Publicado: octubre 31, 2025, 3:30 am
Es el Alcàsser italiano. Los casos sin resolver siempre atraen cierto halo de misticismo, más allá del misterio, evocan teorías de toda índole y buscan respuestas cuando quizá ya no las haya. El monstruo de Florencia copó titulares y conspiraciones, preguntas sin respuestas y, hoy en día, más de medio siglo después, sigue acaparando miradas, esta vez, a través de la nueva serie de Netflix.
Más de 100.000 investigados. Entre 14 o 16 víctimas. Ningún culpable claro. El monstruo buscaba parejas jóvenes en lugares apartados. Los mataba a sangre fría. Primero, disparos. Después, a cuchillo. Entre medias, un intenso ensañamiento con las mujeres. Los cortes en sus cuerpos eran tan limpios, tan concretos, que los peritos concluyeron que debía ser obra de un médico, o alguien con conocimientos anatómicos. El monstruo, o los monstruos, se llevaban partes como trofeo. Para uso proprio, o a petición de otros.
Todo comenzó el 21 de agosto de 1968, a pocos kilómetros de Florencia. Barbara Locci y su amante Antonio Lo Bianco fueron asesinados a tiros dentro de un coche. En el asiento trasero viajaba también el hijo de Barbara, Natalino, de seis años, que sobrevivió y buscó ayuda. Stefano Mele, el marido, fue detenido como principal sospechoso. Pensaron en los celos y en la venganza. La Italia de los años 60 era especialmente dogmática en cuanto al adulterio, y tal humillación parecía razón suficiente que explicara un crimen pasional.
Sabían que fue una Beretta, pero nunca hallaron el arma del crimen. Mele terminó confesando, aunque sus declaraciones resultaron confusas y erráticas. Primero dijo que había disparado él, después culpó a otros amantes de su mujer, y así siguió, desordenando su discurso, hasta ser finalmente condenado por doble homicidio. El niño también titubeó. Antes aseguró haber visto a un desconocido, pero terminaría confirmando que había sido su padre.
Varios años más tarde, en 1974, aparecieron los cuerpos de otra pareja, asesinados de la misma manera. Lo que no habían identificado todavía era que se usó la misma pistola: aquella Beretta calibre .22. La mujer presentaba mutilaciones genitales y heridas de arma blanca, además de un objeto introducido en su cuerpo después de haber fallecido. Nadie relacionó aquel suceso con el crimen anterior, hasta que se produjeron los siguientes.
Entre 1981 y 1985, siete parejas fueron brutalmente asesinadas. Todas en la Toscana. Todas con el mismo modus operandi: parejas jóvenes, en su vehículo, y con un odio visceral hacia la mujer. El arma del delito siempre era esa Beretta, exactamente la misma que mató a los amantes de Florencia en los años 60 y que jamás fue encontrada. Pero Stefano Mele no podía ser porque estaba encarcelado.
Durante años, la policía rastreó a decenas de sospechosos. Salvatore Vinci y su hermano Francesco Vinci fueron en su día señalados por Stefano Mele como presuntos autores de la muerte de su mujer, entre sus diversas versiones. Habían sido amigos, amantes, de Barbara. Pero las pruebas no cuadraban. Francesco, en paralelo, fue encarcelado en 1983, y el Monstruo siguió matando después. Los absolvieron por falta de pruebas.
En septiembre de 1985 el caso dio un giro. En medio de la vorágine de crímenes, un día, el despacho de la fiscalía recibió una carta anónima. En su interior encontraron un fragmento de tejido humano femenino, perteneciente al de una víctima, y un papel mecanografiado con una nota. El asesino buscaba burlarse, dejar constancia de su control, poder e impunidad. Desde entonces llegaron más cartas, aunque nunca se supo si pertenecían al verdadero asesino.
Más adelante apareció el nombre de Pietro Pacciani. Vivía por la zona, tenía antecedentes y la policía había encontrado en su casa contenido pornográfico violento, armas, cuchillos y cartuchos del calibre .22. Encajaba en el perfil de hombre misógino, pero faltaban pruebas concluyentes. Aun así, fue condenado por siete de los ocho crímenes, pero terminó absuelto a espera de un nuevo juicio, que nunca llegó. En 1998 murió en su casa, en el suelo, con los pantalones bajados y la camisa alrededor del cuello. Al principio se creyó un paro cardíaco, sin embargo, se descubrió que había ingerido medicamentos, y todavía se sospecha de si fue un asesinato o un suicidio.
A raíz de la absolución de Pacciani, muchos investigadores se negaron a creer en su inocencia e investigaron su entorno. Fue entonces cuando el foco cayó en Mario Vanni y Giancarlo Lotti, amigos de Pacciani, los llamados “compagni di merende” (compañeros de meriendas). Lotti confesó haber presenciado los asesinatos, pero culpó a Pacciani como autor intelectual. Sus declaraciones, también, resultaron confusas, contradictorias y a veces absurdas. Presentaba problemas mentales y apuntaba a la participación de otros: “quelli di San Casciano” (los de San Casciano), y ahí comenzó la conspiración de la “teoría de los notables”.
Según su testimonio, existía una poderosa red de aristócratas, médicos y personas influyentes, que encargaban crímenes para obtener reliquias femeninas para rituales y fines satánicos o sexuales. Lotti, en su día, había hablado de encargos y de “personas importantes”. En 1996 Vanni fue condenado a cadena perpetua como coautor de algunos de los crímenes, pero la sentencia se valió casi exclusivamente de las declaraciones de Lotti. Murió en prisión en 2009. Lotti fue condenado en 1998, aunque no como autor directo sino como colaborador. Falleció en la cárcel en 2002.
Las sentencias de Lotti y Vanni solo cubrieron algunos de los crímenes. El mismo tribunal reconoció que no podía probar su participación en todos los asesinatos, además, faltaba el líder, que jamás pudo ser enjuiciado porque Pacciani, quien hasta entonces parecía serlo, terminó muriendo antes de ser condenado. Pese a las condenas, el caso sigue abierto. Hubo sospechosos, detenidos y condenados, pero ninguno declarado como el auténtico “Monstruo de Florencia”. No solo faltan personas y pruebas. También faltan motivaciones que expliquen las reliquias sexuales, la elección de las víctimas y la dilación en el tiempo. Desde campesinos criminales hasta una elitista red de psicópatas, el monstruo puede que fuera uno o varias personas, y no se descarta que siga o sigan viviendo entre las sombras.
 
			
 
  
  
		 
		 
		 
		