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El negocio del narcotráfico es una actividad económica principalísima en Sinaloa, de la cual forman parte desde los transportistas que llevan el cargamento hasta la frontera con Estados Unidos.
Los gobiernos estatales han demostrado que no sólo son claramente incapaces de mantener a salvo la vida e integridad de la población, sino que ahora son cada vez más obvias y visibles sus alianzas con los grupos delictivos.
Cada vez más extensiones del territorio están dominadas por los criminales: desde Sinaloa hasta Chiapas, pasando por Zacatecas, Guanajuato y la Ciudad de México. Circular por las carreteras de Sonora, Baja California, Chihuahua y Durango es una práctica extrema, con un alto nivel de riesgo.
Sinaloa, por ejemplo, es un polvorín. Desde septiembre, a plena luz del día y pese a la presencia de militares, todos los días se registran balaceras y enfrentamientos entre los hijos de Joaquín el Chapo Guzmán y los hijos de Ismael el Mayo Zambada.
El llamado Triángulo dorado nunca ha sido una zona pacífica. En Sinaloa nacieron los jefes del Cártel de Tijuana, los hermanos Arellano Félix, y Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los cielos. Es la cuna de narcotraficantes como Joaquín el Chapo Guzmán, Rafael Caro Quintero, Miguel Ángel Félix Gallardo, Héctor el Güero Palma, y Ernesto don Neto Fonseca Carrillo.
El negocio del narcotráfico es una actividad económica principalísima en la entidad, de la cual forman parte desde los transportistas que llevan el cargamento hasta la frontera con Estados Unidos; los campesinos que trabajan en la siembra y cosecha de la marihuana y la amapola; sicarios que asesinan a sueldo; empresarios que crean negocios para lavar dinero, y hasta policías y militares que protegen y cuidan a los capos.
Ser la cuna de narcos ha tenido costos sociales importantes: drogadicción, secuestros, torturas, homicidios y amenazas. Pero lo que pasa en Sinaloa desde el 25 de julio, cuando la sustracción ilegal o la entrega de Ismael Zambada a los agentes de Estados Unidos, no tiene antecedente.
Ni siquiera en la época de Felipe Calderón, cuando irrumpió la guerra contra el narco, la población había sentido tanto miedo. Los enfrentamientos entre los grupos antagónicos se acercan, muy peligrosamente, a la población, al ciudadano común. Son los sicarios de un grupo enfrentándose a los matones del otro grupo, con la población civil en medio.
La guerra de cárteles ha dejado un saldo sangriento en la entidad con más de 190 muertos, según las cifras oficiales.
Si el ataque a balazos a las instalaciones del periódico El Debate ya era un hecho grave, por las implicaciones relacionadas con el ejercicio de la libertad de expresión, conocer que fue un montaje el asesinato de Héctor Melesio Cuén Ojeda es hablar de palabras mayores.
Es el reconocimiento explícito de que en Sinaloa hay un Estado fallido, que el gobernador Rubén Rocha Moya no tiene calidad moral para ser autoridad, ni capacidad para pacificar la región.
¿Rubén Rocha Moya es el proyecto político-electoral del narco? Quizá García Luna no será el único funcionario tras las rejas en Estados Unidos. El tiempo dirá si la inminente caída de Rubén Rocha es el principio del fin, y Morena empieza a desmoronarse.
Hoy hacemos votos por la pronta reaparición con vida de Sergio Cárdenas Hernández, el repartidor del periódico El Debate, quien fue atacado a balazos y luego levantado, presumiblemente, por sicarios del crimen organizado.
“No somos nadie” es el grito desesperado de una hija que no busca justicia, no le interesa meter a la cárcel a los criminales y clama por piedad a los captores de su padre, para que aparezca pronto, vivo, a salvo.
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