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Los drones invasores rusos no prolongan la escalada

En la noche del pasado 9 de septiembre, en el marco de un masivo ataque de más de 400 drones rusos contra objetivos por toda Ucrania, una veintena de ellos entraron en el espacio aéreo de Polonia marcando un antes y un después. Aviones … F-16 polacos y F-35 neerlandeses lograron derribar algunos de ellos, mientras que la mayoría se estrellaron contra el suelo entre 15 y 50 kilómetros tras la frontera ucraniana.
El primer ministro polaco, Donald Tusk, calificó el asunto como «provocación a gran escala» y «amenaza directa», invocando las consultas previstas en el artículo 4 del Tratado de Washington, y decretando el cierre temporal del espacio aéreo polaco sobre aeropuertos clave como los de Varsovia, Lublin y Rzeszów. Cuatro días después, en el marco de ataques rusos contra infraestructuras ucranianas, un dron penetró en el espacio aéreo rumano. Bucarest puso en el aire dos F-16, bien que el dron desapareciera del radar a 20 kilómetros al suroeste de Chilia Veche.
El propio Ministerio de Defensa rumano comunicó que tal dron «ni sobrevoló zonas habitadas, ni supuso un peligro inmediato para la población». Ese escenario ha levantado una fenomenal polémica sobre las causas, razones o intenciones del Kremlin con esos «ataques». Las hipótesis circulan desde considerarlos algo accidental (versión rusa) hasta acciones premeditadas y provocadoras (versión polaca y ucraniana, entre otras).

Dejando a un lado la hipótesis accidental y aceptando que, por su volumen, al menos en el caso polaco, fueran acciones premeditadas, éstas provocan tres consideraciones inmediatas. Una: que, al tratarse de drones no artillados del tipo Gerbera (vehículo aéreo multipropósito no tripulado de bajo coste: alrededor de 10.000 dólares), sería más propio calificar sus acciones como violaciones del espacio aéreo más que de ataques. Dos, que se mataron moscas a cañonazos, por la enorme desproporción entre el coste económico de los drones y el de su derribo por cazabombarderos. Y tres, que la eficacia de los sistemas de defensa aérea de ambos países fue bastante humilde.
No es descartable que violaciones semejantes se reiteren, incluso casualmente, al ubicarse las más importantes instalaciones logísticas ucranianas próximas a las fronteras con países de la OTAN: Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía. A título de ejemplo, el estratégico puerto fluvial ucraniano de Izmail (sobre el Danubio, en el ‘oblast’ de Odesa), un importante flotador logístico ucraniano, está a solo 200 metros de la frontera rumana.
Conforme aumenten las ganancias territoriales de las tropas rusas, se incrementarán las acciones de éstas (bien de ataque o bien de reconocimiento/información) contra objetivos ucranianos en profundidad (lindantes con los espacios OTAN). Resulta curioso observar que, al menos de momento, no se hayan producido incursiones aéreas ni en Eslovaquia ni en Hungría, países de la UE y de la OTAN que reciben petróleo ruso por el oleoducto Druzhba, y cuyos gobiernos se muestran muy permeables a las tesis de Moscú.

Proteger a Europa requiere no solo disipar las ambigüedades de EE.UU. y de la respuesta europea. También demanda recursos, decisión y capacidades más allá de la mera integración

Tratando de subsanar la ambigua respuesta aliada frente a potenciales nuevas incursiones rusas, la OTAN ha lanzado la operación ‘Eastern Sentry’ (‘Centinela Oriental’) para «mostrar determinación y capacidad para defender nuestro territorio» (Rutte dixit). En realidad, un refuerzo del ya existente despliegue de defensa aérea y terrestre, que cubra teóricamente todo el flanco oriental de la Alianza (alrededor de 2.500 kilómetros) desde los países bálticos al Mar Mediterráneo. Un magno y costoso esfuerzo de inciertos resultados.
Putin, probablemente, seguirá tanteando la fiabilidad de las respuestas aliadas (radar, alertas, antiaéreas), mientras siga ganando territorio ucraniano y, con ello, favoreciendo los intereses chinos de alargar una guerra que mantiene a Trump alejado de aventuras en el Indopacífico. Solamente la invocación del artículo 5 del Tratado de Washington, poniendo en marcha, entre otras, las estructuras de mandos y fuerzas de la OTAN sería una medida verdaderamente disuasoria. Claro que eso llevaría a una escalada que ni Trump ni Putin parecen desear.
Que éste último se embarcara en una guerra antes de «resolver» el problema ucraniano es poco probable. Además, proteger a Europa requiere no solo disipar las ambigüedades de EE.UU. y del conjunto de la respuesta europea. También demanda aportar recursos, mecanismos de decisión y capacidades distintas a las de la mera integración. Levantar rápidamente el pilar europeo de la defensa es una exigencia inexcusable.

Publicado: septiembre 17, 2025, 12:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/drones-invasores-rusos-prolongan-escalada-20250917212154-nt.html

En la noche del pasado 9 de septiembre, en el marco de un masivo ataque de más de 400 drones rusos contra objetivos por toda Ucrania, una veintena de ellos entraron en el espacio aéreo de Polonia marcando un antes y un después. Aviones F-16 polacos y F-35 neerlandeses lograron derribar algunos de ellos, mientras que la mayoría se estrellaron contra el suelo entre 15 y 50 kilómetros tras la frontera ucraniana.

El primer ministro polaco, Donald Tusk, calificó el asunto como «provocación a gran escala» y «amenaza directa», invocando las consultas previstas en el artículo 4 del Tratado de Washington, y decretando el cierre temporal del espacio aéreo polaco sobre aeropuertos clave como los de Varsovia, Lublin y Rzeszów. Cuatro días después, en el marco de ataques rusos contra infraestructuras ucranianas, un dron penetró en el espacio aéreo rumano. Bucarest puso en el aire dos F-16, bien que el dron desapareciera del radar a 20 kilómetros al suroeste de Chilia Veche.

El propio Ministerio de Defensa rumano comunicó que tal dron «ni sobrevoló zonas habitadas, ni supuso un peligro inmediato para la población». Ese escenario ha levantado una fenomenal polémica sobre las causas, razones o intenciones del Kremlin con esos «ataques». Las hipótesis circulan desde considerarlos algo accidental (versión rusa) hasta acciones premeditadas y provocadoras (versión polaca y ucraniana, entre otras).

Dejando a un lado la hipótesis accidental y aceptando que, por su volumen, al menos en el caso polaco, fueran acciones premeditadas, éstas provocan tres consideraciones inmediatas. Una: que, al tratarse de drones no artillados del tipo Gerbera (vehículo aéreo multipropósito no tripulado de bajo coste: alrededor de 10.000 dólares), sería más propio calificar sus acciones como violaciones del espacio aéreo más que de ataques. Dos, que se mataron moscas a cañonazos, por la enorme desproporción entre el coste económico de los drones y el de su derribo por cazabombarderos. Y tres, que la eficacia de los sistemas de defensa aérea de ambos países fue bastante humilde.

No es descartable que violaciones semejantes se reiteren, incluso casualmente, al ubicarse las más importantes instalaciones logísticas ucranianas próximas a las fronteras con países de la OTAN: Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía. A título de ejemplo, el estratégico puerto fluvial ucraniano de Izmail (sobre el Danubio, en el ‘oblast’ de Odesa), un importante flotador logístico ucraniano, está a solo 200 metros de la frontera rumana.

Conforme aumenten las ganancias territoriales de las tropas rusas, se incrementarán las acciones de éstas (bien de ataque o bien de reconocimiento/información) contra objetivos ucranianos en profundidad (lindantes con los espacios OTAN). Resulta curioso observar que, al menos de momento, no se hayan producido incursiones aéreas ni en Eslovaquia ni en Hungría, países de la UE y de la OTAN que reciben petróleo ruso por el oleoducto Druzhba, y cuyos gobiernos se muestran muy permeables a las tesis de Moscú.

Proteger a Europa requiere no solo disipar las ambigüedades de EE.UU. y de la respuesta europea. También demanda recursos, decisión y capacidades más allá de la mera integración

Tratando de subsanar la ambigua respuesta aliada frente a potenciales nuevas incursiones rusas, la OTAN ha lanzado la operación ‘Eastern Sentry’ (‘Centinela Oriental’) para «mostrar determinación y capacidad para defender nuestro territorio» (Rutte dixit). En realidad, un refuerzo del ya existente despliegue de defensa aérea y terrestre, que cubra teóricamente todo el flanco oriental de la Alianza (alrededor de 2.500 kilómetros) desde los países bálticos al Mar Mediterráneo. Un magno y costoso esfuerzo de inciertos resultados.

Putin, probablemente, seguirá tanteando la fiabilidad de las respuestas aliadas (radar, alertas, antiaéreas), mientras siga ganando territorio ucraniano y, con ello, favoreciendo los intereses chinos de alargar una guerra que mantiene a Trump alejado de aventuras en el Indopacífico. Solamente la invocación del artículo 5 del Tratado de Washington, poniendo en marcha, entre otras, las estructuras de mandos y fuerzas de la OTAN sería una medida verdaderamente disuasoria. Claro que eso llevaría a una escalada que ni Trump ni Putin parecen desear.

Que éste último se embarcara en una guerra antes de «resolver» el problema ucraniano es poco probable. Además, proteger a Europa requiere no solo disipar las ambigüedades de EE.UU. y del conjunto de la respuesta europea. También demanda aportar recursos, mecanismos de decisión y capacidades distintas a las de la mera integración. Levantar rápidamente el pilar europeo de la defensa es una exigencia inexcusable.

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