Publicado: agosto 20, 2025, 10:45 pm
La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/tucidides-alaska-exhibicion-fuerza-trump-frente-putin-20250820041718-nt.html
En la guerra del Peloponeso entre la democrática Atenas y la militarista Esparta, Tucídides, general e historiador ateniense, acuñó una frase que ha descrito nuestro mundo desde hace dos milenios y medio: «Los fuertes hacen lo que tienen que hacer y los débiles aceptan … lo que tienen que aceptar». Nacía, así, la escuela realista de las relaciones internacionales, que aspiraba no a justificar el mundo sino a describirlo, por brutal y salvaje que éste sea.
De esta frase pueden extraerse dos dolorosas lecciones, manifestada cada una en las históricas reuniones que Trump ha mantenido con Putin y Zelenski para intentar poner fin a la guerra de Ucrania. La primera lección que nos da Tucídides es que, si los fuertes dejan de hacer lo que deben, dejarán también de ser fuertes. Ningún privilegio ni dispensa les ampara. Su comportamiento está tan limitado como el del resto de las naciones y la historia da buena cuenta de ello, con la inabarcable lista de imperios, reinos y civilizaciones caídas y olvidadas. En esta visión, la fuerza asegura la existencia y la existencia debe dedicarse a mantener la fuerza; y cuando esta dualidad se rompe, ambas desaparecen.
Y la primera obligación de la fuerza es exhibirla, lo que se hizo con didáctica claridad en la cumbre celebrada entre Trump y Putin el pasado 15 de agosto en Alaska, territorio de la Rusia zarista hasta su compra por EE.UU. en 1867. La más rusa de las tierras estadounidenses y la más americana de las tierras rusas acogió el tanteo mutuo de ambas superpotencias, con su ritualista demostración de poder.
En la primera visita de Putin a EE.UU. en 18 años, Trump orquestó una cuidadosa coreografía en la que, con milimétrica precisión, un bombardero furtivo B-2 Spirit, como el que golpeó las instalaciones nucleares iraníes, y cuatro escoltas F-35 sobrevolaron al mandatario ruso apenas descendió de su avión, sin poder éste evitar elevar su vista ante tal espectáculo, quedando grabado para la posteridad.
¿Y la exhibición rusa? Serguéi Lavrov, ministro ruso de Exteriores, acudió a la cumbre con un jersey con las siglas de la URSS (CCCP), viralizándose y provocando el éxtasis en las redes sociales rusas. Una fútil pataleta para algunos, pero que no deja de ser un indisimulado recordatorio de un pasado geopolítico no tan distante y de que Rusia sigue disponiendo de 5.400 cabezas nucleares, 300 más que EE.UU.
La reunión posterior culminó en una oferta rusa tan maximalista como dudosa. Maximalista, porque Putin exige tanto territorios ocupados como otros que ni controla sin conceder siquiera un alto el fuego. Dudosa, porque lo único que ofrece son unas garantías de seguridad para Ucrania que ya se aseguraron en 1994 en el Memorándum de Budapest, donde Rusia reconocía las fronteras ucranianas a cambio de recuperar el arsenal nuclear soviético desplegado en Ucrania, garantías que saltaron por los aires treinta años más tarde con la ocupación de Crimea.
Finalmente, los ucranianos y, por extensión, los europeos han sido dolorosamente conscientes de la segunda lección brindada por Tucídides. Una lección manifestada en que estas exigencias fueron diligentemente transmitidas tres días más tarde a Zelenski por un Trump deseoso de desembarazarse cuanto antes de una guerra que considera una trampa heredada de la administración Obama. Una lección que se ha reflejado en que empresas de armamento como Rheinmetall hayan multiplicado su cotización por veinte desde el inicio de la ofensiva y ya se esté hablando de reinstaurar el servicio militar obligatorio en cada vez más naciones. Una lección que nos recuerda que, si los débiles no quieren aceptar lo que les es impuesto, deberán convertirse en fuertes.