Reprimir al nazi que llevamos dentro - Venezuela
Registro  /  Login

Otro sitio más de Gerente.com


Reprimir al nazi que llevamos dentro

Publicado: agosto 31, 2025, 3:30 am

Hay un libro de autoayuda con un título que quizás sea mejor que el propio libro: En Auschwitz no había prozac. Es un título genial de la traducción española —en inglés es The Gift, sin más, El regalo— que alude a la experiencia de la autora, Edith Eger, en el campo de concentración nazi.

Si sobrevives al infierno, la sabiduría emocional seguramente sea un premio posible, una sabiduría que preferirías haberte ahorrado, claro, pero sabiduría en mayúsculas. De hecho, algunos supervivientes alcanzaron tal grado de sabiduría que terminaron suicidándose. No se suicidaron en Auschwitz —donde solo podían pensar y actuar para sobrevivir—, sino cuando tomaron conciencia de que quienes habían logrado salir vivos —ellos mismos— no fueron precisamente los más nobles, ni los más puros, ni los más honestos. A esos se los había tragado la tierra. Las reglas del campo de concentración eran tan perversas que castigaban cualquier virtud humana; la trampa, la maquinación, el egoísmo se volvían necesarios para aguantar un día más, una hora más, un minuto más. Había que robarle las botas a aquel, la comida a este otro, delatar al compañero. Tú te salvabas, pero ellos morían. El superviviente arrastraba una losa: la culpa. Con todo eso lidió Eger y lo transformó en autoconocimiento y afán pedagógico. En su libro proporciona doce consejos para una buena salud mental, pero me centraré en uno de ellos tal y como ella lo expresa: reprime el nazi que llevas dentro. Y se pone como ejemplo. Una tarde entró en su consulta un energúmeno de quince años que comenzó a despotricar de los negros, de los hispanos y de los judíos (desconocía que la propia Eger lo era). Cuando ella, iracunda, iba a expulsarlo del despacho, decidió contar hasta diez y respirar hondo. «Cuéntame más», dijo. El chico con aquella reacción se relajó y, sí, contó más, desveló una infancia atroz, marcada por demasiados problemas y golpes; desveló que era un cúmulo de traumas. Finalmente, Eger pudo entablar con él una relación de psicóloga a paciente, precisamente porque reprimió al nazi que todos llevamos dentro.

Siempre recuerdo a un compañero de trabajo, Lucas, que se caracterizaba por su asombrosa ausencia de prejuicios. Lucas siempre veía a la persona por quien era, nunca lo encajaba en un molde. Y eso lo convertía en un tipo raro, excepcional. No es fácil conseguirlo: un marroquí, un latinoamericano, un guiri, un negro, un catalán, un madrileño, un vallisoletano, un judío, un portugués son categorías que ayudan a comprender la realidadno necesariamente peyorativas, sino descriptivas de cierta pertenencia colectiva—, pero a menudo pueden convertirse en prejuicios fatales. Los prejuicios no son meras abstracciones caprichosas tampoco, claro, sino que obedecen a patrones en parte benéficos. Actúan como golpes del instinto que proporcionan cierta información, sin necesidad de pensar demasiado, pero son también el atajo para deshumanizar al otro y transformarlo en una caricatura siniestra.

Pienso, entonces, en Gaza y en cómo muchos han liberado al nazi que llevan dentro, usando la metáfora de Eger, y justifican el asesinato de niños e inocentes de cualquier manera, con bombas y por hambre, con disparos cuando la muchedumbre se acerca a por la ayuda humanitaria. Las imágenes son tan atroces que ni toda la propaganda del mundo podrá contrarrestar jamás la devastadora verdad de lo que está pasando aquí y ahora. Netanyahu, que probablemente desempeñe hoy el papel del peor de los gobernantes occidentales del siglo pasado, hace tiempo que liberó al monstruo que lleva dentro. Para él, todos los gazatíes son terroristas, cuando quizás debería mirarse en el espejo con más calma.

La actividad destructora que ejerce Israel en Gaza será muy útil para su expansión y para convertir la franja en un lujoso resort vacacional sobre la sangre de miles de cadáveres —como desea el narciso Trump, cómplice de Netanyahu—, pero nos empuja a todos —a mí, el primero— hacia el abismo del prejuicio. No sé si me explico.

Related Articles