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Trump y Xi Jinping miden sus fuerzas por la hegemonía global

Publicado: octubre 29, 2025, 1:30 pm

El mundo, pendiente de un apretón de manos. La expectación alcanza cotas máximas ante el encuentro que Donald Trump y Xi Jinping mantendrán este jueves, el primero desde que el estadounidense regresara a la Casa Blanca. Un saludo que pretende superar unos meses en los que la tensión entre Estados Unidos y China se ha disparado a causa de sus disputas comerciales. Persiste la duda, sin embargo, de hasta qué punto abrirá este un nuevo rumbo, o si por contra tan solo supondrá un aplazamiento circunstancial de la insoslayable rivalidad entre la potencia establecida y la emergente. La anticipación, in crescendo desde hace semanas, resulta mayúscula y la incertidumbre ha estado a la par. China no ha ofrecido anticipo alguno hasta la víspera. «El presidente Xi Jinping y el presidente Donald Trump mantendrán un profundo intercambio de opiniones sobre cuestiones estratégicas y de largo alcance relativas a los vínculos bilaterales, así como los principales asuntos de interés común», ha confirmado, lacónico, el portavoz del Ministerio de Exteriores Guo Jiakun durante la rueda de prensa diaria del organismo, a menos de veinticuatro horas vista. Los detalles respecto a dónde y cuándo siguen siendo un misterio. La reunión tendrá lugar en la ciudad surcoreana de Busan, a priori en un salón de recepciones del Aeropuerto Internacional de Gimhae, según ha aventurado la prensa local. Este espacio, llamado Narae Maru, cuenta con la particularidad de encontrarse dentro de una base militar de la fuerza aérea surcoreana. Un entorno blindado a disposición de los hombres más poderosos del mundo, en línea con el secretismo imperante, y también una prudencia ante las manifestaciones anti-China y anti-Estados Unidos acaecidas hoy –aunque marginales en número– en Seúl. Narae Maru, recientemente renovado, ya acogió en 2019 una cumbre de Corea del Sur con la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN). El cara a cara, por tanto, se aleja de su escenario previsible, el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), celebrado en la vecina ciudad de Gyeongju y que cuenta con la asistencia de múltiples mandatarios internacionales. Esta cita ha quedado reducida a poco más que una excusa, dado que la comitiva estadounidense ya ha confirmado que Trump, tras hacer acto de presencia en la cena oficial de este miércoles, no participará en el evento. Sí lo hará Xi, quien aprovechará para entrevistarse, entre otros, con el presidente surcoreano, Lee Jae-myung, y la recién elegida primera ministra nipona, Sanae Takaichi. «China está dispuesta a realizar esfuerzos conjuntos con Estados Unidos para lograr resultados positivos y ofrecer una nueva orientación e impulso al desarrollo estable de las relaciones […]. Daremos a conocer los detalles de la reunión a su debido tiempo», ha añadido Guo, con la parquedad característica del sistema pero con un marcado tono constructivo que ha evitado mención explícita a las disputas. Los aranceles universales que Trump anunció con fanfarria el pasado mes de abril pronto se focalizaron en China, dado que el gigante asiático fue el único contendiente que golpeó de vuelta. Comenzaba así la segunda edición de la guerra comercial iniciada en el primer mandato del presidente, cuyo legado más sustancial quizá consista en haber llevado la relación de Occidente con China al terreno de la confrontación explícita. El intercambio sucesivo de impactos elevó los aranceles estadounidenses al 145% y los chinos al 125%, un embargo oficioso que amenazaba con aniquilar los intercambios entre las dos primeras economías del mundo, valorados el año pasado en 650.000 millones de dólares (558.000 millones de euros). En este segundo asalto, no obstante, China estaba preparada y tenía dispuesta su mejor arma: las tierras raras. Las restricciones a la exportación de estos materiales esenciales para la industria global, cuya producción China monopoliza, abortaron el primer acercamiento entre sus equipos negociadores, encabezados por el secretario del Tesoro Scott Bessent y el viceministro de Comercio He Lifeng. A aquella tentativa inicial, celebrada en mayo en Ginebra, le siguieron otras tres –Londres en junio, Estocolmo en julio y Madrid en septiembre–. Todo parecía encaminado a una tregua cuando, hace tres semanas, China redobló por sorpresa su régimen de restricciones, ante lo que Trump blandió nuevos aranceles del 100%. Otra reunión este domingo en Kuala Lumpur sorteó esta última desavenencia y alumbró un «acuerdo preliminar», listo para la ratificación definitiva de Xi y Trump. Sus detalles constituyen un misterio, pero los comentarios de uno y otro lado apuntan que EE.UU. podría rebajar los aranceles del 20% derivados del tráfico del fentanilo mientras que China retomaría la importación de soja. Dos medidas que, por sí solas, ni siquiera suponen un retorno al status quo anterior a abril. Otras dos cuestiones medirán la solidez del entendimiento. En primer lugar, y por extensión lógica de la dinámica precedente, lo que suceda con las tierras raras. Bessent daba a entender este domingo durante una entrevista concedida a la cadena de televisión ABC que esperaba que China postergara la implementación de sus últimas restricciones «durante un año para reexaminarlas». A cambio, EE.UU. cancelará la entrada en vigor de su última ronda de aranceles y tampoco aplicará medidas restrictivas. Ahora bien: no deja de resultar revelador que durante su gira asiática Trump haya firmado acuerdos para la colaboración en materia de tierras raras con cinco países –Japón, Malasia, Tailandia, Vietnam y Camboya–, como antes hiciera con Australia y Ucrania. Tampoco Xi se lleva a engaño: los avances del nuevo plan quinquenal, difundidos esta semana, enfatizan la idea de la autosuficiencia y la innovación tecnológica. En segundo lugar, toda mención –Xi dixit– a «la cuestión más sensible en la relación»: Taiwán. China desearía que Trump expresara su rechazo a la independencia o, incluso más allá, su apoyo a una «reunificación pacífica». El régimen considera al territorio, autónomo de facto, una provincia rebelde a la que nunca ha renunciado a someter por las armas. «No renunciaremos bajo ninguna circunstancia al uso de la fuerza y nos reservamos el derecho de adoptar todas las medidas necesarias», ha reiterado este jueves Peng Qing’en, portavoz de la Oficina China para Asuntos de Taiwán. Sea como fuere, ambos mandatarios lucirán en el encuentro sus perfiles favoritos. Trump, el de «Nobelable» hombre de entendimiento. Xi, el de fuerza indiscutible capaz de sentar a la mesa a todo un presidente de EE.UU. Un diálogo que no pretende cooperación, sino convivencia, lo suficientemente ambiguo como para confundir paz con tregua. Al comienzo de su gira asiática, Trump pedía a la prensa que «difundiera el mensaje» de que estaba «dispuesto al cien por cien» a reunirse con Kim Jong-un. «No hay muchos otros mecanismos aparte de Internet, tienen muy poco servicio telefónico», explicaba. Corea del Norte, no obstante, tiene su propio lenguaje. El régimen ha saludado el desembarco del presidente estadounidense en la península con el disparo de un «misil de crucero estratégico mar-superficie», según la agencia oficial KCNA. Un ensayo armamentístico a modo de respuesta, negativa, a las reiteradas invitaciones de Trump a mantener una cumbre improvisada a su paso por la región, como ya hiciera en 2019 tras el G20 de Osaka. Claro que este también posee su propio lenguaje. «Conozco a Kim Jong-un muy bien, nos llevamos muy bien», aducía. «No hemos conseguido encontrar el momento».

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