Publicado: mayo 7, 2025, 4:00 pm
Como psiquiatra, he acompañado a muchos pacientes en el tramo final de sus vidas: personas con cáncer avanzado, con enfermedades neurodegenerativas, con diagnósticos sin retorno. En muchos casos, su mayor sufrimiento no provenía del dolor físico, sino del terror a lo desconocido, a dejar de ser, a no haber cerrado ciclos.
La medicina tradicional, en su afán por evitar el sufrimiento, suele reducir la experiencia de morir a una sedación progresiva. Se apaga el cuerpo antes que el alma, se anestesia el espíritu para no ver, no sentir, no recordar. Pero, ¿y si la muerte fuera también una etapa que merece ser vivida con conciencia?
A nivel antropológico, la muerte ha sido concebida de múltiples maneras. En algunas culturas indígenas de México, por ejemplo, no se entiende como un final, sino como un tránsito, un regreso a la tierra, al linaje, al universo. Pueblos originarios como los mexicas o los mayas la integraban plenamente en el ciclo vital y celebraban su llegada con cantos, flores, danzas y rituales de conexión con los ancestros. En nuestra sociedad moderna, sin embargo —sobre todo en contextos urbanos de América Latina— prevalece una ambivalencia. Veneramos la muerte en altares coloridos durante el Día de Muertos, pero la tememos profundamente cuando se presenta en carne propia. Nos aterra su inminencia; la vivimos como una derrota, un fracaso biológico o incluso espiritual.
Los cuidados paliativos, según la definición de la Organización Mundial de la Salud, son una estrategia que busca mejorar la calidad de vida de los pacientes y sus familias ante enfermedades que amenazan la vida. Incluyen el alivio del dolor, el abordaje integral del sufrimiento físico, emocional y espiritual, y el acompañamiento para morir con dignidad. Sin embargo, estos cuidados no siempre están disponibles, o no siempre consideran la dimensión profunda del miedo existencial a la muerte.
Aquí es donde los estudios más recientes sobre terapia asistida con psicodélicos han marcado una auténtica revolución. Investigaciones con psilocibina —el compuesto activo de los llamados hongos sagrados— han demostrado una notable reducción en la ansiedad ante la muerte, así como mejoras en síntomas depresivos, insomnio y en la capacidad de reconciliación con la vida que se deja atrás. Estudios pioneros realizados en instituciones como Johns Hopkins, NYU y más recientemente en Canadá, donde el gobierno ha permitido su uso compasivo en el contexto de cuidados paliativos, muestran que una sola dosis de psilocibina puede facilitar experiencias místicas profundas: visiones de unidad, aceptación y trascendencia.
En las experiencias que he acompañado, el enfoque psicodélico no se limita al paciente, sino que se extiende también a sus seres queridos. Familias enteras se reúnen en torno a la música, las palabras, el fuego. Se abren espacios para el perdón, para revisar la vida compartida, para agradecer lo vivido y soltar lo que ya no podrá ser. Como en los antiguos rituales comunitarios de nuestros pueblos originarios, la muerte vuelve a ser una celebración íntima y colectiva. Se canta, se baila, se llora y se ríe. Porque hay dos maneras de transitar hacia la muerte: una en soledad, en silencio, en desconexión; y otra en compañía, en paz, en plenitud. Esta última no solo es posible. Es necesaria.
En Vancouver, por ejemplo, existen clínicas donde este proceso se ritualiza con flores, música en vivo, narración de memorias significativas y la participación de amigos y familiares. En Países Bajos, la Asociación para la Muerte Consciente ha integrado elementos de acompañamiento psicoespiritual en los procesos de muerte asistida, permitiendo a los pacientes expresar deseos, cerrar ciclos y diseñar sus últimos días como un acto creativo y sagrado. En algunos hospitales de California, se han realizado ceremonias con psilocibina y terapeutas capacitados, donde la habitación del paciente se transforma en un altar: se convoca a los seres queridos, se rememora lo vivido y se honra el tránsito como parte de la biografía.
Desafortunadamente, en México la eutanasia sigue siendo un tema tabú. Aunque en algunos estados se ha legislado sobre la voluntad anticipada y los cuidados paliativos, el derecho a una muerte digna carece aún de un marco federal claro. Naciones como Colombia, Bélgica y Países Bajos ya han legalizado la eutanasia bajo protocolos estrictos, lo que abre un debate necesario: ¿qué tan libres somos realmente para decidir cómo queremos morir? ¿Por qué el derecho a morir con conciencia no ha sido aún una prioridad ética ni legal?
Tal vez sea hora de dejar de temerle tanto a la muerte. Empecemos a integrarla en nuestras conversaciones, en nuestras decisiones y en nuestras prácticas médicas. La terapia asistida con psicodélicos no elimina el dolor de morir, pero puede transformar el significado de ese dolor. Nos permite —quizás por primera vez— mirar a la muerte sin miedo. Como escribió Rilke: “La muerte es grande. Somos suyos con risa callada. Cuando creemos que ella nos ha olvidado, nos abraza en silencio”.
Morir con conciencia, con amor, con perdón. Morir no como una rendición, sino como una ceremonia de regreso. Porque el alma no se apaga, solo cambia de forma.
Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua. ¡Hasta la próxima!