40.000 refugiados procedentes de la Franja. Este lugar fue creado como refugio de emergencia para alojar a 11.500 ciudadanos palestinos desplazados a la fuerza de Gaza durante 1967 y concebida como una solución temporal. Esa solución que tenía que durar unos meses se ha convertido en el único lugar donde pueden estar y donde temen que van a pasar el resto de sus vidas. Aunque todos tienen la esperanza de poder volver a su tierra algún día, saben que es muy difícil, sobre todo después de este conflicto.
El 88% de las personas que viven en este campo no tienen cobertura médica y de media cada familia vive con 1,30 euros al día
Taher, de 65 años, llegó al campamento de Gaza en Jordania con tan solo ocho años. Su familia venía de la Ciudad de Gaza. Recuerda algún detalle de ese viaje: despedirse de sus tíos, que se quedaron allí; la casa de hormigón donde vivían en Ciudad de Gaza y el gato con el que jugaba con sus hermanos. También recuerda cómo era el lugar donde llegó con su familia y donde tuvo que construir una vida. «Todo era arena y cuando llovía solo había barro. No había nada, era como el desierto». Creció y formó su propia familia en Jordania, pero después de haber pasado toda su vida en este país, no tiene ningún tipo de documento que acredite de dónde es. Es un apátrida, según los papeles, pero él sabe muy bien a dónde pertenece: «Soy gazatí. Me siento culpable por no poder hacer nada por mi pueblo y todos los días que veo la televisión lloro como un niño por lo que está pasando», cuenta mientras endulza unos manzanas que venderá en su puesto del mercadillo.
La diáspora palestina cuenta con más de seis millones de personas en todo el mundo y se extiende por Egipto, Siria o Líbano. Pero es Jordania el país que acoge a más de dos millones de personas, una cifra algo superior incluso de las que viven en la Franja. En el estado hachemita, una de cada cinco personas es palestina y la mayoría tienen plena ciudadanía. El claro ejemplo es la reina Rania de Jordania, hija de exiliados palestinos en Kuwait.
Campamento de hormigón
Pero la gran mayoría de estos palestinos viven en los campos de refugiados. En Jordania existen trece: diez oficiales reconocidos por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) y otros tres donde la ONU también colabora.
Este campo, el de Jerash, igual que el de Baqa’a (también dentro de Jordania y el más numeroso con más de 130.000 refugiados) no es el típico asentamiento de refugiados en tiendas de campaña. Con los años –que son casi 60–, esas primeras tiendas se convirtieron en edificios de aluminio y después de hormigón. Entre las casas, poco a poco se han ido levantando tiendas de comida, panaderías, muchas barberías y ahora también tiendas de telefonía. Y por las calles, la venta ambulante y los mercadillos llenan las aceras con cualquier cosa: desde zapatos usados a juguetes rotos con los que los niños juegan. Por todo el campamento hay menores que vuelven del colegio, ayudan con las compras y que ya conforman la tercera generación de palestinos en este campamento.
Aunque no es comparable la situación que están viviendo los familiares de los refugiados que están en Jerash con la vida en Gaza, aquí las cosas tampoco son fáciles. No están reconocidos como refugiados y no cuentan con pasaporte o documentos de identidad que les permita hacer nada. Según datos de la UNRWA, el 88% de las personas que viven en este campo no tienen cobertura médica; el acceso a agua potable es limitado y de media cada familia sobrevive con 1,30 euros al día.
La agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos cifraba en más de la mitad el número de desempleados en el campamento de Jersah. «Es el campamento más pobre y más superpoblado del país», asegura la agencia.
«Quiero sacar a mi familia de aquí, no tenemos futuro y cada vez es peor», asegura Bashir, de 39 años y padre de dos hijos. Le encantaría poder viajar a Países Bajos, pero sin documentos y sin dinero, ahora lo tiene imposible, y aunque ese es su plan para ponerlo en marcha cuanto antes, la mirada y todas sus preocupaciones laS tiene puestas en su familia en Gaza. Tiene varios primos y sabe de varios miembros de su familia que han muerto en los ataques sobre Jabalia.
Sin opinión sobre Hamás
Y sobre Hamás, ¿qué piensan? Todos apoyan alguna forma de resistencia a la ocupación militar de Israel y a la expansión de los asentamientos, que son anteriores a la fundación del grupo terrorista en la década de 1980. Preguntados por la organización paramilitar palestina, las respuestas se limitan a decir que ellos «luchan por sus propias vidas y por sobrevivir». «No podemos hacer más», dice Nasser, quien se dirige directamente a Israel: «Le pido a mi dios vengarse por todo lo que nos están haciendo».
Día y noche los residentes del ‘Campo de Gaza’ miran sus móviles para ver si tienen noticias de sus seres queridos y las televisiones están las 24 horas puestas con canales como Al Jazeera. «No quitamos ojo de lo que sale, aunque nos duela y aunque lloremos», asume Ahmed, de 52 años y originario de Yan Junis. Charla con los vecinos y escuchan el aparato de fondo. Su madre, de 81 años, está allí en Gaza y apenas puede moverse. Por eso, en las evacuaciones que ha tenido que hacer les ha costado muchísimo moverla. «No sé si volveré a ver a mi madre con vida. Ni siquiera podré despedirla cuando ya no esté. Que Alá los proteja a todos, porque están en el infierno en vida».