Según el Foro Económico Mundial, en la actualidad en el país, cada día son más las personas interesadas en emprender y generar más empleo. En Colombia el 58,2% asegura conocer a alguien que ha iniciado un negocio, dato que ubica al país como el número 15 en el mundo.
En este propósito, el programa Emprendimientos Productivos para la Paz (EMPROPAZ), creado por Bancamía en alianza con USAID, la Corporación Mundial de la Mujer Colombia y la de la Mujer Medellín, el cual brinda acceso a finanzas productivas para el nacimiento o fortalecimiento de pequeños negocios, formación empresarial especializada y les da acceso a los productos financieros.
Actualmente EMPROPAZ tiene presencia en 89 municipios, afectados por la violencia y la pobreza, 19 de ellos cuentan con presencia importante de migrantes venezolanos. A la fecha el programa ha beneficiado a más de 6.400 microempresarios y emprendedores, y atiende a los microempresarios de 15 departamentos por medio de una estrategia integral, logrando impactar a 151.967 personas, de las cuales el 59% son mujeres.
Gracias al programa, son miles de microempresarios y emprendedores que han podido hacer realidad su sueño de tener su propia empresa. Historias como las de Mariana y Omar, inspiran a luchar por cumplir cada meta.
Historias de beneficiarios del programa
Mariana Cecilia Piña: Llegó a Bogotá Colombia en 2017 desde Venezuela, país en el que nació. Allí creció con su abuela materna en el estado de Carabobo; lugar en el que hizo su bachillerato y se graduó de enfermera. Sus ganas de ayudar a los demás hizo que se inclinara por el sector de la salud, creía firmemente que desde allí sería muy útil para contribuir a otros que necesitaban a alguien en momentos difíciles.
Tuvo la fortuna de ejercer su carrera y estaba contenta de hacerlo, pero como a millones de sus compatriotas, la adversa situación económica la llevó a trabajar largas jornadas, lo cual le impedía estar con su familia y ver a su hija. El dinero comenzó a escasear y no hubo otro camino que comenzar una nueva vida en Colombia, a donde viajó sola en primera instancia.
No le importó llegar más que con unos cuantos pesos en el bolsillo a rebuscársela. Mariana estaba empeñada en construir un futuro mejor para ella y su familia, así tuviera que arrancar de la nada y sin ellos. Claramente, no fue fácil y tuvo noches en las que simplemente dormía a la intemperie en alguna calle de la Capital del país.
Luego de cuatro interminables meses, pudo ubicarse laboralmente cuidando adultos mayores en un hogar especializado para esta población. Su conocimiento como enfermera hizo que le dieran una “oportunidad” allí, aunque, cuenta, no estaba bien remunerada, pero de todas maneras podía cubrir algunas necesidades básicas.
En su tiempo libre asistía a bibliotecas con el objetivo de hallar un trabajo mejor pago y que tuviera un horario fijo, ya que se sentía -en cierta forma- explotada por los extensos horarios de trabajo que debía cumplir. De un momento a otro, en el amplío mundo de las redes sociales, descubrió un cargo de secretaria que tomó, pero, nuevamente, no era lo mejor financieramente; lo positivo era que, por lo menos, manejaría unas horas fijas y así podría disfrutar tiempo con su hija que había llegado a Colombia.
Apareció la pandemia del COVID-19 y se quedó sin puesto, pero Mariana con ese espíritu inquebrantable que la caracterizaba no se amilanó ante la situación. Tenía ahorrados 400 mil pesos y empezó a idear maneras para mejorar sus finanzas. Entonces vio la oportunidad de comprar un “carrito” de comidas rápidas y usó el dinero guardado para emprender.
Al mismo tiempo, como usaba tanto internet para mejorar su calidad de vida, al estar navegando vio otra oportunidad, pues conoció el programa Empropaz al que se inscribió, después de ser seleccionada para formar parte del mismo, recibió formación especializada y acompañamiento psicosocial, al tiempo que comenzaba su propio negocio con las comidas, lo que resultó ser una combinación ideal para sus planes.
“Al iniciar vendía dedos, empanadas, tintos, caramelos y cigarrillos, entre otras cosas. Me sentía feliz y logré solventar deudas. Además, con el acompañamiento y enseñanzas de Empropaz iba implementando cosas para manejar mis finanzas de manera adecuada”, asegura la emprendedora.
Asimismo, expresa que valora mucho el componente de “apoyo psicosocial, ya que siempre hubo una palabra de aliento. Yo contaba mis problemas y, más allá de la formación, ese tema psicológico fue demasiado importante para adaptarse a la nueva vida y a triunfar en el negocio que estaba creando”.
Mariana, contó que pasó de una mentalidad de gastar lo que recibía a analizar en qué invertir, asimismo que debía ahorrar en caso de alguna eventualidad, sobre todo porque ya había tenido la experiencia de que en cualquier momento la situación se puede poner compleja y es importante tener “un colchón” que le permita amortiguar “los golpes”.
“Empropaz, a través de Bancamía, me aprobaron un crédito semilla para que mi ‘carrito’ pudiera convertirse en un punto físico. Con el local voy a ampliar el menú y hacer unos arreglos locativos. Ya hice la inversión en nevera, microondas, insumos y otros artículos que estaban presupuestados, lo importante es saber reinvertir. Esto no me va quedar grande”, cuenta con entusiasmo.
Con mucha templanza y tenacidad, Mariana ha podido ayudar a su abuela, mamá y hermana, para que lleguen a Colombia desde Venezuela; su visión es que ellas puedan contribuir al proyecto de emprendimiento que está desarrollando y que se convierta en un plan familiar.
Omar Pérez, un ejemplo para nunca desistir
Omar Pérez llegó a Colombia en octubre de 2018. Él es un tachirense, quien durante 22 años trabajó en Protección Civil en Venezuela, labor que le permitió desarrollar experiencia en manejo de emergencias y desastres, al grado que llegó a ser parte de Naciones Unidas en el punto focal del Grupo Asesor Internacional de Operaciones de Búsqueda y Rescate (INSARAG), asistiendo en misión humanitaria a Nepal por el terremoto ocurrido en 2015.
A su carrera le agregó una licenciatura en gerencia y un tecnólogo en manejo de emergencias y desastres, además viajó a Japón para realizar una especialización en técnicas de rescate. Su vida profesional iba en ascenso, pero decidió emprender y aplicar todos esos conocimientos para crear una empresa de capacitaciones de seguridad industrial, rescate y protección ciudadana. Estaba feliz y amaba su labor, su microempresa empezaba a dar resultados, pero la situación de su país se puso crítica y con la crisis quedó desempleado.
Después de mucho meditarlo, decidió dejar a toda su familia compuesta de su padre, su madre y sus 5 hermanos. Tomó maletas y escogió Bogotá como destino para empezar prácticamente de cero, solo tenía la experiencia sumada en décadas de labores.
Sabía que le esperaba un camino difícil, apenas algunos conocidos o referencias de otros compatriotas le enseñaron la dinámica de la capital del país. En un primer intento por obtener ingresos, con un amigo prepararon yogurt griego, salían por a las calles a comercializarlo, pero no dio resultado y no conseguían ni para alimentarse ellos mismos. Tuvieron que dejar la idea de lado e iniciar nuevamente.
En ese momento se dedicó a caminar días enteros entregando hojas de vida, así pasaban las semanas y la situación se hacía difícil para Omar. “Al momento de tener la última hoja de vida conmigo, vi un negocio de artículos para camping, protección industrial y elementos para escalar. Me acerqué, hablé con el dueño y pudimos conversar durante varios minutos. Toda mi experiencia en rescate me daba conocimiento sobre las características que deben tener los artículos que allí se vendían: capacidad de peso, aguante y seguridad, hasta le hablé de materiales que tenía ahí para la producción. En ese momento se me abrió una nueva puerta en mi destino”, contó emocionado.
La oportunidad era trabajar en el área de confección. Por esas cosas del destino y de la vida, la empresa había recibido un proyecto de Naciones Unidas para la confección de kits (morral, cobija térmica y saco de dormir) destinados a migrantes venezolanos que caminan por las carreteras buscando lugares para establecerse. De esa forma Omar, no solo tenía un trabajo nuevo, sino que estaba ayudando a otros compatriotas.
Al terminar casi mil kits de este tipo, su jefe vio todo su potencial y decidió dejarlo en diferentes tareas que requería la tienda. Era tanta la capacidad que le notó que hasta lo animaba para que iniciara un negocio propio.
Con el tiempo que ya llevaba en Colombia, Omar ahora tenía una pareja y se habían propuesto un proyecto de vida juntos. Una de sus primeras decisiones era guardar parte de sus ingresos para poder invertirlo en algún momento. Ya con dinero guardado, un día Omar vio una máquina en desuso en la tienda y preguntó si la podía comprar, aceptaron su propuesta y simplemente acordaron la manera de pago, sacó los ahorros y prometió saldar el monto en dos cuotas.
Y así empezó un nuevo emprendimiento con su esposa desde su casa; realizando confecciones para la tienda que le abrió las puertas y se convirtió en su satélite. De nuevo la vida le sonrió y ha podido cerrar diferentes contratos, por lo cual tuvo que comprar una segunda máquina fileteadora.
Como buen emprendedor y profesional, el tachirense sabía que debía seguir complementando sus estudios hechos fuera de Colombia como la licenciatura en gerencia. Empezó a indagar y encontró la oportunidad de ingresar a los programas de formación de Empropaz.