Publicado: marzo 11, 2025, 3:30 pm
El otrora lenguaraz Rodrigo Duterte se limitaba hoy a lanzar exánimes preguntas. «¿Cuál es la ley [que he vulnerado] y cuál es el crimen que he cometido? ¿Cuál es la base legal para que yo esté aquí ahora, dado que he sido traído contra mi voluntad?». El expresidente filipino bisbiseaba acodado en un cómodo sillón en la base aérea de Villamor en Pásay. Allí ha sido trasladado este miércoles tras su detención, acusado por la Corte Penal Internacional de crímenes contra la humanidad por su «guerra contra las drogas», campaña que dejó miles de ejecuciones extrajudiciales. Su hija pequeña, Verónica, ha compartido los vídeos en su cuenta de Instagram a lo largo de la tarde. Las últimas imágenes le mostraban tumbado, en apariencia sesteando con los ojos cerrados y recibiendo oxígeno a través de una cánula nasal, escena que pretendía poner de manifiesto los problemas de salud de un casi octogenario. «Le están negado a mi padre la atención médica que necesita», rezaba el texto de la publicación. «Le tienen confinado aquí y no nos permiten que lo llevemos al hospital. Está más débil con cada minuto que pasa ». El tiempo, o las circunstancias, parecen así torcer la voluntad de un hombre que nunca quiso ser débil. Duterte creció en la ciudad de Davao, en la isla de Mindanao, y allí comenzó su carrera política gracias a la posición privilegiada de su familia. Desde finales de los ochenta inició una hegemonía casi absoluta en la tercera ciudad más grande de Filipinas, cuya alcaldía ostentó durante un total de 22 años. Desde 2001 el cargo ha permanecido bajo control exclusivo del clan, a turnos entre el propio Rodrigo, su hija mayor Sara –actual vicepresidenta del país– o su hijo Sebastián, quien hoy lo mantiene. Durante esa época Duterte se labró fama de líder populista enfrentado a las élites –a las que en realidad pertenecía– con un discurso muy duro en materia de seguridad, en particular contra las drogas. « Todos vosotros que os gustan las drogas, hijos de puta, de verdad que os mataré », proclamó durante la campaña de las elecciones presidenciales de 2016, en las cuales se impuso con claridad. «Hitler masacró a tres millones de judíos [sic; en realidad fueron seis]. Ahora hay tres millones de adictos a las drogas [en Filipinas]. Estaría encantado de masacrarlos», aseguró poco después, ya como jefe de Estado. No fueron años tranquilos. En la presentación de su candidatura despotricó contra el Papa por los atascos causados en Manila durante su visita oficial. «Tardamos cinco horas desde el hotel hasta el aeropuerto. Pregunté a qué se debía. Me dijeron que era el Papa. Quería llamarle y decirle: « Papa, hijo de puta, lárgate a casa, no nos vuelvas a visitar », afirmó. Nadie estaba a salvo de su ira, ni siquiera la Iglesia Católica en plena campaña electoral en el tercer país con más fieles del mundo –unos 85 millones de personas o el 80% de la población–, pues el encanto de Duterte residía en la fuerza. La llegada al poder no aplacó su retórica, sino todo lo contrario. Meses después dedicó las mismas lindezas al por entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien había osado criticar su cruenta campaña contra el tráfico y consumo de estupefacientes. «Debes ser respetuoso, no lances preguntas y declaraciones sin más. Hijo de puta, te maldeciré en ese foro », proclamó antes de un encuentro bilateral previsto durante la cumbre de ASEAN en Lagos, a la postre cancelado tras sus insultos. Duterte también desafió a Obama en materia geopolítica, soslayando a su aliado tradicional para fortalecer los lazos con China y Rusia en pos de una «política exterior independiente». En su primera visita oficial a Pekín saludó con un «ya va siendo hora de decir adiós a Washington» y se despidió amistosamente de Xi Jinping , llevándose un acuerdo para tratar de resolver –sin éxito– las disputas territoriales en el Mar de China Meridional, así como ingentes acuerdos comerciales. En 2018 Xi devolvió la cortesía, y un año más tarde Duterte participó en el segundo Foro de la Nueva Ruta de la Seda. Muchas convulsiones después acabó llegando 2022, el momento de su jubilación de acuerdo al límite constitucional que impone un solo mandato de seis años. Para entonces su «guerra contra las drogas» se había cobrado 6.220 vidas según datos oficiales, aunque de acuerdo a organizaciones pro derechos humanos y medios de comunicación la cifra real podría superar los 12.000 e incluso alcanzar los 30.000; bagaje que por otro lado él siempre ha defendido. Duterte dio entonces un paso al lado y su hija mayor, Sara, asumió la vicepresidencia bajo Ferdinand Marcos Jr., hijo a su vez del difunto dictador. El acuerdo entre ambos clanes pronto saltó por los aires, en parte por el talante familiar presente también en la nueva lideresa. Sara Duterte abandonó en mayo de 2023 el liderazgo del partido Lakas-CMD, miembro de la coalición gobernante, evidencia de las primeras discrepancias. El conflicto se volvió evidente cuando en octubre del año pasado Sara Duterte cargó contra Marcos, asegurando que «no sabe ser presidente». El mandatario, sin embargo, paralizó la moción de censura que la Cámara de Representantes ultimaba contra ella. Sara, por tanto, mantiene todavía su cargo, aunque con la vista puesta en las próximas elecciones presidenciales programadas para 2028, en las que aspira a prolongar el legado de su padre.