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Cónclave tecnológico: los grandes empresarios besan el anillo de Trump

Bajo las pesadas arañas del Comedor de Estado se sentó este jueves a cenar una constelación de titanes tecnológicos con Donald Trump en la cabecera. ¿Cuánta riqueza había en esa mesa? Solo haciendo cuentas alegres, los comensales acumulaban fortunas combinadas de más de … medio billón de dólares, cifras mayores que el PIB de países como Irlanda, Israel o Tailandia.
No es exageración: allí estaban Mark Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple), Sundar Pichai (Google), Satya Nadella (Microsoft), Bill Gates (Microsoft), Sergey Brin (Google), Sam Altman (OpenAI), entre otros nombres propios de Silicon Valley. Trump, quien siempre presumió de ser milmillonario, ahora se rodeaba literalmente de quienes de verdad lo son, cumpliendo quizá uno de sus sueños más antiguos: estar él en el centro del corazón mismo de la riqueza mundial. La cena se convirtió en un besamanos del siglo XXI, con el presidente en su salsa como anfitrión de los dueños del universo tecnológico.

Faltaba, eso sí, uno: su ex amigo del alma, el ahora desterrado Elon Musk, él mismo el hombre más rico del planeta, de momento.
En un principio Trump planeaba inaugurar su propio «Club de la Rosaleda» en el jardín de la Casa Blanca, un espacio que mandó pavimentar y amueblar con mesas, sillas y sombrillas al más puro estilo de Mar-a-Lago. El look era más Palm Beach que Washington. El presidente quería estrenar a lo grande su nuevo patio social con una cena al aire libre para la élite tecnológica.
Sin embargo, la meteorología tenía otros planes. Una tormenta de fin de verano arruinó la fiesta al aire libre, obligando a trasladar a todos al interior. La elegante pero sobria Sala de Estado terminó acogiendo la cena en lugar del ambientado jardín, un golpe de último minuto a la escenografía tropical que Trump había imaginado. No es la primera vez este año que el clima frustra el show: el pasado enero, el frío extremo obligó a que la jura presidencial en el Capitolio se realizara puertas adentro, rompiendo la tradición del acto al aire libre. A Trump le tocó improvisar entonces, y ahora de nuevo.

Trump, eufórico, abrió la velada jactándose: «Esto lleva a nuestro país a un nuevo nivel», dijo, rodeado –según sus propias palabras– de «gente de alto coeficiente intelectual». Era otro capítulo en el delicado cortejo mutuo entre Trump y los líderes tecnológicos: él se regodea teniendo a su mesa a algunos de los empresarios más exitosos del planeta, y ellos procuran mantenerse en el lado bueno de un presidente tan poderoso como impredecible.
Los ejecutivos lanzaron elogios y hablaron de impulsar la innovación, pero Trump fue al grano con lo que más le interesa: los dólares. El presidente hizo una ronda de preguntas directo al bolsillo de cada invitado: «¿Cuánto van a invertir en EE.UU.?», les espetó uno a uno. Los magnates respondieron con números mareantes, como si estuvieran pujando por el favor presidencial. Zuckerberg afirmó con calma que invertirá 600.000 millones de dólares en el país. Cook no se quedó atrás: otros 600.000 millones. Pichai lanzó 250.000 millones más a la mesa. Al llegar a Nadella, Trump acotó con expectación: «¿Y Microsoft? Eso debe ser un número grande…». Nadella respondió que su inversión sería de hasta 80.000 millones por año. «Bien», asentía Trump. «Muy bien», complacido al escuchar esas colosales sumas. Aquello parecía un concurso de cifras astronómicas más que una cena, pero para Trump era música celestial.

Donald Trump, en el centro de la mesa, rodeado de multimillonarios

Reuters

Los invitados sabían a quién debían agradar. Para un presidente que mide muchas cosas en términos de dólares y lealtades personales, nada mejor que oír a cada CEO recitar números de doce ceros invertidos «gracias a usted, señor presidente». La atmósfera tuvo tintes cortesanos: poderosos empresarios haciendo fila –metafórica– para besar el anillo de Trump con promesas de inversión y cumplidos.
La gran ausencia no pasó inadvertida, sobre todo porque Musk solía ser un aliado cercano de Trump. Al inicio de su primera presidencia le llegó a encargar un puesto especial para «mejorar la eficiencia gubernamental». Pero la relación se agrió estrepitosamente este año: Musk rompió con Trump públicamente, protagonizando una sonada pelea mediática. Ahora, en la cena, su nombre ni siquiera figuraba en la lista de invitados.

«Los robots ya están aquí. Nuestro futuro ya no es ciencia ficción»

Melania Trump

Trump llenó el hueco de Musk con otros rostros que quizá le resultaran aún más satisfactorios. En el lugar que podría haber ocupado Musk estaba Sam Altman, fundador de OpenAI y uno de los rivales directos de Musk en la carrera de la inteligencia artificial. También estaba Bill Gates, cofundador de Microsoft, otro con quien Musk ha tenido roces públicos. Es sabido que Musk no ve con buenos ojos ni a Altman ni a Gates, así que su exclusión de este cónclave tecnológico –con sus «enemigos» presentes– le puede haber escocido doblemente.
La velada continuó con buenos modales y mucha palabrería sobre el brillante futuro de la inteligencia artificial y la innovación estadounidense. Horas antes, algunos de esos invitados habían participado en la reunión del grupo de trabajo de Educación en IA de la Casa Blanca, presidida por Melania Trump. La primera dama soltó una frase para el recuerdo: «Los robots ya están aquí. Nuestro futuro ya no es ciencia ficción», advirtió, enfatizando la necesidad de guiar el desarrollo de la IA con responsabilidad. «Durante esta etapa primitiva, es nuestro deber tratar a la IA como si fuera nuestros propios hijos: empoderándola, pero con orientación vigilante», dijo Melania en tono didáctico.
Pero no todos en Washington festejaban esta luna de miel de Trump con Silicon Valley. Ese mismo día, uno de sus más firmes aliados en el Senado, Josh Hawley, lanzó duras críticas contra las grandes tecnológicas en una conferencia conservadora. «El gobierno debería inspeccionar todos estos sistemas de IA puntera para entender mejor qué planean construir –y destruir– los titanes tecnológicos», bramó el senador de Missouri. Mientras Trump cenaba jovialmente con aquellos titanes en la Casa Blanca, Hawley prácticamente los acusaba de crear un monstruo fuera de control.
La noche anterior a la cena, Trump había inundado su red social con memes y videos generados por inteligencia artificial. En uno de ellos se veía al presidente interactuando con el hombre del logo de la cadena Cracker Barrel; en otro, convirtió al senador demócrata Adam Schiff en una caricatura de cuello desproporcionadamente largo. Hubo varios más en esa retahíla surrealista de imágenes fake creadas por ordenador. Trump se rió de todos ellos e incluso sacó una conclusión de humor negro: «Si pasa algo realmente malo, quizá tendré que echarle la culpa a la IA», bromeó, mezclando autoparodia con una pizca de verdad.

Publicado: septiembre 5, 2025, 12:45 am

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/conclave-tecnologico-grandes-empresarios-besan-anillo-trump-20250905073527-nt.html

Bajo las pesadas arañas del Comedor de Estado se sentó este jueves a cenar una constelación de titanes tecnológicos con Donald Trump en la cabecera. ¿Cuánta riqueza había en esa mesa? Solo haciendo cuentas alegres, los comensales acumulaban fortunas combinadas de más de medio billón de dólares, cifras mayores que el PIB de países como Irlanda, Israel o Tailandia.

No es exageración: allí estaban Mark Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple), Sundar Pichai (Google), Satya Nadella (Microsoft), Bill Gates (Microsoft), Sergey Brin (Google), Sam Altman (OpenAI), entre otros nombres propios de Silicon Valley. Trump, quien siempre presumió de ser milmillonario, ahora se rodeaba literalmente de quienes de verdad lo son, cumpliendo quizá uno de sus sueños más antiguos: estar él en el centro del corazón mismo de la riqueza mundial. La cena se convirtió en un besamanos del siglo XXI, con el presidente en su salsa como anfitrión de los dueños del universo tecnológico.

Faltaba, eso sí, uno: su ex amigo del alma, el ahora desterrado Elon Musk, él mismo el hombre más rico del planeta, de momento.

En un principio Trump planeaba inaugurar su propio «Club de la Rosaleda» en el jardín de la Casa Blanca, un espacio que mandó pavimentar y amueblar con mesas, sillas y sombrillas al más puro estilo de Mar-a-Lago. El look era más Palm Beach que Washington. El presidente quería estrenar a lo grande su nuevo patio social con una cena al aire libre para la élite tecnológica.

Sin embargo, la meteorología tenía otros planes. Una tormenta de fin de verano arruinó la fiesta al aire libre, obligando a trasladar a todos al interior. La elegante pero sobria Sala de Estado terminó acogiendo la cena en lugar del ambientado jardín, un golpe de último minuto a la escenografía tropical que Trump había imaginado. No es la primera vez este año que el clima frustra el show: el pasado enero, el frío extremo obligó a que la jura presidencial en el Capitolio se realizara puertas adentro, rompiendo la tradición del acto al aire libre. A Trump le tocó improvisar entonces, y ahora de nuevo.

Trump, eufórico, abrió la velada jactándose: «Esto lleva a nuestro país a un nuevo nivel», dijo, rodeado –según sus propias palabras– de «gente de alto coeficiente intelectual». Era otro capítulo en el delicado cortejo mutuo entre Trump y los líderes tecnológicos: él se regodea teniendo a su mesa a algunos de los empresarios más exitosos del planeta, y ellos procuran mantenerse en el lado bueno de un presidente tan poderoso como impredecible.

Los ejecutivos lanzaron elogios y hablaron de impulsar la innovación, pero Trump fue al grano con lo que más le interesa: los dólares. El presidente hizo una ronda de preguntas directo al bolsillo de cada invitado: «¿Cuánto van a invertir en EE.UU.?», les espetó uno a uno. Los magnates respondieron con números mareantes, como si estuvieran pujando por el favor presidencial. Zuckerberg afirmó con calma que invertirá 600.000 millones de dólares en el país. Cook no se quedó atrás: otros 600.000 millones. Pichai lanzó 250.000 millones más a la mesa. Al llegar a Nadella, Trump acotó con expectación: «¿Y Microsoft? Eso debe ser un número grande…». Nadella respondió que su inversión sería de hasta 80.000 millones por año. «Bien», asentía Trump. «Muy bien», complacido al escuchar esas colosales sumas. Aquello parecía un concurso de cifras astronómicas más que una cena, pero para Trump era música celestial.


Donald Trump, en el centro de la mesa, rodeado de multimillonarios


Reuters

Los invitados sabían a quién debían agradar. Para un presidente que mide muchas cosas en términos de dólares y lealtades personales, nada mejor que oír a cada CEO recitar números de doce ceros invertidos «gracias a usted, señor presidente». La atmósfera tuvo tintes cortesanos: poderosos empresarios haciendo fila –metafórica– para besar el anillo de Trump con promesas de inversión y cumplidos.

La gran ausencia no pasó inadvertida, sobre todo porque Musk solía ser un aliado cercano de Trump. Al inicio de su primera presidencia le llegó a encargar un puesto especial para «mejorar la eficiencia gubernamental». Pero la relación se agrió estrepitosamente este año: Musk rompió con Trump públicamente, protagonizando una sonada pelea mediática. Ahora, en la cena, su nombre ni siquiera figuraba en la lista de invitados.

«Los robots ya están aquí. Nuestro futuro ya no es ciencia ficción»

Melania Trump

Trump llenó el hueco de Musk con otros rostros que quizá le resultaran aún más satisfactorios. En el lugar que podría haber ocupado Musk estaba Sam Altman, fundador de OpenAI y uno de los rivales directos de Musk en la carrera de la inteligencia artificial. También estaba Bill Gates, cofundador de Microsoft, otro con quien Musk ha tenido roces públicos. Es sabido que Musk no ve con buenos ojos ni a Altman ni a Gates, así que su exclusión de este cónclave tecnológico –con sus «enemigos» presentes– le puede haber escocido doblemente.

La velada continuó con buenos modales y mucha palabrería sobre el brillante futuro de la inteligencia artificial y la innovación estadounidense. Horas antes, algunos de esos invitados habían participado en la reunión del grupo de trabajo de Educación en IA de la Casa Blanca, presidida por Melania Trump. La primera dama soltó una frase para el recuerdo: «Los robots ya están aquí. Nuestro futuro ya no es ciencia ficción», advirtió, enfatizando la necesidad de guiar el desarrollo de la IA con responsabilidad. «Durante esta etapa primitiva, es nuestro deber tratar a la IA como si fuera nuestros propios hijos: empoderándola, pero con orientación vigilante», dijo Melania en tono didáctico.

Pero no todos en Washington festejaban esta luna de miel de Trump con Silicon Valley. Ese mismo día, uno de sus más firmes aliados en el Senado, Josh Hawley, lanzó duras críticas contra las grandes tecnológicas en una conferencia conservadora. «El gobierno debería inspeccionar todos estos sistemas de IA puntera para entender mejor qué planean construir –y destruir– los titanes tecnológicos», bramó el senador de Missouri. Mientras Trump cenaba jovialmente con aquellos titanes en la Casa Blanca, Hawley prácticamente los acusaba de crear un monstruo fuera de control.

La noche anterior a la cena, Trump había inundado su red social con memes y videos generados por inteligencia artificial. En uno de ellos se veía al presidente interactuando con el hombre del logo de la cadena Cracker Barrel; en otro, convirtió al senador demócrata Adam Schiff en una caricatura de cuello desproporcionadamente largo. Hubo varios más en esa retahíla surrealista de imágenes fake creadas por ordenador. Trump se rió de todos ellos e incluso sacó una conclusión de humor negro: «Si pasa algo realmente malo, quizá tendré que echarle la culpa a la IA», bromeó, mezclando autoparodia con una pizca de verdad.

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