Publicado: octubre 9, 2025, 2:46 am
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China sabe que tiene al mundo agarrado por las tierras raras, y hoy ha dado otra vuelta. Las autoridades del país han anunciado nuevas restricciones a la exportación de estos materiales críticos; una maniobra para blindar su dominio estratégico ante un mundo de hostilidad geopolítica … creciente, en el que las cadenas de suministro se emplean como arma.
Este peculiar sintagma, «tierras raras», agrupa 17 elementos químicos esenciales para todo tipo de industrias modernas. China no solo controla la mayoría de yacimientos, sino también las tecnologías que posibilitan su complicada extracción y tratamiento, lo que repercute en un control del 90% del mercado global.
Un porcentaje apabullante, fortificado desde ya. Las nuevas restricciones entrarán en vigor de inmediato, según ha informado el Ministerio de Comercio mediante un comunicado oficial difundido esta mañana. Estas atañen a tecnologías relacionadas con la minería, fundición, separación y reciclaje de recursos secundarios, así como aquellas para el mantenimiento de líneas de producción. De en adelante, además, las empresas chinas del sector no podrán colaborar con actores extranjeros sin permiso explícito de las autoridades competentes.
Esta maniobra expande el control vigente sobre las materias primas a la tecnología y la propiedad intelectual, y con él la dependencia del mundo respecto a China. Pero no solo su contenido ostenta relevancia, también su momento. Las restricciones se han anunciado apenas tres semanas antes de la cumbre entre Xi Jinping y Donald Trump, prevista para el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) que tendrá lugar a final de mes en Gyeongju, Corea del Sur.
Esta reunión será la primera entre ambos mandatarios desde el regreso del estadounidense a la Casa Blanca y vendría a corroborar la aparente estabilidad, meramente circunstancial, que atraviesa la relación entre las potencias.
Amenaza recurrente
Las tierras raras se convirtieron en el principal escollo entre China y Estados Unidos tras la cumbre de Ginebra celebrada a mediados de mayo. En aquel primer acercamiento, ambos lado tantearon una tregua a la guerra comercial que había elevado los aranceles estadounidenses al 145% y los chinos al 125%. Dicho embargo oficioso amenazaba con aniquilar los intercambios entre las dos primeras economías del mundo, valorados el año pasado en 650.000 millones de dólares (558.000 millones de euros).
Este primer arreglo se vino abajo, precisamente, por las limitaciones que China impuso en abril a la exportación de siete tierras raras medianas y pesadas, y no se retomó hasta que ambas partes alcanzaron un acuerdo a finales de julio. Xi, pues, afila una de sus mejores bazas antes de tomar asiento.
China también ha empleado este mecanismo de presión contra la Unión Europea, ralentizando la concesión de licencias ante las tensiones comerciales –que tienen a España y sus cerdos como víctimas colaterales–. En respuesta, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, inició su discurso en la Cumbre del G7 del pasado mes de junio criticando las restricciones y advirtiendo de un «shock chino» causado por las políticas industriales y mercantilistas del gigante asiático.
Desde entonces China parece haber retomado las exportaciones, pero no todas. Las restricciones originales, por ejemplo, afectaban al samario, utilizado para fabricar imanes que la industria estadounidense emplea en aviones de combate y sistemas de misiles por su capacidad de soportar altas temperaturas sin perder fuerza magnética.
Pues bien: el Ministerio de Comercio chino ha adelantado hoy que las empresas armamentísticas extranjeras no recibirán licencia alguna, mientras que en el caso de los semiconductores –la baza opuesta de EE.UU.– se evaluarán «caso por caso».