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Carlos III alaba el «compromiso personal» de Trump con la paz en una cena de gala llena de elogios mutuos

El primer día de la visita de Estado del presidente de Estados Unidos al Reino Unido culminó con una cena de gala en el Castillo de Windsor ofrecida por el rey Carlos III. En el gran salón de banquetes, donde se reunieron miembros de … la familia real, representantes del Gobierno británico y destacados líderes empresariales, el monarca y Donald Trump pronunciaron sendos discursos que reflejaron la voluntad de ambos países de proyectar una relación sólida en un contexto internacional marcado por tensiones geopolíticas y económicas.
Carlos III abrió la velada subrayando que era «un gran placer» para él y para la reina Camila dar la bienvenida al presidente y a la primera dama Melania Trump, en lo que calificó como «una ocasión única e importante» que refleja la fortaleza del vínculo entre las dos naciones. El rey combinó en su discurso referencias solemnes con anécdotas personales, recordó que la independencia estadounidense se libró contra su «tataratataraabuelo, el rey Jorge III», y recurrió al humor al mencionar que «la tierra británica es buena para campos de golf espléndidos», en clara alusión a una de las pasiones del mandatario norteamericano.

También evocó su primera visita a Washington en 1970, durante la presidencia de Richard Nixon, cuando la prensa especuló sobre un posible romance con la hija del presidente. «De haber prosperado aquel intento mediático de profundizar en la relación especial, podría haber terminado casado en la familia Nixon», ironizó, arrancando risas entre los presentes.
Sin embargo, la mayor parte de su intervención estuvo dedicada a los retos internacionales actuales. «Hoy, cuando la tiranía vuelve a amenazar a Europa, nosotros y nuestros aliados permanecemos juntos en apoyo a Ucrania, para disuadir la agresión y asegurar la paz», afirmó. El monarca destacó asimismo la cooperación en inteligencia, seguridad y defensa, mencionando la alianza AUKUS con Australia como ejemplo de colaboración innovadora. En un terreno que le es particularmente cercano, dedicó parte de su discurso a la protección medioambiental, subrayando que «en el empeño por un mundo mejor tenemos una preciosa oportunidad de salvaguardar y restaurar las maravillas y la belleza de la naturaleza para las generaciones futuras».
El presidente Trump recogió el testigo con un tono sorprendentemente contenido, disciplinado y ajustado al ceremonial británico, muy alejado de las intervenciones improvisadas y combativas que suelen caracterizarlo. Vestido de etiqueta, se ciñó a un guión sobrio en el que apenas se permitió alguna broma ligera y en el que agradeció la hospitalidad recibida y calificó la ocasión como «uno de los mayores honores de mi vida», destacando que era el primer presidente estadounidense recibido en dos visitas de Estado al Reino Unido, y mostró su orgullo con una sonrisa al afirmar que incluso espera que sea también «la última vez», unas palabras que fueron celebradas en la sala y que le permitió remarcar la excepcionalidad del momento.

El presidente también rindió homenaje al monarca

Trump insistió en que la expresión «relación especial» resulta insuficiente para describir los lazos entre ambos países. «Desde el punto de vista estadounidense, la palabra ‘especial’ no hace justicia», señaló, antes de recurrir a metáforas poco habituales en su retórica: «Somos como dos notas en un mismo acorde o dos versos del mismo poema, cada uno hermoso por sí mismo, pero destinados a sonar juntos». Subrayó además los logros conseguidos de manera conjunta, desde la cooperación científica, diciendo que «sentamos juntos las bases de la ciencia nuclear, trazamos el mapa del genoma humano y construimos internet», hasta los intercambios económicos y culturales.
El presidente también rindió homenaje al monarca, describiéndolo como la encarnación de «la fortaleza, la nobleza y el espíritu del pueblo británico», en un gesto que reforzó el tono de deferencia hacia la institución y hacia su anfitrión. Fue, en definitiva, un Trump contenido, casi mimetizado con la solemnidad de la ocasión, que se integró sin estridencias en un ceremonial real diseñado para proyectar continuidad y respeto mutuo.
La simetría de los discursos fue evidente. Carlos III destacó el compromiso personal de Trump con la búsqueda de soluciones a conflictos internacionales, mientras que Trump ensalzó la figura del rey como símbolo de resiliencia y dignidad. Ambos se situaron en el terreno del elogio mutuo, conscientes de que el objetivo de la velada era transmitir unidad y confianza en la vigencia de la relación bilateral de cara a un mundo en conflicto.
Los discursos de la cena dejaron la sensación de haber sido un ejercicio diplomático cuidadosamente coreografiado, en el que las dos partes evitaron cualquier fisura en la narrativa común. Para el Reino Unido, reafirmar la alianza con Washington resulta esencial en un escenario de guerra en Europa y de redefinición de su papel internacional tras el Brexit, mientras que para Trump, la ocasión ofrecía la posibilidad de presentarse como estadista respetuoso de la tradición británica y protagonista de un momento histórico. Así, el presidente adoptó los códigos de la realeza contenida y ceremoniosa que lo recibió por segunda vez, mientras el monarca supo entrelazar la historia, la complicidad personal y el compromiso político.
Ambos, desde registros distintos pero complementarios, transmitieron el mensaje que Londres y Washington deseaban proyectar: que la relación entre sus dos naciones es «irremplazable e irrompible», en palabras de Trump, y que, como recordó Carlos III al proponer su brindis, «al renovar nuestro vínculo esta noche lo hacemos con una confianza inquebrantable en nuestra amistad y en nuestro compromiso compartido con la independencia y la libertad».

Publicado: septiembre 17, 2025, 4:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/carlos-iii-elogia-compromiso-personal-trump-paz-20250917223457-nt.html

El primer día de la visita de Estado del presidente de Estados Unidos al Reino Unido culminó con una cena de gala en el Castillo de Windsor ofrecida por el rey Carlos III. En el gran salón de banquetes, donde se reunieron miembros de la familia real, representantes del Gobierno británico y destacados líderes empresariales, el monarca y Donald Trump pronunciaron sendos discursos que reflejaron la voluntad de ambos países de proyectar una relación sólida en un contexto internacional marcado por tensiones geopolíticas y económicas.

Carlos III abrió la velada subrayando que era «un gran placer» para él y para la reina Camila dar la bienvenida al presidente y a la primera dama Melania Trump, en lo que calificó como «una ocasión única e importante» que refleja la fortaleza del vínculo entre las dos naciones. El rey combinó en su discurso referencias solemnes con anécdotas personales, recordó que la independencia estadounidense se libró contra su «tataratataraabuelo, el rey Jorge III», y recurrió al humor al mencionar que «la tierra británica es buena para campos de golf espléndidos», en clara alusión a una de las pasiones del mandatario norteamericano.

También evocó su primera visita a Washington en 1970, durante la presidencia de Richard Nixon, cuando la prensa especuló sobre un posible romance con la hija del presidente. «De haber prosperado aquel intento mediático de profundizar en la relación especial, podría haber terminado casado en la familia Nixon», ironizó, arrancando risas entre los presentes.

Sin embargo, la mayor parte de su intervención estuvo dedicada a los retos internacionales actuales. «Hoy, cuando la tiranía vuelve a amenazar a Europa, nosotros y nuestros aliados permanecemos juntos en apoyo a Ucrania, para disuadir la agresión y asegurar la paz», afirmó. El monarca destacó asimismo la cooperación en inteligencia, seguridad y defensa, mencionando la alianza AUKUS con Australia como ejemplo de colaboración innovadora. En un terreno que le es particularmente cercano, dedicó parte de su discurso a la protección medioambiental, subrayando que «en el empeño por un mundo mejor tenemos una preciosa oportunidad de salvaguardar y restaurar las maravillas y la belleza de la naturaleza para las generaciones futuras».

El presidente Trump recogió el testigo con un tono sorprendentemente contenido, disciplinado y ajustado al ceremonial británico, muy alejado de las intervenciones improvisadas y combativas que suelen caracterizarlo. Vestido de etiqueta, se ciñó a un guión sobrio en el que apenas se permitió alguna broma ligera y en el que agradeció la hospitalidad recibida y calificó la ocasión como «uno de los mayores honores de mi vida», destacando que era el primer presidente estadounidense recibido en dos visitas de Estado al Reino Unido, y mostró su orgullo con una sonrisa al afirmar que incluso espera que sea también «la última vez», unas palabras que fueron celebradas en la sala y que le permitió remarcar la excepcionalidad del momento.

El presidente también rindió homenaje al monarca

Trump insistió en que la expresión «relación especial» resulta insuficiente para describir los lazos entre ambos países. «Desde el punto de vista estadounidense, la palabra ‘especial’ no hace justicia», señaló, antes de recurrir a metáforas poco habituales en su retórica: «Somos como dos notas en un mismo acorde o dos versos del mismo poema, cada uno hermoso por sí mismo, pero destinados a sonar juntos». Subrayó además los logros conseguidos de manera conjunta, desde la cooperación científica, diciendo que «sentamos juntos las bases de la ciencia nuclear, trazamos el mapa del genoma humano y construimos internet», hasta los intercambios económicos y culturales.

El presidente también rindió homenaje al monarca, describiéndolo como la encarnación de «la fortaleza, la nobleza y el espíritu del pueblo británico», en un gesto que reforzó el tono de deferencia hacia la institución y hacia su anfitrión. Fue, en definitiva, un Trump contenido, casi mimetizado con la solemnidad de la ocasión, que se integró sin estridencias en un ceremonial real diseñado para proyectar continuidad y respeto mutuo.

La simetría de los discursos fue evidente. Carlos III destacó el compromiso personal de Trump con la búsqueda de soluciones a conflictos internacionales, mientras que Trump ensalzó la figura del rey como símbolo de resiliencia y dignidad. Ambos se situaron en el terreno del elogio mutuo, conscientes de que el objetivo de la velada era transmitir unidad y confianza en la vigencia de la relación bilateral de cara a un mundo en conflicto.

Los discursos de la cena dejaron la sensación de haber sido un ejercicio diplomático cuidadosamente coreografiado, en el que las dos partes evitaron cualquier fisura en la narrativa común. Para el Reino Unido, reafirmar la alianza con Washington resulta esencial en un escenario de guerra en Europa y de redefinición de su papel internacional tras el Brexit, mientras que para Trump, la ocasión ofrecía la posibilidad de presentarse como estadista respetuoso de la tradición británica y protagonista de un momento histórico. Así, el presidente adoptó los códigos de la realeza contenida y ceremoniosa que lo recibió por segunda vez, mientras el monarca supo entrelazar la historia, la complicidad personal y el compromiso político.

Ambos, desde registros distintos pero complementarios, transmitieron el mensaje que Londres y Washington deseaban proyectar: que la relación entre sus dos naciones es «irremplazable e irrompible», en palabras de Trump, y que, como recordó Carlos III al proponer su brindis, «al renovar nuestro vínculo esta noche lo hacemos con una confianza inquebrantable en nuestra amistad y en nuestro compromiso compartido con la independencia y la libertad».

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