El milagro de mediar en el infierno de los narcos mexicanos - Colombia
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El milagro de mediar en el infierno de los narcos mexicanos

El estado mexicano de Guerrero exhibe una geografía tan compleja como fascinante, atravesado por cerros, selvas, ríos, lagos y con el océano Pacífico como límite. En sus carreteras secundarias es tan fácil perderse como ocultarse y por eso durante parte del siglo XX fue el … espacio predilecto para la actividad guerrillera y la insurgencia revolucionaria. Actualmente, es un territorio en disputa entre grupos del narcotráfico donde la violencia y los desaparecidos dominan la cotidianidad.
La noticia más reciente, que alcanzó cobertura nacional, fue la desaparición del párroco Bertoldo Pantaleón Estrada, a quien se le perdió el rastro después de que oficiara una misa en la población de Atzcala, el pasado 4 de octubre. Se activaron procedimientos de búsqueda durante dos días y finalmente Estrada apareció muerto de un tiro en la cabeza a pocos metros de una autopista que cruza todo Guerrero.
En los últimos 21 años han muerto seis sacerdotes en Guerrero. Y en los últimos 30 han perdido la vida 80 párrocos en todo México, de distintas órdenes y jerarquías. En la cobertura periodística del caso, diversos testimonios de fieles que conocían a Estrada lo señalaban casi como un mediador con el mundo criminal que buscaba intervenir ante situaciones de violencia que afectaban a diversas comunidades.

Las autoridades culparon del homicidio al presunto chófer del sacerdote, un hombre que el Gobierno presume haber detenido, aunque la comunidad de Mezcala dijo a la prensa que el cura no contaba con un conductor que lo transportaba.
«En lugares donde el Estado no existe o se encuentra siempre rebasado, algunos sacerdotes tienen que mediar con los criminales y por eso la explicación de tantos crímenes contra curas. En el México más profundo el cura es el último recurso, especialmente en casos de personas desaparecidas ya sea vivas o al menos para llegar a donde está el cuerpo», explica a ABC Marta Arellano, madre buscadora en el estado de Guerrero.

En los últimos 21 años han muerto seis sacerdotes en Guerrero. Y en los últimos 30 han perdido la vida 80 párrocos en todo México

Frente a este panorama emerge, de modo ineludible, la figura del padre Filiberto Vázquez, que en julio este año estuvo en el centro de la escena cuando circularon artículos en la prensa que decían que el religioso organizaba cursos de capacitación para que otros curas pudieran interactuar con el crimen organizado.

Curas colombianos

Concretamente, se trató de una capacitación que se realizó en la Universidad Pontificia de la Ciudad de México y que fue a petición de un grupo de religiosos inquietos por las realidades que debían afrontar en sus respectivos destinos. El caso generó revuelo e irritación en el Gobierno de Claudia Sheinbaum, desde donde se pidieron explicaciones a la Conferencia del Episcopado Mexicano. Y es que el Gobierno, desde ya, pretende el monopolio total de cualquier interacción con el crimen organizado.
«Realizamos dos capacitaciones con algunos curas colombianos, quisiéramos hacer más, pero esto genera un problema con el Gobierno, para nosotros se trata de un ejercicio de diálogo que tiene la meta de alcanzar la paz», explica Velázquez a esta redacción.
Según el párroco, los curas con la experiencia colombiana son valiosos para estas capacitaciones por que ellos vivieron los años de sangre y fuego en el país cafetero. Eran los 80 y la narcoinsurgencia estaba en su punto álgido, bajo las órdenes de Pablo Escobar.
Un elemento que facilita este acercamiento entre curas y narcos es que «muchos integrantes del crimen organizado son también personas religiosas, que buscan contención espiritual. Lo que nosotros intentamos es que, a partir de ese lugar común, de esa necesidad, se puedan hacer acuerdos en beneficio del bienestar general. Lo que se necesita es un marco jurídico más fuerte que permita esas interacciones», señala Velázquez.

«Muchos integrantes del crimen organizado son también personas religiosas, que buscan contención espiritual«

Padre Filiberto

El religioso cuenta que su contacto con los narcos comenzó en Guerrero hace algo más de diez años, cuando buscaba a facciones locales de diversos cárteles para pedirles que no atentaran contra la vida de otros sacerdotes.
«El gran desafío actual es que los grupos del crimen organizado se han dividido, atomizado. Son muchas bandas pequeñas y violentas, entonces tender líneas de comunicación se ha vuelto mucho más difícil», explica.

Sin blindaje ni escoltas

Velázquez, a pesar de su trabajo de alto riesgo, se mueve por todo México sin vehículos blindados ni escoltas de seguridad ni armas. En el momento de su conversación con este diario se encuentra en las profundidades de Chiapas, en el sur del país: «No necesito nada de todo eso, la gente siempre me ha cuidado».
Un religioso del norte de México, que pudo participar en una capacitación impulsada por Velázquez, explica a ABC, bajo condición de anonimato, que el gran valor de estos cursos es que plantea elementos básicos para alcanzar acuerdos con grupos criminales que puedan alterar la realidad, más allá del diálogo o el sacramento de la confesión.

Funeral de Bertoldo Pantaleón Estrada

«Es medio incómodo de decir, pero los narcos también se confiesan, también se casan, también quieren bautizar a sus bebés y no solo eso, es frecuente recibir ofrecimientos de apoyos económicos para escuelas parroquiales, de apoyos para fieles en dificultades. Entonces, se trata de cambiar el eje y lograr que el gran apoyo, el verdadero, sea un compromiso por la paz de las personas de una comunidad», argumenta.

Salvar una vida

«Y no se trata solo de lo que hacen las personas con las que uno puede tener contacto –continúa–, sino además de cómo estos se pueden comunicar con personas que no han estado ni quieren estar cerca de la fe. Por ejemplo, años atrás pudimos resolver un secuestro en Monterrey después de que una persona cercana a la fe le pidió a otra, que no lo estaba, que liberaran a una persona inocente. Seguramente en muchos otros casos no se pueda hacer nada, pero si en uno se puede, si se puede salvar una vida, ¿por qué dejarlo pasar?», agrega.

«Años atrás pudimos resolver un secuestro en Monterrey después de que una persona cercana a la fe le pidió a otra, que no lo estaba, que liberaran a una persona inocente»

Padre mediador en el norte de México

Una interacción sigilosa, clandestina y que la historia ha demostrado que es de alto riesgo. En octubre de 2024 fue ejecutado en Chiapas el padre Marcelo Pérez, que buscaba mediar entre pueblos originarios y facciones de los cárteles. En 2022 dos sacerdotes jesuitas –Javier Campos y Joaquín Mora–, corrieron con la misma suerte en el norte del país cuando buscaban proteger a la población originaria rarámuri.
En todos los casos, el papel gubernamental y de las fuerzas policiales suele dar lugar a dudas, fundamentalmente por el papel que el crimen organizado tiene en la financiación de las campañas electorales, y lo cual explica, además, la intención de parte de la clase política de que los religiosos no tengan interacción alguna con los grupos criminales. Un vínculo denunciado desde EE.UU., país que, según informó la semana pasada Reuters, ha quitado ya el visado a 50 políticos mexicanos por presunta colusión con el narcotráfico. El propio Donald Trump volvió a denunciar el pasado jueves que «los cárteles son los que gobiernan en México».
Pero Washington está muy lejos de Guerrero, con sus carreteras serpenteantes que después del atardecer quedan desoladas por el miedo a los secuestros, los robos y las desapariciones. En las noches casi no se ven vehículos; apenas camiones o algunos autobuses, y las casetas son vigiladas, a lo lejos, por integrantes de los distintos cárteles, lo que en México se conoce como ‘halcones’, que avisan de los movimientos de interés. En medio de ese silencio, entre las sierras y los narcos, el padre Filiberto transita y repite: «No tengo miedo, la gente siempre me ha cuidado».

Publicado: noviembre 2, 2025, 9:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/milagro-mediar-infierno-narcos-mexicanos-20251102181840-nt.html

El estado mexicano de Guerrero exhibe una geografía tan compleja como fascinante, atravesado por cerros, selvas, ríos, lagos y con el océano Pacífico como límite. En sus carreteras secundarias es tan fácil perderse como ocultarse y por eso durante parte del siglo XX fue el espacio predilecto para la actividad guerrillera y la insurgencia revolucionaria. Actualmente, es un territorio en disputa entre grupos del narcotráfico donde la violencia y los desaparecidos dominan la cotidianidad.

La noticia más reciente, que alcanzó cobertura nacional, fue la desaparición del párroco Bertoldo Pantaleón Estrada, a quien se le perdió el rastro después de que oficiara una misa en la población de Atzcala, el pasado 4 de octubre. Se activaron procedimientos de búsqueda durante dos días y finalmente Estrada apareció muerto de un tiro en la cabeza a pocos metros de una autopista que cruza todo Guerrero.

En los últimos 21 años han muerto seis sacerdotes en Guerrero. Y en los últimos 30 han perdido la vida 80 párrocos en todo México, de distintas órdenes y jerarquías. En la cobertura periodística del caso, diversos testimonios de fieles que conocían a Estrada lo señalaban casi como un mediador con el mundo criminal que buscaba intervenir ante situaciones de violencia que afectaban a diversas comunidades.

Las autoridades culparon del homicidio al presunto chófer del sacerdote, un hombre que el Gobierno presume haber detenido, aunque la comunidad de Mezcala dijo a la prensa que el cura no contaba con un conductor que lo transportaba.

«En lugares donde el Estado no existe o se encuentra siempre rebasado, algunos sacerdotes tienen que mediar con los criminales y por eso la explicación de tantos crímenes contra curas. En el México más profundo el cura es el último recurso, especialmente en casos de personas desaparecidas ya sea vivas o al menos para llegar a donde está el cuerpo», explica a ABC Marta Arellano, madre buscadora en el estado de Guerrero.

En los últimos 21 años han muerto seis sacerdotes en Guerrero. Y en los últimos 30 han perdido la vida 80 párrocos en todo México

Frente a este panorama emerge, de modo ineludible, la figura del padre Filiberto Vázquez, que en julio este año estuvo en el centro de la escena cuando circularon artículos en la prensa que decían que el religioso organizaba cursos de capacitación para que otros curas pudieran interactuar con el crimen organizado.

Curas colombianos

Concretamente, se trató de una capacitación que se realizó en la Universidad Pontificia de la Ciudad de México y que fue a petición de un grupo de religiosos inquietos por las realidades que debían afrontar en sus respectivos destinos. El caso generó revuelo e irritación en el Gobierno de Claudia Sheinbaum, desde donde se pidieron explicaciones a la Conferencia del Episcopado Mexicano. Y es que el Gobierno, desde ya, pretende el monopolio total de cualquier interacción con el crimen organizado.

«Realizamos dos capacitaciones con algunos curas colombianos, quisiéramos hacer más, pero esto genera un problema con el Gobierno, para nosotros se trata de un ejercicio de diálogo que tiene la meta de alcanzar la paz», explica Velázquez a esta redacción.

Según el párroco, los curas con la experiencia colombiana son valiosos para estas capacitaciones por que ellos vivieron los años de sangre y fuego en el país cafetero. Eran los 80 y la narcoinsurgencia estaba en su punto álgido, bajo las órdenes de Pablo Escobar.

Un elemento que facilita este acercamiento entre curas y narcos es que «muchos integrantes del crimen organizado son también personas religiosas, que buscan contención espiritual. Lo que nosotros intentamos es que, a partir de ese lugar común, de esa necesidad, se puedan hacer acuerdos en beneficio del bienestar general. Lo que se necesita es un marco jurídico más fuerte que permita esas interacciones», señala Velázquez.

«Muchos integrantes del crimen organizado son también personas religiosas, que buscan contención espiritual«

Padre Filiberto

El religioso cuenta que su contacto con los narcos comenzó en Guerrero hace algo más de diez años, cuando buscaba a facciones locales de diversos cárteles para pedirles que no atentaran contra la vida de otros sacerdotes.

«El gran desafío actual es que los grupos del crimen organizado se han dividido, atomizado. Son muchas bandas pequeñas y violentas, entonces tender líneas de comunicación se ha vuelto mucho más difícil», explica.

Sin blindaje ni escoltas

Velázquez, a pesar de su trabajo de alto riesgo, se mueve por todo México sin vehículos blindados ni escoltas de seguridad ni armas. En el momento de su conversación con este diario se encuentra en las profundidades de Chiapas, en el sur del país: «No necesito nada de todo eso, la gente siempre me ha cuidado».

Un religioso del norte de México, que pudo participar en una capacitación impulsada por Velázquez, explica a ABC, bajo condición de anonimato, que el gran valor de estos cursos es que plantea elementos básicos para alcanzar acuerdos con grupos criminales que puedan alterar la realidad, más allá del diálogo o el sacramento de la confesión.


Funeral de Bertoldo Pantaleón Estrada

«Es medio incómodo de decir, pero los narcos también se confiesan, también se casan, también quieren bautizar a sus bebés y no solo eso, es frecuente recibir ofrecimientos de apoyos económicos para escuelas parroquiales, de apoyos para fieles en dificultades. Entonces, se trata de cambiar el eje y lograr que el gran apoyo, el verdadero, sea un compromiso por la paz de las personas de una comunidad», argumenta.

Salvar una vida

«Y no se trata solo de lo que hacen las personas con las que uno puede tener contacto –continúa–, sino además de cómo estos se pueden comunicar con personas que no han estado ni quieren estar cerca de la fe. Por ejemplo, años atrás pudimos resolver un secuestro en Monterrey después de que una persona cercana a la fe le pidió a otra, que no lo estaba, que liberaran a una persona inocente. Seguramente en muchos otros casos no se pueda hacer nada, pero si en uno se puede, si se puede salvar una vida, ¿por qué dejarlo pasar?», agrega.

«Años atrás pudimos resolver un secuestro en Monterrey después de que una persona cercana a la fe le pidió a otra, que no lo estaba, que liberaran a una persona inocente»

Padre mediador en el norte de México

Una interacción sigilosa, clandestina y que la historia ha demostrado que es de alto riesgo. En octubre de 2024 fue ejecutado en Chiapas el padre Marcelo Pérez, que buscaba mediar entre pueblos originarios y facciones de los cárteles. En 2022 dos sacerdotes jesuitas –Javier Campos y Joaquín Mora–, corrieron con la misma suerte en el norte del país cuando buscaban proteger a la población originaria rarámuri.

En todos los casos, el papel gubernamental y de las fuerzas policiales suele dar lugar a dudas, fundamentalmente por el papel que el crimen organizado tiene en la financiación de las campañas electorales, y lo cual explica, además, la intención de parte de la clase política de que los religiosos no tengan interacción alguna con los grupos criminales. Un vínculo denunciado desde EE.UU., país que, según informó la semana pasada Reuters, ha quitado ya el visado a 50 políticos mexicanos por presunta colusión con el narcotráfico. El propio Donald Trump volvió a denunciar el pasado jueves que «los cárteles son los que gobiernan en México».

Pero Washington está muy lejos de Guerrero, con sus carreteras serpenteantes que después del atardecer quedan desoladas por el miedo a los secuestros, los robos y las desapariciones. En las noches casi no se ven vehículos; apenas camiones o algunos autobuses, y las casetas son vigiladas, a lo lejos, por integrantes de los distintos cárteles, lo que en México se conoce como ‘halcones’, que avisan de los movimientos de interés. En medio de ese silencio, entre las sierras y los narcos, el padre Filiberto transita y repite: «No tengo miedo, la gente siempre me ha cuidado».

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