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Vargas Llosa, Václav Havel… y el curioso caso de Churchill: escritores que también hicieron historia en la política

Publicado: abril 20, 2025, 3:30 am

Los restos de Mario Vargas Llosa fueron cremados este lunes en una ceremonia íntima, tal y como deseaba el Nobel de Literatura. Su muerte ha sido noticia en medio mundo, prueba de la importancia de su obra. Junto a Cortázar, García Márquez y Carlos Fuentes fue parte fundamental del ‘boom’ latinoamericano que revolucionó ya no la literatura en español sino la universal.

Vargas Llosa vivía para la literatura, de eso no hay dudas, pero también le obsesionó la política. Fue en 1989 cuando se presentó a la presidencia de Perú, pero perdió frente a Alberto Fujimori. Luego, con casi 87 años, se llegó a plantear un segundo intento, pero aquello quedó en nada. Lo cierto es que entrar en política le ocasionó críticas, problemas y muchas decepciones.

Lo contó en El pez en el agua (1993). Son sus memorias. Allí cuenta primero su vida entre 1946 y 1958 (su niñez, la relación con su padre y los inicios de su carrera literaria) y luego su carrera política, en particular ese intento en 1990 por convertirse en presidente del Perú.

Son muchos los casos de escritores que han bajado de su torre de marfil para comprometerse con la realidad. Los hay que han apoyado revoluciones y movimientos, o simplemente han asumido cierto compromiso a través de su obra. Pero son pocos los autores que han aceptado implicarse hasta mancharse, esto es, entrar en el «circo» de la política; dejar los bártulos de escribir por el micrófono y el mitin.

Václav Havel

Al contrario que a Vargas Llosa a Václav Havel le fue bien en política. Llegó a ser presidente de Checoslovaquia, el último de ese país, y el primero presidente de la República Checa. Nacido en Praga el 5 de octubre de 1936, a finales de los 50 ya se había establecido como dramaturgo y poeta.

Cuando estalló la Primavera de Praga, en 1968, Havel ya era un autor famoso. Alcanzó fama como poeta con obras como Zahradni slavnost (La fiesta, 1963) y Vyrozumeni (El memorándum, 1965).

Se implicó y se opuso a la invasión de Checoslovaquia por los tanques rusos. Eso le costó la prohibición de sus obras. En los 70, pasó por la cárcel en numerosas ocasiones por su defensa de los derechos humanos. Havel estuvo en el movimiento Carta 77, por lo que fue acusado de sedición y condenado a prisión en 1979.

Su compromiso y el precio que pagó por ello le hizo famoso dentro y fuera de Checoslovaquia. Alentado por la perestroika de la Unión Soviética, en 1989, fue elegido líder del grupo opositor Foro Cívico. En poco tiempo, el régimen comunista cayó y en diciembre de ese año fue elegido presidente de la República. Tras las elecciones parlamentarias de 1990, quedó confirmado en el cargo.

El 1 de enero de 1993, el país se partió en dos sin necesidad de enfrentamiento alguno: República Checa y Eslovaquia. Havel fue elegido presidente de la nueva República Checa. Desde ese cargo apoyó su inclusión en la OTAN para luego poder entrar en la Unión Europea. Reelegido en 1998, en 2003 tuvo que dimitir por su delicado estado de salud. Hasta su muerte en diciembre de 2011 volvió a su actividad de dramaturgo y conferenciante.

Para acercarse a la obra de Havel, tres títulos resultan fundamentales: Cartas a Olga, Largo desolato y otras obras, y sus memorias, Sea breve, por favor.

Winston Churchill

Ha pasado a la historia como uno de los rostros principales del siglo XX, vinculado básicamente, fuera del Reino Unido, a la Segunda Guerra Mundial. Su caso es más el de un político que además tuvo tiempo y disposición para escribir.

Fue un hombre de Estado con una larga carrera política. Tras la Primera Guerra Mundial le tocó asumir un papel secundario. En 1924 volvió con los conservadores y en 1925 fue nombrado ministro de Hacienda. Bajó su popularidad y terminó por apartarse de la política. Entre 1929 y 1939 siguió perteneciendo al Parlamento, pero se dedicó básicamente a pintar y escribir.

Churchill fue un gran escritor y hasta ganó el Premio Nobel de Literatura en 1953, dato que ha quedado algo sepultado por su biografía de estadista. Curiosamente, hubo otro Winston Churchill escritor. Este era norteamericano. Hoy del yankee nadie se acuerda, pero en aquella época, los dos escritores se confundían a menudo y por eso acordaron que el británico publicaría como «Winston S. Churchill» y el estadounidense como «Winston Churchill».

La Academia Sueca le reconoció «por su maestría en la descripción histórica y biográfica, así como por sus brillantes discursos en defensa de los valores humanos exaltados». Su obra literaria fue un puente entre su faceta de político y su dimensión como pensador. Su serie de seis volúmenes titulada La Segunda Guerra Mundial es quizás su obra más conocida, y fue clave para que obtuviera el galardón.

Se dice que Churchill consideraba que merecía realmente el premio Nobel de la Paz, pero la Academia pensó que no podía conceder ese galardón a quien había dirigido una guerra. El de Literatura fue una salida pero también una manera de reconocer a Churchill de una manera mucho más amplia y no sólo al estadista.

Manuel Azaña

Su caso es parecido al de Churchill: el de un político que, además, escribía y muy bien. Manuel Azaña fue el presidente de la Segunda República (1936-1939), además de presidente del Consejo de Ministros (1931-1933), pero también fue escritor y periodista.

Colaboró en los diarios El Imparcial y El Sol y dirigió las revistas La Pluma y España entre 1920 y 1924. En 1926, recibió el Premio Nacional de Literatura por su obra Vida de Juan Valera. Autor de novelas como El jardín de los frailes (1927) y la inacabada Fresdeval, también realizó incursiones en el teatro con obras como La Corona (1930). Fue también un relevante traductor y un gran ensayista, recogiéndose su producción en este campo en los volúmenes Plumas y palabras (1930) y La invención del Quijote y otros ensayos (1934).

Su obra La velada en Benicarló, compuesta por una serie de diálogos sobre la guerra de España, puede considerarse como la más importante reflexión acerca de la década de los años treinta en nuestro país, asegura el Instituto Cervantes. De igual modo dejó escritas unas memorias que constituyen un destacado reflejo de la Segunda República Española.

Azorín

José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín, es uno de los clásicos de la generación del 98. Escribió novela, ensayo, crónica periodísticas, crítica literaria y hasta teatro. Se quejó siempre de que el periodismo daba poco dinero así que lo intentó con la política. El resultado no fue precisamente satisfactorio.

Entre 1907 y 1919 fue cinco veces diputado cunero, es decir, sin arraigo en los distritos o circunscripciones electorales por las que le presentaban. Además, Azorín fue diputado en una época en la que era un trabajo no remunerado. Militó en el Partido Conservador, pero no parece que la política fuera lo suyo. «Los años dedicados a la política han perjudicado notablemente a Azorín», afirmaba Ortega y Gasset.

Los años dedicados a la política han perjudicado notablemente a Azorín»

En dos breves temporadas, en 1917 y 1919, fue subsecretario de Instrucción Pública. Crítico en sus primeros años con el sistema político de la Restauración, al que tenía por corrupto, pasó, con el tiempo, a integrarse en él, según cuenta José Antonio Ayala en Azorín y Juan de la Cierva. Historia de unas elecciones (1980).

Con la República, volvió a la política activa. Barruntó la posibilidad de cambiar de bando y hacerlo con la Izquierda Republicana y Socialista, pero al final lo hizo por la Agrupación al Servicio de la República. No resultó elegido.

Tras la guerra civil, Azorín entró en las páginas de ABC y durante medio siglo escribió a favor del la dictadura de Franco, detalla Francisco Fuster en su reciente biografía Azorín. Clásico y moderno (Alianza Editorial, 2025). Por aquello, Gómez de la Serna le calificó de arribista y Pedro Salinas censuró su «falta de seriedad moral».

Jorge Semprún

Fue escritor, intelectual, político, guionista y ministro. Aunque nunca llegó a militar en el PSOE, Jorge Semprún fue ministro de Cultura en un gobierno de Felipe González. Su obra fue escrita, en su mayor parte, en francés y está fuertemente influida por su peripecia vital, en particular su paso por el campo de concentración de Buchenwald. El largo viaje, La escritura o la vida, Aquel domingo, Viviré con su nombre, morirá con el mío, son algunas de sus obras. El trabajo literario incluso alcanzó al cine, pues es autor, junto con el director Costa Gavras, del clásico Z.

Su expulsión del Partido Comunista (fue en 1965 por divergencias respecto a la línea oficial) quedó reflejada en Autobiografía de Federico Sánchez. Su periodo como ministro, entre 1988 y 1991, se narra en Federico Sánchez se despide de ustedes. Aquel nombramiento fue muy criticado, ya que Semprún no vivía en España, y su trabajo como ministro se vio marcado por el enfrentamiento con Alfonso Guerra.

Hasta 2003, todas sus obras de ficción habían sido escritas en francés, sólo utilizando el castellano para algunos de sus libros biográficos. Recibió múltiples premios internacionales: Femina, Formentor, Premio de la Paz de la Feria del Libro de Fráncfort, Jerusalén de Literatura, etc.

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