Publicado: noviembre 2, 2025, 9:45 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/juan-luis-lopez-aranguren-ensenar-caballo-hablar-fragil-acuerdo-paz-gaza-20251102182613-nt.html
Una leyenda narra que un sultán condenó a muerte a un prisionero y este, haciendo gala de su ingenio, suplicó que se le permitiera enseñar a hablar a su caballo a cambio del perdón. El sultán, espoleado por la extravagancia, aceptó, dándole un año para … tamaña empresa. Al regresar a la celda, el prisionero exultante fue inquirido por sus compañeros sobre su alegría, ya que sólo había retrasado lo inevitable. Él respondió: «En un año pueden pasar muchas cosas. Puede que el sultán me perdone. Puede que logre escapar. Puede que muera el sultán. Puede que muera yo. Y ¿quién sabe? Puede que incluso el caballo aprenda a hablar».
El acuerdo de paz entre Israel y Hamás impulsado por Donald Trump, con socios regionales como Turquía, Egipto y Qatar, genera un escepticismo comparable al de la misión del ingenioso prisionero. Los primeros puntos, ciertamente, se han cumplido: Hamás ha liberado a los 20 rehenes israelíes que quedaban y entregado los cuerpos de algunos de los 28 asesinados. Israel, a su vez, ha liberado a 2.000 presos palestinos, algunos condenados por delitos de sangre. La ayuda humanitaria ha vuelto a fluir a Gaza y las fuerzas israelíes se han replegado a un perímetro exterior, reduciendo su control al 58% de la Franja. Todo esto sirvió a Trump para declarar triunfalmente que «la guerra había terminado». Pero, ¿está justificado este optimismo?
Trump sabía que, con un frente ucraniano enquistado, la necesidad de reconstruir el área de influencia americana desde el Caribe y el vital Indopacífico desatendido, no podía permitirse mantener abierta la herida de Oriente Próximo. Así que, con artes de mercader de bazar persa, incluyendo la audaz promesa de construir un resort donde antes caían bombas, ha vendido al mundo un éxito que parece cogido con alfileres. Ahora queda lo más arduo.
En primer lugar, el acuerdo exige que Hamás entregue las armas y acepte que un gobierno tecnócrata rija la Franja. Esto parece una quimera si se atiende a que, pocas horas después de la retirada israelí, Hamás se enfrentaba a grupos rivales como el clan Doghmush y las fuerzas de Abu Shabab, dejando un saldo de más de 50 muertos, incluyendo ejecuciones públicas.
Por su parte, Israel tampoco tiene un camino fácil. Dejar Gaza sin control y vivir de espaldas a ella, como se intentó tras el plan de retirada de Ariel Sharon de 2005, culminó 18 años después en el peor atentado de su historia y con un Hamás hegemónico en la Franja. Y delegar la patata caliente a una fuerza multinacional con mandato de la ONU genera más incertidumbres que certezas: ¿qué grado de coerción podrán ejercer contra elementos violentos? ¿cómo reaccionarán si son objeto de atentados?
De momento, todas las partes han ganado un tiempo precioso que necesitaban: Trump, para su arquitectura geopolítica; Netanyahu, ante una opinión pública polarizada y la pérdida de apoyo internacional; y Hamás, ante la caída en picado del apoyo de la población gazatí. Muchas cosas pueden ocurrir en este tiempo ganado. Puede que Hamás colapse. Puede que las próximas elecciones israelíes de 2026 cambien las dinámicas regionales. Puede que la fuerza multinacional logre evitar una escalada. Y, quién sabe, puede que, incluso, se logre una paz duradera.
