Publicado: octubre 19, 2025, 10:45 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/duelo-cuerpo-familias-rehenes-muertos-hamas-20251020212450-nt.html
En el lugar en el que hirieron a Tamir Adar en el estómago mientras defendía el kibutz Nir Oz de los terroristas de Hamás el 7 de octubre de 2023, sus familiares han colocado una piedra, dos sillones de madera y una hamaca … bajo una pérgola. Es lo más cerca que pueden estar de él. «Allí nos reunimos su familia a recordarlo, a rezar por él», explica su tía, Adriana Adar. En mitad de la fiesta y el alivio que vive Israel por la paz y el regreso de los rehenes, 18 familias esperan aún el cuerpo de los secuestrados muertos en un extraño duelo sin tumba, un incierto proceso psicológico que tensa aún más las relaciones entre Tel Aviv y los terroristas.
Tamir era uno de los cinco encargados de defender el kibutz Nir Oz, así que, cuando sonaron las alarmas la mañana del 7 de octubre, tomó su arma y se despidió de su familia con un «nos vemos en diez minutos». El combate duró dos horas. Cientos de terroristas entraron en esta comunidad, donde un cuarto de sus habitantes (un tercio de los que estaban allí ese día) resultaron muertos o secuestrados. Lucharon en la zona cero de la masacre: de las 400 personas que vivían en este kibutz, 64 fueron asesinadas y 76 raptadas por los terroristas de Hamás y los civiles que se colaron desde Gaza al caer las vallas fronterizas.
«Pelearon duro –recuerda Adriana–, pero no tenían muchas armas y se fueron quedando sin munición». Suponiendo el desenlace, Tamir escribió a su mujer Hadas y le pidió que se encerrara a cal y canto en el refugio de la casa. Y que no abriera la puerta a nadie, aunque él se lo pidiera, pues temía que lo usaran para llegar a su familia. Dos años después, no tienen pruebas de que haya muerto.
El camino al duelo resultó una odisea. Durante los primeros días, Tamir no regresaba, pero había tantos cadáveres que no sabían si estaba entre ellos. En el kibutz los metieron en la nevera de las cocinas, pero no había electricidad. Después de un mes, el Gobierno les dijo que Tamir estaba secuestrado a partir de imágenes que habían encontrado y por fuentes del Ejército hebreo en Gaza.
La esperanza de la vida
«Durante 90 días mantuvimos una lucha por que siguiera vivo. Intentábamos buscar, saber de él, hacerle llegar medicinas». Entonces, les dieron la casi noticia: creían que había muerto de una herida en el estómago por la cantidad de sangre que se había derramado en el lugar donde lo habían alcanzado.
–¿Cómo vivieron el momento en el que supieron que había muerto?
–Ese momento todavía no se ha dado. Lo sabremos cuando lo tengamos aquí. Soy incapaz de pronunciar la palabra «seguro», pues uno se agarra a la mínima probabilidad de que esté vivo. Eso mismo nos tortura aunque llevamos dos años luchando con ello toda su familia. Tiene que volver. Salió a defender su país, y ahora su país no puede dejarlo solo. No los pueden abandonar. Nos alegramos mucho por los rehenes que han regresado y estamos felices por los que están aquí, pero deben volver todos.
Secuestrada y viuda
«No podremos seguir adelante si no regresan todos», lamenta Karina Engel-Bert, otra de las vecinas del kibutz Nir Oz. La mañana del 7 de octubre escuchó disparos. Ella se metió en el refugio de su casa con Mika y Yuval, sus dos hijas, que entonces tenían 18 y 11 años respectivamente. Su marido, Ronen, paramédico y fotógrafo, salió con su bolsa y el arma. Desde dentro escucharon la batalla que los terroristas mantuvieron contra él: los gritos, los disparos, las granadas. Al salir, vieron mucha sangre y Ronen no estaba. «Era un guerrero. Si lo hubieras conocido, sabrías que no nos hubieran secuestrado si él hubiera estado vivo».

Tamir Adar, con su familia
A ella se la llevaron terroristas civiles: la apalearon, la arrastraron por el suelo, la subieron a una moto. A sus hijas las secuestraron terroristas armados. Tuvieron un accidente y las dos resultaron heridas, una de ellas gravemente.
A Karina la llevaron con ellas días después de ser secuestrada –una comida al día, algo de pan con queso, un pepino, manipulaciones, filmaciones, tortura psicológica–, y las encontró demacradas, con el pelo enmarañado y una de ellas, que había perdido parte de un pie, se sentaba en una silla de ruedas.
En ese tiempo oscuro, se aferraron a la «luz pequeña» de que Ronen seguía vivo. A los 52 días, las liberaron a las tres y entonces el Ejército le dijo que tenía información de inteligencia que indicara que el padre de la familia había muerto. «No teníamos pruebas físicas, así que nos agarramos a eso durante estos dos años, tras los que estamos en el mismo lugar que aquel día en que todo empezó y terminó».
El duelo no es algo que comienza y acaba: «El duelo se parece al caparazón de un caracol. Entras, giras, sales, vuelves a entrar y no se acaba nunca». A falta de sepultura y cadáver –«qué palabra tan fea»–, intentaron vivir como él: hacer chistes, reír de las cosas, bailar con la música alta y recibir gente en casa. «Necesitamos que vuelvan todos para volver a construir nuestra vida y nuestro mundo».
Por ahora, lamenta que Hamás no haya cumplido su parte del acuerdo –devolver a los vivos, la mayor parte de los muertos y dar información sobre ellos–, y estén «jugando para ganar tiempo». Horas después de esta entrevista, Hamás entregó el cuerpo de Ronen Engel.
El ritual judío del entierro
La relación cultural de los judíos con los cadáveres de los fallecidos es especial. El deber sagrado consiste en enterrarlos en las primeras 24 horas y en Israel funciona incluso la Zaka, una organización de voluntarios encargados de limpiar y obtener cualquier resto humano para enterrarlo según la manera ritual convenida.



Una roca conmemorativa, dos sillones y una hamaca recuerdan el lugar donde cayó abatido Tamir Adar. Todo el kibutz de Nir Oz, asaltado por los terroristas de Hamás y los civiles de Gaza el 7 de octubre de 2023, es un mausoleo del horror, como se ve en sus casas destrozadas y en los altares hebreos por las familias asesinadas
Después del 7 de octubre, peinaron los escenarios de la matanza e identificaron a algunos muertos por piezas dentales que encontraron entre las cenizas. Ahora no trabajan en Gaza y tienen pocas esperanzas de encontrar más cuerpos por la destrucción de la zona, la pérdida de referencias y, en general, la falta de información de dónde fueron escondidos por Hamás.
Israel, que también conserva cadáveres de palestinos, denuncia que Hamás no cumple su parte del tratado de paz por el cual debía entregar todos los rehenes, vivos o muertos. La organización terrorista se excusa en que muchos de ellos se han perdido, fueron enterrados en túneles o zonas destruidas o, sencillamente, desconocen su paradero pues las personas encargadas de custodiarlos están muertas.
Adriana Adar asegura que entre las familias existen tres grupos: aquellos de los que el Ejército conoce la localización de su pariente, de los que no saben nada y de los que tienen una idea de la zona en la que se puede encontrar. Ellos se encuentran en el tercer grupo.
Tamir, profesor en el kibutz que fundó con otros su abuelo y agricultor, era un amante «de las cosas sencillas», según su tía. Tenía –¿tiene?– dos hijos de cuatro y ocho años, una mujer, una abuela que fue secuestrada a la que sacaron de la cama y que devolvieron a los 49 días. Las matemáticas funcionan tan en su contra que solamente su familia puede agarrarse a la posibilidad, existente aunque descabellada, de que siga con vida.
Ayuda psicológica
«Sin un cuerpo es casi imposible comenzar un duelo», explica la doctora Einat Kauffman, quien trabaja con familiares de los rehenes de Hamás desde hace dos años. En este caso, lo razonable y lo emocional no caminan de la mano. «Las personas que se encuentran en esta situación piensan que ha habido algún error, que alguien mintió, que Hamás les engañó o que se equivocaron y que la persona sigue viva por ahí, quizás sufriendo, y que un día puede volver. Necesitan el cuerpo para saber que la persona ya no está».