Publicado: abril 14, 2025, 7:00 am
Un elevado porcentaje de las rocas espaciales que nos rodean tienen una característica común: son ricas en carbono. ¿Por qué, entonces, los meteoritos carbonáceos que encontramos en la Tierra resultan tan escasos? Es un enigma que ha desconcertado a los científicos durante décadas y que acaba de ser resuelto por un equipo internacional de investigadores integrado, entre otros, por astrónomos de la Universidad de Curtin, en Australia, el Centro Internacional para la Radio Astronomía (ICRAR, también en Australia) y el observatorio de París. El trabajo, recién publicado en ‘ Nature Astronomy ‘, podría obligarnos a cambiar nuestras ideas sobre el origen de la vida en nuestro planeta. Los asteroides carbonáceos son una pieza clave en el rompecabezas de la formación del Sistema Solar. Contienen agua y moléculas orgánicas, componentes esenciales para la vida tal como la conocemos. Sin embargo, ese tipo de rocas representan menos del 5% de los meteoritos encontrados en la Tierra, una disparidad que los científicos llevan mucho tiempo tratando de entender. Para resolver de una vez el misterio, los autores del artículo analizaron exhaustivamente casi 8.500 meteoroides y sus lugares de impacto. El estudio, que utilizó datos de 19 redes de observación de bólidos en 39 países, es el más detallado y completo de su tipo realizado hasta ahora. Hadrien Devillepoix, coautor del artículo, explica que la clave del misterio reside en dos ‘filtros’ cósmicos: el Sol y la atmósfera de la Tierra. «Sospechábamos desde hace tiempo -afirma- que el débil material carbonáceo no podía sobrevivir a la entrada atmosférica. Y lo que esta investigación demuestra es que muchos de estos meteoroides ni siquiera consiguen llegar tan lejos: se desintegran mucho antes, debido al calentamiento que sufren al pasar repetidamente cerca del Sol». A medida que, viajando a través del Sistema Solar, un meteoroide carbonáceo se acerca al Sol, la intensa radiación y el calor de nuestra estrella lo bombardean incesantemente. Este calentamiento constante provoca que el meteoroide se fracture y desintegre, liberando sus componentes en el espacio y evitando así que tenga la oportunidad de llegar a la Tierra. El Sol, en efecto, emite radiación en todo el espectro electromagnético, lo que incluye, además de la luz visible, también el ultravioleta y los rayos X. Radiaciones que pueden calentar la superficie de un meteoroide a temperaturas extremas, y provocar la evaporación de sus elementos volátiles, como el agua y los compuestos orgánicos. Además, el calentamiento, repetido en cada órbita, puede crear tensiones térmicas en la roca, que pasa alternativamente del calor al frío, lo que lleva a fracturas y a su eventual desintegración. A pesar de ese primer ‘filtro solar’, algunas rocas carbonáceas logran sobrevivir a su paso cercano al Sol. Pero les queda otro difícil obstáculo que superar, ya que aún deben enfrentarse a la atmósfera terrestre. La entrada a alta velocidad en la atmósfera, de hecho, genera una fricción intensa, que calienta el meteoroide hasta hacerlo incandescente, creando un bólido o ‘bola de fuego’. Para los de tipo carbonáceo, que son inherentemente más frágiles, esta entrada atmosférica suele resultar fatal, de modo que la mayoría de ellos se desintegra en pequeños fragmentos o se vaporiza por completo antes de alcanzar la superficie terrestre. Patrick Shober, del Observatorio de París y coautor de la investigación, destaca la importancia de estos hallazgos para nuestra comprensión de los meteoritos: «Los meteoritos ricos en carbono son algunos de los materiales químicamente más primitivos que podemos estudiar. Contienen agua, moléculas orgánicas e incluso aminoácidos». Sin embargo, la escasez de estos meteoritos en nuestras colecciones terrestres nos da una imagen incompleta de lo que realmente existe en el espacio y de cómo llegaron los componentes básicos de la vida a la Tierra. El estudio, por lo tanto, tiene profundas implicaciones para nuestras teorías sobre el origen de la vida. Los meteoritos carbonáceos se consideran, desde hace tiempo, posibles portadores de los ingredientes necesarios para que la vida pudiera surgir en nuestro planeta. Pero si resulta que la mayor parte de estos meteoritos son destruidos por el Sol y la atmósfera, esto podría significar que la vida en la Tierra surgió a partir de un conjunto de materiales mucho menor de lo que se pensaba. Además, el estudio revela que los meteoroides creados por las perturbaciones de las mareas, cuando los asteroides se rompen debido a encuentros cercanos con planetas, son especialmente frágiles y casi nunca sobreviven a la entrada atmosférica. «Comprender qué se filtra y por qué -afirma Shober- es clave para reconstruir la historia de nuestro Sistema Solar y las condiciones que hicieron posible la vida». El nuevo estudio se suma así a un creciente cuerpo de investigación que busca desentrañar los misterios de los meteoritos y su papel en el origen de la vida. Por ejemplo, trabajos anteriores han analizado la composición de los meteoritos carbonáceos encontrados en el planeta, revelando la presencia de una amplia gama de compuestos orgánicos, incluyendo aminoácidos, azúcares y bases nitrogenadas. Además, misiones espaciales como Hayabusa 2, de la Agencia Espacial Japonesa (JAXA), que trajo muestras del asteroide Ryugu a la Tierra, están proporcionando información valiosa sobre la composición de los asteroides carbonáceos. En los próximos años, nuevas investigaciones se centrarán en el análisis de los meteoroides que, a pesar de todas las dificultades, logran sobrevivir a la entrada atmosférica, así como en el desarrollo de modelos más precisos para simular el calentamiento y la desintegración de los meteoroides al pasar cerca del Sol. En conjunto, y al revelar los filtros cósmicos que moldean la composición de los meteoritos que llegan a la Tierra, los científicos están un paso más cerca de desentrañar cómo funcionó, hace miles de millones de años, el misterioso mecanismo que llevó al origen de la vida.