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Qué es la psicodermatología y cómo los problemas psicológicos pueden manifestarse en la piel

Publicado: julio 23, 2025, 2:00 pm

La conexión entre la piel y el cerebro es bidireccional, y la psicodermatología une la dermatología y la psicología para tratar problemas de la piel que tienen un marcado componente emocional. También las patologías dermatológicas pueden tener consecuencias en el estado emocional de la persona.

Así pues, para descubrir cómo se desarrolla esta estrecha relación entre la piel y las emociones, y qué consecuencias puede tener, hemos hablado con la psicóloga experta en nutrición y estética Sonia Lucena, creadora del Método FIVE. Como ‘aperitivo’, la experta comienza diciendo que «hay veces en las que la piel grita lo que no nos atrevemos a decir, lo veo cada día en mi centro médico-estético».

¿Qué es la psicodermatología y cómo ‘funciona’ según la experta?

Sonia Lucena expone que, a menudo, ve en consulta «personas que llegan desesperadas por un brote de acné repentino, una piel que envejece antes de tiempo, eczemas rebeldes o una dermatitis que no responde a ningún tratamiento. Tras escuchar su historia, no es raro descubrir el verdadero desencadenante: estrés, ansiedad, agotamiento emocional o duelos no resueltos. La piel, sencillamente, está pidiendo auxilio».

La psicodermatología cada vez tiene mayor importancia. Pero, ¿qué es excatmanete? «Se trata de una disciplina fascinante que une la dermatología con la psicología, explorando cómo nuestras emociones afectan y a menudo deterioran la salud de nuestra piel. Aunque invirtamos en la mejor rutina cosmética, si estamos emocionalmente al límite, la piel lo cuenta«.

La psicodermatología parte de una base científica sólida: cerebro y piel están íntimamente conectados desde el origen embrionario. Ambos proceden del ectodermo, la capa celular que, en el desarrollo fetal, dará lugar al sistema nervioso y la epidermis. No es casualidad que se comuniquen de forma tan directa y constante.

Cerebro y piel: una relación bidireccional avalada por la ciencia

Según explica la psicóloga, «estudios recientes refuerzan la relación bidireccional entre la piel y las emociones. Una revisión publicada en Frontiers in Psychiatry (2021) indica que el estrés psicosocial crónico está implicado en múltiples afecciones dermatológicas, desde acné y rosácea hasta psoriasis, urticaria o alopecia areata».

Los investigadores explican cómo el estrés activa el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA), elevando los niveles de cortisol, lo que repercute en una mayor inflamación cutánea, disfunción inmunológica y una menor regeneración celular.

Además, añade Lucena, «cuando estamos bajo presión, el cuerpo ‘prioriza’. Al activar el modo supervivencia, destina sus recursos a funciones vitales como la vigilancia inmunitaria o la respuesta cardiovascular, relegando tareas como la renovación celular o la producción de colágeno. Con estrés mantenido, la piel deja de ser una prioridad para el organismo».

Así influye el estrés en la piel

Sonia Lucena asegura que, cada vez se encuentra más en consulta este tipo de circunstancias: «Trato casos como acné adulto en personas que lidian con jornadas interminables, exigencia profesional y personal, perfeccionismo… El clásico ‘todo bajo control’, salvo su piel».

La dermatitis también es un clásico. «Esa dermatitis que brota justo después de una discusión, una mala noticia o una pérdida. Y no, no es casualidad. O bien la rosácea que se intensifica con cada pico de ansiedad o insomnio prolongado».

¿Y qué decir de la alopecia? «Tras procesos de duelo, cambios vitales importantes o años ‘tirando del carro’, llega la caída del cabello. Algo parecido sucede con el envejecimiento prematuro: pieles finas, sin brillo, con arrugas marcadas y flacidez, a veces con una década de adelanto respecto a la edad biológica».

La piel, una frontera para el sistema inmunológico

«Cuando hacemos clic emocionalmente y le ponemos nombre al malestar interno (no solo a la erupción visible)… la piel mejora. Y lo hace de verdad. La inflamación cede, el acné remite, la piel recupera su vitalidad», dice la experta. Esto sucede porque la piel no solo es un órgano visible: es también una frontera inmunológica, emocional y hormonal».

Ante una situación de estrés, «el eje HHA se activa, se disparan el cortisol, bajan las defensas y se altera la microbiota. El resultado es una piel más reactiva, con menor capacidad de autorregeneración y más propensa a sufrir inflamaciones crónicas».

Y lo más importante: «cuando este estado se mantiene en el tiempo, el cuerpo relega el cuidado de la piel, las uñas o el cabello. Estas funciones ‘no esenciales’ quedan al final de la lista cuando el sistema nervioso interpreta que hay que sobrevivir».

«Cuidarse por dentro para sanar por fuera»

«Es esencial hacer un análisis integral del estado del paciente. Entender el contexto emocional no es un lujo, es una necesidad. ¿De qué sirve un tratamiento médico-estético si la piel sigue consumiéndose por dentro? No se trata de elegir entre cosmética o salud emocional, sino de integrar ambas».

Una rutina adecuada, con intervenciones dermatológicas, ayuda. «Pero lo que realmente transforma la piel es mirar hacia dentro, parar el piloto automático y preguntarse: 
¿qué me está pasando para que mi piel lo esté diciendo así? La piel no nos engaña. Nos avisa cuando hemos llegado al límite. Granos, manchas, picores, caída de cabello… son llamadas de atención».

Por lo tanto, es imprescindible escuchar a la piel, es un acto profundo de autocuidado. No solo para vernos mejor, sino para sentirnos en equilibrio. Porque al final, una piel en calma suele ser el reflejo de una mente en paz. Nutrir tus emociones es el primer paso para embellecer la piel.

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