Publicado: septiembre 23, 2025, 1:30 am
Aunque han pasado 27 años Egzon Elshani nunca olvidará lo que ocurrió aquellos días de principios de julio de 1998 cuando los cuerpos de su abuelo, su tío y un adolescente que trabajaba en la granja familiar fueron torturados, maniatados y asesinados en un camino vecinal a 500 metros de la aldea de Pirana, habitada por 3.000 albanokosovares en la entonces convulsa provincia autónoma de Kosovo. «Estuve todo el día con ellos hasta que anocheció y me fui a casa», recuerda Egzon, que entonces tenía seis años, en el cementerio ante las tumbas de las tres víctimas.
En el velatorio de Muhamed Hamze Elshani, de 60 años y de su hijo Afrín Muhamed Elshani, de 26 años, un vecino explicó entonces que «se había cruzado con los tres sobre las nueve de la noche cuando regresaban de una larga jornada laboral». Poco después se dio la alarma en la aldea tras no llegar a sus casas.
A las siete de la mañana del día siguiente, otro campesino que regresaba de regar se encontró con los tres cuerpos sin vida. Salih Azem Gashi, de apenas de 16 años, tenía las manos atadas a la espalda, mostraba señales de torturas y un orificio de entrada a la altura de la oreja de una bala disparada a corta distancia.
«Mi tío Afrin estaba casado con Resmije, tenía una hija llamada Anita de poco más de un año y se acababa de enterar de que en febrero de 1999 iba nacer su segunda hija, a la que le pusieron el nombre de Ardita», recuerda Egzon más de un cuarto de siglo después.
Los tres cadáveres fueron trasladados a una cochera donde fueron lavados antes de ser entregados a sus familias. Los hombres más religiosos de la aldea limpiaron la sangre seca de sus cuerpos con mucha delicadeza. «Es inútil denunciar los asesinatos a la policía serbia porque tienen órdenes de matar y limpiar esta zona de albaneses», comentó un vecino. Pirana estaba rodeada entonces por aldeas serbias custodiadas por el ejército, la policía y los paramilitares serbios. Kosovo era la Palestina de Serbia.
«Eran tres personas muy queridas en el pueblo. Los eligieron al azar para provocar el pánico entre la población»
El primer velatorio se hizo en la casa de los Elshani. Los cuerpos de padre e hijo fueron colocados en el suelo de la estancia principal y decenas de aldeanos se acercaron al dar el pésame a la familia mientras algunas mujeres emitían agudos lamentos. «Eran tres personas muy queridas en el pueblo. Los eligieron al azar para provocar el pánico entre la población», afirmó otro aldeano en un perfecto francés que aprendió como inmigrante en Suiza.
Muchos jóvenes de Pirana se habían marchado del pueblo para evitar las represalias de las fuerzas serbias y se habían refugiado en las ciudades o emigrado al extranjero. Un aldeano fue muy claro durante el velatorio: «No nos vamos a quedar con los brazos cruzados. Podrá pasar un semana, un mes o un año, pero pronto no habrá otra solución que tomar las armas para luchar contra los serbios».
El tercer asesinado, el adolescente Salih, fue llevado a su casa sobre la plataforma de un carromato. Azim, su padre, se derrumbó literalmente encima del cadáver de su hijo. Su agudo gemido se mezcló con los llantos de una docena de mujeres, incluida la madre y las hermanas del menor. Otras mujeres mayores acariciaron el cuerpo desnudo del muchacho que parecía dormido.
En Pirana se sentía una tensión contenida durante el cortejo fúnebre. Hasta entonces la guerra parecía que estaba muy lejos. Sólo las patrullas serbias enturbiaban diariamente la calma. Era la primera vez que se enterraban a vecinos asesinados después de ser torturados. Durante el traslado de los cadáveres hasta el cementerio, un joven reflexionó: «Hasta hoy sólo habíamos sufrido detenciones arbitrarias de varios meses, pero esto es muy distinto».
Muerte de civiles
Los adultos, cubiertos con el plis, el gorro típico albanés, formaron varias filas delante de los tres ataúdes y rezaron una breve plegaria dirigida por uno de los religiosos de la aldea. Los cuerpos fueron colocados al fondo de las tumbas tal como manda la tradición musulmana. Los presentes escucharon en silencio el alegato de un prohombre del lugar. Acusó directamente a la policía serbia de los asesinatos.
Otros tres civiles muertos en Kosovo que hubo que añadir a una lista que superaba ya las 300 víctimas. Un sentimiento de frustración y una necesidad de deuda de sangre parecían instalados en la mente de los más jóvenes. El Ejército de Liberación de Kosovo, una guerrilla que entonces ya controlaba un tercio de los 11.000 kilómetros cuadrados de la provincia autónoma, hubiera conseguido muchos voluntarios para tomar las armas si se hubiese acercado aquel día a Pirana.
Horas antes, el gran cámara de televisión barcelonés Miguel Gil, muerto en una emboscada en Sierra Leona menos de dos años después, y un servidor estábamos tomando un café en Prizren cuando nuestra traductora nos informó de que habían encontrado los tres cadáveres en Pirana. Nos dirigimos al lugar y nos topamos con los controles policiales serbios que ya habían cerrado todos los accesos.
Imágenes que dieron la vuelta al mundo
Después de dos horas de dar muchas vueltas conseguimos burlarlos y entrar en la aldea por una trocha de tierra. Pasamos horas allí horas documentando todo lo que ocurrió y, posteriormente, conseguimos sortear a los serbios y evitar que nos quitasen el material gráfico grabado cuando regresamos a la capital. Las imágenes de televisión y mis fotografías dieron la vuelta al mundo distribuidas por la agencia estadounidense Associated Press. Centenares de medios, incluidos las principales cabeceras estadounidenses, las publicaron.
Meses después, e n marzo de 1999 cuando la hija de Afrin ya tenía un mes, Slobodan Milosevic, presidente de Serbia y principal arquitecto de la desintegración de la antigua Yugoslavia, ordenó a sus tropas en Kosovo la expulsión masiva de la población albanokosovar en uno de los capítulos más brutales de limpieza étnica desde la Segunda Guerra Mundial. Casi un millón de albanokosovares, la mitad de la población de la provincia, tuvieron que refugiarse en Albania y Macedonia durante tres meses hasta que la OTAN bombardeó a las huestes de Milosevic y las obligó a abandonar Kosovo.
El niño Egzon tuvo que huir de su tierra con su familia. «Estuve una semana en Kukes, en la frontera albanesa, y después nos trasladamos al pueblo de Qerret, donde vivimos con varios de nuestros familiares», explica hoy Egzon por washapp. «Sentimos la hospitalidad de Albania y sobrevivimos con ayuda de las organizaciones internacionales hasta que regresamos tres meses después a un Kosovo en el que ya no había presencia militar serbia», completa su testimonio. Kosovo declaró unilateralmente el 17 de febrero de 2008 su independencia de Serbia.