Publicado: marzo 26, 2025, 12:00 pm
Hacía mucho que no sentía tanta vergüenza ajena, ese sentimiento de padecer, de cierta manera, la vergüenza que debe estar sintiendo otra persona por su conducta. Es cierto que la vergüenza ajena tiene mal nombre, porque muchas personas la sienten, o dicen sentirla, por situaciones que en realidad tienen más que ver con la elección de la propia personalidad; su vergüenza ajena es más un juicio clasista o racista. Pero la vergüenza es un sentimiento moral importante, nos ayuda a regular cómo nos comportamos con respecto a nuestro sistema moral, conformado, entre otras cosas, por principios, valores, normas. Si contravengo un principio moral que defiendo, lo adecuado es sentir vergüenza y culpa. Si yo creo en la honestidad y le robo a alguien, me descubran o no, siento vergüenza ante mí, en mi fuero interno. Me lleva a una crisis moral: o no creo en la honestidad o soy incapaz de actuar con respecto a sus dictados. De la misma manera, si un amigo, de quien sé que cree en la honestidad, roba, siento vergüenza ajena. Y cuando uno viola sus principios debería suceder una hecatombe dentro de la identidad: la idea que uno tiene sobre sí mismo se resquebraja, se rompe el relato que nos conforma y que le da sentido a la vida: ser quien escojo ser porque me parece adecuado. A los políticos les debiera pasar lo mismo, pero la gran mayoría son “sinvergüenzas”.
Ayer sentí vergüenza ajena al ver a las diputadas que le gritaron a Cuauhtémoc Blanco que no está solo mientras el presunto agresor sexual (además de presunto corrupto y presunto cómplice del crimen organizado) hablaba desde el presidio, rompiendo el reglamento interno de la Cámara de Diputados (por cierto, el presidente del cuerpo legislativo, un veracruzano del que ya he hablado aquí, debió apagar el micrófono, pero qué podemos esperar de él). Y Cuauhtémoc hablaba porque una mujer de Morena le cedió la palabra. El hecho de que yo sintiera vergüenza es una forma de decir que espero que ellas sientan vergüenza. Pero no parecen muy avergonzadas, al contrario, mienten, se escudan en que la carpeta de la fiscalía de Morelos estaba mal integrada, que no había prueba de nada en ella. Que el fiscal era ocultador de feminicidios (Presidenta Sheinbaum dixit). Lo cierto es que la SCJN estableció lo siguiente: «Se debe considerar que los delitos sexuales generalmente se producen en ausencia de otras personas más allá de la víctima y la persona o personas agresoras, por lo que requieren medios de prueba distintos de otras conductas, por lo que no se puede esperar que haya pruebas gráficas o documentales; de ahí que la declaración de la víctima sea una prueba fundamental sobre el hecho, y al analizarla se debe tomar en cuenta que las agresiones sexuales corresponden a un tipo de delito que la víctima no suele denunciar por el estigma que dicha denuncia conlleva». Siendo así, bastaba con el testimonio de la víctima para tener pruebas. ¡Negarlo es violencia y celebrarlo complicidad! Los morenistas dicen ser distintos a los políticos de otros partidos, dicen tener principios de honestidad y justicia, pero cuando actúan se comportan igual que los demás. No son la excepción, son la regla.