Publicado: abril 7, 2025, 12:30 am
Nadie parece acordarse estos días de la guerra de Vietnam, el tema que tanta atención que tanto interés y dolor despertó durante la segunda mitad del siglo pasado. Hoy la actualidad protagonizada por Trump y sus arrebatos histriónicos contribuyen a olvidarla a pesar de que ha dejado un rastro de más de tres millones de muertos. Dentro de tres semanas, el próximo 30 de abril para ser más precisos, se cumplen 50 años, medio siglo, de su final y sin sentido. En mi memoria tengo todavía pesadillas con los recuerdos de aquellas últimas horas, vividas en medio de la mayor confusión entre disparos y escenas escalofriantes que tanto me hicieron temblar y que solo superé con una suerte que nunca agradeceré suficiente y con la conciencia de que la vida es fugaz y casual.
Tuve suerte, pero ¿suerte…de verdad? Bueno, yo creo que sí. Primero por estar acompañado compartiendo pánico con personas y trabajadores excelentes, como el técnico de sonido Javier García Llamas o los cámaras José Manuel Alaiz y Juan Manuel Fernández Reverte, aunque desgraciadamente estos dos últimos ya no pueden contarlo. Se salvaron como yo de las bombas, pero poco después, ya en sus vacaciones, no pudieron evitar el peligro de las carreteras: ambos fallecieron en accidentes de tráfico.
Mi primer recuerdo emocionado al recordarlo es para ellos. Siempre pienso cuánto me gustaría poder vernos estos días tan significativos, reunirnos a cenar en la buena vida que proporciona la paz, y recordar, entre lágrimas y emociones, aquellos días y horas de la barbarie de la guerra, aquellos momentos en que ya de madrugada conseguimos huir en un helicóptero de los marines escuchando el ruido de los motores entremezclado con las explosiones que aún continuaban en tierra.
Éramos los últimos y, desde luego, con más suerte, dejábamos atrás a colegas de otros países que ya no podían regresar a sus casas y a sus redacciones para recibir los elogios que merecían su riesgo y esfuerzo. Viviendo en Nueva York, lloré mucho la noche en que la BBC, en otra conmemoración, mostró en su informativo unas imágenes en las que se nos veía intentando trepar a la Embajada de los Estados Unidos en su abandono, ya a la desesperada.
Conforme se vaya acercando la fecha del 30 de abril, volverá a recordarse mucho lo que fue aquella muestra de la proclividad humana a matarse entre semejantes de distinta piel, pero sin razón alguna más allá del control del poder, en este caso de los militares y políticos norteamericanos. Entre ellos no estaba Donald Trump, que ya era demasiado rico y astuto para asumir riesgos.
Trump ama a los Estados Unidos y quiere liberarlos no sabemos muy bien de qué. No va a defender su patriotismo a tiros, porque sus paisanos siempre salieron mal parados de los intentos de vencer en guerras, pero sí lo hace a base de aranceles susceptibles también de matar, aunque de momento sin misiles ni cañonazos, ahora con hambre