Publicado: abril 28, 2025, 2:45 am
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Un campo abierto, entre heno, barro y camionetas cubiertas del polvo del trabajo. Bajo un cielo despejado, ya entrada la noche, ondean grandes banderas de Canadá iluminadas por el parpadeo de cientos de móviles. En la granja Stanley’s Olde Maple Lane Farm, al sur … de Ottawa, el lÃder conservador Pierre Poilievre aparece junto a su mujer, se sube a una camioneta, con una sonrisa que nunca se le borro del rostro. Abraza a granjeros, besa a niños, señala a la multitud como quien distingue a un viejo amigo entre el gentÃo, como hacen los polÃticos bien preparados. Cierra este lunes un periplo de tres años, 180 mÃtines y un sueño: devolver al Partido Conservador al poder tras una década de hegemonÃa de la izquierda.
Pero el llamado «efecto Trump», que ha envalentonado a la izquierda canadiense, amenaza con truncar esa ambición en el último suspiro.
El problema de Poilievre, un tipo carismático, apuesto, de buen talante, es que su discurso, el compendio de tres años de campaña, podrÃa ser pronunciado palabra por palabra por Donald Trump. Ante un público entregado, promete bajar el gasto público, enriquecer a las familias, reducir los impuestos, facilitar la perforación petrolÃfera, acabar con el «wokismo», reforzar el ejército y plantar cara a Rusia y China.
La sÃntesis la ofrece él mismo, en una frase que recita casi como un juramento: «Devolveremos a nuestra nación la grandeza que tuvo». No es sólo una promesa de cambio; es la misma visión restauradora que Trump convirtió en grito de guerra con su «Make America Great Again», «Hagamos América grande de nuevo». La diferencia es que, en Canadá, ese reflejo trumpista despierta hoy por hoy más rechazo que adhesiones.
El candidato lo sabe. Aunque Canadá, un paÃs de 40 millones de habitantes, vive su propio renacer nacionalista, alimentado por las amenazas de guerra y anexión lanzadas desde Washington, Poilievre evita en todo momento mencionar al inquilino de la Casa Blanca. Sus crÃticas se reservan exclusivamente para los liberales, para la década de Trudeau, a la que describe como una era perdida, una debacle provocada, dice, por la única obsesión del dimitido primer ministro: mantenerse en el poder a toda costa, sin reparar en el precio que pagarÃa el paÃs.
Pero lo evidente no se puede ocultar. En este mitin ondean las banderas de Canadá, abundan las camisetas con el lema «Canadá Primero» y se entona, a pleno pulmón, el himno nacional «O Canadá». Es un ejercicio de patriotismo que no desmerece frente al de su vecino del sur, un paÃs acostumbrado a hacer de la bandera y el fervor nacional sÃmbolos centrales de su polÃtica.
Los fieles de Poilievre, aquellos que aún lo siguen pese a que las últimas encuestas ya no lo dan como favorito, tienen claro a qué se oponen. Para ellos, más peligroso que las provocaciones de Trump es el legado ideológico de Trudeau y sus herederos: un integrismo ecologista que impone mandatos de coches eléctricos, el reconocimiento de más de dos géneros, los confinamientos forzosos durante la pandemia, las restricciones en la tenencia de armas, el crecimiento descontrolado del funcionariado, los impuestos al alza y un multiculturalismo que, en una nación diversa por naturaleza, consideran empujado hasta el exceso.
Para Neil Jorgenson, de 45 años, el legado de Trudeau no merece más respeto que un trozo de papel higiénico. «La izquierda estaba hundida, pero llegó en 2015 prometiendo legalizar la marihuana, y desde entonces se ha mantenido en el poder a base de aumentar el gasto público y cargarnos con una deuda que pagaremos durante generaciones», dice. No quiere entrar a valorar si Trump influye o no en estas elecciones; para él, es una distracción. «Lo importante son los excesos de una izquierda que quiere hacernos creer que sólo hay dos opciones: ellos o el caos. Y eso es falso», remata.



En democracias parlamentarias, especialmente bajo gobiernos socialistas o socialdemócratas, es una maniobra conocida: dibujar una amenaza radical –populista, extremista, incluso fascista– para cerrar filas, movilizar al electorado temeroso y mantenerse en el poder a base de pactos y alianzas de circunstancias. Esta vez, en Canadá, el espectro de Trump ha servido a la izquierda como el argumento perfecto para sostener un proyecto polÃtico que, de otro modo, habrÃa afrontado un desgaste mucho mayor.
Las encuestas, en los últimos dÃas, han terminado de volcar el tablero. Mientras Poilievre cerraba campaña entre vÃtores y banderas en Ontario, los datos nacionales mostraban otra realidad: los liberales de Mark Carney han recuperado terreno, superan ya a los conservadores en intención de voto y apuntan hasta a una mayorÃa absoluta en la Cámara de los Comunes. El avance liberal no se explica por un crecimiento conservador estancado, sino por la movilización de la izquierda y el hundimiento de terceros partidos como el Bloc Québécois o el NDP.
En un paÃs acostumbrado a los equilibrios precarios, la posibilidad de un gobierno sólido y continuista resurge cuando parecÃa casi descartada. Y la dimisión de Trudeau acabó beneficiando a su partido, hoy liderado por un lancero de perfil técnico como es Carney.
No es casualidad que Pierre Poilievre cierre su campaña en Ontario. Esta provincia, la más poblada de Canadá, concentra casi una tercera parte de los escaños en la Cámara de los Comunes y, en cada elección, decide en gran medida quién gobernará. Ganar Ontario no garantiza la victoria nacional, pero perderlo casi siempre significa la derrota. AquÃ, en las afueras de Ottawa, entre campos de cultivo y suburbios de clase media, Poilievre busca arrancar los últimos votos que podrÃan marcar la diferencia en una contienda que, según todas las señales, se definirá por márgenes estrechos.
Susan McLaughlin, de 62 años, ya ha votado. Ha elegido a un diputado del Partido Conservador, ignorando las advertencias sobre el trumpismo y dejando de lado sus propias reservas ante una agresividad estadounidense que le resulta difÃcil de creer. «Pero eso ahora no es lo importante», dice. «Lo que importa es la sustancia: curar a Canadá tras los años de Justin, después de ver cómo aumentaba el gasto, cómo se disparaba el coste de la vida, cómo hoy una casa es inalcanzable para la mayorÃa. Eso es el resultado de diez años de izquierda en el poder».
No son pocos los votantes que, llevados por el hartazgo, llegan a considerar que Trump serÃa mejor para Canadá que los gobiernos de izquierda que han dirigido el paÃs en la última década. Douglas Crump, de 67 años, lo expresa sin rodeos. Cree que Trump está haciendo lo correcto por su paÃs y que Canadá deberÃa seguir un camino similar. «Es alguien a quien le importa su nación y que está dispuesto a hacer lo que sea necesario para defenderla. Eso aquà no ha pasado hasta ahora, asà que no tengo nada malo que decir», afirma con serenidad.
Este lunes, Canadá renueva los 343 escaños de su Parlamento federal, en un sistema parlamentario en el que no se elige directamente al primer ministro. Los canadienses votan por sus diputados locales, y será la formación que obtenga la mayorÃa –o logre formar una coalición que la garantice– la que forme gobierno. Si ningún partido alcanza los 172 escaños necesarios para la mayorÃa absoluta, el paÃs podrÃa encaminarse a otro gobierno de minorÃa, sujeto a alianzas y acuerdos de circunstancia, como ha ocurrido en los últimos años.