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Las reuniones en la Casa Blanca no eliminan incertidumbres

La Casa Blanca, el pasado lunes, parecía un plató hollywoodense que reflejara los laboriosos esfuerzos para dar carpetazo a la guerra en Ucrania. Primeramente, en el Despacho Oval, se desarrolló una reunión bilateral entre Trump y Zelenski, donde el primero explicaría al … segundo lo discutido con Putin, el pasado viernes, en Alaska. Recordando el filme ‘Solo ante el peligro’, de Fred Zinnemann, existía el riesgo de repetirse la anterior reunión de ambos, el pasado febrero, en la que el ucraniano resultó materialmente avasallado. Pero la cita se desarrolló en términos cordiales. Zelenski, eso sí, con chaqueta en lugar de en camiseta.
Posteriormente, en la Sala Este, la orgía cinematográfica se disparó en una reunión multilateral en la que, como si fuera una adaptación de ‘Los siete magníficos’, de John Sturges, Zelenski compareció ante Trump acompañado por dos jefes de Estado: Macron (Francia) y Stubb (Finlandia); tres primeros ministros: Merz (Alemania), Starmer (Reino Unido) y Meloni (Italia); y dos funcionarios de rango superior al ministerial, Von der Leyen (UE) y Rutte (OTAN). Apabullante reparto de estrellas que recordó la caótica y absurda acumulación de personajes del camarote de los Marx en la película ‘Una noche en la Ópera’, de Sam Wood. 

Tan nutrido cortejo trataría, tal vez, de reforzar la posición de Zelenski. O de protegerle de las garras de Trump. O, incluso, del interés de los escoltas por salir en la foto. Probablemente, los tres motivos. Pero, en realidad, solamente la presidenta de la Comisión Europea podría representar al conjunto de la Unión, siempre que así le hubiera mandatado el Consejo Europeo. Del resto de los magníficos, cada uno representaba solamente a su respectivo país y el secretario general de la OTAN no pasa de ser un alto funcionario que, para continuar siéndolo, necesita comportarse como fiel gregario del presidente norteamericano.
Por otra parte, han aparecido fisuras en el interno del cortejo porque el primer ministro británico, Starmer, parece ir decantándose más por la visión de Trump (que en gran medida coincide con la de Putin), que por la del canciller alemán, Merz. Desde tal perspectiva, la proliferación de voces europeas no sería tanto muestra de fuerza y cohesión como de debilidad y dispersión.
En España, cuarta potencia de la UE, muchos se extrañan de la no presencia del presidente Sánchez en esas reuniones internacionales de nivel superior. Tales ausencias responden a la desconfianza y el descrédito generados por el Gobierno español tanto en el seno atlántico como en el europeo. Porque si en la cumbre atlántica (La Haya) Sánchez se desmarcó insolidariamente del acuerdo de los otros 31 aliados sobre el gasto en defensa y si el incompetente ministro Albares vocea que la máxima prioridad de la acción exterior española es que en Bruselas se hable catalán ¿qué otra cosa podríamos esperar? Es el «orden natural de las cosas» del que habla San Agustín.
La afanosa escalada diplomática a ambos lados del Atlántico para dar carpetazo a la guerra de Ucrania no ha traído, hasta la fecha, frutos mayores. Más allá de las expectativas concretas de unos y otros, con un Trump que ahora intenta ponerse de perfil, se levanta, entre otros, el escollo de tener que optar o por un alto el fuego o por un acuerdo de paz definitivo.
Zelenski pretende un rápido alto el fuego antes de negociar la paz que le daría cierto resuello. Putin, que no tiene prisa, prefiere acometer directamente la negociación de una paz definitiva sin tener que acallar previamente sus cañones y mientras sus tropas retengan la iniciativa. Sus condiciones se sintetizan groseramente en el reconocimiento ‘de iure’ de las nuevas realidades producidas por la guerra. Algo de difícil digestión para muchos países europeos, porque significa, entre otros efectos, derruir el principio fundamental del derecho internacional de la inviolabilidad de las fronteras, consagrado en el Acta Final de Helsinki (1975).
Los 35 países firmantes (europeos, norteamericanos, neutrales y no alineados) se comprometieron a abstenerse del uso de la fuerza para alterarlas. Entre ellos, las dos Alemanias de entonces, EE.UU., Finlandia, Francia, Italia, el Reino Unido y la Unión Soviética (que incluía lo que hoy son la Federación Rusa y Ucrania). Vaya, justamente todos ellos se reunieron, el pasado lunes, en la Casa Blanca.

Publicado: agosto 19, 2025, 10:45 pm

La fuente de la noticia es https://www.abc.es/internacional/reuniones-casa-blanca-eliminan-incertidumbres-20250819045703-nt.html

La Casa Blanca, el pasado lunes, parecía un plató hollywoodense que reflejara los laboriosos esfuerzos para dar carpetazo a la guerra en Ucrania.

Primeramente, en el Despacho Oval, se desarrolló una reunión bilateral entre Trump y Zelenski, donde el primero explicaría al segundo lo discutido con Putin, el pasado viernes, en Alaska. Recordando el filme ‘Solo ante el peligro’, de Fred Zinnemann, existía el riesgo de repetirse la anterior reunión de ambos, el pasado febrero, en la que el ucraniano resultó materialmente avasallado. Pero la cita se desarrolló en términos cordiales. Zelenski, eso sí, con chaqueta en lugar de en camiseta.

Posteriormente, en la Sala Este, la orgía cinematográfica se disparó en una reunión multilateral en la que, como si fuera una adaptación de ‘Los siete magníficos’, de John Sturges, Zelenski compareció ante Trump acompañado por dos jefes de Estado: Macron (Francia) y Stubb (Finlandia); tres primeros ministros: Merz (Alemania), Starmer (Reino Unido) y Meloni (Italia); y dos funcionarios de rango superior al ministerial, Von der Leyen (UE) y Rutte (OTAN). Apabullante reparto de estrellas que recordó la caótica y absurda acumulación de personajes del camarote de los Marx en la película ‘Una noche en la Ópera’, de Sam Wood. 

Tan nutrido cortejo trataría, tal vez, de reforzar la posición de Zelenski. O de protegerle de las garras de Trump. O, incluso, del interés de los escoltas por salir en la foto. Probablemente, los tres motivos. Pero, en realidad, solamente la presidenta de la Comisión Europea podría representar al conjunto de la Unión, siempre que así le hubiera mandatado el Consejo Europeo. Del resto de los magníficos, cada uno representaba solamente a su respectivo país y el secretario general de la OTAN no pasa de ser un alto funcionario que, para continuar siéndolo, necesita comportarse como fiel gregario del presidente norteamericano.

Por otra parte, han aparecido fisuras en el interno del cortejo porque el primer ministro británico, Starmer, parece ir decantándose más por la visión de Trump (que en gran medida coincide con la de Putin), que por la del canciller alemán, Merz. Desde tal perspectiva, la proliferación de voces europeas no sería tanto muestra de fuerza y cohesión como de debilidad y dispersión.

En España, cuarta potencia de la UE, muchos se extrañan de la no presencia del presidente Sánchez en esas reuniones internacionales de nivel superior. Tales ausencias responden a la desconfianza y el descrédito generados por el Gobierno español tanto en el seno atlántico como en el europeo. Porque si en la cumbre atlántica (La Haya) Sánchez se desmarcó insolidariamente del acuerdo de los otros 31 aliados sobre el gasto en defensa y si el incompetente ministro Albares vocea que la máxima prioridad de la acción exterior española es que en Bruselas se hable catalán ¿qué otra cosa podríamos esperar? Es el «orden natural de las cosas» del que habla San Agustín.

La afanosa escalada diplomática a ambos lados del Atlántico para dar carpetazo a la guerra de Ucrania no ha traído, hasta la fecha, frutos mayores. Más allá de las expectativas concretas de unos y otros, con un Trump que ahora intenta ponerse de perfil, se levanta, entre otros, el escollo de tener que optar o por un alto el fuego o por un acuerdo de paz definitivo.

Zelenski pretende un rápido alto el fuego antes de negociar la paz que le daría cierto resuello. Putin, que no tiene prisa, prefiere acometer directamente la negociación de una paz definitiva sin tener que acallar previamente sus cañones y mientras sus tropas retengan la iniciativa. Sus condiciones se sintetizan groseramente en el reconocimiento ‘de iure’ de las nuevas realidades producidas por la guerra. Algo de difícil digestión para muchos países europeos, porque significa, entre otros efectos, derruir el principio fundamental del derecho internacional de la inviolabilidad de las fronteras, consagrado en el Acta Final de Helsinki (1975).

Los 35 países firmantes (europeos, norteamericanos, neutrales y no alineados) se comprometieron a abstenerse del uso de la fuerza para alterarlas. Entre ellos, las dos Alemanias de entonces, EE.UU., Finlandia, Francia, Italia, el Reino Unido y la Unión Soviética (que incluía lo que hoy son la Federación Rusa y Ucrania). Vaya, justamente todos ellos se reunieron, el pasado lunes, en la Casa Blanca.

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