El Príncipe Andrés, el hijo mimado de la Reina que mantuvo con él una lealtad imposible - Colombia
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El Príncipe Andrés, el hijo mimado de la Reina que mantuvo con él una lealtad imposible

En ‘The Crown’, una de las escenas más comentadas muestra al Príncipe Andrés llegando a Buckingham pilotando un helicóptero de la Armada para almorzar con su madre. La Reina Isabel II lo recibe divertida, con la familiaridad que solo con él parece posible. … No hay constancia de que aquel episodio ocurriera en la realidad, pero la escena resulta creíble, incluso inevitable, porque condensa algo profundamente verdadero: la fascinación de la Reina por su hijo menor, su debilidad por un carácter insolente y encantador, y la disposición a perdonarle lo que no habría tolerado en nadie más.
Esa licencia creativa no desentona con la historia documentada. Andrés, duque de York, fue durante décadas el conocido como hijo predilecto de la soberana. Isabel II lo protegió con una devoción que desconcertó a sus consejeros y que la acompañó hasta el final de su vida. Ni los escándalos financieros ni las acusaciones judiciales ni las relaciones inconvenientes lograron quebrar su lealtad. Su relación fue la más intensa, contradictoria y persistente de toda la familia Real británica.
El pasado viernes, esa historia cerró otro capítulo. El Príncipe Andrés renunció a sus últimos títulos honoríficos por presión de su hermano, el Rey Carlos III. El monarca, bastante menos tolerante que su madre, ha querido poner fin a una herencia que arrastraba desde hacía décadas: la de un hermano protegido por su madre más allá de toda lógica institucional. Si Isabel II encarnó el afecto que desafía al deber, Carlos ha preferido imponer la disciplina que la Corona exige.

Andrés nació en 1960, cuando la reina llevaba ocho años en el Trono y la tensión inicial del reinado había pasado. A diferencia de lo ocurrido con Carlos y Ana, criados entre ausencias y obligaciones, la monarca pudo dedicar tiempo real a su tercer hijo. La prensa británica recuerda que la Reina «tuvo más margen para acompañarlo en la escuela, leerle cuentos antes de dormir y enseñarle el alfabeto». ‘The Telegraph’ dice que «con Andrés y Eduardo solía acudir a los actos escolares en persona, incluso conduciendo ella misma», y en una carta enviada a una prima poco después del nacimiento, Isabel II escribió: «El bebé es adorable. Estoy segura de que todos lo vamos a mimar terriblemente». La frase sonaba maternal; con el tiempo, se reveló como una descripción precisa.

Indulgencia temprana

Desde niño, Andrés, travieso por naturaleza, disfrutó de una relación distinta con su madre. Ingrid Seward, periodista y cronista de la Casa Real, relató que el pequeño Príncipe se divertía provocando a los guardias del Palacio hasta que uno de ellos perdió la paciencia y le dio un golpe. El empleado, avergonzado, ofreció su dimisión. La Reina la rechazó diciendo que «se lo había buscado». Pero la monarca no reprendía al niño. Esa indulgencia temprana se convirtió en rasgo permanente.
Su cercanía se mantuvo en la edad adulta. Según antiguos asistentes del Palacio citados por medios británicos, cada vez que Andrés visitaba Buckingham, la Reina le enviaba una nota manuscrita para que subiera a verla. «Si iba en vaqueros, se cambiaba a un traje», relató uno de ellos. «Siempre la saludaba igual: se inclinaba, besaba su mano y después ambas mejillas. Era un ritual que a ella le encantaba. Créame, él no podía hacer nada mal».

El orgullo materno alcanzó su punto máximo en 1982, cuando Andrés regresó de la guerra de las Malvinas. El Príncipe había servido como piloto de helicóptero Sea King en el portaaviones HMS Invincible. Su regreso a Portsmouth fue un acontecimiento nacional. Margaret Rhodes, prima de la Reina, recordó que «nadie estaba más contenta que ella; sonreía cuando lo saludó, y él recogió una rosa, se la puso entre los dientes y le devolvió la sonrisa. Estaba muy orgullosa de él». Esa imagen, reproducida en los periódicos de la época, simbolizó la mezcla de orgullo, ternura e incluso ceguera que definiría siempre su relación.

Una vida de excesos

Pero la biografía de Andrés pronto se pobló de excesos. Su matrimonio con Sarah Ferguson, los viajes extravagantes y el gusto por los privilegios aéreos alimentaron una reputación de derroche. ‘Vanity Fair’ reveló en 2011 que había utilizado un helicóptero para recorrer apenas ochenta kilómetros hasta un almuerzo oficial, con un coste de unos cinco mil dólares, y que entre 2011 y 2012 sus desplazamientos oficiales sumaron más de medio millón. La prensa lo apodó ‘Air-Miles Andy’. La Reina nunca comentó aquellas cifras. Su silencio fue, una vez más, una forma de amparo.
En 1984, durante una visita a California, el Príncipe protagonizó una escena que quedó registrada por la Associated Press. Molesto con la prensa, roció con pintura a los periodistas que lo seguían. «Lo disfruté», declaró entre risas. Días después, su madre lo recibió en un acto oficial. Sonrió. No hubo reprimenda pública, y es muy probable que tampoco privada.
En 2011, cuando comenzaron a difundirse las primeras informaciones sobre su amistad con el financiero estadounidense Jeffrey Epstein, la Reina respondió con un gesto que sorprendió incluso dentro de la Casa Real. Según ‘Vanity Fair’, lo convocó en Windsor y, en una ceremonia privada, lo invistió caballero de la Real Orden Victoriana, el máximo honor que puede concederse por servicio personal a la soberana. Fue una declaración de respaldo en el momento en que la reputación de Andrés empezaba a derrumbarse.

El escándalo estalló en 2019, cuando el Príncipe concedió una entrevista a la BBC que pretendía limpiar su imagen y terminó hundiéndola. Las respuestas evasivas, la falta de empatía hacia las víctimas y la torpeza de su defensa provocaron indignación. ‘The Guardian’ escribió que había sido «una catástrofe sin precedentes para la Casa Real». Días después, Andrés anunció su retirada temporal de la vida pública. La Reina aceptó la decisión «con pesar, pero con el convencimiento de que era lo correcto».

Retirada de honores y muerte de Isabel II

En enero de 2022, Isabel II aprobó la retirada de los honores militares y patronazgos reales de su hijo. Buckingham comunicó que el paso se daba «con la aprobación y el acuerdo de la Reina». Pocas semanas después, ambos fueron fotografiados cabalgando juntos en Windsor. La imagen mostraba a una madre tranquila, protectora, que no renunciaba a su hijo ni siquiera en el momento de la vergüenza pública.
Pero con la muerte de Isabel II, esa protección terminó. Carlos III, decidido a preservar la imagen de la monarquía, ha ido despojando a su hermano de los últimos privilegios. La renuncia del viernes a sus títulos honoríficos simboliza el final de un vínculo institucional, pero también el cierre de una historia humana que había sobrevivido a todo: a los errores, a las críticas, a los escándalos y al tiempo.
Durante un encuentro con corresponsales de la prensa extranjera en Londres con motivo de la presentación de su libro «Entitled: The Rise and Fall of the House of York», el historiador Andrew Lownie profundizó en ese lazo que unió a la soberana con su hijo menor. «La Reina tenía un punto ciego absoluto con su hijo favorito, se negaba a admitir cualquier crítica hacia él», afirmó el autor, y añadió que «protegía a Andrés incluso cuando se le presentaban pruebas de que había aceptado sobornos en su puesto financiado por el contribuyente». Según Lownie, «esa ceguera materna fue tan fuerte que llegó a provocar tensiones con el propio Príncipe Felipe, que veía que todo aquello daba muy mala imagen». La monarca creyó hasta el final que su hijo podía redimirse solo por ser su hijo.

Publicado: octubre 19, 2025, 4:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/principe-andres-hijo-mimado-reina-mantuvo-lealtad-20251019175327-nt.html

En ‘The Crown’, una de las escenas más comentadas muestra al Príncipe Andrés llegando a Buckingham pilotando un helicóptero de la Armada para almorzar con su madre. La Reina Isabel II lo recibe divertida, con la familiaridad que solo con él parece posible. No hay constancia de que aquel episodio ocurriera en la realidad, pero la escena resulta creíble, incluso inevitable, porque condensa algo profundamente verdadero: la fascinación de la Reina por su hijo menor, su debilidad por un carácter insolente y encantador, y la disposición a perdonarle lo que no habría tolerado en nadie más.

Esa licencia creativa no desentona con la historia documentada. Andrés, duque de York, fue durante décadas el conocido como hijo predilecto de la soberana. Isabel II lo protegió con una devoción que desconcertó a sus consejeros y que la acompañó hasta el final de su vida. Ni los escándalos financieros ni las acusaciones judiciales ni las relaciones inconvenientes lograron quebrar su lealtad. Su relación fue la más intensa, contradictoria y persistente de toda la familia Real británica.

El pasado viernes, esa historia cerró otro capítulo. El Príncipe Andrés renunció a sus últimos títulos honoríficos por presión de su hermano, el Rey Carlos III. El monarca, bastante menos tolerante que su madre, ha querido poner fin a una herencia que arrastraba desde hacía décadas: la de un hermano protegido por su madre más allá de toda lógica institucional. Si Isabel II encarnó el afecto que desafía al deber, Carlos ha preferido imponer la disciplina que la Corona exige.

Andrés nació en 1960, cuando la reina llevaba ocho años en el Trono y la tensión inicial del reinado había pasado. A diferencia de lo ocurrido con Carlos y Ana, criados entre ausencias y obligaciones, la monarca pudo dedicar tiempo real a su tercer hijo. La prensa británica recuerda que la Reina «tuvo más margen para acompañarlo en la escuela, leerle cuentos antes de dormir y enseñarle el alfabeto». ‘The Telegraph’ dice que «con Andrés y Eduardo solía acudir a los actos escolares en persona, incluso conduciendo ella misma», y en una carta enviada a una prima poco después del nacimiento, Isabel II escribió: «El bebé es adorable. Estoy segura de que todos lo vamos a mimar terriblemente». La frase sonaba maternal; con el tiempo, se reveló como una descripción precisa.

Indulgencia temprana

Desde niño, Andrés, travieso por naturaleza, disfrutó de una relación distinta con su madre. Ingrid Seward, periodista y cronista de la Casa Real, relató que el pequeño Príncipe se divertía provocando a los guardias del Palacio hasta que uno de ellos perdió la paciencia y le dio un golpe. El empleado, avergonzado, ofreció su dimisión. La Reina la rechazó diciendo que «se lo había buscado». Pero la monarca no reprendía al niño. Esa indulgencia temprana se convirtió en rasgo permanente.

Su cercanía se mantuvo en la edad adulta. Según antiguos asistentes del Palacio citados por medios británicos, cada vez que Andrés visitaba Buckingham, la Reina le enviaba una nota manuscrita para que subiera a verla. «Si iba en vaqueros, se cambiaba a un traje», relató uno de ellos. «Siempre la saludaba igual: se inclinaba, besaba su mano y después ambas mejillas. Era un ritual que a ella le encantaba. Créame, él no podía hacer nada mal».

El orgullo materno alcanzó su punto máximo en 1982, cuando Andrés regresó de la guerra de las Malvinas. El Príncipe había servido como piloto de helicóptero Sea King en el portaaviones HMS Invincible. Su regreso a Portsmouth fue un acontecimiento nacional. Margaret Rhodes, prima de la Reina, recordó que «nadie estaba más contenta que ella; sonreía cuando lo saludó, y él recogió una rosa, se la puso entre los dientes y le devolvió la sonrisa. Estaba muy orgullosa de él». Esa imagen, reproducida en los periódicos de la época, simbolizó la mezcla de orgullo, ternura e incluso ceguera que definiría siempre su relación.

Una vida de excesos

Pero la biografía de Andrés pronto se pobló de excesos. Su matrimonio con Sarah Ferguson, los viajes extravagantes y el gusto por los privilegios aéreos alimentaron una reputación de derroche. ‘Vanity Fair’ reveló en 2011 que había utilizado un helicóptero para recorrer apenas ochenta kilómetros hasta un almuerzo oficial, con un coste de unos cinco mil dólares, y que entre 2011 y 2012 sus desplazamientos oficiales sumaron más de medio millón. La prensa lo apodó ‘Air-Miles Andy’. La Reina nunca comentó aquellas cifras. Su silencio fue, una vez más, una forma de amparo.

En 1984, durante una visita a California, el Príncipe protagonizó una escena que quedó registrada por la Associated Press. Molesto con la prensa, roció con pintura a los periodistas que lo seguían. «Lo disfruté», declaró entre risas. Días después, su madre lo recibió en un acto oficial. Sonrió. No hubo reprimenda pública, y es muy probable que tampoco privada.

En 2011, cuando comenzaron a difundirse las primeras informaciones sobre su amistad con el financiero estadounidense Jeffrey Epstein, la Reina respondió con un gesto que sorprendió incluso dentro de la Casa Real. Según ‘Vanity Fair’, lo convocó en Windsor y, en una ceremonia privada, lo invistió caballero de la Real Orden Victoriana, el máximo honor que puede concederse por servicio personal a la soberana. Fue una declaración de respaldo en el momento en que la reputación de Andrés empezaba a derrumbarse.

El escándalo estalló en 2019, cuando el Príncipe concedió una entrevista a la BBC que pretendía limpiar su imagen y terminó hundiéndola. Las respuestas evasivas, la falta de empatía hacia las víctimas y la torpeza de su defensa provocaron indignación. ‘The Guardian’ escribió que había sido «una catástrofe sin precedentes para la Casa Real». Días después, Andrés anunció su retirada temporal de la vida pública. La Reina aceptó la decisión «con pesar, pero con el convencimiento de que era lo correcto».

Retirada de honores y muerte de Isabel II

En enero de 2022, Isabel II aprobó la retirada de los honores militares y patronazgos reales de su hijo. Buckingham comunicó que el paso se daba «con la aprobación y el acuerdo de la Reina». Pocas semanas después, ambos fueron fotografiados cabalgando juntos en Windsor. La imagen mostraba a una madre tranquila, protectora, que no renunciaba a su hijo ni siquiera en el momento de la vergüenza pública.

Pero con la muerte de Isabel II, esa protección terminó. Carlos III, decidido a preservar la imagen de la monarquía, ha ido despojando a su hermano de los últimos privilegios. La renuncia del viernes a sus títulos honoríficos simboliza el final de un vínculo institucional, pero también el cierre de una historia humana que había sobrevivido a todo: a los errores, a las críticas, a los escándalos y al tiempo.

Durante un encuentro con corresponsales de la prensa extranjera en Londres con motivo de la presentación de su libro «Entitled: The Rise and Fall of the House of York», el historiador Andrew Lownie profundizó en ese lazo que unió a la soberana con su hijo menor. «La Reina tenía un punto ciego absoluto con su hijo favorito, se negaba a admitir cualquier crítica hacia él», afirmó el autor, y añadió que «protegía a Andrés incluso cuando se le presentaban pruebas de que había aceptado sobornos en su puesto financiado por el contribuyente». Según Lownie, «esa ceguera materna fue tan fuerte que llegó a provocar tensiones con el propio Príncipe Felipe, que veía que todo aquello daba muy mala imagen». La monarca creyó hasta el final que su hijo podía redimirse solo por ser su hijo.

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