El arte del trato: cómo Trump forzó un acuerdo hasta ahora impensable sobre Gaza - Colombia
Registro  /  Login

Portal de Negocios en Colombia


El arte del trato: cómo Trump forzó un acuerdo hasta ahora impensable sobre Gaza

La hora de la verdad había llegado para Benjamín Netanyahu. Donald Trump lo tenía en el Despacho Oval, a puerta cerrada, y debía hacer concesiones importantes si quería poner fin a dos años de guerra y recuperar a los veinte rehenes israelíes aún con vida … en manos de Hamás. El primer paso, inmediato y urgente, aquel 29 de septiembre, era pedir perdón. Trump le facilitó al primer ministro de Israel un teléfono fijo y le entregó un papel, con un guion, para que lo siguiera al pie de la letra, ofreciendo sus disculpas al primer ministro qatarí, Mohamed al Thani, por el ataque en Doha del 9 de septiembre de 2025. Netanyahu no tuvo más remedio que aceptar y hacer acto de contrición mientras Trump sostenía el auricular.
Tras aquella llamada, impuesta por Trump, se desbloqueó la negociación. Qatar, antes indignado por un ataque destinado a eliminar a dirigentes de Hamás, volvió a ejercer de mediador, y de ese giro surgió un plan condensado de veinte puntos que, al ser presentado en un acto conjunto en la Sala de Recepciones Diplomáticas de la Casa Blanca, parecía casi quimérico. Pocos apostaban entonces por Trump. Pensaban que se estrellaría contra un conflicto irresoluble, tan antiguo como el mundo, que había derrotado a muchos otros antes que él.
Pero aquello era, en realidad, la sublimación del «arte del trato», el título del libro superventas de Trump de 1987. Primero, ejercer presión máxima antes de ofrecer una salida. Después, aplicar la máxima de que «la percepción lo es todo», cuidando la puesta en escena —una llamada telefónica, una firma en la Casa Blanca— para proyectar control y éxito incluso antes de cerrar el pacto. Y, por último, «apuntar alto y ceder poco»: pedir el triple de lo que se quiere conseguir.

El plan final, simplificado en veinte puntos, partía de exigencias maximalistas que Trump trasladó a fases ulteriores para asegurar un logro visible: la desmilitarización completa de Gaza, la exclusión total de Hamás y de cualquier otra facción armada del futuro gobierno, y la presencia permanente de una fuerza multinacional para garantizar la seguridad interior y el control fronterizo. De momento, se logró una retirada parcial de Israel y el regreso de los rehenes.
La presión máxima llegó el viernes 3 de octubre. Trump lanzó en redes su ultimátum: Hamás tenía hasta el domingo posterior a las 18.00 para aceptar el plan o rechazarlo. Un rechazo, advirtió, significaría su aniquilación total, un torbellino de muerte y destrucción como nunca antes visto. En cuestión de horas, Hamás emitió un comunicado con una aceptación, pero parcial.

Negativa de desarmarse

Tanto Netanyahu como los sectores más duros en Washington alertaron de que era inconcebible aceptar una respuesta a medias: el plan era un todo o nada. La negativa de Hamás a desarmarse y renunciar a participar en el futuro político de Gaza, argumentaban, bastaba para romper las negociaciones.
Trump ignoró esas voces. Sostuvo que la disposición de Hamás ya era un avance en sí mismo. Compartió en redes el mensaje de Hamás, se grabó en el Despacho Oval dándose la enhorabuena. El domingo, al ser preguntado por una reportera israelí sobre por qué incluía a la Autoridad Palestina en el futuro de Gaza, se mostró irritado. «¿Queréis a los rehenes de vuelta o no?», replicó. Su paciencia también se agotaba con Netanyahu y los suyos.
Finalmente, envió a dos personas de su máxima confianza a negociar con Hamás con la mediación de Catar, Turquía y Egipto. No fue su todopoderoso secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional, Marco Rubio, quien voló a Sharm el Sheij, sino su amigo personal y enviado para conflictos, Steven Witkoff, y su yerno Jared Kushner, asesor en su primera administración y desde entonces a prudente distancia del poder.
Nada de funcionarios de carrera, nada de los viejos hábitos diplomáticos, de las disquisiciones lentas y los pequeños pasos cautelosos. Para lograr algo, había que romper las reglas, apostar por lo personal, usar no el nombre de Estados Unidos, sino el de Donald Trump.
Y lo cierto es que su personalismo extremo —el hecho de haber cultivado relaciones cercanas tanto con Netanyahu como con el emir de Catar y el príncipe heredero saudí— explica un resultado que pocos creían posible: que Hamás cediera, forzado por sus antiguos aliados islámicos, y que Israel aceptara un acuerdo que no implicaba la destrucción total del grupo responsable de una de las peores masacres de su historia reciente.
La noticia se la dio Rubio en la Casa Blanca el miércoles, en una mesa redonda para otros asuntos. En un papel, se leía claramente: «Muy cerca. Necesitamos que apruebe una publicación». Debía ser el primero en publicarlo. Era su logro. Lo había conseguido.
Ahora, en realidad, empieza todo para el gran hacedor de tratos. Trump ha ligado su nombre a este acuerdo. No sólo eso: se ha nombrado a sí mismo presidente del Consejo por la Paz, el órgano encargado de supervisar la reconstrucción de la Franja. Su éxito dependerá de si logra mantener la promesa de que la consecución de lo hasta ahora imposible —una paz duradera en Oriente Próximo— puede venderse como un trato cerrado.

Publicado: octubre 10, 2025, 2:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/arte-trato-trump-negocio-acuerdo-impensable-sobre-20251009184221-nt.html

La hora de la verdad había llegado para Benjamín Netanyahu. Donald Trump lo tenía en el Despacho Oval, a puerta cerrada, y debía hacer concesiones importantes si quería poner fin a dos años de guerra y recuperar a los veinte rehenes israelíes aún con vida en manos de Hamás. El primer paso, inmediato y urgente, aquel 29 de septiembre, era pedir perdón. Trump le facilitó al primer ministro de Israel un teléfono fijo y le entregó un papel, con un guion, para que lo siguiera al pie de la letra, ofreciendo sus disculpas al primer ministro qatarí, Mohamed al Thani, por el ataque en Doha del 9 de septiembre de 2025. Netanyahu no tuvo más remedio que aceptar y hacer acto de contrición mientras Trump sostenía el auricular.

Tras aquella llamada, impuesta por Trump, se desbloqueó la negociación. Qatar, antes indignado por un ataque destinado a eliminar a dirigentes de Hamás, volvió a ejercer de mediador, y de ese giro surgió un plan condensado de veinte puntos que, al ser presentado en un acto conjunto en la Sala de Recepciones Diplomáticas de la Casa Blanca, parecía casi quimérico. Pocos apostaban entonces por Trump. Pensaban que se estrellaría contra un conflicto irresoluble, tan antiguo como el mundo, que había derrotado a muchos otros antes que él.

Pero aquello era, en realidad, la sublimación del «arte del trato», el título del libro superventas de Trump de 1987. Primero, ejercer presión máxima antes de ofrecer una salida. Después, aplicar la máxima de que «la percepción lo es todo», cuidando la puesta en escena —una llamada telefónica, una firma en la Casa Blanca— para proyectar control y éxito incluso antes de cerrar el pacto. Y, por último, «apuntar alto y ceder poco»: pedir el triple de lo que se quiere conseguir.

El plan final, simplificado en veinte puntos, partía de exigencias maximalistas que Trump trasladó a fases ulteriores para asegurar un logro visible: la desmilitarización completa de Gaza, la exclusión total de Hamás y de cualquier otra facción armada del futuro gobierno, y la presencia permanente de una fuerza multinacional para garantizar la seguridad interior y el control fronterizo. De momento, se logró una retirada parcial de Israel y el regreso de los rehenes.

La presión máxima llegó el viernes 3 de octubre. Trump lanzó en redes su ultimátum: Hamás tenía hasta el domingo posterior a las 18.00 para aceptar el plan o rechazarlo. Un rechazo, advirtió, significaría su aniquilación total, un torbellino de muerte y destrucción como nunca antes visto. En cuestión de horas, Hamás emitió un comunicado con una aceptación, pero parcial.

Negativa de desarmarse

Tanto Netanyahu como los sectores más duros en Washington alertaron de que era inconcebible aceptar una respuesta a medias: el plan era un todo o nada. La negativa de Hamás a desarmarse y renunciar a participar en el futuro político de Gaza, argumentaban, bastaba para romper las negociaciones.

Trump ignoró esas voces. Sostuvo que la disposición de Hamás ya era un avance en sí mismo. Compartió en redes el mensaje de Hamás, se grabó en el Despacho Oval dándose la enhorabuena. El domingo, al ser preguntado por una reportera israelí sobre por qué incluía a la Autoridad Palestina en el futuro de Gaza, se mostró irritado. «¿Queréis a los rehenes de vuelta o no?», replicó. Su paciencia también se agotaba con Netanyahu y los suyos.

Finalmente, envió a dos personas de su máxima confianza a negociar con Hamás con la mediación de Catar, Turquía y Egipto. No fue su todopoderoso secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional, Marco Rubio, quien voló a Sharm el Sheij, sino su amigo personal y enviado para conflictos, Steven Witkoff, y su yerno Jared Kushner, asesor en su primera administración y desde entonces a prudente distancia del poder.

Nada de funcionarios de carrera, nada de los viejos hábitos diplomáticos, de las disquisiciones lentas y los pequeños pasos cautelosos. Para lograr algo, había que romper las reglas, apostar por lo personal, usar no el nombre de Estados Unidos, sino el de Donald Trump.

Y lo cierto es que su personalismo extremo —el hecho de haber cultivado relaciones cercanas tanto con Netanyahu como con el emir de Catar y el príncipe heredero saudí— explica un resultado que pocos creían posible: que Hamás cediera, forzado por sus antiguos aliados islámicos, y que Israel aceptara un acuerdo que no implicaba la destrucción total del grupo responsable de una de las peores masacres de su historia reciente.

La noticia se la dio Rubio en la Casa Blanca el miércoles, en una mesa redonda para otros asuntos. En un papel, se leía claramente: «Muy cerca. Necesitamos que apruebe una publicación». Debía ser el primero en publicarlo. Era su logro. Lo había conseguido.

Ahora, en realidad, empieza todo para el gran hacedor de tratos. Trump ha ligado su nombre a este acuerdo. No sólo eso: se ha nombrado a sí mismo presidente del Consejo por la Paz, el órgano encargado de supervisar la reconstrucción de la Franja. Su éxito dependerá de si logra mantener la promesa de que la consecución de lo hasta ahora imposible —una paz duradera en Oriente Próximo— puede venderse como un trato cerrado.

Artículos Relacionados