Publicado: febrero 18, 2025, 11:48 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/china-tailandia-declaran-guerra-mafias-myanmar-20250218173815-nt.html
En ocasiones, basta un mínimo desliz para activar los engranajes más poderosos del mundo. En este caso, la suerte de un joven actor ha conectado el paternalismo de China, el turismo de Tailandia y la guerra civil en Myanmar (Birmania) para provocar … una campaña política de máximo orden destinada a erradicar las mafias de estafas digitales y trata de personas asentadas en este último país, las cuales han descarrilado decenas de miles de vidas y hurtado cientos de millones de euros.
El protagonista en cuestión se llama Wang Xing. Este ciudadano chino de 31 años aterrizó el pasado 3 de enero en el aeropuerto de Bangkok para participar en el supuesto proceso de selección de una película. El vehículo que le recogió, sin embargo, no puso rumbo a ningún estudio de grabación, sino que se perdió en la zona fronteriza entre Tailandia y Myanmar. Esta tierra de nadie alberga organizaciones criminales que se financian mediante fraudes de todo tipo, a menudo perpetrados por rehenes que viven en condiciones de esclavitud y tortura, embaucados por propuestas engañosas como la que atrajo al propio Wang.
Sus allegados, claro está, nada sabían de este giro de los acontecimientos. Ante el inquietante silencio al otro lado del teléfono, su pareja inició una campaña en redes sociales que pronto se volvió viral y atrajo la atención de los medios de comunicación. Apenas cuatro días después, Wang apareció. La policía tailandesa lo rescató en la ciudad birmana de Myawaddy y le colocó delante de un micrófono para celebrar el éxito de la operación, sin desvelar detalle alguno sobre la misma. El actor, con la cabeza rapada y aspecto desmejorado, contó que había sido secuestrado por una mafia. El final del caso solo supuso, en realidad, el principio.
La liberación de Wang empujó a cientos de familias chinas a reclamar la intercesión de su Gobierno para encontrar a seres queridos atrapados en circunstancias similares. La petición conjunta de 174 afectados pronto incluyó unos 1.200 nombres, algunos desaparecidos desde hace años. En la rueda de prensa, Wang relató que durante su breve cautiverio había compartido alojamiento con al menos medio centenar de compatriotas.
Uno de ellos bien podría ser el hijo de Sun Maoxing y Wang Weiju. Estos sexagenarios oriundos de la provincia de Shandong se hicieron famosos el pasado 14 de enero cuando tomaron un vuelo internacional por primera vez en su vida para arrodillarse a la entrada de la embajada china en Bangkok. Sun Baochao, de 32 años, desapareció en abril del año pasado y desde entonces una voz que no es la suya solo contesta a los mensajes de sus padres para exigir dinero. «Por favor, salven a nuestro hijo», rogaban ante el encogimiento de hombros del personal diplomático.
La respuesta general llegó al cabo de un día. El 15 de enero, el Ministerio de Seguridad Pública emitió un comunicado oficial para aplacar la indignación creciente ante la aparente indolencia de las autoridades. «Estamos haciendo todo lo posible para llevar a cabo investigaciones y, con el apoyo y la asistencia del Ministerio de Exteriores y de las embajadas y consulados chinos en el extranjero, trabajando incansablemente para coordinar el rescate de quienes están atrapados», aseguró el organismo.
Preocupación bilateral
Unos perdían personas, otros ingresos. Al deber de socorro chino se sumó así la preocupación tailandesa hasta acabar consolidando una enérgica voluntad compartida. El caso de Wang instaló el miedo a visitar Tailandia, plasmado en una multimillonaria avalancha de cancelaciones. Un agujero de proporciones alarmantes: de los 35,5 millones de viajeros que pisaron el paradisiaco país en 2024, 6,7 de ellos (18,8%) procedían de China; un porcentaje mayor que cualquier otro y aún así todavía lejos de los 11 millones prepandémicos (30%). El turismo sostiene, a su vez, un quinto de la economía nacional. Tailandia se arriesgaba, por tanto, a perder a su mejor cliente y patrocinador.
La primera ministra lo tuvo claro desde el primer momento. «Tenemos que gestionar esto bien para que no afecte al turismo», declaró Paetongtarn Shinawatra, y empezó ella misma; la desaparición del actor había sido «exagerada» en redes sociales para retratar a Tailandia como un lugar peligroso. De ahí que, en la rueda de prensa posterior a la liberación, un policía le preguntara a Wang: «Usted cree que Tailandia es segura, ¿verdad? ¿Puede contestar en chino?». «Tailandia es segura, no hay de qué preocuparse», respondió obediente el recién rescatado. «Si tengo la oportunidad en el futuro, sin duda volveré».
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Shinawatra solemnizó su compromiso ante el gran líder. «Tailandia está dispuesta a fortalecer la cooperación con China y otros países vecinos en la aplicación de la ley, así como a tomar medidas firmes y efectivas para combatir los delitos transfronterizos, como el juego por Internet y el fraude», afirmó durante su visita oficial a Pekín el pasado 6 de febrero. «China valora las firmes medidas de Tailandia […]. Ambas partes deben seguir fortaleciendo la cooperación en la aplicación de la ley, la seguridad y el ámbito judicial», asintió Xi Jinping, quien asimismo tuvo a bien advertir a la primera ministra que su plan de abrir casinos en suelo tailandés «aumentaría el índice de criminalidad».
Shinawatra había aterrizado en la capital china con los hechos por delante. Un día antes del encuentro con Xi su Ejecutivo cortó el suministro de electricidad, Internet y combustible a cinco problemáticas zonas fronterizas en Myanmar. La interrupción afecta todavía, entre otras poblaciones, a Shwe Kokko, una extraña aglomeración de altos edificios surgida de la nada a modo de «ciudad de entretenimiento», un monumento a los cuantiosos réditos de estas tramas, fruto de un acuerdo entre las guerrillas locales y el empresario chino She Zhijiang, quien ahora aguarda en una cárcel de Bangkok la extradición a su país de origen.
El control de esta región, conocida como el Estado de Karen, escapa al Gobierno central de Myanmar desde la independencia del país en 1948, y la guerra civil contra la Junta Militar tras el golpe de 2021 ha empeorado aún más la caótica situación. La presión de Tailandia, no obstante, va causando efecto. Los rebeldes Karen ya han dado un ultimátum a las redes de estafas y demás negocios ilícitos que operan en su territorio: estas deben abandonar sus actividades antes de final de mes.
En consecuencia, las autoridades tailandesas permanecían alerta en días previos ante un previsible éxodo de extranjeros procedentes de Myanmar, según advirtió el vice primer ministro Phumtham Wechayachai el pasado miércoles. Así ocurrió: unas pocas horas después, el Ejército Budista Democrático Karen enviaba 261 víctimas, 221 hombres y 40 mujeres de veinte nacionalidades distintas, la mayoría de ellos procedentes de países africanos y asiáticos. Las imágenes muestran una embarcación repleta de personas cruzando el estrecho río que sirve de división entre ambos países. Comitivas como estas podrían seguir llegando en próximos días.
Tailandia, mientras tanto, cumple con su parte. El pasado viernes, diez ciudadanos chinos relacionados con el secuestro de Wang Xing fueron deportados a China, después de que el régimen facilitara los nombres de 3.700 individuos involucrados con estas organizaciones criminales. Sin embargo, según fuentes locales citadas por medios tailandeses, todavía quedarían unos 17.000 prisioneros en la zona, 10.000 de ellos chinos, cuyos grilletes los engranajes más poderosos del mundo no han podido desbloquear aún.