«Me preparé para morir en la playa de Bondi» - Colombia
Registro  /  Login

Portal de Negocios en Colombia


«Me preparé para morir en la playa de Bondi»

No llega a cantar. Se queda a mitad del intento, respira hondo y se detiene ante las flores. A media tarde, el memorial de Bondi vuelve a llenarse sin las multitudes de días anteriores. El calor aprieta en Sídney y el cansancio se … nota en quienes regresan una y otra vez a este punto. Frente al Pabellón de Bondi, un pequeño grupo de rabinos entona una melodía judía. La mujer levanta la vista y habla: «Hoy estoy muy sensible. No me sentía así desde el domingo. Estoy rota». Hace una pausa. «No puedo dejar de pensar en Matilda».
Matilda tenía diez años. Murió el domingo, en el ataque ocurrido durante una celebración judía de Janucá en la playa de Bondi.
La mujer que habla es Jessica Chapnik Kahn, una de las supervivientes. Nació en Argentina y emigró a Australia cuando era niña, donde construyó su vida adulta. Parte de su familia sigue viviendo allí. Está casada con un músico israelí-australiano, tiene dos hijos y vive en Bondi desde hace casi veinte años. El domingo estaba en la playa con su hija Shemi cuando comenzaron los disparos.

Acudían, como cada año, a la celebración de Janucá. «Es un festival muy pequeño», añade Jessica. Su hija estaba especialmente ilusionada. Nada más llegar, se dirigieron a la zona de actividades infantiles y avanzaron hacia el centro. Fue entonces cuando escuchó el primer disparo.
A diferencia de otras personas presentes, supo de inmediato lo que estaba ocurriendo. «Lo reconocí al instante». Mientras a su alrededor algunos miraban hacia arriba y sonreían, convencidos de que se trataba de fuegos artificiales, ella no dudó: «Yo sabía que no lo eran». Cree que esa reacción tiene que ver con el trauma acumulado en los últimos años. «Desde el 7 de octubre, uno vive con esa posibilidad en la cabeza».

Primer impulso

Su primer impulso fue correr hacia el agua, pero los disparos se sucedieron con demasiada rapidez. «Me di cuenta enseguida de que no podía seguir de pie». De ese instante recuerda, sobre todo, a los niños: «Había muchísimos niños y muchísimos padres». La multitud se lanzó al suelo, hacia una zona de picnic, y los cuerpos se amontonaron unos sobre otros. «Todos los adultos encima de los niños».
Jessica quedó tumbada sobre su hija. Tenía niños bajo las piernas y alrededor; ella estaba completamente debajo de su cuerpo. A medida que los disparos se acercaban, la escena dejó de tener forma y se volvió puramente sensorial. Su campo de visión se redujo a una franja mínima.
Durante unos segundos pensó que alguien se acercaría a aquel grupo. «Pensé que alguien iba a encontrar ese montón de cuerpos. Y que era evidente lo que iba a pasar». Fue entonces cuando algo cambió dentro de ella. «Me llegó una calma. Dejé de luchar por sobrevivir». La frase le sale despacio, como si aún la estuviera procesando. «Pensé: ya no me estoy preparando para sobrevivir; ahora me estoy preparando para morir».
Poco después se dio cuenta de que su hija no se movía. Llevaba unos quince minutos inmóvil. «Todos los demás niños se movían o gritaban. Ella no». Entró en pánico. «Pensé que la había asfixiado».

Se dio cuenta de que su hija no se movía. Llevaba unos quince minutos inmóvil. «Todos los demás niños se movían o gritaban. Ella no». Entró en pánico. «Pensé que la había asfixiado»

Le habló con firmeza. Le dijo que fuera a su corazón, donde está el amor, y que se quedara ahí. Después la levantó y la sostuvo contra su cuello. Le pidió que cerrara los ojos y apoyara la cabeza. Cuando su hija preguntó por qué, respondió: porque iban a caminar hacia adelante y salir de allí.
Lo consiguieron. Jessica recuerda haber visto a un policía y preguntarle qué debía hacer. «No sé ni cómo pude hablar». La respuesta fue inmediata: que corriera, que se fuera a casa, ahora.
Días después, Shemi quiso volver al colegio. Jessica no se sentía preparada, pero decidió seguir su ritmo. «Ella estaba lista». Desde entonces intenta dar espacio a sus dos hijos para que cuenten lo que vivieron y construyan su propio relato. Dice que su hija está bastante bien, aunque las multitudes le resultan incómodas. La noche anterior habían asistido a una fiesta de fin de curso en el colegio: estaba bailando.
Mientras la observaba, emergió una idea difícil de apartar. Pensó que todo podría haber sido distinto, que ese momento pertenecía a una realidad alternativa. Y otra, aún más dura: «Yo puedo verla bailar. Y la familia de Matilda no va a poder verla bailar nunca más».
Este jueves, Sídney despedía a varias de las víctimas del ataque. Al mediodía se celebró el funeral de Matilda en el Chevra Kadisha Memorial Hall, al que acudieron familiares, amigos y compañeros de colegio vestidos de púrpura, su color favorito. También fueron enterrados Alex Kleytman, superviviente del Holocausto, y Tibor Weitzen, abuelo asesinado en el atentado. Para muchos miembros de la comunidad, fue una jornada difícil de asimilar.

Respuesta política

Mientras la ciudad enterraba a los fallecidos, la respuesta política empezaba a tomar forma. El primer ministro, Anthony Albanese, anunció reformas con penas más duras contra los discursos de odio que inciten a la violencia y nuevos poderes para cancelar o rechazar visados a quienes fomenten la división. En Nueva Gales del Sur, el Gobierno estatal estudia además restricciones a protestas en contextos de alto riesgo, refuerzos de seguridad y programas educativos contra el antisemitismo en escuelas y universidades.
Para Jessica, ese debate no es abstracto. Tiene que ver con lo que sus hijos aprenderán a partir de ahora y con cómo crecerán en un mundo que ya no siente igual. «La rabia existe», dice. «Y la tristeza también». Ambas pueden convivir. «La pregunta es qué te dice tu corazón que hagas con esa rabia».
Antes de marcharse del memorial, se reencuentra con su tía por primera vez desde el ataque. No habían podido verse antes. Se abrazan largo rato y permanecen así, cogidas de la mano.

Publicado: diciembre 18, 2025, 9:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/pense-preparando-sobrevivir-preparando-morir-20251218040415-nt.html

No llega a cantar. Se queda a mitad del intento, respira hondo y se detiene ante las flores. A media tarde, el memorial de Bondi vuelve a llenarse sin las multitudes de días anteriores. El calor aprieta en Sídney y el cansancio se nota en quienes regresan una y otra vez a este punto. Frente al Pabellón de Bondi, un pequeño grupo de rabinos entona una melodía judía. La mujer levanta la vista y habla: «Hoy estoy muy sensible. No me sentía así desde el domingo. Estoy rota». Hace una pausa. «No puedo dejar de pensar en Matilda».

Matilda tenía diez años. Murió el domingo, en el ataque ocurrido durante una celebración judía de Janucá en la playa de Bondi.

La mujer que habla es Jessica Chapnik Kahn, una de las supervivientes. Nació en Argentina y emigró a Australia cuando era niña, donde construyó su vida adulta. Parte de su familia sigue viviendo allí. Está casada con un músico israelí-australiano, tiene dos hijos y vive en Bondi desde hace casi veinte años. El domingo estaba en la playa con su hija Shemi cuando comenzaron los disparos.

Acudían, como cada año, a la celebración de Janucá. «Es un festival muy pequeño», añade Jessica. Su hija estaba especialmente ilusionada. Nada más llegar, se dirigieron a la zona de actividades infantiles y avanzaron hacia el centro. Fue entonces cuando escuchó el primer disparo.

A diferencia de otras personas presentes, supo de inmediato lo que estaba ocurriendo. «Lo reconocí al instante». Mientras a su alrededor algunos miraban hacia arriba y sonreían, convencidos de que se trataba de fuegos artificiales, ella no dudó: «Yo sabía que no lo eran». Cree que esa reacción tiene que ver con el trauma acumulado en los últimos años. «Desde el 7 de octubre, uno vive con esa posibilidad en la cabeza».

Primer impulso

Su primer impulso fue correr hacia el agua, pero los disparos se sucedieron con demasiada rapidez. «Me di cuenta enseguida de que no podía seguir de pie». De ese instante recuerda, sobre todo, a los niños: «Había muchísimos niños y muchísimos padres». La multitud se lanzó al suelo, hacia una zona de picnic, y los cuerpos se amontonaron unos sobre otros. «Todos los adultos encima de los niños».

Jessica quedó tumbada sobre su hija. Tenía niños bajo las piernas y alrededor; ella estaba completamente debajo de su cuerpo. A medida que los disparos se acercaban, la escena dejó de tener forma y se volvió puramente sensorial. Su campo de visión se redujo a una franja mínima.

Durante unos segundos pensó que alguien se acercaría a aquel grupo. «Pensé que alguien iba a encontrar ese montón de cuerpos. Y que era evidente lo que iba a pasar». Fue entonces cuando algo cambió dentro de ella. «Me llegó una calma. Dejé de luchar por sobrevivir». La frase le sale despacio, como si aún la estuviera procesando. «Pensé: ya no me estoy preparando para sobrevivir; ahora me estoy preparando para morir».

Poco después se dio cuenta de que su hija no se movía. Llevaba unos quince minutos inmóvil. «Todos los demás niños se movían o gritaban. Ella no». Entró en pánico. «Pensé que la había asfixiado».

Se dio cuenta de que su hija no se movía. Llevaba unos quince minutos inmóvil. «Todos los demás niños se movían o gritaban. Ella no». Entró en pánico. «Pensé que la había asfixiado»

Le habló con firmeza. Le dijo que fuera a su corazón, donde está el amor, y que se quedara ahí. Después la levantó y la sostuvo contra su cuello. Le pidió que cerrara los ojos y apoyara la cabeza. Cuando su hija preguntó por qué, respondió: porque iban a caminar hacia adelante y salir de allí.

Lo consiguieron. Jessica recuerda haber visto a un policía y preguntarle qué debía hacer. «No sé ni cómo pude hablar». La respuesta fue inmediata: que corriera, que se fuera a casa, ahora.

Días después, Shemi quiso volver al colegio. Jessica no se sentía preparada, pero decidió seguir su ritmo. «Ella estaba lista». Desde entonces intenta dar espacio a sus dos hijos para que cuenten lo que vivieron y construyan su propio relato. Dice que su hija está bastante bien, aunque las multitudes le resultan incómodas. La noche anterior habían asistido a una fiesta de fin de curso en el colegio: estaba bailando.

Mientras la observaba, emergió una idea difícil de apartar. Pensó que todo podría haber sido distinto, que ese momento pertenecía a una realidad alternativa. Y otra, aún más dura: «Yo puedo verla bailar. Y la familia de Matilda no va a poder verla bailar nunca más».

Este jueves, Sídney despedía a varias de las víctimas del ataque. Al mediodía se celebró el funeral de Matilda en el Chevra Kadisha Memorial Hall, al que acudieron familiares, amigos y compañeros de colegio vestidos de púrpura, su color favorito. También fueron enterrados Alex Kleytman, superviviente del Holocausto, y Tibor Weitzen, abuelo asesinado en el atentado. Para muchos miembros de la comunidad, fue una jornada difícil de asimilar.

Respuesta política

Mientras la ciudad enterraba a los fallecidos, la respuesta política empezaba a tomar forma. El primer ministro, Anthony Albanese, anunció reformas con penas más duras contra los discursos de odio que inciten a la violencia y nuevos poderes para cancelar o rechazar visados a quienes fomenten la división. En Nueva Gales del Sur, el Gobierno estatal estudia además restricciones a protestas en contextos de alto riesgo, refuerzos de seguridad y programas educativos contra el antisemitismo en escuelas y universidades.

Para Jessica, ese debate no es abstracto. Tiene que ver con lo que sus hijos aprenderán a partir de ahora y con cómo crecerán en un mundo que ya no siente igual. «La rabia existe», dice. «Y la tristeza también». Ambas pueden convivir. «La pregunta es qué te dice tu corazón que hagas con esa rabia».

Antes de marcharse del memorial, se reencuentra con su tía por primera vez desde el ataque. No habían podido verse antes. Se abrazan largo rato y permanecen así, cogidas de la mano.

Artículos Relacionados