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Imagine, por un momento, la luz de la luna iluminando su rostro. Estás sentado en el balcón de tu casa, la frescura de la noche acaricia la piel y en la oscuridad y el silencio, de momento, todo parece hermoso. No son muchos los momentos conscientes que se viven junto a la luna. Se vuelve una comodidad tan común mientras vivimos y envejecemos, que, a veces, es como si no existiera. Ahora, imagine por un momento que la luz de la luna nunca más tocará su rostro. Que por errores cometidos, debas pasar la vida entre cuatro paredes desde las que la luna deja de existir por completo. ¿La extrañarías? ¿Sentirías que se te priva de una belleza que va más allá de lo material? ¿Sentirías, acaso, que se ha reducido tu humanidad a algo sin importancia?