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Nueva pirámide de poder

Publicado: enero 5, 2025, 3:20 am

Se extiende en Occidente una desconfianza general hacia lo público. Margaret Thatcher y Ronald Reagan ya tienen sucesores —y qué sucesores, con pelazo—: Milei en Argentina y Trump en Estados Unidos. Se impone el anarcocapitalismo, es decir, ya no mandarán los políticos —todos corruptos, por supuesto—, sino los multimillonarios —siempre pensando en el bien común—. Si Elon Musk puede pagarse su jubilación y su médico de cabecera sin acudir a la administración pública, nosotros también. Este es el mensaje.

El nombre que ha elegido Musk para su departamento en la Administración Trump es igual que el de su polémica criptomoneda: DOGE. Responde al acrónimo de Departament of Goverment Efficiency (Departamento de Eficacia Gubernamental). Si su moneda hubiera sido el bitcoin o el ethereum, lo habría tenido más complicado. Qué previsor. En la página web de DOGE promete que hará sentirse orgullosos a los padres fundadores de los Estados Unidos gracias a que terminará con la sobrerregulación y la burocracia excesivas.

Siempre que voy al dentista me pongo en guardia frente a estos discursos tan extremos. El dentista, ese señor que vive de tus caries, puede ser honrado y decirte que solo necesitas un empaste, o puede ser menos honrado y extraerte los empastes que ya tienes para sustituirlos por otros suyos, amén de añadir alguna endodoncia innecesaria para pagar el viaje a la nieve de su hija. El endocrino de la sanidad pública, en cambio, jamás te impondrá un tratamiento caro por el mero hecho de ser caro. Su hija irá o no a la nieve al margen del costo de tu tratamiento. Por eso, tal vez, el número de cesáreas en la sanidad privada es muy superior al de la pública.

Elon Musk, de origen sudafricano, aportó 250 millones de euros a la campaña electoral de Trump. Esto le da derecho a una cercanía con el presidente que produce envidia y recelo entre algunos norteamericanos de pura cepa. Steve Bannon, exasesor de Trump y representante de una derecha autoritaria más clásica, ha declarado que no han librado tantas batallas para entregar el poder a «unos frikis que se pasaron la adolescencia encerrados en los casilleros del instituto». Bannon coloca a Musk en el nicho de los chavales con mala vida estudiantil por culpa de los abusones.

Es verdad que Musk es peculiar. Basta verlo bailar en las celebraciones de Trump para sospechar que no fue el más popular del instituto. Según su primera esposa, después de varias citas él dio finalmente un paso audaz: «¿Te vienes mañana a mi hotel para ver vídeos de cohetes?«, le propuso. Ella, pensando en términos simbólicos, aceptó. Pero la invitación resultó literal: se pasaron la tarde viendo vídeos de cohetes.

A veces tengo la impresión de que el mundo no lo dirigen psicópatas, como se dice, sino frikis. Elon Musk, Bill Gates y Mark Zuckerberg responden, en origen, a este perfil. Fueron adolescentes problemáticos para sí mismos, incapaces de encajar, comprender su entorno o manejar los códigos sociales. Carecen de ironía. Son lo más parecido a ChatGPT que hay entre los humanos: lo saben hacer casi todo, menos ironizar.

Siempre he dicho que no creo que Musk dirija Twitter, sino que es Twitter quien lo dirige a él. Estoy convencido de que la inteligencia artificial ya se nos ha ido de las manos, y que la IA más astuta de todas —porque lleva años aprendiendo— no es ChatGPT, sino Twitter, que logró engatusar a Musk y hacerle pagar 42.000 millones de dólares por la marca. Es un algoritmo ambicioso y coqueto, que no deja cabos sueltos, ni siquiera con su nombre.

Un tuit es un trino, el gorjeo de un pajarillo, demasiado humilde para quien pretende gobernarnos. La nueva denominación, X, cuadra mejor con la magnificencia del proyecto y nos prepara para una pirámide de poder bien definida. En la cúspide, el propio algoritmo; justo debajo, los multimillonarios que más se le parecen, los que carecen de humor e ironía, y que darán la cara por él, creyéndose dueños cuando son esclavos; y más abajo, nosotros, los ciudadanos occidentales, que lograremos el sueño húmedo de nuestros aprendices de Elon Musk: que la sanidad pública sea por fin un negocio privado. Y el algoritmo, la equis de la pirámide, gestionará nuestras enfermedades y dolencias previo pago al seguro médico. Acabaremos echando de menos los impuestos, amigos y amigas, hasta los peores gestionados.

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