Publicado: noviembre 2, 2025, 11:30 pm
Las palabras del ministro José Manuel Albares en la inauguración de la importante muestra La mitad del mundo. La mujer en el México indígena van encaminadas a cerrar una controversia que llevaba cinco años entorpeciendo las relaciones con México. Fue en 2019 cuando el presidente populista López Obrador reclamó una petición de perdón por la conquista. Entonces, el Gobierno español respondió con claridad: la España democrática no puede asumir culpas por hechos ocurridos hace 500 años, y la historia no se revisa como si fuera un juicio moral entre vencedores y vencidos.
Aquella firmeza fue necesaria, pero la cuestión quedó flotando, utilizada de forma intermitente en el discurso político mexicano y convertida en una sombra innecesaria sobre una relación que debería ser estratégica. Incluso con Claudia Sheinbaum, de quien se esperaba más pragmatismo, el tono victimista ha seguido marcando la pauta. Ese encallamiento no beneficiaba a nadie: impedía avanzar en cooperación cultural, educativa y económica, donde ambos países tienen intereses complementarios.
Albares, al reconocer el sufrimiento de los pueblos indígenas, ofreció un gesto que permite a México sentirse reconocido. Pero lo hizo sin pedir perdón, sin otorgar responsabilidades heredadas y sin mover un milímetro la posición de fondo. Se limitó a recordar algo asumido por cualquier historiador serio: la conquista fue un proceso violento y desigual, pero también el origen del mestizaje cultural que dio lugar al México moderno.
La clave está en no confundir cortesía diplomática con aceptación de un relato culpabilizador. Además, no podemos olvidar que la conquista de Hernán Cortés no hubiera sido posible sin la ayuda de los diferentes pueblos indígenas contra el imperio de los aztecas. El drama actual de las comunidades indígenas mexicanas no se explica por el siglo XVI, sino por lo ocurrido desde la independencia: desigualdad económica persistente, racismo estructural, marginación educativa y ausencia de políticas públicas sostenidas. Se puede hablar de lo bueno y lo malo de la huella colonial sin convertir a España en responsable eterna de problemas que pertenecen al México contemporáneo y a decisiones políticas propias.
Esta exposición es una excelente oportunidad para dar a conocer el papel de la mujer en el México indígena. Y si algo ha logrado Albares, a la vista de cómo han sido acogidas sus palabras, es desbloquear un contencioso absurdo desde el rigor histórico. En realidad, da la impresión de que ha sido una salida pactada con Sheinbaum para cerrar este lamentable capítulo. El Gobierno español ha mostrado prudencia en las formas y firmeza en el fondo: lamentar las injusticias sin asumir culpas que no corresponden.
