Publicado: abril 6, 2025, 11:30 pm
El presidente norteamericano ha vuelto a sacar su arma favorita de presión hacia el resto del mundo, los aranceles. Esa herramienta que, según su fantasioso discurso, es la fórmula para devolver a EEUU a una edad dorada donde fabricaba de todo. No importa que la economía haya cambiado mucho desde los años 50 del siglo XX, en general para mejor, que un icono del conservadurismo como Ronald Reagan afirmase en los 80 en una célebre declaración que el regreso al proteccionismo solo haría más pobres a los norteamericanos o que las cadenas de suministro sean hoy extraordinariamente interdependientes. Trump no gobierna con estudios ni consensos, sino a golpe de titulares. Anda desatado y, aparentemente, no le importa que las bolsas se hundan ni provocar una recesión. Mucho menos las críticas a su forma despótica de gobernar a base decretos de emergencia, lo que desliza a EEUU hacia la autocracia.
¿Qué pretende? A primera vista, reindustrializar América, castigar a China, atemorizar a Europa y, sobre todo, dejar claro que es el ‘puto amo’, que nadie tiene mejores cartas que él. Con aranceles brutales, nunca vistos en un siglo, quiere eliminar el déficit comercial norteamericano, como si fueran factores intercambiables. Un disparate. Pero si rascamos un poco, vemos que hay mucho teatro. En su primer mandato, ya llevó a cabo una guerra contra sus principales socios comerciales, imponiendo fuertes tasas al acero y al aluminio, que tras diversas negociaciones las suspendió completa o parcialmente.
En 2025, con la economía aún lamiéndose las heridas de la inflación, Trump está dispuesto a redoblar la apuesta. Anuncia aranceles generales a todo el planeta (pingüinos incluidos), como si la guerra comercial fuera un reality show donde gana quien pega más fuerte sin temor a las consecuencias. Su cálculo es mediático y geopolítico. Busca asombrar a sus votantes, anunciándoles el inicio de un nuevo orden mundial donde América será más rica. Como narcisista persigue el aplauso y la atención mediática. El problema es que las relaciones internacionales no son un tablero de Monopoly. Los aranceles rebotan como un bumerán, y los otros países se resisten a ser humillados. En Canadá, por ejemplo, la reacción contra el abusón de la Casa Blanca es muy potente, compartida por liberales y conservadores.
En realidad, para Trump los aranceles son una forma de extorsión en medio del caos, de conseguir que los otros le den algo «fabuloso», en palabras suyas. A cada país le pedirá algo a cambio de una exención o rebaja. A China que le dé TikTok, y a los europeos seguramente que dejemos de apoyar a Ucrania o cerremos los ojos cuando decida anexionarse Groenlandia. No queda otra que plantarle cara.