Publicado: julio 28, 2025, 10:45 pm
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Si la Unión Europea es una potencia comercial no lo ha demostrado. Una buena muestra de que el acuerdo comercial con Estados Unidos no es ni mucho menos el mejor se dio cuando Ursula von der Leyen definió a Donald Trump como «un gran negociador» y el la interrumpió para añadir: «Y justo». El pacto justo, lo que se dice justo, no es: la UE gana tiempo, pero EEUU gana influencia con un arancel generalizado del 15% sobre los productos europeos, quedándose fuera del mismo unos pocos sectores como el farmacéutico. A cambio, Washington tendrá un 0% de tarifa, acceso total al mercado comunitario y compras masivas de energía y de material militar por parte de la Unión. El campo ya está inclinado en favor de la Casa Blanca, justo lo que quería el mismo Trump que dijo que la UE había sido creada «para fastidiar» a su país.
En realidad, este es el pacto de la respiración asistida: la UE cambia a Putin por Trump y se castiga a sí misma, se olvida de su autonomía estratégica y prefiere pensar en el corto plazo para dar certidumbre a las empresas y a los inversores. Pero a la vez sienta un precedente: si Bruselas ya no muestra músculo en las negociaciones comerciales, por mucho que en el otro lado esté el Messi de la extorsión (política), ¿dónde lo podrá hacer? Después de cinco meses de tensas conversaciones, la UE ha preferido ponerse una tirita antes de coser cualquier herida. Atrás quedan los tiempos en los que la era postbrexit acabó bien para el bloque comunitario cuando peor dadas venían.
Ursula von der Leyen -y su comisario de Comercio, Maros Sefcovic- firmaron en nombre de unos países miembros que, en realidad, tampoco ven con buenos ojos lo acordado: Francia habla poco menos que de vasallaje y Bélgica de alivio; nada que celebrar, insisten. Solo Alemania parece estar contenta con el texto; una letra que además se ha empeñado en matizar la Comisión Europea, que ha tardado en explicar el pacto y asegura que no hay ningún tipo de pago a Trump. «Son los consumidores estadounidenses los que van a pagar», dicen fuentes comunitarias con la boca pequeña. Es difícil defender lo que se firmó en Escocia, como si el clásico clima del país. gris y plomizo, fuese un presagio de lo que ha pasado entre la UE y EEUU.
Bruselas, mientras se aclaran todos los detalles técnicos del pacto, se afana en que se vea el lado bueno. La Comisión Europea ha aclarado por ejemplo que la promesa de inversión de 600.000 millones de dólares es una «intención», no una «garantía», como dejó caer Trump en la tarde del domingo. «No es algo que la UE, como autoridad pública, pueda garantizar; es algo que se basa en la intención de las empresas privadas», avisó una fuente comunitaria. Además, consideran que la inversión de 750.000 millones en tres años para compras energéticas es un buen paso porque, de nuevo, «la que compra no es la UE», sino, otra vez, «las compañías privadas». En realidad, Bruselas se conforma. «Diría que este es claramente el mejor acuerdo que podíamos conseguir en unas circunstancias muy difíciles», espetó Sefcovic.
A la larga la idea de Von der Leyen es que esto se vea, dentro y fuera, como un empate y no como una derrota. La victoria era imposible. Pero también ha habido errores de comunicación porque la Comisión Europea no aclaró desde el primer momento todo lo expuesto por Trump, por lo que le dejó tener la delantera a la hora de defender el acuerdo; ir a rebufo de Estados Unidos ya se ha demostrado que es un error, por mucho que el Ejecutivo comunitario se haya empeñado en las últimas horas en aclarar que ‘tampoco es para tanto’ y que mejor esto que nada.
El cabreo, de hecho, ya se hace notar, aunque los más malpensandos apuntan a que, después de todo, este es un ‘convenio’ firmado para satisfacer a Berlín. Y es que uno de los países más satisfechos es el más expuesto a la guerra comercial: Alemania. «Hemos logrado salvaguardar nuestros intereses fundamentales. Todos se benefician de unas relaciones comerciales estables y predecibles con acceso a los mercados, a ambos lados del Atlántico, tanto empresas como consumidores», reaccionó el canciller, Friedrich Merz. No lo vio igual, por ejemplo, el primer ministro belga, Bart de Wever: «Este es un momento de alivio, pero no de celebración. Los aranceles aumentarán en varias áreas y algunas cuestiones clave siguen sin resolverse». Francia, por su lado, lanzó el mensaje más duro. «Es un día oscuro cuando una alianza de pueblos libres, reunidos para afirmar sus valores y defender sus intereses, decide someterse«, escribió su primer ministro, François Bayrou.
La conclusión es que la UE ha perdido fuerza y, sobre todo, parece perder credibilidad. «Trump se desayunó a Von der Leyen», sostuvo el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que ve un «muy mal acuerdo» pero que a la vez parece contento por ello. Y es que ahí está otra de las claves: que la UE salga tocada del pacto da mucha munición a los discursos euroescépticos para atacarla sin necesidad de elaborar sus propios mensajes. Bruselas ha puesto en bandeja el discurso a los más críticos cuando la potencia negociadora del bloque había salido muy beneficiada por ejemplo con el acuerdo del brexit o incluso con los pasos adelante respecto a Mercosur.
En una era destinada a reducir dependencias tramposas, Bruselas ha abonado al bloque a un enlace forzoso con un socio que ya no es fiable, que se mueve por la fuerza y que impone su ley haciendo pequeños a los demás. El problema está en que la Unión parece dispuesta a ‘estrecharse’ a sí misma en un mundo lleno de trampas… en el que una de las más grandes está en la Casa Blanca. Von der Leyen y Sefcovic han picado en un anzuelo en el que decían que no iban a picar. Se ha pasado del «preparados para cualquier escenario» y del «ya tenemos las contramedidas preparadas» a la firma casi sin capitulaciones de un pacto que parece una claudicación. Nunca se sabrá si hubiera sido mejor un ‘no’ acuerdo pero sí se puede intuir que este es un mal final para la historia (de momento).