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Yo también quiero cartas

Publicado: abril 1, 2025, 12:30 am

Tropieza España y, en menor medida, también Europa a la hora de explicar el rearme a sus ciudadanos. Y lo hacen, en mi opinión, porque nuestros líderes carecen de los dos elementos que necesitarían para convencer a quienes saben que, cualquiera que sea el artificio contable que se emplee para poner sobre la mesa los miles de millones que se van a gastar en defensa —o, si lo prefiere, invertir en seguridad, pero no se deje el lector llevar a un debate estéril sobre si son galgos o son podencos— todo terminará saliendo de sus impuestos.

El primero de esos elementos es la autoridad moral. ¿Cómo creer a líderes que siempre han apostado por el “poder blando” de Europa cuando, de un día para otro, quieren abanderar un cambio de rumbo tan drástico como el que hoy se nos propone? Y más difícil todavía es hacerlo en España, donde el Gobierno parece querer aplicar un principio evangélico —que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda— que solo tiene sentido en el contexto en el que fue concebido. Dudo que, mientras escribía su evangelio, san Mateo estuviera pensando en cómo gestionar un gobierno de coalición dividido ante la necesidad de tomar medidas que podrían ser impopulares.

A falta de autoridad moral, los líderes europeos podrían tratar de explicar sus decisiones con argumentos sólidos. Haberlos, desde luego, los hay. Putin quiere Ucrania y Trump, aunque por ahora solo lo haga de palabra, exige Groenlandia. Vea el lector que lo hace con pretextos muy parecidos a los de Putin —sorprende que la isla sea imprescindible para que la nación más poderosa de la tierra pueda sentirse segura— y quizá las mismas razones: nada como una conquista para sostener las aspiraciones del norteamericano a un tercer mandato, saltándose las barreras constitucionales. Solo cambia el lenguaje que, en el caso de Trump, recuerda un poco al de Gollum, el corrupto hobbit que ansía el anillo único: “Lo queremos, debemos tenerlo”.

Más lejos de Europa y, por ello, oculto a la vista de muchos españoles, Xi Jinping quiere el mar de China Meridional. ¡Cómo no lo va a querer! se dirá algún lector poco familiarizado con la geografía marítima. Después de todo ¿no debe ser de China el mar de China Meridional? No más que vizcaíno el golfo de Vizcaya. Es lo que tienen los nombres, que confunden a las personas… y quizá por eso no augura nada bueno el empeño de Trump de rebautizar el golfo de México.

Por desgracia, Bruselas no puede hablar con claridad sobre algunas de estas realidades. La UE no podría hacer nada si Trump decidiera poner fin a la Alianza Atlántica, pero no quiere ser ella quien rompa la baraja. Y la ciudadanía, a la que un sinnúmero de analistas le explica las razones geoestratégicas que, para Putin, Trump o Xi, justifican lo que hacen, termina entendiendo que lo que está ocurriendo, por condenable que sea, se circunscribe a la singularidad geopolítica de Ucrania, Groenlandia o el mar de China Meridional. De ahí solo hay un paso para llegar a una conclusión que hasta parece lógica ante la presión de los poderosos: que cada palo aguante su vela.

Sin embargo, abandonar a su suerte a las naciones hoy agredidas sería un error. Temo que, por desgracia, haya un error de perspectiva a la hora de diagnosticar el mundo al que nos están llevando líderes como Trump, Putin o Xi. Lo que está de vuelta no es el imperialismo decimonónico, ajustado a principios geoestratégicos predecibles, como muchos escriben. Se trata de algo todavía peor: el siglo de Maquiavelo, el de los príncipes guerreros. La guerra siempre ha sido una lacra para la humanidad; pero la de esta década, un periodo oscuro en el que los estadistas han sido reemplazados por matones, no es tanto una herramienta para alcanzar los intereses nacionales como para reforzar el poder de los príncipes.

Dirá el lector que estoy acusando sin pruebas, pero es obvio que, desde que arrasó Grozni, Putin ha empleado la guerra como palanca para borrar de la constitución rusa cualquier rastro de barniz democrático. Parece que la vieja receta de Maquiavelo sigue funcionando. No es, pues, prudente descartar que Trump quiera apoderarse de Groenlandia, Gaza o Panamá por las mismas razones que el malvado ruso. No para hacer grande a América sino para hacerse grande él.

Trump quiere apoderarse de Groenlandia, Gaza o Panamá por las mismas razones que el malvado ruso: no para hacer grande a América sino para hacerse grande él

Y a nosotros —se preguntará el lector— ¿qué más nos da lo que esconda el corazón de Trump? América primero o Trump primero, ¿cuál es la diferencia? Veamos. Si es verdad que este no es el siglo de la geoestrategia, sino el de los príncipes, entonces Ucrania, Groenlandia y el mar de China Meridional dejan de ser objetivos singulares, marcados por la maldición de la geopolítica, y se convierten en meros hitos de un camino interminable que solo conduce a mayores cuotas de poder. No sabemos cuál será el siguiente hito. Seguramente no será nuestra nación. Pero todos hemos visto al presidente Trump tratando de hacer ver al acorralado Zelenski que él no tenía cartas que jugar para defender a su pueblo de la rapacidad de Putin… y del raro apetito del norteamericano por las tierras raras. Por lo que pueda pasar, yo sí quiero tener alguna de las cartas de que presume Trump. ¿Usted no?

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