Publicado: mayo 29, 2025, 10:00 pm

Claudia Macero, periodista y jefa de comunicaciones del partido Vente Venezuela, vivió una de las experiencias más intensas de su vida: refugiarse durante varios meses en la Embajada de Argentina en Caracas, bajo amenaza de ser detenida por el régimen de Nicolás Maduro. Hoy, en libertad y fuera del país, cuenta por primera vez cómo fue escapar de esa sede diplomática junto a sus compañeros, en una operación silenciosa y cuidadosamente planeada.
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Macero formó parte de un grupo de seis miembros de Vente Venezuela —entre ellos Pedro Urruchurtu, Fernando Martínez Mótola, Magali Meda y Omar González— que decidieron buscar protección diplomática en marzo de 2024, luego de que el fiscal del régimen los señalara públicamente como parte de una supuesta conspiración. “No fue algo improvisado ni voluntario. Era evidente que venían por nosotros”, explica.
Desde 2015, Claudia trabajaba en el partido. Comenzó escribiendo notas de prensa y terminó dirigiendo las comunicaciones de la exitosa campaña de María Corina Machado, y luego la de Edmundo González Urrutia. “Nuestro delito fue ese: haber ganado. Les dimos una pela en las primarias. Les demostramos que la mayoría del país quiere cambio”, afirma.
Esa victoria, asegura, desató una persecución contra el equipo de campaña. En diciembre de 2023, ya habían tenido que refugiarse brevemente en la embajada de Países Bajos, tras ser acusados de sabotear el referéndum sobre el Esequibo. Pero lo que vino después fue peor: “El mensaje era claro: no nos perdonan haber despertado al país”.
Durante los meses que permaneció en la embajada argentina, Claudia no estuvo inactiva. Con sus compañeros, organizaron una dinámica de trabajo interna, una especie de “microrepública”, como ella la llama. “Cada uno tenía funciones, turnos, responsabilidades. Tratábamos de mantener una rutina, una estructura. Eso nos salvó emocionalmente”.
Dormían en el suelo, cocinaban por turnos, hacían ejercicios y, sobre todo, trabajaban. “Desde allí coordinamos esfuerzos comunicacionales, dábamos entrevistas, producíamos contenidos. La embajada era un espacio cerrado, pero nosotros nos sentíamos más libres que nunca”, dice, entre risas.
La convivencia, sin embargo, no fue fácil. “Hubo momentos duros. Lloramos. Nos desesperamos. Extrañábamos a nuestras familias. Mi mamá estuvo enferma, mi papá tuvo que ir al hospital, y yo no podía acompañarlos”, recuerda conmovida. Pero también hubo instantes de ternura, de aprendizaje, de unidad. “La cocina fue un espacio terapéutico. Allí conversábamos, nos reíamos, compartíamos lo poco que teníamos”.
Salir de la embajada fue una operación minuciosa. “No fue una fuga espectacular. Fue una salida cuidadosa, paso a paso. Lo increíble es que lo logramos sin que nadie se diera cuenta. Fue un milagro”, asegura. Poco tiempo después, Claudia pudo salir del país y reencontrarse con sus seres queridos.
Desde el exilio, continúa su trabajo por la democracia en Venezuela. No olvida a quienes quedaron atrás. “Nosotros tuvimos la suerte de salir, pero Henry Alviarez, Dignora Hernández y muchos otros siguen presos. No podemos olvidarlos. No podemos detenernos”, subraya.
Claudia no busca protagonismo ni compasión. Se define como una mujer común que tuvo que asumir un rol inesperado. “Lo que hicimos, lo hicimos por todos. Porque ya no se puede vivir con miedo. Porque nadie debería ser perseguido por pensar distinto”.
Reconoce que el costo ha sido alto. Ha tenido que dejar su hogar, su rutina, su país. Pero no se arrepiente. “Volvería a hacerlo. Porque estamos luchando por algo mucho más grande que nosotros: estamos luchando por el derecho de vivir en libertad”.
En un país donde disentir puede costar la libertad o la vida, Claudia Macero representa a una nueva generación de venezolanos que, pese a las amenazas, sigue adelante con coraje. Su historia no es solo la de una persecución política, sino también la de una resistencia íntima, cotidiana y profundamente humana.
“No vamos a parar. Lo que vivimos en las primarias, ese despertar ciudadano, no lo pueden borrar con represión. Estamos del lado correcto de la historia. Y vamos a volver”, concluye con firmeza.
Su testimonio revela no solo las heridas de una persecución política, sino también la esperanza de una nación que, incluso en la oscuridad, sigue buscando un futuro mejor.
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