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«La democracia es imperfecta por naturaleza, pero necesaria»: el reto de Occidente ante las dictatocracias

No hace falta cerrar el Parlamento ni prohibir elecciones. Tampoco encarcelar opositores ni declarar un estado de excepción. Las democracias ya no mueren así. Lo hacen de otra manera: por dentro, sin ruido, con leyes perfectamente legales y líderes elegidos por las urnas que, … una vez en el poder, socavan los pilares liberales del sistema. Sin dejar de llamarse democracias, pero cada vez más lejos de serlo. Esto es lo que explica a ABC Javier Martín Merchán, politólogo y profesor de la Universidad Pontificia Comillas, cuando se habla de dictatocracias.

¿Qué es la dictatocracia?

Cuando Donald Trump dijo en una entrevista en 2023 que no quería ser un dictador, pero añadió entre líneas que «quizás a la gente le gustaría un dictador», no solo jugaba con el lenguaje.

Según una encuesta de la Universidad de Massachusetts Amherst, un 74% de los votantes republicanos aprueba que Trump sea «dictador por un día». Lo que antes parecía sarcasmo o retórica provocadora, hoy revela un cambio profundo: la normalización de una idea que antes se encontraba en los márgenes del discurso democrático. Y no es un dato aislado. Encuestas de CBS News-YouGov, Axios/PRRI y Pew Research muestran una tendencia similar: entre tres y cuatro de cada diez republicanos respaldan formas de poder con menos controles. «Veremos qué sucede si Trump sigue fertilizando esa semilla», apunta la CNN.
Un chascarillo que abre la puerta a la banalización de la democracia, y que gana terreno en varios países, se trata de una forma de poder híbrida que combina elementos formales de la democracia con prácticas autoritarias. Entre los expertos, el fenómeno se ha bautizado como dictatocracia.

Publicado: noviembre 9, 2025, 7:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/dictatocracia-amenaza-creciente-necesita-tanques-quizas-gente-20250928135038-nt.html

No hace falta cerrar el Parlamento ni prohibir elecciones. Tampoco encarcelar opositores ni declarar un estado de excepción. Las democracias ya no mueren así. Lo hacen de otra manera: por dentro, sin ruido, con leyes perfectamente legales y líderes elegidos por las urnas que, una vez en el poder, socavan los pilares liberales del sistema. Sin dejar de llamarse democracias, pero cada vez más lejos de serlo. Esto es lo que explica a ABC Javier Martín Merchán, politólogo y profesor de la Universidad Pontificia Comillas, cuando se habla de dictatocracias.

¿Qué es la dictatocracia?

Cuando Donald Trump dijo en una entrevista en 2023 que no quería ser un dictador, pero añadió entre líneas que «quizás a la gente le gustaría un dictador», no solo jugaba con el lenguaje.

Según una encuesta de la Universidad de Massachusetts Amherst, un 74% de los votantes republicanos aprueba que Trump sea «dictador por un día». Lo que antes parecía sarcasmo o retórica provocadora, hoy revela un cambio profundo: la normalización de una idea que antes se encontraba en los márgenes del discurso democrático. Y no es un dato aislado. Encuestas de CBS News-YouGov, Axios/PRRI y Pew Research muestran una tendencia similar: entre tres y cuatro de cada diez republicanos respaldan formas de poder con menos controles. «Veremos qué sucede si Trump sigue fertilizando esa semilla», apunta la CNN.

Un chascarillo que abre la puerta a la banalización de la democracia, y que gana terreno en varios países, se trata de una forma de poder híbrida que combina elementos formales de la democracia con prácticas autoritarias. Entre los expertos, el fenómeno se ha bautizado como dictatocracia.

Los contrapesos en la sociedad

El fenómeno de la dictatocracia representa una transformación estructural. Se mantienen las elecciones, los partidos y el Congreso, pero se vacían de contenido. Como enumera Merchán se debilitan los contrapesos institucionales, se coopta el Poder Judicial, se polariza a la ciudadanía, se erosiona el respeto al adversario y se asfixia el pluralismo mediático, y todo ello sin hacerse muy evidente ni alterar la Constitución.

Merchán recuerda dos momentos clave para entender este proceso: la llegada de Trump al poder en 2016 y la publicación del influyente libro ‘Cómo mueren las democracias’, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. «Allí se menciona a Trump, pero también a países como Venezuela o Argentina, y a otros de Medio Oriente y Europa como Hungría o Turquía. No se usa el término dictatocracia, pero todos esos casos apuntan a la misma lógica», explica.

Como explica Daniel Treisman, politólogo de la Universidad de California, los autócratas del siglo XXI no necesitan represión visible; prefieren el «poder blando»: manipulación, control simbólico y deslegitimación del sistema. «El poderoso de verdad no es quien tiene más fuerza bruta, sino quien logra convencer a los súbditos de que lo que él quiere es lo que ellos desean», advierte Merchán.

Líneas borrosas, transiciones silenciosas

No hay una línea clara que separe a una democracia imperfecta de una dictadura encubierta. «El problema es precisamente que estos regímenes avanzan poco a poco. No hay un momento de ruptura clara. Por eso es tan difícil reaccionar», explica el profesor.

Rusia es un ejemplo aparte, de hecho «durante años fue un autoritarismo competitivo: había elecciones, Putin gozaba de popularidad real, pero no había alternativas reales para sus contrincantes porque no podían llegar a los medios que tenía los ganadores. En los últimos años, eso ha derivado en un autoritarismo total», resume el politólogo.

«Estoy convencido de que no terminaremos el siglo viviendo en democracias como las conocemos hoy»

Javier Martín Merchán

politólogo y profesor de la Universidad Pontificia Comillas

El futuro que viene

Uno de los factores detrás de esta deriva es el cambio en la legitimidad democrática. Durante décadas, las democracias se sostenían en una legitimidad «difusa», basada en la percepción de que era el sistema más justo. Hoy, esa legitimidad se ha vuelto «específica»: se apoya en los resultados. Si la democracia no mejora el empleo, la seguridad o los servicios, muchos ciudadanos comienzan a buscar alternativas. Y ahí es donde emergen los liderazgos autoritarios.

«El ciudadano común tiene el poder del voto, pero poco más», reconoce Merchán. Las grandes transformaciones dependen de las élites: jueces, medios, partidos políticos. Son ellos quienes deben respetar las reglas no escritas del juego democrático y contener las derivas autoritarias. «Pero cuando una parte decide no hacerlo, el sistema entero se tambalea».

El futuro, en su opinión, es sombrío. «Estoy convencido de que a finales de este siglo no viviremos en democracias como las que conocemos hoy. Puede que sigan llamándose así, pero habrán perdido gran parte de su esencia. Las tendencias son universales. Incluso en Europa».

«El problema es que la democracia es imperfecta por naturaleza. No garantiza ni crecimiento, ni igualdad, ni justicia. Y sin ese reconocimiento, la frustración ciudadana alimenta a los que prometen soluciones rápidas». ¿La solución? «Hacer entender que la democracia no es perfecta, pero es necesaria. Que no se trata solo de ganar elecciones, sino de convivir con el que piensa distinto. Y que la alternativa, muchas veces, no es mejor».

«Si supiera cómo se soluciona esto, estaría asesorando al Partido Demócrata en EE.UU. por millones», bromea Merchán. Pero ofrece una pista: pedagogía. Educación política. Recuperar un pacto básico entre adversarios. «Respetarse, autocontenerse, aceptar la alternancia. Si eso no vuelve, las dictatocracias seguirán ganando terreno».

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