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La trágica historia de Mafalda de Saboya, la princesa que murió en un campo de concentración

Publicado: enero 28, 2025, 8:15 am

Ni su posición, altamente privilegiada, ni su matrimonio, que pensó sería su seguro de vida, la salvaron de los horrores del nazismo. De una forma un tanto irónica, pero a su vez desgraciada, fue precisamente ese estatus por el que le llegaría la muerte, a los 41 años de edad, en el campo de concentración de Buchenwald, en Weimar, al este de Alemania, el 27 de agosto de 1944. Hablamos de Mafalda de Saboya, una mujer cuyo nacimiento auspiciaba una vida de lujo y aristocracia, pero que terminó sus días sufriendo en sus carnes el hambre y el hedor atroces de la barbarie nazi.

Ningún adivino podría haber pensado, el 19 de noviembre de 1902, que aquel bebé recién nacido en Palacio del Quirinal, en Roma, que tendría un destino tan cruel y tremebundo. Al fin y al cabo, esa niña, hija del rey de Italia, Víctor Manuel III, el hombre que más tiempo ha ocupado el trono transalpino, y de la reina Elena, era princesa de Italia, Etiopía, Albania y Alemania. Mafalda, a quienes sus allegados llamaban ‘Muti’, fue educada, de hecho, para vivir entre cortes y ser una figura indispensable en las diplomacias internacionales.

No por nada dominaba hasta cuatro idiomas —italiano, inglés, francés y alemán— y se había involucrado en las obras benéficas, con especial predilección por el buen funcionamiento de los hospitales católicos romanos, como recuerdan desde Vanity Fair. Todo ello sirvió para que, a los 21 años, conociese a su marido, el príncipe alemán Felipe de Hesse-Kassel, sobrino del exkáiser Guillermo II de Alemania. Noble alemán, despejó con su matrimonio las dudas sobre su sexualidad —se sospechaba que era bisexual debido a sus exquisitos modales, gustos refinados y a su soltería, a pesar de su atractivo—.

Se casaron el 23 de septiembre de 1925 en el castillo de Racconiggi, una propiedad familiar en el Piamonte, se asentaron en Villa Polissena y tuvieron cuatro hijos: Mauricio, Enrique, Otón e Isabel. Era una unión perfecta entre dos potencias que acababan de enfrentarse en la I Guerra Mundial. Felipe era fascista y sentía una enorme admiración por Benito Mussolini, por lo que pensó que debía establecerse un régimen de ultraderecha en Alemania. De ahí que, en 1930, se afiliara al Partido Nazi a pesar de la negativa de su esposa, que no comulgaba con dichas ideas. Sería el principio del fin.

Para Hitler era perfecto tener a un aristócrata en el partido, por lo que lo nombró gobernador de la provincia de la que era landgrave nada más llegó al poder, lo que hizo que la familia viajase a Alemania con asiduidad y se codeara con el resto de nombres propios nazis, como al asistir a la boda de Hermann Göring. Pero todo cambió dado el inestable sino político de Europa.

Hitler enfureció con el papel que tuvo Víctor Manuel III en la caída de Mussolini, lo cual tuvo lugar cuando Mafalda estaba en Sofía, capital de Bulgaria, acompañando en el entierro y el luto a su hermana pequeña, Juana —madre de Simeón de Bulgaria, que le pondría a su hija Ona Mafalda— que había perdido a su marido, el zar Boris III, en extrañas circunstancias y que, para más inri, le había negado su ayuda al líder nazi. Todo ello conllevó que Hitler pusiera en marcha la Operación Abeba. Es decir, la caza de la familia real italiana.

Mafalda pensaba que estaba a salvo por estar casada con un miembro del Partido Nazi, pero desconocía que Felipe de Hesse-Kassel había sido encarcelado por orden de Hitler por no informarle de la «traición» de Víctor Manuel III, enviándole al campo de concentración de Flossenburg, del que sobreviviría. Pero la princesa no tuvo esa suerte. Fue apresada el 22 de septiembre de 1943. Había llegado a Roma, declarada ciudad abierta, y se había reunido con sus hijos, asiliados en la Santa Sede.

Pero en lugar de quedarse en el Vaticano regresó a su villa, lo que le costó la vida, ya que con una treta, haciéndole creer que su marido la esperaba en Alemania, viajó en avión hasta allí, donde la acusaron de traición y la llevaron al campo de concentración de Buchenwald, en el estado de Turingia. Allí la confinaron, con una identidad falsa, Frau von Weber, en el barracón número 15, que estaba fuera del campo, oculto en mitad de un bosque, con mayores privilegios y destinado a personalidades de renombre: el industrial Fritz Thyssen, el general Gamelin, el primer ministro francés, Léon Blum; o la familia del coronel Claus von Stauffenberg, el autor del fallido atentado contra Hitler conocido como Operación Valquiria.

Mafalda compartía habitación con el expresidente del Partido Socialdemócrata Alemán, Rudolf Breitscheid, su mujer, y Maria Ruhnau, una testigo de Jehová a la que le ordenaron ser su ayudante. Aquel 24 de agosto de 1944, la aviación aliada bombardeó el campo de concentración. Al estar oculto, una de los misiles impactó en el barracón de aislamiento. Rudolf murió asfixiado por los escombros; su esposa, inconsciente, sobrevivió: Y Mafalda, refugiada en una trinchera, sufrió una herida de gravedad en el hombro, con su hueso expuesto.

Ruhnau llevó a ambas mujeres a la enfermería, pero siendo un lugar donde el nazismo experimentó con prisioneros con virus y enfermedades contagiosas, como el tifus, y donde el médico responsable retrasó la amputación más de lo debido por la cantidad de pacientes, Mafalda llegó a un punto irreversible, entre dolor e impotencia, y murió cuatro días después. Fue enterrada en el cementerio de Weimar, en la fosa 262, como mujer desconocida. Otra más entre las más de 52.000 víctimas mortales de aquella barbarie.

De hecho, hasta un año más tarde, el 11 de abril de 1945, no se informó de su fallecimiento. Fue en Radio Londres y sus padres, que habían logrado escapar, se enteraron unos días después, a través de un periódico de Alejandría, en Egipto, donde se habían exiliado. Aun así, su esposo, el príncipe Felipe, hubo de esperar hasta 1951 a que el gobierno soviético autorizara la exhumación de su cuerpo, que fue enterrado, y ahí continúa, en el mausoleo del castillo de Kronberg, en Hesse.

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