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El asesinato de Charlie Kirk, un ataque contra todos nosotros

El salvaje asesinato de Charlie Kirk horrorizó al mundo entero. Durante uno de sus debates públicos ‘Prove me Wrong’ (‘Demuestra que me equivoco’), armado solo con una silla y un micrófono, fue asesinado de un disparo por Tyler Robinson, un izquierdista radical … de 22 años, frente a miles de asistentes, su mujer y sus dos hijos pequeños. En la bala escribió: «Atrapa esto, fascista».
Si el asesinato conmocionó al mundo por su brutalidad, no menor indignación provocaron las reacciones de parte de la izquierda occidental. Mientras el luto conservador consistió en oraciones y velas, miles de perfiles izquierdistas inundaron las redes sociales celebrando y justificando su asesinato por pensar diferente. Una ‘antifa’ llegó a comercializar camisetas con la imagen de Kirk ejecutado y el lema ‘Debate esto’.
EE.UU. no es ajeno a los asesinatos políticos: Lincoln, Kennedy o Martin Luther King regaron con su sangre el camino de su democracia. La novedad, ahora, es que el panóptico del alma humana que son las redes sociales nos permite, cual autopsia notarial, asomarnos, con horror, al corazón de una izquierda cada vez más radicalizada. Años de criminalización y deshumanización de los ciudadanos conservadores, certificándolos como nazis, predicando que «al fascismo no se le debate, se le combate» y llamando a cordones sanitarios contra quienes piensan diferente, han fabricado, cual eficientes madrasas islamistas, individuos como Tyler Robinson.

Esta ola de violencia ya se manifestó en los intentos de asesinato de Trump, uno de los cuales estuvo a centímetros de lograrlo y mató a un bombero, o las ejecuciones de empresarios que inició Luigi Mangione, actos todos ellos celebrados por esta izquierda radicalizada. Igualmente se han cometido crímenes contra figuras demócratas, como el asesinato de una legisladora de Mineápolis y su pareja; el lanzamiento de bombas incendiarias contra la casa de Josh Shaphiro, gobernador de Pensilvania; el intento de secuestro de Gretchen Whitmer, gobernadora de Míchigan; o el ataque contra el marido de Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes.
En España conocemos bien estas dinámicas. ETA asesinó a mil personas y forzó el exilio de 200.000 vascos, el mayor de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial, mientras algunos brindaban con champán. Hoy, la izquierda abertzale blanquea su historia y coloca a antiguos pistoleros en listas electorales.
La pregunta es inevitable: ¿puede una democracia sobrevivir si parte de sus ciudadanos celebran el asesinato de quienes piensan distinto? ¿Qué futuro nos aguarda como sociedad si al disidente sólo se le tolera en dos estados: callado o muerto?
Necesitamos recordarnos como sociedad que justificar un crimen convierte en cómplice moral, y que acallar a alguien no sólo es un ataque contra esa persona, sino contra toda la comunidad a la que se usurpa su derecho a escuchar otras ideas, confrontar opiniones, debatir y rebatir, y llegar, eventualmente, a una mejor comprensión de la realidad.
Por ello, el asesinato de Charlie para silenciarle no quería sólo destrozar a un hombre y a su familia, sino también secuestrar intelectualmente a toda una civilización a la que considera su propiedad para que no sea libre. Es una agresión contra la esencia del ser humano. Un ataque contra todos nosotros. Y sólo si logramos no ceder ante la censura y las coacciones, ante la criminalización y la violencia, lograremos sobrevivir como civilización.
Descanse en paz.

SOBRE EL AUTOR
Juan Luis López Aranguren
Profesor de Relaciones internacionales y Derecho internacional público en la Universidad de Zaragoza

Publicado: septiembre 15, 2025, 12:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/juan-luis-lopez-aranguren-asesinato-charlie-kirk-ataque-20250914154921-nt.html

El salvaje asesinato de Charlie Kirk horrorizó al mundo entero. Durante uno de sus debates públicos ‘Prove me Wrong’ (‘Demuestra que me equivoco’), armado solo con una silla y un micrófono, fue asesinado de un disparo por Tyler Robinson, un izquierdista radical de 22 años, frente a miles de asistentes, su mujer y sus dos hijos pequeños. En la bala escribió: «Atrapa esto, fascista».

Si el asesinato conmocionó al mundo por su brutalidad, no menor indignación provocaron las reacciones de parte de la izquierda occidental. Mientras el luto conservador consistió en oraciones y velas, miles de perfiles izquierdistas inundaron las redes sociales celebrando y justificando su asesinato por pensar diferente. Una ‘antifa’ llegó a comercializar camisetas con la imagen de Kirk ejecutado y el lema ‘Debate esto’.

EE.UU. no es ajeno a los asesinatos políticos: Lincoln, Kennedy o Martin Luther King regaron con su sangre el camino de su democracia. La novedad, ahora, es que el panóptico del alma humana que son las redes sociales nos permite, cual autopsia notarial, asomarnos, con horror, al corazón de una izquierda cada vez más radicalizada. Años de criminalización y deshumanización de los ciudadanos conservadores, certificándolos como nazis, predicando que «al fascismo no se le debate, se le combate» y llamando a cordones sanitarios contra quienes piensan diferente, han fabricado, cual eficientes madrasas islamistas, individuos como Tyler Robinson.

Esta ola de violencia ya se manifestó en los intentos de asesinato de Trump, uno de los cuales estuvo a centímetros de lograrlo y mató a un bombero, o las ejecuciones de empresarios que inició Luigi Mangione, actos todos ellos celebrados por esta izquierda radicalizada. Igualmente se han cometido crímenes contra figuras demócratas, como el asesinato de una legisladora de Mineápolis y su pareja; el lanzamiento de bombas incendiarias contra la casa de Josh Shaphiro, gobernador de Pensilvania; el intento de secuestro de Gretchen Whitmer, gobernadora de Míchigan; o el ataque contra el marido de Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes.

En España conocemos bien estas dinámicas. ETA asesinó a mil personas y forzó el exilio de 200.000 vascos, el mayor de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial, mientras algunos brindaban con champán. Hoy, la izquierda abertzale blanquea su historia y coloca a antiguos pistoleros en listas electorales.

La pregunta es inevitable: ¿puede una democracia sobrevivir si parte de sus ciudadanos celebran el asesinato de quienes piensan distinto? ¿Qué futuro nos aguarda como sociedad si al disidente sólo se le tolera en dos estados: callado o muerto?

Necesitamos recordarnos como sociedad que justificar un crimen convierte en cómplice moral, y que acallar a alguien no sólo es un ataque contra esa persona, sino contra toda la comunidad a la que se usurpa su derecho a escuchar otras ideas, confrontar opiniones, debatir y rebatir, y llegar, eventualmente, a una mejor comprensión de la realidad.

Por ello, el asesinato de Charlie para silenciarle no quería sólo destrozar a un hombre y a su familia, sino también secuestrar intelectualmente a toda una civilización a la que considera su propiedad para que no sea libre. Es una agresión contra la esencia del ser humano. Un ataque contra todos nosotros. Y sólo si logramos no ceder ante la censura y las coacciones, ante la criminalización y la violencia, lograremos sobrevivir como civilización.

Descanse en paz.

SOBRE EL AUTOR

Juan Luis López Aranguren

Profesor de Relaciones internacionales y Derecho internacional público en la Universidad de Zaragoza

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