Publicado: diciembre 7, 2025, 11:45 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/volante-zona-muerte-frente-abastecer-defensa-ucraniana-20251208041728-nt.html
Ser rápido es la segunda regla básica. Tener temple, la primera. En menos de un minuto, Sitka vacía el maletero cargado de drones. Dos soldados que no pasan de los 22 años acuden a su encuentro. La desolación del lugar todavía no les ha … arrebatado la tímida sonrisa. El zumbido de un dron FPV paraliza unos segundos la escena.
«Es nuestro, tranquilos», apunta otro de los defensores. A diez kilómetros de la asediada ciudad de Pokrovsk, el silencio parece haberse extinguido. La tierra vibra a golpe de impacto de los proyectiles. Igor empuña su fusil y sus ojos recorren el cielo plomizo del Dombás. La entrega se completó. Ahora toca volver: «Esto para mí es lo más peligroso», desliza con tranquilidad Sitka, conductor de la 20ª Brigada Independiente de Sistemas No Tripulados K-2.
Los sentidos que más se agudizan durante el trayecto son la vista y el oído. Las ventanillas del coche nunca se cierran del todo. Hay que tratar de anticipar el traqueteo mecánico de los aparatos voladores. Un perro baja corriendo por una pequeña cuesta de tierra flanqueada por casas destartaladas. El solitario animal esquiva con destreza el vehículo.
Las redes antidrones que cubren las carreteras y caminos del Donetsk libre quedaron atrás. Todavía hay destellos del pasado concentrados en un cartel de cortesía que desea un «camino feliz». Más adelante el esqueleto de un coche permanece olvidado en una suerte de arcén.
Sitka, con la mirada fija en la carretera y gesto serio, no dice palabra. Igor, en el asiento trasero, tampoco. Los ojos del conductor se posan continuamente en el monitor que recibe las imágenes de drones cercanos y vuelven a la ruta. El mensaje «no signal» no se borra de la pantalla del aparato. Eso es bueno. No detecta drones cerca.
«El mejor momento es cuando la noche y el día casi se tocan. El problema es que ahora los drones pueden ver muy bien todo el tiempo»
Sitka
Conductor de la 20ª Brigada K-2
Hay que hacer una segunda parada antes de volver y la misión del día estará cumplida. «El mejor momento es cuando la noche y el día casi se tocan. No dura mucho. El problema es que ahora los drones pueden ver muy bien todo el tiempo», destaca Sitka.
El vehículo atraviesa carreteras con escaso asfalto en algunos tramos. En otros son vías de pura tierra y barro. Parece casi imposible que estos caminos puedan soportar velocidades prohibidas en algunas autovías. Las estampas de vida cotidiana en la ruta son, por momentos, surrealistas: vacas pastando tranquilas, tractores obcecados con las cosechas y vecinos que disfrutan de un café cerca un edificio destruido. La vida, al final, se impone.
Llantas y drones
El frente se está automatizando con el despliegue masivo de drones y también robots terrestres. Aunque el factor humano sigue siendo esencial para frenar al invasor. Una de las ventajas de las tropas ocupantes es la cantidad de personal. Por el contrario, Ucrania adolece de escasez de soldados para cubrir una línea de contacto de más de 1.000 kilómetros.
A pocos meses de cumplirse el cuarto aniversario de la invasión, el conflicto dejó atrás gran parte de los sistemas tradicionales y ahora se multiplican aparatos vanguardistas igual de letales. Es aquí donde se mueven los pilotos militares tratando de esquivar la muerte kilómetro a kilómetro. La denominada zona de aniquilación se ensancha cada vez más hacia una retaguardia desdibujada y poco segura.
Sitka y los cientos de conductores del Ejército de Ucrania arriesgan el pellejo prácticamente a diario parar entregar suministros, evacuar a sus compañeros de armas heridos o realizar las rotaciones desde las posiciones más críticas. Los relevos de personal militar en la primera línea son más dilatados en el tiempo.
Sitka, conductor de la brigada K-2, durante un viaje al frente de Porkrovsk; redes antidrones cubren las carreteras principales que abastecen al frente; Igor, miembro de la brigada K-2, vigila en cielo en un momento del trayecto
A principios del mes de noviembre se hizo pública una noticia que ilustra la realidad de esta guerra. Dos soldados del 138º batallón de las Fuerzas de Defensa Territorial, Oleksandr Tishayev y Oleksandr Alikseenko estuvieron 165 días seguidos en el frente. La infantería ha sido tradicionalmente el oficio más peligroso; ahora, con la plaga de drones y minas, los conductores se sitúan también en las primeras posiciones de riesgo.
Los vehículos de todo tipo asisten también al salto tecnológico que ya define los nuevos conflictos armados. Las antenas para desviar drones parapetan los capós y los monitores que captan las imágenes de los aparatos tienen su lugar asignado en el salpicadero. Este medio de transporte sigue siendo básico para la logística y un blanco a abatir para el enemigo.
La llamada del comandante
Definir la ruta adecuada para llegar a la posición es la primera tarea de cualquier conductor. Igor y Sitka mencionan varios asentamientos que conocen de memoria. Han llegado a un acuerdo mientras cargan los drones que van apoyar a los últimos soldados ucranianos que defiendan la ciudad de Pokrovsk. Por delante queda un viaje largo para los kilómetros a recorrer.
El teléfono de Sitka suena, es su comandante de batallón. «Yo lo respeto mucho. Él siempre quiere estar cerca de los soldados. Sólo me llamó para preguntarme por mi estado de ánimo hoy. Nuestra brigada es muy buena», dice con orgullo.
Ya en marcha el conductor bromea diciendo que «esto es una excursión» mientras suena de fondo ‘Houdini’, de Dua Lipa. Hay todavía margen para la tranquilidad antes de irrumpir en terreno crítico y en este tiempo hasta se cuela el último tema de Rosalía cantando en ucraniano.
«Lo mejor de mi trabajo es cuando hago evacuaciones. Es también lo más peligroso. Pero cuando logro llevar a los chicos heridos a lugar seguro, entonces puedo respirar», relata Sitka. El militar de 36 años tiene un ánimo envidiable para la circunstancia y le sobra temple. «Una vez conté hasta 19 drones FPV cerca de mí. Uno pasó justo al lado de mi coche. Otra vez vi desde este monitor cómo uno de nuestros aparatos abatía un shahed y en varias ocasiones vi mi coche en esta pantalla. Hasta ahora nunca he sigo golpeado por esto aparatos. Mis padres me protegen desde el cielo», confiesa.
Poco después, el monitor recoge una imagen nítida del inmenso campo ucraniano, no lejos, claro está, de la carretera por la que circulamos.
—¿Crees que es un dron enemigo?— pregunto.
—No creo, será de los nuestros— dice mientras observa de reojo.
La pantalla vuelve a mostrar «no signal». Avanzamos y volvemos a parar. Los soldados desde la posición avisan de que es necesario esperar. Hay muchos drones rusos. Cuando se despeje un poco, Sitka pisará a fondo el acelerador una vez más.
«¿Para qué murieron entonces?»
Después de casi cuatro años de invasión a gran escala, las tropas del Kremlin no han sido capaces de tomar por completo la región de Donetsk. Una provincia controlada parcialmente por Moscú desde hace una década.
Más de quince meses han estado los rusos tratando de arrancar Pokrovsk del control ucraniano. La caída de esta urbe de tamaño medio será presentada por Putin como una prueba de que la guerra se decanta a su favor. Sin embargo, el cinturón de ciudades fortaleza de esta región –encabezadas por Slovianks y Kramatorsk– resisten la embestida en tierra y aire. Y los soldados no se rinden.
Rusia presiona con todo lo que puede en el frente para distanciar a Washington de Kiev. El combate también está en los despachos de líderes extranjeros lejos del control militar. Vladímir Putin demanda que se le entregue Donetsk y Trump coquetea con la idea. El presidente norteamericano dirige otra vez la presión hacia el invadido con idas y vueltas en las conversaciones de paz.
«¿Para qué murieron todos nuestros soldados? ¿Todos estos muertos para terminar entregando Donetsk?»
Bear y Andrei
Conductores de la 24ª Brigada Mecanizada
Bear y Andrei, conductores de la 24ª Brigada Mecanizada, se preguntan: «¿Para que murieron entonces todos nuestros soldados? ¿Todos estos muertos para terminar entregando Donetsk?». Estos chóferes, días atrás, salvaron la vida de varios vecinos que permanecían cerca de la aniquilada ciudad de Chasiv Yar.
La diplomacia es clave y los titulares también llegan hasta el frente. Pero esta vorágine informativa se siente lejos de Donetsk. Aquí los días se resumen en resistir con vida frente a un invasor insaciable.
Sitka deja atrás las posiciones con sus suministros. La siguiente parada es una pequeña cafetería ya en el camino de vuelta. «Yo nunca puedo comer cuando trabajo», anota, mientras pide un café.
El mercurio del termómetro permite apurar un cigarro en una terraza improvisada. La calma es esquiva todavía. El sonido de un shahed se vigoriza. Nadie se levanta hasta que termina la bebida. Sitka enciende la calefacción del coche, sube un poco el volumen de la música y confiesa que, quizás, aquel dron que captó el monitor sí era enemigo.
