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EE.UU. rompe con Europa: aranceles, repatriaciones y desprecio

En solo dos meses de Donald Trump, la relación transatlántica ha sufrido un vuelco sin precedentes. Lo que antes era una alianza estratégica sólida, reforzada durante décadas por intereses comunes, defensa mutua y respeto institucional, ha derivado en una campaña de hostilidad abierta, iniciada … desde el mismísimo Despacho Oval. La nueva Casa Blanca, encabezada por Donald Trump y con el vicepresidente J.D. Vance como su edecán más combativo, ha dado paso a un lenguaje de desprecio, medidas punitivas y provocaciones diplomáticas que apuntan a una ruptura estructural con Europa.
Hasta en la actual campaña de cierre migratorio, marcada por detenciones y deportaciones masivas, estudiantes y turistas procedentes de países europeos como Francia o Alemania se han visto afectados, retenidos en aeropuertos o expulsados por supuestas irregularidades menores, en una señal más del deterioro en el trato hacia los tradicionales aliados de Estados Unidos.
Ya no se trata de desencuentros puntuales: Estados Unidos parece girar deliberadamente hacia un modelo aislacionista y de confrontación, donde Europa ha dejado de ser un socio preferente para convertirse en blanco político.

Morosos, aprovechados, débiles, parasitarios. No hay suficientes epítetos para describir el nivel de denigración al que se somete ahora a los socios europeos desde la nueva Casa Blanca. Se salvan quienes rinden pleitesía: aquellos que muestran alabanzas acríticas en sus visitas, como el británico Keir Starmer, o los más firmes aliados ideológicos, como Giorgia Meloni en Italia o Viktor Orbán en Hungría.
Y esos son los que cuentan. En el caso español, tuvo que ser el subsecretario de Estado –tercera fila institucional– quien, tras ser confirmado y asumir el cargo, decidió por fin llamar a algún homólogo en Madrid, después de casi diez semanas de absoluto silencio en la línea directa entre Washington y la capital española.
El más reciente choque tuvo lugar esta misma semana, durante el controvertido viaje del vicepresidente Vance a Groenlandia. Lo que en principio se anunció como una visita cultural liderada por su esposa, Usha Vance, terminó convertido en una gira improvisada con fuerte carga política y antieuropea. Vance se sumó a última hora, justificando su presencia con una frase que desató aún más críticas: «No quería que Usha se divirtiera sola». Ya en la isla, sin contacto con autoridades locales y rodeado únicamente de asesores, militares y contratistas estadounidenses, aprovechó para insistir en que Estados Unidos necesita Groenlandia, quitársela a Europa, «para la seguridad mundial», porque los países europeos viven, dijo, «a costa del esfuerzo militar y económico» de EE.UU.

Odio calculado

El tono de desprecio hacia Europa no ha sido ocasional ni diplomáticamente calculado. Es un mar de fondo en esta Casa Blanca, por otro lado muy poco dada a incordiar a potencias como China o Rusia.
En la filtración de los mensajes del grupo de Signal –el llamado «Signalgate»– figura que Vance escribió que «odia tener que rescatar otra vez a Europa», en alusión a los ataques contra los hutíes en Yemen, y añadió que Estados Unidos estaba cometiendo un error al involucrarse porque «solo el 3% del comercio estadounidense pasa por el canal de Suez, frente al 40% del europeo». A eso, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, respondió con entusiasmo: «Comparto totalmente tu desprecio por el parasitismo europeo. Es PATÉTICO».
No es la primera vez que el vicepresidente muestra esta animadversión. En la Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada en febrero, pronunció un discurso que dejó helados a los asistentes europeos, donde llamó «comisarios políticos» a los funcionarios de la Unión Europea y acusó a los gobiernos del continente de «haber abandonado los valores occidentales». Llegó incluso a elogiar, en contraste, a gobiernos autoritarios por mantener, según él, una mayor coherencia cultural.
Días después, en una reunión privada con el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, Vance adoptó un tono afable, pero volvió a presionar para que Alemania se replantee su negativa a pactar con la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), partido al que él ha elogiado abiertamente.
Para Vance, ideólogo y adalid de esta ofensiva, Europa representa un modelo decadente, burocratizado y excesivamente moralista. Lo ha dicho públicamente y lo ha reiterado en privado, según fuentes diplomáticas europeas que han mantenido reuniones con él desde la investidura. Su retórica, a diferencia de la de Trump –que siempre fue más transaccional y centrada en la negociación pura y dura–, es ideológica, emocional y sostenida. «Todo lo de Trump se podía negociar, siempre podías ofrecerle algo a cambio. Con Vance hay un desprecio genuino, nos detesta, está claro», resume un diplomático europeo en activo en conversación reciente con ABC.
Más allá del lenguaje, la agenda política de esta Casa Blanca ha cristalizado esa hostilidad en hechos concretos. En apenas unas semanas, se han anunciado o puesto en marcha aranceles contra productos europeos clave –vehículos, acero, aluminio, torres eólicas– y se ha amenazado con penalizar las exportaciones españolas por el IVA del 21%. Se mantuvieron los aranceles a la aceituna negra andaluza, se estudia restringir el acceso de barcos españoles a ciertos puertos y se cuestiona abiertamente la validez de tratados como el acuerdo comercial con la Unión Europea.
Todo ello en un contexto de repliegue diplomático: se han cancelado o pospuesto visitas oficiales, las llamadas de alto nivel se han reducido al mínimo y los canales de interlocución se han desplazado a figuras de segundo o tercer nivel. La señal es clara: para la Administración Trump-Vance, Europa ha dejado de ser un socio indispensable. Y de los menos indispensables, España está a la cola.
Cuando el martes Trump hizo venir a la Casa Blanca a un nutrido grupo de sus embajadores designados, para consensuar posturas y sentar prioridades, el enviado a España estaba ausente, como también el de Alemania.
Para Trump, Europa ahora es un problema, una carga, o en el mejor de los casos, un interlocutor que debe ajustarse a las nuevas reglas de subordinación impuestas desde Washington. El miércoles 2 de abril, Trump anunciará el golpe económico más amplio a Europa en décadas: un paquete de aranceles recíprocos que, según ha adelantado el propio presidente, podrían alcanzar los 100.000 millones de dólares en ingresos para el Tesoro estadounidense. La idea es un repliegue total, paralelo al cierre de fronteras.

Publicado: marzo 31, 2025, 12:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/eeuu-rompe-europa-aranceles-repatriaciones-desprecio-20250330041257-nt.html

En solo dos meses de Donald Trump, la relación transatlántica ha sufrido un vuelco sin precedentes. Lo que antes era una alianza estratégica sólida, reforzada durante décadas por intereses comunes, defensa mutua y respeto institucional, ha derivado en una campaña de hostilidad abierta, iniciada desde el mismísimo Despacho Oval. La nueva Casa Blanca, encabezada por Donald Trump y con el vicepresidente J.D. Vance como su edecán más combativo, ha dado paso a un lenguaje de desprecio, medidas punitivas y provocaciones diplomáticas que apuntan a una ruptura estructural con Europa.

Hasta en la actual campaña de cierre migratorio, marcada por detenciones y deportaciones masivas, estudiantes y turistas procedentes de países europeos como Francia o Alemania se han visto afectados, retenidos en aeropuertos o expulsados por supuestas irregularidades menores, en una señal más del deterioro en el trato hacia los tradicionales aliados de Estados Unidos.

Ya no se trata de desencuentros puntuales: Estados Unidos parece girar deliberadamente hacia un modelo aislacionista y de confrontación, donde Europa ha dejado de ser un socio preferente para convertirse en blanco político.

Morosos, aprovechados, débiles, parasitarios. No hay suficientes epítetos para describir el nivel de denigración al que se somete ahora a los socios europeos desde la nueva Casa Blanca. Se salvan quienes rinden pleitesía: aquellos que muestran alabanzas acríticas en sus visitas, como el británico Keir Starmer, o los más firmes aliados ideológicos, como Giorgia Meloni en Italia o Viktor Orbán en Hungría.

Y esos son los que cuentan. En el caso español, tuvo que ser el subsecretario de Estado –tercera fila institucional– quien, tras ser confirmado y asumir el cargo, decidió por fin llamar a algún homólogo en Madrid, después de casi diez semanas de absoluto silencio en la línea directa entre Washington y la capital española.

El más reciente choque tuvo lugar esta misma semana, durante el controvertido viaje del vicepresidente Vance a Groenlandia. Lo que en principio se anunció como una visita cultural liderada por su esposa, Usha Vance, terminó convertido en una gira improvisada con fuerte carga política y antieuropea. Vance se sumó a última hora, justificando su presencia con una frase que desató aún más críticas: «No quería que Usha se divirtiera sola». Ya en la isla, sin contacto con autoridades locales y rodeado únicamente de asesores, militares y contratistas estadounidenses, aprovechó para insistir en que Estados Unidos necesita Groenlandia, quitársela a Europa, «para la seguridad mundial», porque los países europeos viven, dijo, «a costa del esfuerzo militar y económico» de EE.UU.

Odio calculado

El tono de desprecio hacia Europa no ha sido ocasional ni diplomáticamente calculado. Es un mar de fondo en esta Casa Blanca, por otro lado muy poco dada a incordiar a potencias como China o Rusia.

En la filtración de los mensajes del grupo de Signal –el llamado «Signalgate»– figura que Vance escribió que «odia tener que rescatar otra vez a Europa», en alusión a los ataques contra los hutíes en Yemen, y añadió que Estados Unidos estaba cometiendo un error al involucrarse porque «solo el 3% del comercio estadounidense pasa por el canal de Suez, frente al 40% del europeo». A eso, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, respondió con entusiasmo: «Comparto totalmente tu desprecio por el parasitismo europeo. Es PATÉTICO».

No es la primera vez que el vicepresidente muestra esta animadversión. En la Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada en febrero, pronunció un discurso que dejó helados a los asistentes europeos, donde llamó «comisarios políticos» a los funcionarios de la Unión Europea y acusó a los gobiernos del continente de «haber abandonado los valores occidentales». Llegó incluso a elogiar, en contraste, a gobiernos autoritarios por mantener, según él, una mayor coherencia cultural.

Días después, en una reunión privada con el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, Vance adoptó un tono afable, pero volvió a presionar para que Alemania se replantee su negativa a pactar con la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), partido al que él ha elogiado abiertamente.

Para Vance, ideólogo y adalid de esta ofensiva, Europa representa un modelo decadente, burocratizado y excesivamente moralista. Lo ha dicho públicamente y lo ha reiterado en privado, según fuentes diplomáticas europeas que han mantenido reuniones con él desde la investidura. Su retórica, a diferencia de la de Trump –que siempre fue más transaccional y centrada en la negociación pura y dura–, es ideológica, emocional y sostenida. «Todo lo de Trump se podía negociar, siempre podías ofrecerle algo a cambio. Con Vance hay un desprecio genuino, nos detesta, está claro», resume un diplomático europeo en activo en conversación reciente con ABC.

Más allá del lenguaje, la agenda política de esta Casa Blanca ha cristalizado esa hostilidad en hechos concretos. En apenas unas semanas, se han anunciado o puesto en marcha aranceles contra productos europeos clave –vehículos, acero, aluminio, torres eólicas– y se ha amenazado con penalizar las exportaciones españolas por el IVA del 21%. Se mantuvieron los aranceles a la aceituna negra andaluza, se estudia restringir el acceso de barcos españoles a ciertos puertos y se cuestiona abiertamente la validez de tratados como el acuerdo comercial con la Unión Europea.

Todo ello en un contexto de repliegue diplomático: se han cancelado o pospuesto visitas oficiales, las llamadas de alto nivel se han reducido al mínimo y los canales de interlocución se han desplazado a figuras de segundo o tercer nivel. La señal es clara: para la Administración Trump-Vance, Europa ha dejado de ser un socio indispensable. Y de los menos indispensables, España está a la cola.

Cuando el martes Trump hizo venir a la Casa Blanca a un nutrido grupo de sus embajadores designados, para consensuar posturas y sentar prioridades, el enviado a España estaba ausente, como también el de Alemania.

Para Trump, Europa ahora es un problema, una carga, o en el mejor de los casos, un interlocutor que debe ajustarse a las nuevas reglas de subordinación impuestas desde Washington. El miércoles 2 de abril, Trump anunciará el golpe económico más amplio a Europa en décadas: un paquete de aranceles recíprocos que, según ha adelantado el propio presidente, podrían alcanzar los 100.000 millones de dólares en ingresos para el Tesoro estadounidense. La idea es un repliegue total, paralelo al cierre de fronteras.

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