Publicado: julio 11, 2025, 11:00 am
Durante el verano, las piscinas públicas se convierten en una opción popular para refrescarse. Sin embargo, lo que muchos bañistas desconocen es que estas instalaciones también pueden ser un escenario para la propagación de enfermedades infecciosas. Tal como recoge la BBC, en Inglaterra y Gales, por ejemplo, las piscinas son uno de los entornos más comunes de brotes de este tipo, y el principal culpable tiene nombre: Cryptosporidium.
Este parásito, resistente al cloro y difícil de eliminar, puede causar una infección estomacal que dura hasta dos semanas. Los síntomas incluyen diarrea, vómitos, dolor abdominal y, en el 40% de los casos, una recaída tras una aparente recuperación. Aunque en personas sanas suele remitir por sí sola, puede representar un riesgo mayor para niños, mayores y quienes tienen el sistema inmunitario debilitado.
Jackie Knee, profesora adjunta del Grupo de Salud Ambiental de la Escuela de Medicina Tropical de Londres, explica a la cadena británica que el contagio suele producirse cuando una persona infectada sufre un «accidente fecal» en la piscina, o bien cuando se traga sin querer pequeñas cantidades de agua contaminada con restos. El problema se agrava porque, incluso después de desaparecer los síntomas, los portadores del Cryptosporidium pueden seguir expulsándolo y contaminar el agua.
Un estudio realizado en Ohio en 2017 reveló que durante una hora de baño, los adultos ingerían de media 21 mililitros de agua de piscina, mientras que los niños tragaban unos 49 mililitros. Esto, en momentos de alta concurrencia, puede aumentar de forma considerable el riesgo de infección. De hecho, en ese mismo estudio se detectó la presencia del parásito en el 20% de las muestras de agua tomadas en seis piscinas públicas a lo largo del verano.
Pero no es el único riesgo. Según Stuart Khan, director de la Escuela de Ingeniería Civil de la Universidad de Sídney, también pueden encontrarse en las piscinas bacterias como Staphylococcus, que infectan la piel, así como hongos que proliferan en los vestuarios cálidos y húmedos. Otro problema común es la otitis externa, que se produce cuando el agua permanece atrapada en el canal auditivo. Aunque esta afección no se transmite entre personas, puede ser muy molesta.
Khan advierte además sobre infecciones más raras pero potencialmente graves, como las causadas por Acanthamoeba, un grupo de parásitos que pueden provocar infecciones oculares graves e incluso ceguera. Otra amenaza menos frecuentes es la legionela, que puede inhalarse en forma de aerosoles y derivar en una neumonía conocida como enfermedad del legionario.
Pese a estos riesgos, los brotes en piscinas públicas son poco comunes gracias a la acción del cloro. «La desinfección suele ser eficaz, aunque ocasionalmente se producen brotes», afirma Ian Young, profesor asociado de la Escuela de Salud Pública y Ocupacional de la Universidad Metropolitana de Toronto.
No obstante, en el caso del Cryptosporidium, los niveles habituales de cloro no bastan. «Es extremadamente tolerante al cloro», explica Knee. A diferencia de otros patógenos que mueren en cuestión de minutos, este parásito puede sobrevivir más de una semana en agua clorada. Esto se debe a su capacidad para formar esporas resistentes, una especie de escudo que lo protege de los desinfectantes convencionales.
La clave, según los expertos, está en la prevención: no nadar si se ha tenido diarrea en los últimos días, evitar tragar agua de la piscina y reforzar la higiene en vestuarios y duchas. Solo así se puede reducir el riesgo de que el baño se convierta en una desagradable experiencia.