De patrulla por la frontera del 'sheriff' Trump con México - Colombia
Registro  /  Login

Portal de Negocios en Colombia


De patrulla por la frontera del 'sheriff' Trump con México

«Es un coyote». Claudio Herrera mira a lo alto de una colina de roca, desnuda de vegetación. Estamos sobre un camino de tierra que marca la frontera entre Estados Unidos y México. Allí arriba, ya en el lado mexicano, hay una figura humana … que hace aspavientos. Apenas se distingue su cabeza tapada por una capucha. Herrera lleva el uniforme verde de la Patrulla de Aduanas y Fronteras (CPB, en sus siglas en inglés), la primera línea de seguridad de EE.UU. El agente le devuelve gestos. Y sonríe con tranquilidad. La sonrisa de Herrera retrata la satisfacción del Gobierno: la frontera está en calma, bajo control. ‘Quiet’, callada, como dicen los pocos anglos que viven por aquí.
Los gritos del ‘coyote’ –un miembro de los grupos criminales dedicados a introducir inmigrantes indocumentados– casi animan la labor tediosa de Herrera y de otros compañeros de la patrulla fronteriza. ABC les acompaña en una de sus jornadas de vigilancia del llamado sector de El Paso. Lleva el nombre de la ciudad fronteriza de Texas, pero se extiende por más de 400 kilómetros de frontera tanto de ese estado como de Nuevo México.
«A veces se ponen agresivos», relata Herrera sobre los ‘coyotes’. «Hemos tenido incidentes de ataques contra los agentes, les lanzan piedras. Por eso hemos puesto estas protecciones», dice apuntando a una de las vallas que aparecen en la frontera cada varios cientos de metros.

Nada de eso ocurre hoy. Solo el viento que corre entre las colinas escarpadas rompe el silencio en este punto del valle del río Grande, el río Bravo para los anglos.
La jornada ha comenzado todavía de noche en El Paso, la hermana estadounidense de esa metrópoli fronteriza que en su lado mexicano es Ciudad Juárez. Por estos pedregales pasaron las expediciones legendarias de Francisco Vázquez de Coronado y de don Juan de Oñate, este fue territorio de la Nueva España y del joven México. Y se partió con la guerra entre México y EE.UU. de mediados del siglo XIX: lo que quedó al norte del río Grande sería estadounidense. Y lo sigue siendo hoy, pero inseparable de la cultura hispana: el 80% de la población es hispana.

Símbolo de caos migratorio

En los últimos años, El Paso se ha convertido en uno de los símbolos del caos migratorio que ha vivido EE.UU. En el lado mexicano, en Juárez, una presencia fuerte de los cárteles, que son el impulso de la entrada de drogas, pero también de inmigrantes indocumentados, a los que extorsionan. En el lado tejano, una ciudad desbordada por la entrada masiva de inmigrantes indocumentados desde todos los puntos de vista: policial, legal y humanitario.
«Vamos a Sunland Park, en Nuevo México», anuncia Herrera, al volante, nada más arrancar su patrullera. Es, en realidad, un suburbio de El Paso. Al otro lado de la frontera está Anapra, una barriada de Juárez controlada por los narcos y que ha servido de lugar de espera para el cruce de cientos de miles de inmigrantes.
Este lugar ha sido uno de los puntos calientes de lo que Donald Trump y sus aliados han calificado como «invasión» en los últimos años. «Esta es una de las áreas con más detenciones de todo el sector», cuenta el agente Herrera mientras las primeras luces del día se reflejan en los barrotes metálicos de la valla que separa a EE.UU. de su vecino del sur. Es el famoso muro de Trump, la promesa emblemática de la primera campaña de Trump. El que iba a pagar México, algo que, por supuesto, nunca ocurrió. Que sería el «Rolls-Royce» de los muros e «imposible de escalar», según el multimillonario neoyorquino. Pero claro que se pueden escalar. «Los coyotes traen escaleras caseras para que los inmigrantes suban hasta lo alto del muro. Luego resbalan en el otro lado por los barrotes», cuenta Herrera. No es algo fácil. Muchos se abrasan en la maniobra. Se caen. Los accidentes y las heridas, también mortales, son habituales. En 2024, 176 personas perdieron la vida en el sector de El Paso tratando de cruzar la frontera.

La pobreza al otro lado

Los barrotes dejan ver lo que está al otro lado. Apenas han pasado las seis de la mañana y, en la barriada de Anapra, una mezcla de casitas humildes y chabolas todavía más pobres, no se han despertado ni los gallos. Al contrario que en el lado estadounidense, donde solo hay desierto, en el mexicano las construcciones llegan casi hasta la base del muro. Entre otras, un pequeño santuario a la Santa Muerte, con velas encendidas, un culto que los agentes fronterizos relacionan con la presencia del narco en la zona.

El muro es la última barrera para quienes buscan una nueva vida en EE.UU.
JAVIER ANSORENA

La patrulla se encamina hacia una ‘zona cero’ de la inmigración en esta región. La orografía se complica, el terreno se eleva y desaparecen los barrotes metálicos. Al principio solo hay una valla baja cubierta de alambre con pinchos. Después, nada. No hay separación en la frontera.
«Uno de los problemas que hemos tenido en este sector es la falta de infraestructuras, es una oportunidad abierta para cruzar», explica Herrera en una parada. De hecho, el camino en el que está detenido el todoterreno es la frontera. Si este reportero se despista y rebasa el margen derecho del camino, estará en México. Técnicamente, una entrada ilegal en México.
Este lugar ha sido un hervidero de entradas ilegales, pero en el otro sentido. «Durante el año con más entradas, en 2023, en este sector tuvimos un promedio diario de unas 2.700 detenciones», cuenta Herrera. «Ahora estamos en unas 60-70 al día».
El dato para este sector es un reflejo del desplome en la entrada de inmigrantes indocumentados en los últimos meses. Arrancó en la última etapa del Gobierno de Joe Biden, cuando el expresidente trató a última hora de meter en cintura el caos migratorio, convertido en uno de sus grandes problemas electorales, con restricciones a las peticiones de asilo. Por ejemplo, en diciembre del año pasado, todavía con Biden en la Casa Blanca, se registraron algo más de 96.000 arrestos en la frontera sur de EE.UU., tres veces menos que en el mismo mes de 2023, cuando fueron casi 302.000.
Con Trump en el poder, los cruces ilegales se han hundido: 11.708 en febrero, 11.019 en marzo y 12.035 en abril. Son caídas de cerca del 95% frente a los mismos meses del año pasado.
El crujido de la radio del todoterreno del agente Herrera rompe el silencio. Una patrulla a caballo ha detenido a un inmigrante indocumentado, cerca de allí en la zona que llaman de Cristo Rey. Otros dos inmigrantes han sido localizados por cámaras de seguridad, pero al parecer han regresado a territorio mexicano. «Ahora es como jugar al gato y al ratón», dice el agente sobre lo que antes era un flujo incontrolable.

De la riada al goteo

Ese cambio de la riada al goteo tiene que ver con la política de mano dura de Trump. Y sus diferentes vertientes: el refuerzo de los cuerpos de seguridad fronterizos; la militarización de partes importantes de la frontera, con la creación de ‘zonas nacionales de defensa’ y el despliegue de militares. Y, sobre todo, los cambios regulatorios que han ahogado la posibilidad de cruzar la frontera, pedir asilo y quedarse en EE.UU. hasta tener una cita con el juez migratorio, a la que muchos optaban por no acudir, Pero, también, el miedo provocado entre la comunidad migrante por las amenazas de deportaciones masivas -todavía no ejecutadas- o por maniobras abusivas como las expulsiones expeditas -y peleadas en tribunales- a una cárcel de máxima seguridad en El Salvador.
«La presencia reforzada de oficiales y soldados en el terreno junto con el mensaje contundente de que no toleramos ninguna entrada ilegal y aplicamos medidas severas ha sido la clave del éxito», defiende Orlando Marrero, otro agente de la patrulla fronteriza. Además, asegura que ahora las expulsiones de los inmigrantes indocumentados que ellos detienen pueden ocurrir «en un plazo de 24 horas», después de que los afectados hayan pasado por viajes costosos, extenuantes y peligrosos de 40 o 50 días para llegar hasta la frontera.
Esta frontera silenciosa, tomada por las fuerzas de seguridad, es el día y la noche comparado con lo que ha ocurrido en los últimos años, en los que arrestaban a más de dos millones de inmigrantes indocumentados al año desde México. «Llevo 16 años en la patrulla fronteriza», apunta. «Lo que estamos viendo ahora es una vuelta a la normalidad».

Publicado: mayo 18, 2025, 6:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/patrulla-frontera-sheriff-trump-mexico-20250518163438-nt.html

«Es un coyote». Claudio Herrera mira a lo alto de una colina de roca, desnuda de vegetación. Estamos sobre un camino de tierra que marca la frontera entre Estados Unidos y México. Allí arriba, ya en el lado mexicano, hay una figura humana que hace aspavientos. Apenas se distingue su cabeza tapada por una capucha. Herrera lleva el uniforme verde de la Patrulla de Aduanas y Fronteras (CPB, en sus siglas en inglés), la primera línea de seguridad de EE.UU. El agente le devuelve gestos. Y sonríe con tranquilidad. La sonrisa de Herrera retrata la satisfacción del Gobierno: la frontera está en calma, bajo control. ‘Quiet’, callada, como dicen los pocos anglos que viven por aquí.

Los gritos del ‘coyote’ –un miembro de los grupos criminales dedicados a introducir inmigrantes indocumentados– casi animan la labor tediosa de Herrera y de otros compañeros de la patrulla fronteriza. ABC les acompaña en una de sus jornadas de vigilancia del llamado sector de El Paso. Lleva el nombre de la ciudad fronteriza de Texas, pero se extiende por más de 400 kilómetros de frontera tanto de ese estado como de Nuevo México.

«A veces se ponen agresivos», relata Herrera sobre los ‘coyotes’. «Hemos tenido incidentes de ataques contra los agentes, les lanzan piedras. Por eso hemos puesto estas protecciones», dice apuntando a una de las vallas que aparecen en la frontera cada varios cientos de metros.

Nada de eso ocurre hoy. Solo el viento que corre entre las colinas escarpadas rompe el silencio en este punto del valle del río Grande, el río Bravo para los anglos.

La jornada ha comenzado todavía de noche en El Paso, la hermana estadounidense de esa metrópoli fronteriza que en su lado mexicano es Ciudad Juárez. Por estos pedregales pasaron las expediciones legendarias de Francisco Vázquez de Coronado y de don Juan de Oñate, este fue territorio de la Nueva España y del joven México. Y se partió con la guerra entre México y EE.UU. de mediados del siglo XIX: lo que quedó al norte del río Grande sería estadounidense. Y lo sigue siendo hoy, pero inseparable de la cultura hispana: el 80% de la población es hispana.

Símbolo de caos migratorio

En los últimos años, El Paso se ha convertido en uno de los símbolos del caos migratorio que ha vivido EE.UU. En el lado mexicano, en Juárez, una presencia fuerte de los cárteles, que son el impulso de la entrada de drogas, pero también de inmigrantes indocumentados, a los que extorsionan. En el lado tejano, una ciudad desbordada por la entrada masiva de inmigrantes indocumentados desde todos los puntos de vista: policial, legal y humanitario.

«Vamos a Sunland Park, en Nuevo México», anuncia Herrera, al volante, nada más arrancar su patrullera. Es, en realidad, un suburbio de El Paso. Al otro lado de la frontera está Anapra, una barriada de Juárez controlada por los narcos y que ha servido de lugar de espera para el cruce de cientos de miles de inmigrantes.

Este lugar ha sido uno de los puntos calientes de lo que Donald Trump y sus aliados han calificado como «invasión» en los últimos años. «Esta es una de las áreas con más detenciones de todo el sector», cuenta el agente Herrera mientras las primeras luces del día se reflejan en los barrotes metálicos de la valla que separa a EE.UU. de su vecino del sur. Es el famoso muro de Trump, la promesa emblemática de la primera campaña de Trump. El que iba a pagar México, algo que, por supuesto, nunca ocurrió. Que sería el «Rolls-Royce» de los muros e «imposible de escalar», según el multimillonario neoyorquino. Pero claro que se pueden escalar. «Los coyotes traen escaleras caseras para que los inmigrantes suban hasta lo alto del muro. Luego resbalan en el otro lado por los barrotes», cuenta Herrera. No es algo fácil. Muchos se abrasan en la maniobra. Se caen. Los accidentes y las heridas, también mortales, son habituales. En 2024, 176 personas perdieron la vida en el sector de El Paso tratando de cruzar la frontera.

La pobreza al otro lado

Los barrotes dejan ver lo que está al otro lado. Apenas han pasado las seis de la mañana y, en la barriada de Anapra, una mezcla de casitas humildes y chabolas todavía más pobres, no se han despertado ni los gallos. Al contrario que en el lado estadounidense, donde solo hay desierto, en el mexicano las construcciones llegan casi hasta la base del muro. Entre otras, un pequeño santuario a la Santa Muerte, con velas encendidas, un culto que los agentes fronterizos relacionan con la presencia del narco en la zona.

Imagen principal - El muro es la última barrera para quienes buscan una nueva vida en EE.UU.
Imagen secundaria 1 - El muro es la última barrera para quienes buscan una nueva vida en EE.UU.
Imagen secundaria 2 - El muro es la última barrera para quienes buscan una nueva vida en EE.UU.
El muro es la última barrera para quienes buscan una nueva vida en EE.UU.
JAVIER ANSORENA

La patrulla se encamina hacia una ‘zona cero’ de la inmigración en esta región. La orografía se complica, el terreno se eleva y desaparecen los barrotes metálicos. Al principio solo hay una valla baja cubierta de alambre con pinchos. Después, nada. No hay separación en la frontera.

«Uno de los problemas que hemos tenido en este sector es la falta de infraestructuras, es una oportunidad abierta para cruzar», explica Herrera en una parada. De hecho, el camino en el que está detenido el todoterreno es la frontera. Si este reportero se despista y rebasa el margen derecho del camino, estará en México. Técnicamente, una entrada ilegal en México.

Este lugar ha sido un hervidero de entradas ilegales, pero en el otro sentido. «Durante el año con más entradas, en 2023, en este sector tuvimos un promedio diario de unas 2.700 detenciones», cuenta Herrera. «Ahora estamos en unas 60-70 al día».

El dato para este sector es un reflejo del desplome en la entrada de inmigrantes indocumentados en los últimos meses. Arrancó en la última etapa del Gobierno de Joe Biden, cuando el expresidente trató a última hora de meter en cintura el caos migratorio, convertido en uno de sus grandes problemas electorales, con restricciones a las peticiones de asilo. Por ejemplo, en diciembre del año pasado, todavía con Biden en la Casa Blanca, se registraron algo más de 96.000 arrestos en la frontera sur de EE.UU., tres veces menos que en el mismo mes de 2023, cuando fueron casi 302.000.

Con Trump en el poder, los cruces ilegales se han hundido: 11.708 en febrero, 11.019 en marzo y 12.035 en abril. Son caídas de cerca del 95% frente a los mismos meses del año pasado.

El crujido de la radio del todoterreno del agente Herrera rompe el silencio. Una patrulla a caballo ha detenido a un inmigrante indocumentado, cerca de allí en la zona que llaman de Cristo Rey. Otros dos inmigrantes han sido localizados por cámaras de seguridad, pero al parecer han regresado a territorio mexicano. «Ahora es como jugar al gato y al ratón», dice el agente sobre lo que antes era un flujo incontrolable.

De la riada al goteo

Ese cambio de la riada al goteo tiene que ver con la política de mano dura de Trump. Y sus diferentes vertientes: el refuerzo de los cuerpos de seguridad fronterizos; la militarización de partes importantes de la frontera, con la creación de ‘zonas nacionales de defensa’ y el despliegue de militares. Y, sobre todo, los cambios regulatorios que han ahogado la posibilidad de cruzar la frontera, pedir asilo y quedarse en EE.UU. hasta tener una cita con el juez migratorio, a la que muchos optaban por no acudir, Pero, también, el miedo provocado entre la comunidad migrante por las amenazas de deportaciones masivas -todavía no ejecutadas- o por maniobras abusivas como las expulsiones expeditas -y peleadas en tribunales- a una cárcel de máxima seguridad en El Salvador.

«La presencia reforzada de oficiales y soldados en el terreno junto con el mensaje contundente de que no toleramos ninguna entrada ilegal y aplicamos medidas severas ha sido la clave del éxito», defiende Orlando Marrero, otro agente de la patrulla fronteriza. Además, asegura que ahora las expulsiones de los inmigrantes indocumentados que ellos detienen pueden ocurrir «en un plazo de 24 horas», después de que los afectados hayan pasado por viajes costosos, extenuantes y peligrosos de 40 o 50 días para llegar hasta la frontera.

Esta frontera silenciosa, tomada por las fuerzas de seguridad, es el día y la noche comparado con lo que ha ocurrido en los últimos años, en los que arrestaban a más de dos millones de inmigrantes indocumentados al año desde México. «Llevo 16 años en la patrulla fronteriza», apunta. «Lo que estamos viendo ahora es una vuelta a la normalidad».

Artículos Relacionados