Publicado: julio 9, 2025, 11:30 pm
Quizás haya que recordarlo. Quizás se nos esté olvidando. A lo largo de más de un siglo, el Premio Nobel de la Paz ha distinguido a líderes, instituciones y movimientos que, en momentos clave, han influido en el rumbo de la historia a través de la reconciliación, el desarme, los derechos humanos o la cooperación internacional. A veces, han pagado con cárcel o con su vida esa lucha.
Fue el caso de Martin Luther King Jr., que en 1964 recibió el galardón por su lucha pacífica contra la segregación racial en Estados Unidos. O de Nelson Mandela que, con Frederik de Klerk, fue premiado en 1993 por su papel en el fin del apartheid en Sudáfrica. También lo obtuvo Malala Yousafzai, símbolo del derecho de las niñas a la educación, y Liu Xiaobo, defensor de la libertad de expresión en China.
El Nobel ha querido premiar también a organizaciones: la Cruz Roja ha recibido el galardón en tres ocasiones; Naciones Unidas, sus agencias y sus secretarios generales han sido reconocidos varias veces; y el Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez fue distinguido por preservar la paz tras la Primavera Árabe. Incluso se ha otorgado de manera preventiva o simbólica: a Barack Obama en 2009, recién llegado al poder; o al Programa Mundial de Alimentos, como recordatorio de que el hambre y la paz están íntimamente relacionadas.
El listado de premiados incluye ausencias notables; otros a los que con el tiempo miramos con perplejidad. La paz, como concepto, puede estirarse. Hay formas muy distintas de entenderla. Pero difícilmente incluirá a quien eleva muros reales y refuerza los simbólicos, a quien alimenta guerras económicas o a quien redacta a conciencia tuits incendiarios con la misma naturalidad con la que otros redactaron manifiestos por la concordia. Sí, también hay formas muy diferentes de concebir las políticas de paz. Y no todas caben en Oslo.