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Operación madrugada: altos funcionarios de EE. UU. narran la gesta de Trump que destrabó la paz en Gaza

La recta final del acuerdo entre Israel y Hamás se fraguó con una cadena de movimientos calibrados al minuto que el equipo de Donald Trump coordinó durante unos días de frenesí. Ese esprint arrancó en Nueva York, durante la Asamblea General de la ONU … que comenzó el 23 de septiembre, y culminó dos semanas después, el miércoles, con una madrugada decisiva en Sharm el Sheij y una presentación, ya en Israel, ante todo el gabinete de Benjamín Netanyahu. Este es el detalle de las negociaciones tal y como lo contaron altos funcionarios de la Casa Blanca a la prensa este jueves.
El guion nació en un folio: un plan de 20 puntos que Jared Kushner, yerno de Trump, y Steven Witkoff, enviado para Oriente Próximo, armaron destilando ideas de intentos previos —incluida una negociación en agosto para un canje de diez rehenes— y añadiendo exigencias de fondo: alto el fuego, retirada por fases, intercambio de rehenes y presos, desmilitarización supervisada y una gobernanza tecnocrática interina en Gaza.
Con ese borrador contactaron con Catar —en particular con el primer ministro y canciller, jeque Mohammed bin Abdulrahman Al Thani— y lo pulieron «palabra a palabra». Luego lo pasaron por emisarios de Turquía y Egipto, recogieron comentarios en reuniones durante la Asamblea General y lo llevaron a Trump, que lo presentó a una mesa de líderes y ministros árabes. La recepción, según los negociadores, fue «mayoritariamente positiva».
El encuentro tuvo lugar el martes 23 de septiembre de 2025 en la sede de Naciones Unidas, con Trump y los líderes de Catar, Jordania, Turquía, Pakistán, Indonesia, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Fue una reunión a puerta cerrada, descrita por la Casa Blanca como la más importante del día para el presidente.

Durante la cita, Trump prometió a los líderes árabes y musulmanes que no permitiría a Israel anexionarse Cisjordania, gobernada por la Autoridad Palestina, pese a presiones de sectores del gobierno israelí. Su estrategia: mediar personalmente con todos.
Faltaba un desbloqueo político. Llegó con una llamada incómoda: Netanyahu, invitado a Washington el día 29, se vio obligado a disculparse con el primer ministro catarí por el ataque en Doha. El gesto —preparado desde Washington— devolvió a Catar al centro de la mediación y abrió la puerta al siguiente salto: trasladar el trabajo técnico a Sharm el Sheij, con los tres interlocutores clave sentados a la mesa (Turquía, Catar y Egipto, en todos los casos a nivel de jefes de inteligencia o de primer ministro) y con Israel y Hamás canalizando sus posiciones a través de ellos.
Kushner y Witkoff volaron el miércoles por la mañana a esa ciudad egipcia. A esa altura, los equipos habían avanzado lo suficiente como para que los dos emisarios pudieran forzar el ritmo. Trabajaron a puerta cerrada más de 20 horas seguidas, afinando el calendario de retirada de las tropas de Israel hasta una línea acordada, el orden del intercambio de rehenes y presos y, sobre todo, el despiece del acuerdo en dos fases.
Trump, por su parte, dio cobertura total a sus enviados, llamó en los momentos críticos y dejó claro a todos que este era, para él, «el acuerdo más trascendental en décadas» en política exterior. La apuesta —máxima presión, una salida clara y verificación robusta— llevó la marca de la casa. Y el tramo final, comprimido en 48 horas, mostró el método: cerrar textos por la noche, anunciar al alba y volar de capital en capital para atar la ejecución.
Según esas fuentes de la Casa Blanca, primero va una operación «limpia» —alto el fuego, retirada a la línea, rehenes y presos—; después, la fase dos (decomiso de armas, destrucción de túneles e infraestructura militar, despliegue de una Fuerza Internacional de Estabilización y entrada de un comité tecnócrata palestino para gestionar servicios).
La clave de esa noche fue un cambio de percepción: para Hamás, mantener rehenes empezó a ser más un lastre que un activo. Detectado el punto de inflexión, los estadounidenses apretaron. Trump estaba al teléfono «a cualquier hora», validando ajustes y transmitiendo garantías a los mediadores. A las dos de la madrugada, Kushner y Witkoff coincidieron: había acuerdo suficiente para anunciar. Llamaron a Trump —que estaba en una mesa redonda—. Marco Rubio le pasó el mensaje. Trump lo autorizó.
Al amanecer, la misión pasó de la táctica a la implementación. Parada en El Cairo para ver a Abdel Fattah al Sisi —«necesitaremos su ayuda en la fase de ejecución», fue el mensaje— y vuelo a Tel Aviv. Sin pisar hotel: primero, despacho con Isaac Herzog, presidente del país; después, reunión con Netanyahu y, acto seguido, intervención ante todo el gabinete.
«Entramos y aplaudieron», contó uno de los funcionarios en la llamada con periodistas. Había halcones que querían priorizar sin matices el retorno de los 20 rehenes del primer paquete, y otros más abiertos a la secuencia pactada. Los enviados explicaron el porqué de cada hito, respondieron preguntas y volvieron a ofrecer lo mismo: velocidad y verificación, con Trump implicado.

No habrá tropas de EE.UU. en Gaza: su misión será montar el puesto de control, coordinar con Egipto, Catar y Turquía y diseñar la Fuerza Internacional de Estabilización (ISF, por sus siglas en inglés) que sustituirá progresivamente a tropas israelíes sobre el terreno. El despliegue inicial del Comando Central de EE.UU. para supervisión rondará las 200 personas. La financiación y composición de la ISF, así como el paquete de reconstrucción, se discutirán con los donantes árabes una vez arranque la fase primera.
El cronograma está ya establecido: si Israel formaliza la aceptación y, en 72 horas, se entregan los rehenes y se realiza el canje de prisioneros, entonces se pasa a establecer la fase posterior. «Cuanto antes, mejor», insisten en Washington. Solo entonces comenzará el tramo más delicado: desmilitarizar Gaza con garantías y levantar una administración funcional que permita que el dinero de ayudas vaya a empleo, servicios e infraestructuras, y no a armas ni túneles. Los países árabes, aseguran los negociadores, respaldaron políticamente esa desmilitarización y están dispuestos a aportar recursos cuando haya un plan.

Publicado: octubre 9, 2025, 8:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/operacion-madrugada-altos-funcionarios-narran-gesta-trump-20251010020513-nt.html

La recta final del acuerdo entre Israel y Hamás se fraguó con una cadena de movimientos calibrados al minuto que el equipo de Donald Trump coordinó durante unos días de frenesí. Ese esprint arrancó en Nueva York, durante la Asamblea General de la ONU que comenzó el 23 de septiembre, y culminó dos semanas después, el miércoles, con una madrugada decisiva en Sharm el Sheij y una presentación, ya en Israel, ante todo el gabinete de Benjamín Netanyahu. Este es el detalle de las negociaciones tal y como lo contaron altos funcionarios de la Casa Blanca a la prensa este jueves.

El guion nació en un folio: un plan de 20 puntos que Jared Kushner, yerno de Trump, y Steven Witkoff, enviado para Oriente Próximo, armaron destilando ideas de intentos previos —incluida una negociación en agosto para un canje de diez rehenes— y añadiendo exigencias de fondo: alto el fuego, retirada por fases, intercambio de rehenes y presos, desmilitarización supervisada y una gobernanza tecnocrática interina en Gaza.

Con ese borrador contactaron con Catar —en particular con el primer ministro y canciller, jeque Mohammed bin Abdulrahman Al Thani— y lo pulieron «palabra a palabra». Luego lo pasaron por emisarios de Turquía y Egipto, recogieron comentarios en reuniones durante la Asamblea General y lo llevaron a Trump, que lo presentó a una mesa de líderes y ministros árabes. La recepción, según los negociadores, fue «mayoritariamente positiva».

El encuentro tuvo lugar el martes 23 de septiembre de 2025 en la sede de Naciones Unidas, con Trump y los líderes de Catar, Jordania, Turquía, Pakistán, Indonesia, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Fue una reunión a puerta cerrada, descrita por la Casa Blanca como la más importante del día para el presidente.

Durante la cita, Trump prometió a los líderes árabes y musulmanes que no permitiría a Israel anexionarse Cisjordania, gobernada por la Autoridad Palestina, pese a presiones de sectores del gobierno israelí. Su estrategia: mediar personalmente con todos.

Faltaba un desbloqueo político. Llegó con una llamada incómoda: Netanyahu, invitado a Washington el día 29, se vio obligado a disculparse con el primer ministro catarí por el ataque en Doha. El gesto —preparado desde Washington— devolvió a Catar al centro de la mediación y abrió la puerta al siguiente salto: trasladar el trabajo técnico a Sharm el Sheij, con los tres interlocutores clave sentados a la mesa (Turquía, Catar y Egipto, en todos los casos a nivel de jefes de inteligencia o de primer ministro) y con Israel y Hamás canalizando sus posiciones a través de ellos.

Kushner y Witkoff volaron el miércoles por la mañana a esa ciudad egipcia. A esa altura, los equipos habían avanzado lo suficiente como para que los dos emisarios pudieran forzar el ritmo. Trabajaron a puerta cerrada más de 20 horas seguidas, afinando el calendario de retirada de las tropas de Israel hasta una línea acordada, el orden del intercambio de rehenes y presos y, sobre todo, el despiece del acuerdo en dos fases.

Trump, por su parte, dio cobertura total a sus enviados, llamó en los momentos críticos y dejó claro a todos que este era, para él, «el acuerdo más trascendental en décadas» en política exterior. La apuesta —máxima presión, una salida clara y verificación robusta— llevó la marca de la casa. Y el tramo final, comprimido en 48 horas, mostró el método: cerrar textos por la noche, anunciar al alba y volar de capital en capital para atar la ejecución.

Según esas fuentes de la Casa Blanca, primero va una operación «limpia» —alto el fuego, retirada a la línea, rehenes y presos—; después, la fase dos (decomiso de armas, destrucción de túneles e infraestructura militar, despliegue de una Fuerza Internacional de Estabilización y entrada de un comité tecnócrata palestino para gestionar servicios).

La clave de esa noche fue un cambio de percepción: para Hamás, mantener rehenes empezó a ser más un lastre que un activo. Detectado el punto de inflexión, los estadounidenses apretaron. Trump estaba al teléfono «a cualquier hora», validando ajustes y transmitiendo garantías a los mediadores. A las dos de la madrugada, Kushner y Witkoff coincidieron: había acuerdo suficiente para anunciar. Llamaron a Trump —que estaba en una mesa redonda—. Marco Rubio le pasó el mensaje. Trump lo autorizó.

Al amanecer, la misión pasó de la táctica a la implementación. Parada en El Cairo para ver a Abdel Fattah al Sisi —«necesitaremos su ayuda en la fase de ejecución», fue el mensaje— y vuelo a Tel Aviv. Sin pisar hotel: primero, despacho con Isaac Herzog, presidente del país; después, reunión con Netanyahu y, acto seguido, intervención ante todo el gabinete.

«Entramos y aplaudieron», contó uno de los funcionarios en la llamada con periodistas. Había halcones que querían priorizar sin matices el retorno de los 20 rehenes del primer paquete, y otros más abiertos a la secuencia pactada. Los enviados explicaron el porqué de cada hito, respondieron preguntas y volvieron a ofrecer lo mismo: velocidad y verificación, con Trump implicado.

No habrá tropas de EE.UU. en Gaza: su misión será montar el puesto de control, coordinar con Egipto, Catar y Turquía y diseñar la Fuerza Internacional de Estabilización (ISF, por sus siglas en inglés) que sustituirá progresivamente a tropas israelíes sobre el terreno. El despliegue inicial del Comando Central de EE.UU. para supervisión rondará las 200 personas. La financiación y composición de la ISF, así como el paquete de reconstrucción, se discutirán con los donantes árabes una vez arranque la fase primera.

El cronograma está ya establecido: si Israel formaliza la aceptación y, en 72 horas, se entregan los rehenes y se realiza el canje de prisioneros, entonces se pasa a establecer la fase posterior. «Cuanto antes, mejor», insisten en Washington. Solo entonces comenzará el tramo más delicado: desmilitarizar Gaza con garantías y levantar una administración funcional que permita que el dinero de ayudas vaya a empleo, servicios e infraestructuras, y no a armas ni túneles. Los países árabes, aseguran los negociadores, respaldaron políticamente esa desmilitarización y están dispuestos a aportar recursos cuando haya un plan.

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